* Tu tienes lo que busco, lo que deseo, lo que amo...
* Te quiero a las diez de la mañana...
* Espero curarme de tí [leído por Jaime Sabines]
* Los amorosos [leído por Jaime Sabines]
* Cuando tengas ganas de morirte
* XII [Padre mío, señor mío, hermano mío...]
* XXI [La casa me protege del frío nocturno...]
* Me encanta Dios [leído por Jaime Sabines]
* Doña Luz
* Tu cuerpo está a mi lado [leído por Jaime Sabines]
* La droga
* El
Peatón [sólo audio]
Me dueles.
Mansamente,
insoportablemente, me dueles.
Toma mi
cabeza, córtame el cuello.
Nada queda
de mí después de este amor.
Entre los
escombros de mi alma, búscame,
escúchame.
En algún
sitio de mi voz, sobreviviente, llama,
pide tu
asombro,
tu iluminado
silencio.
Atravesando
muros, atmósferas, edades,
tu rostro
(tu rostro que parece que fuera cierto)
viene
desde la muerte, desde antes
del primer
día que despertara al mundo.
¡Que
claridad tu rostro, que ternura
de luz
ensimismada,
que dibujo
de miel sobre hojas de agua!
Amo tus
ojos, amo, amo tus ojos.
Soy como
el hilo de tus ojos, como una gota de tus ojos soy.
Levántame.
De entre tus pies levántame, recógeme,
del suelo,
de la sombra que pisas,
del rincón
de tu cuarto que nunca ves en sueños.
Levántame.
Por que he caído de tus manos
y quiero
vivir, vivir, vivir.
Muero de
ti y de mi, muero de ambos.
de nosotros,
de ese,
desgarrado,
partido,
me muero,
te muero, lo morimos.
Morimos
en mi cuarto en que yo estoy solo,
en mi
cama en que faltas,
en la
calle donde mi brazo va vacío,
en el
cine y los parques, los tranvías,
los lugares
donde mi hombro acostumbra tu cabeza
y mi mano
tu mano
y todo
yo te sé como yo mismo.
Morimos
en el sitio que le he prestado al aire
para que
estés fuera de mí,
y en el
lugar en que el aire se acaba
cuando
te echo mi piel encima
y nos
conocemos en nosotros, separados del mundo,
dichosa,
penetrada, y cierto, interminable.
Morimos,
lo sabemos, lo ignoran, nos morimos
entre
los dos, ahora, separados,
del uno
al otro, diariamente,
cayéndonos
en múltiples estatuas,
en gestos
que no vemos,
en nuestras
manos que nos necesitan.
Nos morimos,
amor, muero en tu vientre
que no
muerdo ni beso,
en tus
muslos dulcísimos y vivos,
en tu
carne sin fin, muero de máscaras,
de triángulos
oscuros e incesantes.
Me muero
de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de nuestra
muerte, amor, muero, morimos.
En el
pozo de amor a todas horas,
inconsolable,
a gritos,
dentro
de mi, quiero decir, te llamo,
te llaman
los que nacen, los que vienen,
de atrás,
de tí, los que a ti llegan.
Nos morimos,
amor, y nada hacemos
sino morirnos
más, hora tras hora,
y escribirnos
y hablarnos y morirnos.
Trato de escribir en la oscuridad tu nombre. Trato de escribir que te amo. Trato de decir a oscuras todo esto. No quiero que nadie se entere, que nadie me mire a las tres de la mañana paseando de un lado a otro de la estancia, loco, lleno de tí, enamorado. Iluminado, ciego, lleno de ti, derramándote. Digo tu nombre con todo el silencio de la noche, lo grita mi corazón amordazado. Repito tu nombre, vuelvo a decirlo, lo digo incansablemente, y estoy seguro que habrá de amanecer.
Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño.
Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?
¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejore palabras de amor están entre dos gentes que no se dicen nada.
Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes, cómo te digo que te quiero cuando digo: "qué calor hace", "dame agua", "¿sabes manejar?", "se hizo de noche"... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho "ya es tarde", y tú sabías que te decía "te quiero".)
Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guadarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.
Los amorosos
callan.
El amor
es el silencio más fino,
el más
tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos
buscan,
los amorosos
son los que abandonan,
son los
que cambian, los que olvidan.
Su corazón
les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran,
buscan.
Los amorosos
andan como locos
porque
están solos, solos, solos,
entregándose,
dándose a cada rato,
llorando
porque no salvan al amor.
Les preocupa
el amor. Los amorosos
viven
al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre
se están yendo,
siempre,
hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan
nada, pero esperan.
Saben
que nunca han de encontrar.
