DOMINGO DE PASCUA

Hechos 10,34a.37-43

Colosenses 3,1-4

Juan 20,1-9

Las lecturas bíblicas del día de pascua rebozan de esperanza y son una gozosa proclamación del acontecimiento central de la fe cristiana: la resurrección del Señor. En la pascua la historia y el mundo se han visto envueltos en un proceso de transformación que ya ha iniciado hasta la plena consumación de la plenitud divina. Cristo ha roto la prisión de la muerte y del límite humano, del pecado y del temor y ha inaugurado el reino de la redención y de la gracia. La creación entera, penetrada por la vida del Cristo Resucitado, adquiere hoy una nueva dimensión. El mundo se llena de vida, la historia de esperanza, y el hombre se transforman en hijo. La Pascua es, por tanto, la conquista de un sentido y de un fin nuevo para todo el cosmos: "¡El es nuestra esperanza!" (Col 1,27). En el corazón del anuncio cristiano (1a. lectura) y de la transformación de la humanidad (2a. lectura) está siempre presente la fuerza vivificante de el acontecimiento definitivo de la pascua de Cristo (evangelio).

La primera lectura (Hech 10, 34a-37-43) está tomada del discurso de Pedro en la casa del Cornelio, el centurión romano de Cesarea, el primer pagano recibido como cristiano por uno de los apóstoles y que representa a todos aquellos que buscan la verdad con corazón sincero y que constituyen para Dios "un pueblo consagrado a su nombre" (Hch 15,14). El tiempo pascual se inaugura, por tanto, con el anuncio de Cristo a todas las naciones y a todos los hombres sin distinción. Los versículos que son proclamados hoy en la liturgia recuerdan el kerigma usado en la predicación de la iglesia primitiva. El anuncio estaba centrado todo él en la figura y la actividad de Jesús, el resucitado, a través de cuatro etapas fundamentales y que constituyen todo un modelo para toda acción evangelizadora: (a) se parte de la realidad y de las personas concretas, de las esperanzas e ilusiones de la gente, de lo que el pueblo conoce (v. 37: "ustedes están enterados de lo ocurrido en el país de los judíos comenzando por Galilea después del bautismo de Juan"); (b) toda esta realidad y la expectativa de los hombres se pone en relación con el contenido fundamental del evangelio, como anuncio de paz, de liberación, de justicia y salvación, don de Dios para todos los pueblos (v. 38: "me refiero a Jesús de Nazaret, a quien Dios ungió con el poder del Espíritu Santo; él pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, por que Dios estaba con él); (c) se insiste en que esto no es una teoría o una simple doctrina sino que es un acontecimiento dentro de la historia humana, una fuerza liberadora de Dios en medio de la debilidad y de la injusticia del mundo, un evento que tiene como protagonista a Jesús, muerto en manos de los hombres pero resucitado por Dios (v. 39: "a él a quien mataron colgándolo en un madero, Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se apareciera a nosotros…"); (d) finalmente se sacan las consecuencias prácticas: se debe hacer una opción y tomar una decisión (v. 43: "todo el que cree en él recibe el perdón de los pecados, por medio de su nombre"). En síntesis, los apóstoles con el kerigma daban testimonio de la acción liberadora de Jesús durante su ministerio terreno, de la injusta muerte a la que fue sometido y del poder de Dios sobre la muerte y sobre todas las fuerzas tenebrosas del mundo que deshumanizan al hombre.

En la segunda lectura (Col 3,1-4) se insiste precisamente en la decisión de fe que supone el haber escuchado el kerigma: "ya que han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba" (v. 1). El misterio pascual de Cristo es presentado con el conocido esquema bíblico espacial de la exaltación de la tierra hacia el cielo, de la muerte a la vida, de la humanidad a la vida eterna y divina. Pablo lanza a los colosenses un mensaje de conversión utilizando el mismo esquema de exaltación de la pascua, aplicándolo al bautismo cristiano y a la entera existencia: "piensen en las cosas de arriba, no en las de la tierra" (v. 2). "Las cosas de arriba" es lo que Pablo llama en otros textos "el hombre nuevo", el "espíritu", la "gracia", es decir, "la vida escondida con Cristo en Dios" (v. 3), que constituye el presente de la vida cristiana y se experimenta solamente en la fe. Es una vida ciertamente "escondida" a los simples ojos físicos y a la lógica humana. Por otra parte, "las cosas de la tierra", las cosas de aquí abajo, es lo que Pablo llama "el hombre viejo", "la carne", "el pecado", que en el bautismo han pasado a formar parte del pasado del creyente, sepultadas en el agua de la fuente bautismal (cf. Rom 6,2-7). Esta vida "escondida", pero real, ya presente en cada creyente como una pequeña semilla de eternidad, se manifestará en plenitud al final: "cuando aparezca Cristo, que es vida para ustedes, entonces también aparecerán gloriosos con él" (v. 4).

El evangelio (Jn 20,1-9) nos relata la visita de María Magdalena, de Simón Pedro y del "otro discípulo" (¿Juan?) al sepulcro del Señor el primer día de la semana al rayar el sol. En la narración no se describe la resurrección, que es un evento que trasciende la historia y se sitúa más allá de lo puramente experimentable con medios humanos, sino que se quiere ofrecer el testimonio de la irrupción del Cristo resucitado en la vida de la iglesia. María busca con ansias, aun en medio de las tinieblas cuando no había salido el sol; luego corre donde Pedro y el otro discípulo (v1. 1-2). Pedro llega al sepulcro y comprueba una serie de datos (piedra rodada, sepulcro vacío, vendas abandonadas, lienzo doblado) que se convierten en auténticos "signos" para quien es disponible a la fe, para quien los ve con profundidad; el "otro discípulo", que llegó antes que Pedro a la tumba pero no entró hasta después, "vio y creyó" (v. 8). Este último discípulo, difícil de identificar con certeza, llega a convertirse en el modelo del creyente, de aquel que después de "ver" los signos, "comprende las Escrituras" (v. 9). Este ha visto realmente ya que ha comprendido la unidad del entero plan salvador de Dios. El texto joánico es un bellísimo ejemplo de cómo es la comunidad entera (mujeres, Pedro, el "otro discípulo") la que llega a obtener una comprensión plena del misterio del Resucitado. Todos han sido necesarios: la audacia y el amor de la mujer que sale desconcertada del sepulcro; la atención y la cautela de Pedro, y la intuición y comprensión creyente del "otro discípulo".