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Virginia Woolf: un tributo a la perseverancia

Por América Díaz Smith

Cada vez que me sumerjo en la corriente de mis pensamientos, me siento expulsada de ella.
Virginia Woolf

Autora de Orlando (1928), El cuarto de Jacobo (1922), Flush (1933), Al Faro (1927), Un cuarto propio (1928), La Sra. Dalloway (1925), así como de ensayos y críticas literarias, Virginia Woolf es considerada como una de las grandes escritoras inglesas del siglo veinte, defensora del feminismo y partícipe de los profundos cambios culturales que trajo una nueva era.

Miembro de una familia de contrastes, como la propia época Victoriana. Su padre, Leslie Stephen, crítico literario, admira y acepta los avances tanto científicos como sociales de la época, pero gobierna su micromundo a la usanza conservadora y patriarcal; ambigüedad latente en la Inglaterra de ese momento. Sus dos hijas, Vanessa y Virginia, nacidas de su matrimonio con Julia Duckworth, muestran desde jóvenes inclinaciones artísticas, la una por la pintura y la otra por las letras. Sin embargo, mantienen sus inquietudes en secreto; se apoyan y estimulan mutuamente, para no ser aplastadas por la autoridad paterna. De ambas, Virginia es, tal vez, la que mejor cumple con sus ambiciones creadoras.

Vicente Quirarte, en El azogue y la granada: Gilberto Owen en su discurso amoroso, afirma que: "A pesar de laberintos y antifaces, cambios de tiempo y espacio, toda obra de arte es autobiográfica";1 lugar donde las experiencias del autor se filtran, consciente o inconscientemente. Así, leer la autobiografía, los epistolarios y los diarios de Virginia Woolf proyectan una luz distinta sobre su universo literario.

Sus obras no sólo se impregnan de sus vivencias, sino también de los acontecimientos que se suscitan a fines y principios de los siglos diecinueve y veinte: la aparición de la psicología, el cinematógrafo, la Primera Gran Guerra, la rebeldía de las vanguardias pictóricas y literarias, que originó, entre otras escuelas, al Cubismo, son fuente inagotable al construir sus historias; de tal manera que al irrumpir en su intimidad, asistimos también a un momento histórico.

Tal vez influida por los razonamientos negativos de su padre, al principio, Virginia duda de su capacidad como escritora; sobre todo, porque desde pequeña se le enseñan los destinos únicos de la mujer: el matrimonio y la maternidad. Misiones supremas que cumplieron su madre y, más tarde, su hermana Vanessa, figuras relevantes en su vida. Posteriormente, en Un cuarto propio, la autora explicará la necesidad masculina de imponer estos límites genéricos: "Las mujeres han actuado de espejo durante siglos debido a la magia y al delicioso poder de saber reflejar la figura del hombre al doble tamaño del natural".2

Empero, el placer por la escritura resulta más fuerte que el cumplimiento de su destino femenino. Escribir se convierte en el "supremo alivio y la peor condena". Virginia Woolf, una vez que empieza a producir, no puede detener el caudal; caudal que tarda muchos años en desbordarse, ya que es hasta los 37 años cuando comienza su producción artística, con su obra Fin de viaje, a la que le siguieron Dos historias: una señal en la pared y tres judíos, Noche y día y El cuarto de Jacobo.

Virginia Woolf no se siente ni satisfecha ni segura de su obra. Duda de la posibilidad de escribir una novela larga en el mismo estilo que sus primeras historias y de lograrlo, si no vendría a ser un rotundo fracaso. Finalmente se aventura y sale triunfante con La Sra. Dalloway.3 Aún después de esta victoria, la escritora se cuestionará: " Siento brotar en mí ahora mismo por lo menos seis relatos, y siento por fin, que puedo traducir a palabras todos mis pensamientos ¿Y si fuera a convertirme en una novelista interesante -no digo en uno de los grandes- pero sí interesante? Curiosamente -para lo vanidosa que soy- hasta ahora no he tenido mucha fe en mis novelas".4