El amor
es la prórroga perpetua,
siempre
el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos
son los insaciables.
Los que
siempre -¡qué bueno!- han de estar solos.
Los amorosos
son la hidra del cuento.
Tienen
serpientes en lugar de brazos.
las venas
del cuello se les hinchan
también
como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos
no pueden dormir
porque
si se duermen se los comen los gusanos.
En la obscuridad
abren los ojos
y les
cae en ellos el espanto.
Encuentran
alacranes bajo la sábana
y su cama
flota corno sobre un lago.
Los amorosos
son locos, sólo locos,
sin Dios
y sin diablo.
Los amorosos
salen de sus cuevas
temblorosos,
hambrientos,
a cazar
fantasmas.
Se ríen
de las gentes que lo saben todo,
de las
que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las
que creen en el amor como en una lámpara de inagotable aceite.
Los amorosos
juegan a coger el agua,
a tatuar
el humo, a no irse.
Juegan
el largo, el triste juego del amor.
Nadie
ha de resignarse.
Dicen
que nadie ha de resignarse.
Los amorosos
se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos,
pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte
les fermenta detrás de los ojos,
y ellos
caminan, lloran hasta la madrugada
en que
trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les llega
a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres
que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos
se ponen a cantar entre labios
una canción
no aprendida.
Y se van
llorando, llorando
la hermosa
vida.
Lento,
amargo animal
que soy,
que he sido,
amargo
desde el nudo de polvo y agua y viento
que en
la primera generación del hombre pedía a Dios.
Amargo
como esos minerales amargos
que en
las noches de exacta soledad
-maldita
y arruinada soledad
sin uno
mismo-
trepan
a la garganta
y, costras
de silencio,
asfixian,
matan, resucitan.
Amargo
como esa voz amarga
prenatal,
presubstancial, que dijo
nuestra
palabra, que anduvo nuestro camino,
que murió
nuestra muerte,
y que
en todo momento descubrimos.
Amargo
desde dentro,
desde
lo que no soy,
-mi piel
como mi lengua-
desde
el primer viviente,
anuncio
y profecía.
Lento desde
hace siglos,
remoto
-nada hay detrás-,
lejano,
lejos, desconocido.
Lento,
amargo animal
que soy,
que he sido.
Cuando tengas ganas de morirte
Cuando
tengas ganas de morirte
esconde
la cabeza bajo la almohada
y cuenta
cuatro mil borregos.
Quédate
dos días sin comer
y verás
que hermosa es la vida:
carne,
frijoles, pan.
Quédate sin mujer: verás.
Cuando
tengas ganas de morirte
no alborotes
tanto:
muérete y ya.
Del libro "Algo sobre la muerte del mayor Sabines"
Padre mío,
señor mío, hermano mío,
amigo
de mi alma,tierno y fuerte,
saca tu
cuerpo viejo, viejo mío,
saca tu
cuerpo de la muerte.
Saca tu
corazón igual que un río,
tu frente
limpia en que aprendí a quererte,
tu brazo
como un árbol en el frío,
saca todo
tu cuerpo de la muerte.
Amo tus
canas, tu mentón austero,
tu boca
firme, tu mirada abierta,
tu pecho
vasto y sólido y certero.
Estoy llamando,
tirándote la puerta.
Parece
que yo soy el que me muero:
¡padre
mío, despierta!
XXI
La casa
me protege del frío nocturno, del sol del mediodía, de los
árboles derribados, del viento de los huracanes, de las asechanzas
del rayo, de los ríos desbordados, de los hombres y de olas fieras.
Pero la casa no me protege de la muerte. ¿Por qué rendija se cuela el aire de la muerte? ¿Qué hongo de las paredes, qué sustancia ascendente del corazón de la tierra es la muerte?
¿Quién me untó la muerte en la planta de los pies el día de mi nacimiento?
Me encanta
Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él
le gusta jugar y juega, y aveces se le pasa la mano y nos rompe una
pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco
cegatón y bastante torpe de las manos.
Nos ha
enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo, o Mahoma, o
mi tía Chofi; para que nos digan que nos portemos bien. Pero esto
a él no le preocupa mucho: nos conoce.
Sabe que
el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la
pequeña, que el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó
la muerte: para que la vida - no tú ni yo - la vida, sea para siempre.
Ahora
los científicos salen con su teoría del Big Bang... Pero
¿qué importa si el universo se expande interminablemente
o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes. A mi
me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito
en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso, que
el otro día descubrí que ha hecho- frente al ataque de los
antibióticos- ¡bacterias mutantes!. Viejo sabio o niño
explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo de carne y
hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.
