Primera semana de cuaresma

Ciclo A

Domingo (21 de febrero 1999)

Gen 2,7-9; 3,1-7

Sal 50

Rom 5,12-21

Mt 4,1-11

Los capítulos 2 y 3 del libro del Génesis, con los que se abre hoy el leccionario dominical, constituyen una grandiosa reflexión sapiencial sobre el hombre de todos los tiempos. Contrariamente a lo que se afirmaba hasta hace pocos años estos capítulos no provienen de la antigua época de la monarquía davídica en el s. X a.C., sino que, como se deduce del análisis del vocabulario y de los temas teológicos, son fruto de una tradición sapiencial más tardía y madura que probablemente hay que ubicar en el tiempo del exilio (siglos VI-V a.C.). Nos encontramos, por tanto, delante de una reflexión teológica en forma narrativa acerca de la experiencia histórica de Israel que supone la terrible noche oscura del destierro en Babilonia: el pueblo llegó a perderlo todo por haber seguido una sabiduría distinta a la de Dios, que no sólo promete más de lo que después logra dar, sino que además arrastra al desastre y a la muerte.

El capítulo 2 del Génesis describe el proyecto ideal del Creador, hecho de armonía y de luz; el capítulo 3, en cambio, presenta el resultado de un proyecto alternativo que el hombre ha querido realizar prescindiendo de Dios y cuyos resultados trágicos han sido experimentados por Israel y por todos los hombres, porque todos los hombres han pecado (cf. Rom 3,9; 5,12). El capítulo 2 habla de ’adam, un nombre hebreo colectivo que significa "humanidad", una humanidad llamada a vivir en íntima relación con la tierra (’adamah) pero que ha recibido su existencia entera de Dios su Creador (Gn 2,7). En el capítulo 3, en cambio, el hombre es descrito arrastrado por una sabiduría y una voz diversa a la de Dios, representada en la serpiente, símbolo de los cultos idolátricos cananeos de la fertilidad. Las palabras que el narrador pone en boca de este animal representan la oposición total y radical a la palabra de Dios. La serpiente, afirmando que Dios no quiere que el hombre coma de ningún árbol del jardín (Gen 3,1), representa toda una sabiduría (una mentalidad) que imagina a Dios como alguien que es malo, que no quiere la vida del hombre y que, en cierto modo, es su rival. En la Biblia, la sabiduría es una forma de vida, es una forma de pensar, una serie de actitudes que orientan la conducta de todos los días. La serpiente representa la sabiduría que lleva a la muerte, que se opone al proyecto de Dios y que empuja al hombre a vivir idolátricamente, poniéndose como nuevo y único dios. Es el drama de la historia humana y de nuestra vida de todos los días. Es el pecado "original" porque se encuentra en el origen de todo pecado.

El evangelio de hoy nos presenta a Jesús, como el verdadero Adán, el hombre perfecto y fiel al proyecto de Dios. El Adán de Génesis 2, que ha encontrado la muerte a causa del pecado, vuelve a resplandecer en el horizonte de la historia en el hombre Jesús de Nazaret. Israel, que ha murmurado y ha sido infiel durante cuarenta años en el desierto (cf. Ex 15-17; Num 11-14), encuentra en el Mesías Jesús su expresión plena y auténtica. A Jesús también, como al Adán del Génesis, le es presentado un proyecto alternativo, una propuesta "dia-bólica" (etimológicamente en griego el término indica "separación") que lo alejaría de los caminos queridos por Dios. Es lo que llamamos la tentación. A Jesús se le presentan tres propuestas diabólicas que en realidad son una sola: el tentador quiere que Jesús reniegue de su condición de Hijo obediente de Dios manifestada en su Bautismo (Mt 3,13-17) y reduzca los horizontes del reino a una mezquina ideología humana que busque satisfacer exclusivamente las necesidades materiales del hombre (tentación del pan - mesianismo terreno); que se manifieste como perversión de la religión que, en lugar de servir a Dios, se sirve de él (tentación del templo - mesianismo mágico y milagrero); y que se exprese como poder opresor y egoísta (tentación del monte - mesianismo político). Jesús, sin embargo, a diferencia del Adán del Génesis y del Israel infiel del desierto, de frente a la alternativa de Satanás, se mantiene fiel a Dios y a la sabiduría de su Palabra.

Todo se resume en la célebre y difícil reflexión paulina de Rom 5,12-21 (segunda lectura): hay dos Adanes, dos humanidades se contraponen en la historia y en nuestra vida de todos los días. El primer Adán (Génesis 2-3) representa la humanidad que va a la muerte a causa del pecado; el segundo Adán (Rom 5,12-21) es Cristo y todos aquellos que, unidos a él y como él, siguen los caminos de Dios y hacen de la sabiduría de la Palabra su norma de vida. Jesús vivió la experiencia de Adán frente de las propuestas de Satanás y repitió también la experiencia de Israel tentado en el desierto. Jesús, asumiendo todas nuestras debilidades (Heb 4,15: "ha sido probado en todo como nosotros excepto en el pecado"), ha repetido nuestra experiencia humana delante de tantas propuestas egoístas de orgullo, de egoísmo y de poder. La Palabra de Dios nos invita hoy a vivir en el desierto de la vida unidos a Jesús el Mesías, el nuevo y definitivo Adán, modelo de la verdadera humanidad. Mientras actúemos como el Adán del Génesis encontraremos la frustración y la muerte, porque "por el delito de uno solo todos murieron" (Rom 5,15), pero si vivimos unidos a Jesús, Mesías obediente al Padre (cf. Rom 5,19) con la fuerza de su gracia caminaremos hacia la vida verdadera sin ceder a las tentaciones del Maligno, porque "por la obra de uno solo, Jesucristo, vivirán y reinarán los que reciben en abundancia la gracia y el don de la salvación" (Rom 5, 17).