En esta novela hará patente su preocupación constante, la escisión entre el "deber ser" y el "querer ser" de la mujer. Enfoca sus distintas etapas, su tránsito por la existencia, sus diferentes ciclos, sus preferencias sexuales. En ella abarca desde la joven de dieciocho años, hasta la anciana sin edad definida, pero en inminente decrepitud; pasando por la mujer madura y la que se encuentra en los umbrales de la senectud, con sus recuerdos infantiles. De igual modo, analiza la condición lésbica. Sin embargo, en este abanico sobresalen dos momentos simbólicos en el devenir femenino: la aparición de la menstruación y la llegada de la menopausia.

Elaine Showalter, en la introducción a esta novela, señala que para Virginia Woolf éstas eran las dos grandes enfermedades secretas e inevitables de la mujer; la primera la incapacitaba, incluso para ocupar puestos públicos, lo cual quedó desmentido después de la Primera Guerra Mundial, cuando ocho mujeres formaron parte del Parlamento Inglés. A la segunda, la de la menopausia, denominada "la pequeña muerte", se le relacionaba con la depresión, la locura y la tendencia al suicidio, como lo demuestra un artículo escrito por Helene Deutsch, en 1924, donde describe la menopausia como un proceso irremediable de declinación: "Todo lo que la mujer adquirió en la pubertad se deteriora pedazo a pedazo; con la pérdida de la capacidad reproductora, su belleza se desvanece al igual que su estimulante torrente de vida emocional".5

Al igual que el Ulises de James Joyce, La Sra. Dalloway se desarrolla en una sola jornada, que abarca desde las diez de la mañana hasta las tres de la madrugada siguiente, con un señalamiento constante y puntual de las campanadas del Big-Ben. Es un día en la vida de Clarissa Dalloway, esposa de Richard Dalloway, miembro del Parlamento, mujer todavía hermosa de cincuenta y dos años, que, como tantas otras, vive agobiada por esa cadena interminable de tareas impuestas: visitas, comidas, labores domésticas que debe cumplir con exactitud, como lo demanda su posición de dama británica. Sin embargo, siente que la vida es una hermosa y gran aventura. El día que narra la historia, Clarissa organiza una fiesta. Durante ese lapso, por un lado, se encuentra con personajes que la transportan a su pasado y, por el otro, enfrenta circunstancias que la hacen cuestionarse sobre su condición femenina. En otra parte de la ciudad se desarrolla otra historia, la de Septimus Warren Smith, veterano de la Primera Guerra, que vendrá a completar la narración de manera dramática.

Después de haber leído a Freud, dado que la traducción al inglés se imprime en la editorial de su propiedad, Virginia desarrolla su propio método psicoanalítico para explicar las sensaciones, la memoria y la represión. Como Freud, cree que mucho del comportamiento del adulto tiene sus raíces en la infancia. Basada en esta teoría, en la novela antes citada, la autora utiliza de manera magistral los flashbacks, donde se iluminan fragmentos de la infancia y juventud de Clarissa; imágenes acumuladas como una suerte de fotografías o instantáneas, que imprimen su sello al presente.

El otro personaje clave de esta narración, Septimus Warren Smith, le sirve a Virginia para retratar las secuelas que deja en el hombre su participación en la guerra, aniquilando sus posibilidades como ser humano. Asimismo, la escritora lo aprovecha para exhibir sus propias angustias. Jane Dune señala que a Virginia le resultó difícil construir la enfermedad mental de Septimus, porque la arrastraba hacia sus propios periodos de desestabilización, que aparecieron desde los 17 años, a raíz de la muerte de su madre.6 La depresión, las alucinaciones auditivas y la desesperación ante la locura conducen a Septimus hacia la muerte, como años después guiarán los pasos de la autora.

En cuanto a la organización de La Sra. Dalloway, Virginia Woolf construye la narración y los personajes en dos niveles: el histórico, externo y lineal, y el psicológico, interno y subjetivo, que se mide por la intensidad emocional. Íntimamente relacionados, en muchos momentos los eventos externos se disparan y repercuten en lo más profundo de los protagonistas, prolongándose más allá del incidente mismo.

