PAPEL LITERARIO

Réquiem para un poder insomne

JESUS SANOJA HERNANDEZ

Poco después de abrirse la década de los 50 y poco antes de cerrarse, salieron a la luz dos poemarios fundamentales, tanto por el rigor del lenguaje como por el temple de modernidad. Elena y los elementos, de Juan Sánchez Peláez, y Los cuadernos del destierro, de Rafael Cadenas, fueron filiados, acaso por distanciarse de los modos poéticos de entonces, en la genealogía de Ramos Sucre. Pero lo cierto es que Sánchez Peláez venía de sus experiencias chilenas y de su devoción por el surrealismo y Cadenas de una vasta reflexión sobre el oficio, voraz lector como el de La torre de Timón, y que lo singular en ellos, como en éste, consistía en que habían saltado la valla.

Desde 1945, el poeta Carlos Augusto León, antiguo discípulo de Ramos Sucre, había destacado, en su ensayo Las piedras mágicas, la importancia de su obra, y hasta Mario Briceño Iragorry, en la reedición de Lecturas venezolanas (un volumen con portada de libro primario de Mantilla y bastante conservador en su selección) había incluido "Geórgica", definiendo la poesía de Ramos Sucre como excesivamente culta: "Se le ha calificado de nebuloso por la originalidad de su dicción y por los motivos de sus escrituras".

La década de los 50 significó una revisión lenta, pero creciente, de la poética del cumanés, en momentos en que el poeta popular por excelencia era su coterráneo Andrés Eloy Blanco. Artículos de José Ramón Medina (quien a la postre prologaría su Obra completa, volumen 73 de Biblioteca Ayacucho) y de los jóvenes Juan Calzadilla y Juan Angel Mogollón, conversaciones entusiastas de otros como Adriano González León y Rafael José Muñoz y, por último, la irrupción de Sardio, donde se le tuvo como maestro, y de críticos como Guillermo Sucre, José Balza y Eugenio Montejo un poco más tarde, consolidaron el prestigio de Ramos Sucre, al tiempo que el de Meneses y, más allá, el de Julio Garmendia en la narrativa.

Hay la creencia, negada por los testimonios en los diarios de los años 20, de que Ramos Sucre no vivía encerrado en su torre. Pues lo cierto es que Trizas de papel fue publicado, poema tras poema, en un diario de la época, y lo mismo sucedió, aunque no íntegramente, con La torre de Timón. En cuanto a "Granizada", sucesivamente fue apareciendo en Elite. Ramos Sucre, asimismo, colaboró en la revista insignia de la generación del 28 (válvula) y, según referencia de Jóvito Villalba, era el centro de atracción en la Plaza Bolívar, al salir de su oficina de la cancillería, de los estudiantes que bebían de él conocimientos inalcanzables por otras vías. Contra lo que se cree, tuvo incluso algunos imitadores, no siempre felices en la aventura poética.

El mes de junio (también julio) de 1930 demostró que se le leía más de lo imaginado, aunque no todos calaron en el fondo de sus visiones, excepción hecha de Pedro Sotillo, Fernando Paz Castillo, el extraño Gabriel Espinoza y, desde luego, Enrique Bernardo Núñez, entonces en Panamá, de donde saldría la extraordinaria La galera de Tiberio. El suicidio del insomne, predecible por lo escrito en sus últimas cartas, lo reflejó -al decir de Luis Beltrán Guerrero- el poeta de Viernes, Otto De Sola, en su "Oda a José Antonio Ramos Sucre": "No fue malvado aquel revólver de Ginebra".

Muy estudiada ha sido, a partir de los años 60, la poesía de Ramos Sucre. Autores como Francisco Pérez Perdomo, prologuista de una de sus ediciones, y Angel Rama, caído en Venezuela en los años 70 y estudioso, además, de Rufino Blanco-Fombona, han analizado su mundo interior y exterior, así como José Ramón Medina y Fernando Paz Castillo, y Eugenio Montejo, Elena Vera, Pérez Huggins, Oswaldo Larrazábal, Gustavo Luis Carrera y Pedro Beroes.

Notable la visión de Tomás Eloy Martínez y de primera línea las incursiones analíticas de Salvador Tenreiro y, más recientemente, de Víctor Bravo, quien califica su obra "como poética del mal y el dolor", remitiéndose a Leopardi y tomando pie en "el mal y la estética de la modernidad", Baudelaire a la vanguardia.

Cuando sus restos llegaron a La Guaira, veía yo luz de este mundo. Paradoja existencial, que une mi condición de mortal puro y simple, con un muerto inmortal. Por desgracia, de aquel día no tengo memoria.

 

EL NACIONAL - DOMINGO 6 DE DICIEMBRE DE 1998

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