Un
anciano me contó una historia el día que fuimos a atacar a la
luna. Le hablé de mi señor, y sintió mi cobardía. Me avergüenza
admitirlo, pero es cierto. No podemos vencer a un dios. He
escuchado los gritos de guerra del Unicornio y los gritos de los
Cangrejo que aceptaron cargar contra la puerta, y supe que era un
cobarde.
He
sido uno durante casi treinta años.
Una
vez hubo, me dijo el viejo, un Imperio solamente de ranas. Vivian
al lado de una enorme charca, y vivían en paz. Los únicos
peligros eran los accidentes y la edad, y la muerte era
infrecuente.
Aun
así, en los bosques, había un gran foso, y dos jóvenes ranas
cayeron en él. Sus compañeras miraron en él y les gritaron
"¡Es muy profundo! ¡Nunca saltareis fuera!"
Pero
las dos ranas saltaron y saltaron, y se erguían en sus patas
hasta que se hicieron fuertes. Pero aun no podían alcanzar el
borde del agujero.
"¡Dejad de saltar!" Gritaban las otras "¡Se ha
terminado! ¡Aceptad vuestro destino con dignidad y que las
Fortunas se lleven vuestras almas!"
Pero seguían saltando y saltando, intentando escapar. Pero el
foso era muy profundo, y las ranas no lo conseguían.
"¡Basta!"
Gritaban las otras, mirando hacia abajo. "¡Dejad de saltar!
Habéis fallado y estáis mejor muertas."
Y
entonces, una de las dos ranas dejó de saltar, y encogió sus
patas bajo él. "Tienen razón," dijo "Estamos
condenadas." Y tras eso, murió.
La otra saltó, y se levantó, y lo intentó de nuevo. Saltaba un
poco más alto cada vez, hasta que con un último y heroico
esfuerzo, llegó al borde del foso y estaba libre.
"¿Cómo
lo has conseguido?" Las otras ranas se reunieron a su
alrededor "¡Era una tarea imposible!"
"¿Qué?"
Dijo la rana huída "No puedo oír lo que decís. Veréis,
soy sorda."
Y
era cierto
Pero
hay aun más: Cuando vio a las otras gritando sobre ella, creía
que la estaban animando.
Saigorei
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