¿Le contamos o no le contamos a la maestra?


Lic. Noemí Aizencang.*

Durante mucho tiempo ha circulado la creencia de que un niño adoptivo manifiesta dificultades diversas a la hora de insertarse en el sistema educativo. La presencia de una mirada y un discurso patologizante que por años ha predominado en las instituciones escolares ha contrubuído en el establecimiento de una asociación rápida y directa entre adopción y problemas de aprendizaje. Relación mítica y algo prejuiciosa por cierto, pues no cuenta con ningún sustento científico y muchos alumnos, en su condición de adoptivos, la cuestionan en su desempeño cotidiano.
En respuesta a esta mirada histórica muchos padres prefieren evitar informar al maestro sobre la condición de adopción de sus hijos, por suponer como consecuencia, un cierto trato diferenciado o prejuicioso que podría perjudicar la relación docente- alumno.
Antiguamente se vinculaba el fracaso del niño adoptivo en la escuela con la presencia de un secreto familiar que hacía referencia a su historia y a la construcción de su propia identidad. Es sabido que el ocultamiento y el engaño sobre el origen y la historia de un sujeto puede obturar su curiosidad, el deseo de aprender, de investigar, como motores necesarios para la búsqueda de información que permita revisar los propios conocimientos y la reconstrucción de los mismos. El secreto sostenido familiarmente ilustra que hay algo que no debe conocerse, que no debe preguntarse, que la información que se busca no es accesible o conveniente y en ese sentido limita el aprender. Pero todo ello deja de ser una sombra cuando la familia adoptiva no mantiene escondida la historia de adopción y la explicita en aquellos espacios donde los chicos crecen y se desarrollan, como la escuela. Afortunadamente la mayoría de los padres hoy conocen y acuerdan con estas ventajas. Pedirle a un niño adoptivo conocedor de su propia historia, que la oculte en un contexto en el que participa a diario es una forma de decirle que la adopción es un tema del que no se debe hablar, agregando una connotación negativa a la situación, que no hace más que confundir e inhibir al niño frente a los otros, pares y maestros.
No desconocemos que nos enfrentamos a una situación particular que requiere de un abordaje cuidadoso y flexible por parte de la escuela. Se trata de acompañar a los niños adoptivos y a sus familias en la construcción de sus identidades, sosteniendo sus verdades, aunque éstas resulten difíciles o dolorosas. Conocer y aceptar la propia historia también implica un aprendizaje. Otros niños, en tanto sujetos en desarrollo, tendrán de seguro que enfrentar otras realidades y verdades y la escuela podría acompañarlos en dichos procesos.
Es en este sentido que creemos que uno de los desafíos que atraviesa la escuela hoy es atender a la diversidad. En un aula en el que se reconocen y se respetan las diferencias cobra fundamental importancia el conocimiento de las situaciones de cada uno de los alumnos que la integran, sus historias y representaciones desde las cuales aprenden. Se busca propiciar un espacio de diálogo, reflexión e intercambio que no demande de actitudes y resultados homogéneos. Ello favorece sin duda el despliegue y desarrollo de las propias posibilidades, en el marco de propuestas pedagógicas diversas que valoran al sujeto educativo en tanto, afectivo, cognitivo y social.
Reconocer y legitimar las diferencias en el aula implica atender a la diversidad cultural, como así también a la diversidad en los tiempos y en las modalidades de aprendizaje individuales. Tener siempre presente que si bien los alumnos son los protagonistas principales de sus procesos, buena medida de las dificultades que experimentan se producen mientras intentan comprender y asimilar los saberes y lenguajes de diversas disciplinas, en un escenario de interacción con otros, compañeros y docentes.
Los problemas que muestra un niño en su proceso de aprendizaje escolar deberían analizarse e interpretarse al interior de estas relaciones. Cuando ello no sucede, cuando se desconocen las condiciones en las que un niño aprende, cuando no se contemplan las relaciones entre docente, alumno y saberes, o entre escuela y familia, suele entenderse el problema de aprendizaje como un problema individual, asociado a la idea de déficit o síntoma de algún trastorno más profundo. Se sitúa al alumno como portador o responsable de un problema emocional, orgánico o social que anticipa y explica su fracaso.