De la misma manera que James Joyce, Virginia experimenta en esta obra con el manejo del flujo de la conciencia, al que aúna elementos del recién nacido séptimo arte y de las vanguardias pictóricas, en especial del cubismo: recurre al montaje, los close-ups y los cortes rápidos para tejer una historia tridimensional; describe todas las percepciones sensoriales que nacen del recorrido por su amada ciudad, Londres; hace desfilar tonalidades, ruidos, olores, formas como si pintara un lienzo donde el todo se ve fragmentado sin perder la unidad. Esta novela se convierte en un parteaguas literario que inagura una nueva faceta de la escritora.

Siguiendo esta misma línea, dos años después aparece su novela Al faro,7 considerada por los críticos como su obra más autobiográfica. En su diario, la autora manifiesta que su elaboración se le impone como una necesidad no sólo literaria, sino también y, sobre todo, psicológica: "la novela me agita como un vendaval a una vieja bandera. En toda mi vida, nunca había escrito con tanta rapidez y facilidad como ahora [...] Vivo sumergida en la novela, y cuando emerjo a la superficie estoy tan ausente, que muchas veces no se me ocurre nada [...]".8 Si en La Sra. Dalloway se manifiestan sus preocupaciones, en especial las relacionadas con su condición de mujer, en esta narración se deslizarán, sin abandonar la problemática anterior, todos sus fantasmas familiares: el orden materno y las consignas patriarcales. De ahí, que Virginia asiente que escribirla, finalmente, simbolizó "el entierro de sus padres".

En Al faro, la familia de los Ramsay, compuesta de padre, madre y ocho hijos, habita durante las vacaciones de verano una gran casona a orillas del mar. A lo lejos, al otro lado de la bahía, existe un faro. La familia entera, con excepción del señor Ramsay, sueñan con visitarlo. La excursión a ese lugar, que todos planean, no se realizará sino hasta muchos años después, cuando los niños hayan dejado de serlo y varios de aquellos seres hayan muerto o estén ausentes.

El personaje del señor Ramsay pareciera englobar casi todos los aspectos negativos de Leslie Stephen: hombre racional, insensible, escéptico, tirano, que le niega al sexo opuesto la posibilidad de destacar intelectualmente, pero que al mismo tiempo no puede prescindir de él para afirmar su masculinidad. Virginia tiene sentimientos ambiguos hacia su padre: lo admira y ama profundamente, ya que le inculca el gusto por ciertos autores y lecturas. Sin embargo, al mismo tiempo, lo culpa de su inseguridad para dedicarse a las letras. Al igual que el señor Ramsay, Leslie Stephen no le confiere a la mujer la capacidad de destacar en el arte, sobre todo, en la pintura y la literatura.

Si para la construcción del señor Ramsay, Virginia se inspira en la figura de su progenitor, para elaborar a la señora Ramsay, combina las de su madre y de su hermana Vanessa. La señora Ramsay reúne aquellos elementos que una mujer debe poseer: su instinto materno, su capacidad de convertir la más inhóspita casa en un hogar, de administrar y organizar a una familia entera y ser el centro de la misma. En este personaje, exhibe también la parte oscura de esa madre que vive su existencia a través de los demás; la forma en que se apega a los hijos y el temor de ser nadie si ellos se alejan, por lo que anula su personalidad y la de aquéllos que están bajo su cuidado.

En esta obra, la figura de Lily Briscoe nos remite, en muchos puntos, a ciertas preocupaciones y temas recurrentes en Virginia Woolf. Lily admira a la señora Ramsay por su talento al dirigir con maestría "su orquesta", mas rechaza la senda familiar como la única realización de la mujer. En consecuencia, ella ama la pintura, pero sabe que esto la aleja de su destino femenino, ya que el arte exige egoísmo e independencia. Al igual que Virginia, Lily se encuentra atrapada en un doloroso conflicto de sentimientos, por un lado la fascinación ante la mujer que encarna la fertilidad y el deber sagrado de atender un hogar, sobre todo a los varones que se encuentran en él y, por el otro, su propia inclinación hacia la creación y la libertad. Finalmente, como lo hizo Virginia, esta protagonista toma el segundo destino, el de su propia satisfacción.

