La Asunción de
María
15 de Agosto
"!Dichosa tú que has
creido!" (Lc 1,45) |
Ap 11,19a; 12,1-6a.10b
1Cor 15,20-27a
Lc 1,39-56
La
fiesta de la Asunción de María nos invita a contemplar en la Madre del Señor la
anticipación del destino glorioso reservado a todos los creyentes, quienes
participando por la fe y el bautismo en la muerte y resurrección de Cristo están
llamados a gozar un día de la eterna comunión con Dios. María llevada al cielo
es signo de esperanza y motivo de gozo para los que aun caminamos en la
oscuridad y las luchas de la historia (primera lectura). Nosotros
también estamos llamados – como ella – a participar de la Pascua de Cristo,
principio de la nueva creación, más allá de la muerte y del mal (segunda
lectura).
La primera lectura (Ap 11,19a;12,1-6a.10b)
es una bellísima reflexión de tono apocalíptico sobre el misterio de la Iglesia
y sumisión en la historia. En esta página bíblica resaltan dos ricos símbolos: el
arca de la alianza y la mujer encinta a punto de dar a luz. El arca
es el lugar de la presencia de Dios y el símbolo de las intervenciones del
Señor en medio de la historia (11,19a). Según una antigua leyenda judía, el
arca, destruida en ocasión del exilio de Babilonia, debía volver a aparecer
con la llegada del Mesías. Su mención al final del capítulo 11 indica que lo
que está por describirse pertenece al tiempo de la plenitud mesiánica, al momento
culminante de la salvación. A continuación el capítulo12 se abre con el otro
símbolo, el de la mujer,"vestida del sol, con la luna bajo sus
pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza" (Ap 12,1). En la
tradición bíblica la mujer es imagen del pueblo de Dios, envuelto aquí dela luz
de la presencia divina (Sal 104,2) y de las promesas de salvación (Sal
89,37-38); un pueblo que aun viviendo en la historia posee una vocación de
eternidad por encima de las contingencias y limitaciones del tiempo (la luna,
el astro que determinaba el calendario bíblico, está sometida a sus pies);un
pueblo que tiene su origen en las doce tribus de Israel y en los doce apóstoles
del Cordero (las doce estrellas). La mujer" estaba encinta y las angustias
del parto le arrancaban gemidos de dolor" (v. 2). Es el pueblo de Dios, la
Iglesia, que en medio de las dificultades y pruebas de la historia está llamada
a dar a luz al Cristo pascual a través del testimonio de vida, de la
celebración sacramental y del anuncio evangélico. La Iglesia es descrita en una
situación de lucha delante del "dragón rojo" (color de la violencia
en el Apocalipsis), símbolo de las fuerzas idolátricas e inhumanas de origen
demoníaco que se encarnan en los centros de poder de este mundo (tiene siete
cabezas y diez cuernos). En el centro de tal combate aparece la figura de un
"hijo varón", asediado por el dragón pero puesto a salvo "junto
al trono de Dios". Es la victoria del Cristo pascual anunciado y testimoniado
por la iglesia, "destinado a gobernar a todas las naciones con cetro de
hierro".La Iglesia entera da a luz a Cristo y, aun cuando sufre la
persecución y el dolor, participa de su triunfo sobre el pecado y sobre el mal.
La
lectura mariológica de esta página del Apocalipsis, que ve en aquella mujer a
María madre del Mesías, es casi espontánea. En un segundo momento podemos
aplicar la lectura del Apocalipsis a María. En la plenitud de los tiempo sella
ha engendrado en la carne al Mesías salvador, en la cruz ha sufrido la pérdida
de su hijo, condenado a muerte por las fuerzas del mal, y en la resurrección,
inicio de la nueva era dela salvación, ha participado de la victoria de Cristo
sobre la muerte como primera creyente, fuente de esperanza y modelo de todo
discípulo y de la Iglesia entera.