No podemos desconocer que diversos contenidos que conforman el currículum escolar refieren de manera directa a nuestro origen; entre ellos la familia, la reproducción, la historia personal y familiar como primeros pasos para introducirnos en el estudio sistemático de la historia universal. Cuando un docente conoce la condición de adoptivo de un alumno puede anticipar, de manera diferente, los modos de abordar la temática escolar, reparando en las preguntas que formula al grupo, orientando las explicaciones y debates que propone, promoviendo la reflexión crítica que facilita el reconocimiento y el respeto por las diferencias.
Por desconocimiento tal vez, hemos contribuido en reiteradas ocasiones al fracaso de niños adoptivos en nuestras escuelas, al no reparar en la necesidad de un acompañamiento propicio para que puedan reconocerse como sujetos portadores de identidades que requieren espacios para mostrarse, para aprender y para comunicarse. Esto resulta posible cuando nos aproximamos a la temática de la adopción desde el conocimiento y la información; cuando ofrecemos a los docentes lecturas alternativas que les permiten destrabar situaciones complejas entendidas hasta el momento como problemas, desde una mirada abierta y comprensiva de las necesidades particulares de cada niño en la escuela.
Resulta de fundamental importancia incluir en las propuestas didácticas ejemplos de diversidad cultural. Entre ellos rescatamos como especialmente significativos la existencia de diferentes configuraciones familiares en distintas sociedades; como así también las diferentes estrategias y recursos que utilizan distintas personas frente a los episodios que los desafían. Ello facilita a los niños el encuentro con situaciones que pueden contribuir en el reconocimiento y revalorización de sus propias historias y modalidades como diversas y posibles en el escenario escolar, lejos de procurar establecer modelos tendientes a la homogeneidad como única opción. El aula puede así convertirse en un ámbito de debate, que estimule la pregunta y el intercambio y que brinde condiciones para el desempeño autónomo y el desarrollo de un pensamiento crítico, respetuoso y abierto a las diferencias.
Volvamos entonces a nuestra pregunta inicial, tan frecuente por cierto, entre las inquietudes de los padres adoptivos: ¿le contamos o no le contamos a la maestra?. Quizá el siguiente relato ayude a definir una respuesta.
Juan es un niño adoptivo de cuatro años que concurría desde sala de dos al jardín de infantes. Su maestra, conocedora de la historia familiar de Juan, se anticipa al momento de trabajar en su sala el contenido escolar "la familia" y decide conversar previamente con los padres del niño acerca de la información que él manejaba sobre su origen, como así también compartiir con ellos aquellas ideas que se proponía debatir en el devenir del proyecto. Tras establecer ciertos acuerdos sobre la base de dicha conversación, la maestra planifica la actividad con la suficiente tranquilidad y amplitud, reparando en los cuidados necesarios que permitieron construir en la sala un espacio propicio para la expresión de cada uno de los niños. En ese entorno, Juan pudo contar su historia a sus compañeros, con naturalidad y confianza y su maestra pudo acompañarlo y contenerlo del mismo modo. Los padres, por su parte, encontraron un nuevo camino para comentar a Juan nuevos detalles de su origen que creían pertinentes con la ocasión.
El desconocimiento nos conduce con frecuencia a la falta de preparación. La diversidad aflora permanentemente ya que es constitutiva de todo grupo humano. Es por ello que creemos que la comunicación familia-escuela facilita un marco de contención y acompañamiento en el que todas las voces pueden encontrar un espacio.


*Licenciada en psicopedagogía. Profesora en la Cátedra de Psicología Educacional de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.

 

 

 Extraído de las publicaciones de Fundación Adoptare

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