Al faro podría ser el retrato de cualquier pareja, de cualquier núcleo familiar, a través del cual Virginia revisa y exhibe los poderes que ejercen, la madre desde su femineidad y el padre desde lo masculino, así como las repercusiones que esto tiene sobre los distintos miembros que convergen en la familia. Como se puede observar por lo expuesto, Al faro es un texto clave en la producción woolfiana, una novela emblemática, donde la autora repasa su pasado familiar y vuelca aquellas interrogantes que la inquietan: la razón de la vida, el beneficio o la inutilidad de alcanzar una meta y la inevitable muerte. Asimismo, pareciera simbolizar, según Ricardo Fernández de la Reguera: "algo que los humanos intentarán en vano alcanzar: no la dicha, ni la gloria, ni la riqueza, ni tan siquiera la paz, sino la estabilidad, la permanencia, por siempre y para siempre en su humilde condición humana que ellos aman porque es lo único que poseen".9

Al penetrar en estas dos novelas, Al Faro y La Sra. Dalloway, descubrimos a una Virginia Woolf repleta de pensamientos encontrados, con sus mundos de fuera y dentro, de pasado y presente, que en ocasiones parecen destruirla anímicamente, pero que a la vez la inspiran al convertirse en escritura independiente, viva, llena de significados. Navegó en un océano donde se entrelazaron aguas de vida y muerte, que en ocasiones se tornaron turbulentas. Olas de relaciones conflictivas, pérdidas de seres queridos, angustias y demencia la azotaron. Luchó contra ellas hasta que no pudo más. En la carta de despedida que le escribe a su esposo, le explica la razón que la empuja a tomar la fatal decisión:

Queridísimo: Tengo la certeza de enloquecer nuevamente, siento que no podremos enfrentarnos a esos terribles momentos. Y esta vez no tendré recuperación. Empiezo a oír voces y no me puedo concentrar. Así que voy a hacer lo que me parece lo mejor. Tú me has dado la máxima felicidad posible. No puedo pensar en dos personas que hayan podido ser más felices hasta que llegó esta terrible enfermedad. Ya no puedo luchar contra ella... Todo se me ha escapado menos la certidumbre de tu bondad [...]

V[irginia].

Notas

1. Vicente Quirarte, El azogue y la granada: Gilberto Owen en su discurso amoroso. México, UNAM, 1989, p.12.

2. Virginia Woolf, Un cuarto propio, 4 ed., trad. de Jorge Luis Borges. México, Colofón, 1991, p.33.

3. Virginia Woolf, Mrs. Dalloway. London, Penguin Books, 1992.

4. Virginia Woolf, Diario íntimo II (1924-1931), ed. de Anne O. Bell, trad. de Laura Freixas. Madrid, Grijalbo Mondari, 1993, p. 37.

5. Elaine Showalter citada por Helene Deustch, "Introduction", en Virginia Woolf, Mrs. Dalloway, p. XXXIII.

6. Jane Dunn, Vanessa Bell/Virginia Woolf. Barcelona, Circe, 1993.

7. Virginia Woolf, To the lighthouse. Great Britain, Wordsworth Classics, 1994.

8. Virginia Woolf, Diario íntimo II (1924-1931), ed. de Anne O. Bell, trad. de Laura Freixas. Madrid, Grijalbo Mondari, 1993, p. 57.

9. Ricardo Fernández de la Reguera, Maestros Ingleses - Selección y Estudios. Barcelona, Planeta y Plaza & Janes, 1962, p. 134.


América Díaz Smith es licenciada en Letras Inglesas por la UNAM. Fue profesora de la Escuela Nacional Preparatoria durante treinta años.

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