Homenaje a Gustavo Adolfo Bécquer
PRÓLOGO
No habían
cumplido años ni la rosa ni el arcángel.
Todo,
anterior al balido y al llanto.
Cuando
la luz ingboraba todavía
si el
mar nacería niño o niña.
Cuando
el viento soñaba melenas que peinar
y claveles
el fuego que encender y melijjas
y el agua
unos labios parados donde beber.
Todo,
anterior al cuerpo, al hombre y al tiempo.
Entonces, yo recuerdo que una vez, en el cielo...
...una azucena tronchada
Paseaba
con un dejo de azucena que piensa
casi de
pájaro que sabe ha de nacer
Mirándose
sin verse a una luna que le hacía es espejo el sueño
y a un
silencio de nieve que le elevaba los pies
A un silencio
asomada
Era anterior
al arpa, a la lluvia y a las palabras.
No sabía
Blanca
alumna del aire
temblaba
con las estrellas, con la flor y con los árboles
Su tallo,
su verde talle
Con las
estrellas mías
que, ignorantes
de todo
por cavar
lagunas en sus ojos
la ahogaron
en dos mares
Y recuerdo...
Nada más...muerta, alejarse.
...Rumor de besos y batir de alas...
También
antes,
mucho
antes de la rebelión de las sombras,
de que
al mundo cayeran plumas incendiadas
y un pájaro
pudiera ser muerto por un lirio.
Antes,
antes de que tu me preguntaras
el numero
y el sitio de mi cuerpo.
En la
época del alma.
Cuando
tú abriste la frente sin corona, del cielo,
la primera
dinastía del sueño.
Cuando
tú, al mirarme en la nada,
inventaste
la primera palabra.
Entonces, nuestro encuentro.
...detrás del abanico de plumas de oro...
Aún
los valses del cielo no habían desposado al jazmín y la nieve,
ni los
aires pensando en la posible música de tus cabellos,
ni decretado
el rey que la violeta se enterara en un libro.
No.
Era la
era en la que la golondrina viajaba
sin nuestras
iniciales en el pico.
En que
las campanillas y las enredaderas
morían
sin balcones que escalar y estrellas.
La era
en que
al hombre de un ave no había flor que apoyara la cabeza.
Entonces, detrás de tu abanico, nuestra luna primera.
Se equivocó la paloma,
se equivocaba
Por ir al norte fue al sur,
creyó
que el trigo era el agua.
Creyó que el mar era el cielo
que la
noche la mañana.
Que las estrellas rocío,
que la
calor la nevada.
Que tu falda era tu blusa,
que tu
corazón su casa.
(Ella se durmió en la orilla,
tú
en la cumbre de una rama.)
Si mi voz
muriera en tierra,
llevadla
al nivel del mar
y dejadla
en la ribera.
Llevadla
al nivel del mar
y nombradla
capitana
de un
blanco bajel de guerra.
¡Oh
mi voz condecorada
con la
insignia marinera:
sobre
el corazón de un ancla
y sobre
el ancla una estrella
y sobre
la estrella el viento
y sobre
el viento la vela!