La segunda lectura (1Cor 15,20-27a) es una
magnífica reflexión paulina sobre la íntima relación que hay entre la
resurrección de Cristo y la resurrección de los cristianos. Con un lenguaje
hecho de ricas reminiscencias bíblicas, de tono apocalíptico e incluso penetrado
de matices y categorías helenísticas, Pablo expresa su visión cristológica de
la historia. Toda la humanidad, los hombres y mujeres de todos los tiempos, se
encaminan hacia aquel punto Omega que es Cristo Resucitado, "primer fruto
de quienes duermen el sueño de la muerte" (1Cor 15,20), nuevo Adán,
principio de la nueva humanidad. La vida de Cristo Resucitado es la vocación
eterna de todo hombre. Para Pablo, en efecto, la historia conoce dos momentos:
primero, la resurrección de Cristo como "primicia" y luego, la de todos
los que son de Cristo. "Por su unión con Adán todos los hombres mueren,
así también por su unión con Cristo, todos retornarán a la vida. Pero cada uno
según su rango: como primer fruto, Cristo, luego el día de su manifestación
gloriosa, los que pertenezcan a Cristo" (1Cor 15,23). María es el primer eslabón
de esa inmensa cadena de criaturas que Dios recupera para la vida eterna, en
virtud de la muerte y resurrección de Cristo. Entre "todos los que son de
Cristo" ocupa un lugar privilegiado su Madre, creyente por excelencia y
modelo de comunión de amor con Cristo su Hijo. Al final – dice Pablo– cuando la
muerte, "el último enemigo" sea destruido (v. 26), "Dios será
todo en todos" (v. 28).Ese destino de gloria se ha realizado ya en María
llevada al cielo, en quien la Iglesia contempla desde ahora la realización plena
del misterio pascual de Cristo.
El evangelio (Lc 1,39-56)
narra el encuentro entre María e Isabel y nos hace escuchar el cántico de
alabanza entonado por la Madre del Señor. María, modelo de la Iglesia (primera
lectura) y primera criatura que participa del misterio pascual (segunda lectura),
es presentada en el relato de la Visitación como nueva arca de la alianza.
La reacción de Isabel: "!Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto
de tu vientre!. Pero, ¿cómo es posible que venga a visitarme la madre de mi Señor?"
(Lc 1,42-43), representa el estupor de la comunidad creyente delante del arca
de Dios en medio de su pueblo y, por tanto, delante de la certeza de que el
hombre es llamado por Diosa una alianza perfecta y definitiva. De hecho, en 2Sam
6,9,leemos que David, mientras avanzaba el arca del Señor hacia Jerusalén,
exclamó; “¿Cómo podrá venir a mí el arca del Señor?". Es la misma frase de
Isabel, sólo que la expresión "arca del Señor" ha sido sustituida por
"madre del Señor". María es presentada de esta forma como signo de la
cercanía amorosa de Dios. Ella, como nueva arca, lleva en su seno a Cristo,
Mesías de una alianza nueva y eterna; ella es la nueva tierra que Dios fecunda
con su Espíritu (Lc 1,35a; Gen 1,2; Ez 37,14; Sal 104,30), el nuevo tabernáculo
de la alianza, cubierto con la sombra del Omnipotente (Lc 1,35b; Ex 40,34; Sal
91,1; 121,5); el nuevo Israel que dialoga con Dios y cumple su alianza para
siempre (Lc 1,34.38; Ex 19,8; Jos 24,24).
Isabel
llama a María la madre de mi Señor. Ha descubierto que María pertenece a
la nueva realidad del reino, que ha entrado en el mundo nuevo de la vida de
Dios. María ha creído, y por medio de la fe, lleva la misma vida divina en sus
entrañas. Y continúa: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito en fruto de
tu vientre! En la Biblia la bendición de Dios es sinónimo de vida, de
fecundidad, de paz y de salvación. Por eso Jesús es la bendición plena y definitiva
que Dios ha donado a los hombres. Jesús, a quien María lleva en su seno, es el
Bendito. Por eso ella, su madre, también es bendita, porque es portadora de la
vida definitiva para el mundo. Ella es bendita entre las mujeres, es decir,
entre las que generan y donan la vida en la historia. Al final Isabel proclama
la gran bienaventuranza de María: “¡Bienaventurada tú que has creído (en
griego: he pisteúsasa,"la creyente)!" (Lc 1,45). Ella es la
primera de los bienaventurados (cf. Lc 6,20-21), la primera de los pobres de este
mundo que, en medio de su misma pobreza y de su llanto, han recibido la gracia
de Dios y han respondido con fe y con espíritu abierto a los planes de Dios. María
es de Dios. Por eso es grande y dichosa: ha recibido el don de Dios, ha creído,
y apoyada en esa fe puede presentarse como portadora de Dios entre los hombres.