Mueve una mano y hace el mar, mueve otra y hace el bosque. Y cuando pasa
por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.
Dicen
que a veces se enfurece y hace terremotos, y manda tormentas, caudales
de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero
esto es mentira. Es la tierra que cambia -y se agita y crece- cuando Dios
se aleja.
Dios siempre
está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido
de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer mas amada,
el perrito y la pulga, la piedra mas antigua, el pétalo mas tierno,
el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el
manantial que soy.
A mi me gusta, a mi me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.
Abril 1993.
Doña
Luz
XVII
[Maltiempo,
1972]
Lloverás
en el tiempo de lluvia,
harás
calor en el verano,
harás
frío en el atardecer.
Volverás
a morir mil veces.
Florecerás
cuando todo florezca.
No eres
nada, nadie, madre.
De nosotros
quedará la misma huella,
la semilla
del viento en el agua,
el esqueleto
de las hojas en la tierra.
Sobre
las rocas, el tatuaje de las sombras,
en el
corazón de los árboles la palabra amor.
No somos
nada, nadie, madre.
Es inútil
vivir
pero es
más inútil morir.
Del libro
"Maltiempo"
Fui
a la casa de empeños y les dije: éste es el traje con
que me casé, nunca he vuelto a usarlo, ¿cuánto pueden
darme?
--El pasado sólo tiene valor para tí --me dijeron-- Nada.
--Esta es la factura de mi ataád --les dije-- ¿Cuánto?
Y se echaron a reír: --El porvenir vale menos que el pasado.
--¿Podría empeñar entonces mi desnudez?
--Yu desnudez es invisible, y no le queda a nadie mas que a ti.
Tu
cuerpo está a mi lado
fácil,
dulce, callado.
Tu cabeza
en mi pecho se arrepiente
con los
ojos cerrados
y yo te
miro y fumo
y acaricio
tu pelo, enamorado.
Eta mortal
ternura con que callo
te está
abrazando a ti mientras yo tengo
inmóviles
mis brazos.
Miro mi
cuerpo, el muslo
en que
descansa tu cansancio,
tu blando
seno oculto y apretado
y el bajo
y suave respirar de tu vientre
sin mis
labios.
Te digo
a media voz
cosas
que invento a cada rato
y me pongo
triste y solo
y te beso
como si fueras tu retrato.
Tú,
sin hablar, me miras
y te aprietas
a mí y haces tu llanto
sin lágrimas,
sin ojos, sin espanto.
Y yo vuelvo
a fumar, mientras las cosas
se ponen
a escuchar lo que no hablamos.
He
aquí que tú estás sola y que estoy solo.
Haces
tus cosas diariamente y piensas
y yo pienso
y recuerdo y estoy solo.
A la misma
hora nos recordamos algo
y nos
sufrimos. Como una droga mía y tuya
somos,
y una locura celular nos recorre
y una
sangre rebelde y sin cansancio.
Se me
va a hacer llagas este cuerpo solo,
se me
caerá la carne trozo a trozo.
Esto es
lejía y muerte.
El corrosivo
estar, el malestar
muriendo
es nuestra muerte.
Yo no sé
dónde estás. Yo ya he olvidado
quién
eres, dónde estás, cómo te llamas.
Yo soy
sólo una parte, sólo un brazo,
una mitad
apenas, sólo un brazo.
Te recuerdo
en mi boca y en mis manos.
Con mi
lengua y mis ojos y mis manos
te sé,
sabes a amor, a dulce amor, a carne,
a siembra,
a flor, hueles a amor, y a mí.
En mis
labios te sé, te reconozco,
y giras
y eres y miras incansable
y toda
tú me suenas
dentro
de corazón como mi sangre.
Te digo
que estoy solo y que me faltas.
Nos faltamos,
amor, y nos morimos
y nada
haremos ya sino morirnos.
Esto lo
sé, amor, esto sabemos.
Hoy y
mañana, así, y cuando estemos
en nuestros
brazos simples y cansados,
me faltarás,
amor, nos faltaremos.
Si ya no
puedes regresar a tu orilla izquierda, déjate llevar a donde sea.
Sería bueno olvidarse del brocal del pozo y aventurarse en el río
subterráneo.
El día de ayer se ha ido y el que tú fuiste ayer. No trates
de levantar del polvo ese amor, porque sólo levantarás girones
y sombras.
Enséñale a tu corazón a caminar de nuevo, como a un
niño de meses.
Te dije estas cosas y respondiste:
--Es que soy la costumbre. He tomado veneno todos los días, y me
hace falta. ¿Qué droga tremenda es el amor?