Contexto eclesial en el que Santa Teresa leyó la Biblia

 

 

 

La época en que vivió Santa Teresa fue particularmente difícil y llena de novedades. La Iglesia sufría uno de sus desgarrones más profundos con el protestantismo y existían motivos para dudar de muchas experiencias espirituales dada la proliferación de fenómenos pseudomísticos en el ambiente. La mujer ocupaba un lugar muy secundario en la escala social y en los ambientes eclesiásticos. Todo esto marcó profundamente la vida de Santa Teresa y su relación con la Biblia. Pero a pesar de los condicionamientos eclesiásticos en este aspecto ella aparece admirable por su postura profética, su libertad y su amor inmenso por la Biblia.

 

Una época en que la Biblia era prohibida para el pueblo

Santa Teresa vivió una época en que el acceso a la Sagrada Escritura era parcial e indirecto. Su cultura bíblica es incompleta y poco sistemática. No tuvo nunca un ejemplar de la Biblia delante para leerlo, estudiarlo o consultarlo. En su tiempo la Sagrada Escritura estaba prohibida para el pueblo pues las autoridades eclesiásticas temían que produjera daños en su fe. El reciente documento de la Pontificia Comisión Bíblica “La Interpretación de la Biblia en la Iglesia” aunque no duda en afirmar que “las Escrituras dadas a la Iglesia son el tesoro común del cuerpo completo de los creyentes”, reconoce que “la familiaridad de los fieles con el texto de las Escrituras ha sido más notable en unas épocas de la historia de la Iglesia que en otras” [1]. Una de esas épocas de poca familiaridad del pueblo con el texto bíblico lo constituyó la época de Santa Teresa.

Muchos teólogos de su tiempo estaban convencidos que la Palabra de Dios era un alimento peligroso para la gente sencilla y particularmente para las mujeres. Uno de ellos, Melchor Cano, llegó a escribir: “Por más que las mujeres reclamen con insaciable apetito comer de este fruto (leer la Sagrada Escritura), es necesario vedarlo y poner cuchillo de fuego, para que el pueblo no llegue a él” [2]. Del mismo Melchor Cano conocemos esta otra afirmación: “Porque la experiencia ha enseñado que la lección de semejantes libros, en especial con libertad de leer la Sagrada Escritura, o toda o en gran parte de ella y trasladarla en vulgar, ha hecho mucho daño a las mujeres y a los idiotas” [3].

En este ambiente, tan hostil como peligroso, Teresa demuestra un espíritu de libertad excepcional junto a un delicado amor por la Palabra de Dios. Se atreve a comentar el Paternóster, comentario que constituye la columna vertebral de su obra Camino de Perfección: “Iré fundando por aquí algunos principios y medios y fines de oración”. “No digo que diré declaración... sino consideración sobre las palabras del Paternóster” [4]. Y además escribe unas “meditaciones” sobre el Cantar de los Cantares. Sobre este librito suyo afirma al inicio: “Escribiré alguna cosa de lo que el Señor me da a entender que se encierran en palabras de que mi alma gusta para este camino de la oración...” [5].

En su época la Inquisición llegó a prohibir “libros de romance, que no se leyesen” [6]. Entre estos libros estaba naturalmente la Biblia. Tal decisión hiere profundamente el corazón de Teresa quien no puede aceptar que la Palabra de Dios sea patrimonio sólo de algunos en la Iglesia y afirma: “Que tampoco nos hemos de quedar las mujeres tan de fuera de gozar las riquezas del Señor” [7]. Es decir, las riquezas la Palabra de Dios contenida en la Escritura. En el mismo texto afirma: “Tengo por cierto no le pesa que nos consolemos y deleitemos en sus palabras y obras”. En la primera redacción de Camino de Perfección también manifiesta su convicción profunda de que la Escritura nos la ha dado Dios a todos: “¡Bendito sea el que nos convida que vayamos a beber en su Evangelio!” [8].

 

Un conocimiento parcial e indirecto de la Biblia

Santa Teresa no pudo leer la Biblia en forma íntegra. La conoce además sólo de forma indirecta a través de los libros espirituales de la época como las Epístolas de San Jerónimo [9], los Morales de San Gregorio [10], las Confesiones de San Agustín [11], la Vita Christi del Cartujano [12], etc. Habría que añadir también aquí la Regla de San Alberto de Jerusalén, un escrito plagado de citas y sabor bíblico, que seguramente Teresa conoció. Sabemos que Teresa fue desde niña una asidua lectora [13]. Otra fuente de conocimiento indirecto de la Biblia para Teresa fue la liturgia, sobre todo el rezo del Oficio Divino [14] y la celebración de la Eucaristía. Muchas citas bíblicas las conoció a través de lo que oía en los sermones de la época [15], dato que nos presenta a Santa Teresa como alguien con gran capacidad de escucha y receptividad y apunta hacia uno de los contextos privilegiados de la época para conocer la Biblia: el contexto litúrgico.

 


Footnotes

[1] Pontificia Comisión Bíblica, La Interpretación de la Biblia en la Iglesia, III,3.

[2] A. Caballero, Conquenses ilustres II, Madrid 1871, 597, cit. por O. Steggink, Experiencia y realismo en Santa Teresa y San Juan de la Cruz, EDES, Madrid 1974, 169.

[3] Cit. por M. Andrés, La Teología española en el siglo XVI, II, BAC, Madrid 1978, 573.

[4] C 21,4.

[5] Pról. 3. De este mismo libro escribe a María Bautista el 28 de agosto de 1575: “ÀPor qué no me dice si ha dado [el P. Báñez] por bueno el libro pequeño...? Hágame señalar lo que se ha de quitar, que harto me he holgado no se hayan quemado”.

[6] V 26,6.

[7] CAD 1,8.

[8] CE 35,4.

[9] V 3,7.

[10] Ib., 5,8.

[11] Ib., 9,7-8.

[12] Ib., 39,9.

[13] Cf. V 1,1; 1.5; 2,1; 3,4; 3,6; 3,7 6,4; C 21,4.

[14] Cf. V 19,9; 20,24; etc.

[15] En Conceptos del amor de Dios afirma haber entendido mucho del Cantar de los Cantares a través de un “sermón harto admirable” (CAD 1,5) del que afirma: “fue el Señor servido oyese algunas cosas de los Cánticos” (CAD 1,6). Es conocido su gusto por las predicaciones: “Era aficionadísima a ellos (a los sermones), de manera que si veía alguno predicar con espíritu y bien, un amor particular le cobraba... Casi nunca me parecía tan mal un sermón que no le oyese de buena gana, aunque al dicho de lo que le oían no predicase bien. Si era bueno, érame muy particular recreación” (V 8,12).

 

 

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