María
es mujer de nuestra historia, abierta a Dios y a los hombres. Ha vivido siempre
en actitud de gratuidad yde donación. Por eso su cántico de alabanza, el
Magnificat, es la oración de los pobres del Señor, una alabanza agradecida por
la presencia de Dios que salva a su pueblo. En el canto de María se celebra el
acto de misericordia supremo y definitivo realizado por Dios en favor de los
hombres a través del nacimiento, la muerte y la resurrección–exaltación del Mesías
Señor. María recibe con humildad las palabras de saludo y de bendición de parte
de Isabel. No niega el misterio, no rechaza la fuerza y la alegría de la
gracia. No oculta lo que Dios ha ido realizando en su vida. María ora: se abre
a Dios, se deja sorprender por el gozo y la presencia de la gracia divina. Y responde
devolviendo a Dios la gloria y la alabanza que Isabel le ha ofrecido: "Proclama
mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador,
porque ha mirado la humildad de su sierva" (Lc 1,47-48). Toda la
existencia de María es un canto de alabanza a Dios que ha obrado grandemente en
su vida: "Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones. Porque
el Poderoso ha hecho en mí obras grandes, su nombre es santo y su misericordia
llega a sus fieles de generación en generación" (Lc 1,48-50). La
Virgen se reconoce amada de Dios que es su Señor, y canta agradecida.
Pero
luego da un paso más en su alabanza. Como auténtica orante, se descubre también
vinculada a los hombres y mujeres de la historia. En su oración su vida se
expande solidaria y fraterna hacia toda la humanidad: "El Señor despliega
el poder de su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a
los poderosos y eleva a los oprimidos; colma de bienes a los hambrientos y
despide vacíos a los ricos" (Lc 1,51-53). María proclama no sólo lo
que Dios ha hecho en su vida, sino que alza su voz para cantar la acción de
Dios en la humanidad. Se descubre inmersa en la historia de pobreza y
sufrimiento de los hombres, descubriendo, al mismo tiempo, la fuerza creadora
de Dios que transforma, por medio de Jesús, las viejas condiciones de la
historia. María alaba al Señor por esa misteriosa forma en que actúa en favor de
los pequeños de este mundo (los pobres, los humillados, los últimos, los
oprimidos), acabando con la prepotencia y la soberbia de los grandes (los
ricos, los poderosos, los saciados).Es el nuevo orden de cosas que surge con la
venida de su Hijo, el Mesías Jesús. De esta forma, la palabra más profunda y
gozosa del misterio de Dios, la oración más íntima, se convierte en María en
proclamación gozosa de la gran transformación social y política de la humanidad
que supone la llegada del reino. El Magnificat denuncia la mentira y la
ilusión de los que se creen señores dela historia y árbitros de su destino, y
alienta la esperanza delos que, como María, poseen un corazón lleno de amor,
abierto a Dios y a los hombres, un corazón libre y liberado.
La
celebración de la Asunción es la celebración del gran triunfo de Dios y de
Jesús su Hijo, Mesías y Señor, en María, "la pequeña sierva del Señor".
La Asunción de María es la fiesta de la victoria de Cristo en el discípulo
cristiano, una victoria que se realiza a través del servicio, el olvido de sí,
la entrega sin límites en el amor y la cruz. María es para nosotros el
compendio completo de esta gran aventura: ella, desde la plena y humilde donación
de sí a Dios y a los hombres, ha ascendido a la gloria de Dios. En la fiesta de
la Asunción de María a los cielos celebramos que la raíz de la transformación
plena de todo hombre se encuentra en la fuerza de la fe y de la pobreza. María se
encuentra, por una parte, alejada, separada de los hombres, participa ya con
Cristo de su gloria, está resucitada, ha subido ya a los cielos. Pero, al mismo
tiempo, ella se presenta con Cristo y desde Cristo, como la persona más
cercana, más fuerte y eficiente dentro de la historia. De esta forma nos ayuda
y acompaña en el camino de la fe y del amor, para que seamos hijos de Dios y
discípulos de su Hijo y podamos un día llegar —como ella — a la gloria eterna
del cielo.