 

Lunes (22 de febrero): Cátedra de S. Pedro

1 Pe 5,1-4; Mt 16,13-19

En el evangelio de hoy, en primer lugar, se narra un diálogo entre Jesús y los discípulos acerca de su identidad (vv. 13-15) y luego un diálogo directamente con Pedro que habla en nombre de todos (vv. 16-19). Ciertamente hay una íntima relación entre el grupo de discípulos y Pedro. La misma declaración mesiánica de este último ha sido ya en parte anticipada en la profesión de fe de los discípulos que habían acogido a Jesús en la barca después del misterioso encuentro nocturno en el lago (Mt 14,33: "Verdaderamente eres Hijo de Dios"). Por tanto, la profesión de fe de Pedro representa la del grupo entero. Es la fe de la comunidad de Jesús y de la iglesia de todos los tiempos. A continuación Jesús se dirige a Pedro directamente desde tres perspectivas diversas. (1) Le dirige una bienaventuranza ("bienaventurado tú…") porque ha sido objeto de la revelación que el Padre del cielo hace a los pequeños (Mt 11,25-2); (2) le hace una promesa sobre su destino: será la base y el fundamento de la construcción de la comunidad mesiánica que como el Mesías no sucumbirá a la muerte; y (3) le anuncia su misión futura simbolizada en las llaves, que indican autoridad y responsabilidad (cf. Is 22,22; Ap 3,7). Pedro no será como las falsas autoridades religiosas que no dejan entrar a los hombres en el reino de los cielos y que Jesús ha criticado duramente (cf. Mt 23, 2); él deberá, como discípulo sabio del reino de los cielos, interpretar fielmente con la autoridad recibida de Jesús la voluntad de Dios para permitir a los hombres entrar en el reino. Para el evangelio de Mateo acoger y obedecer la voluntad de Dios es la condición para entrar el reino (Mt 7,21).

 

Martes (23 de febrero)

Is 55,10-11; Mt 6,7-15

El Segundo Isaías (Is 40-55) se dirige a los israelitas que están por volver del exilio de Babilonia animados por tantos oráculos proféticos que hablan de la fidelidad y el poder de Dios. La historia, sin embargo, parece contradecir las promesas divinas: la reconstrucción del país se presenta difícil, los conflictos internos son fuertes, el desanimo se ha enraizado en muchos corazones. El profeta retoma una temática con la que había introducido su profecía en el capítulo 40: "se seca la hierba, se marchita la flor, pero permanece para siempre la Palabra de nuestro Dios" (Is 40,8). A la fragilidad, la desesperanza y la impotencia del pueblo se opone la fuerza y la fidelidad de la palabra divina. Presenta la Palabra de Dios bajo el símbolo de la lluvia y de la nieve que bajan del cielo y vuelven a él. Así como la lluvia desencadena el ciclo de la fertilidad en la naturaleza, la palabra de Dios desencadena la salvación en la historia humana. Dios había creado todo con su Palabra (Gen 1) y ahora puede volver a crear una nueva época para su pueblo. Jesús, en el evangelio, nos hace un inmenso don: nos enseña a orar. Enseñándonos el Padrenuestro nos hace también capaces de dirigir al Padre esta oración. Pedimos al Padre del Cielo que venga su Reino de amor y de justicia a la historia de los hombres. Y al final Jesús nos enseña a retomar la historia delante de Dios: pedimos el sustento cotidiano como don de la providencia del Padre (presente: "danos hoy nuestro pan…"), imploramos el perdón por nuestras infidelidades al reino (pasado: "perdona nuestras ofensas…") e invocamos la fuerza para no caer en la tentación suprema de alejarnos de los caminos de Dios (futuro: "no nos dejes caer en la tentación").

 

Miércoles (24 de febrero):

Jonás 3,1-10; Lc 11,29-32

Hoy la liturgia está centrada en la figura y el simbolismo de Jonás. El libro de Jonás probablemente fue escrito en el s. V a.C. y constituye una bellísima parábola que tiene la finalidad didáctica de mostrar la infinita misericordia y el amor de Dios hacia todos los hombres. Jonás, el personaje principal del relato, fue enviado por Dios a predicar la conversión a una ciudad pagana (Nínive), pero al inicio se resistió a la misión (Jon 1-2). Jonás, por tanto, representa probablemente a los círculos judíos cerrados y nacionalistas de la época; Nínive, la ciudad extranjera, pagana y enemiga, representa a todos los hombres pecadores y excluidos de la salvación. El libro quiere mostrar que para Dios no hay acepción de personas porque como dirá el Nuevo Testamento: "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2,4). También el duro y egoísta Jonás que no quería ir a Nínive lo sabía: "Sé que tú eres un Dios clemente, compasivo, paciente y misericordioso, que te arrepientes del mal que prometes hacer" (Jon 4,2). Jonás va a Nínive y la ciudad se convierte. De esta forma el libro es una dura crítica al exclusivismo religioso y al orgullo de los que se creen buenos y discriminan a los demás como malos y pecadores. La palabra de Jonás fue un signo de Dios para aquella población que decidió convertirse; Jesús es "una señal para esta generación" (Lc 11,30). Jesús, el Hijo de Dios, "ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10). En él encontramos el perdón y la vida que vienen de Dios, "él es más grande que Jonás" (Lc 11,29-32).

 

Jueves (25 de febrero):

Est 14,1.3-5.12-14; Mt 7,7-12

La primera lectura de hoy es un bellísimo ejemplo de oración bíblica en una situación de angustia extrema. Ester está sola y débil, y su única arma en la angustia es la oración. En esta situación invoca a Dios en solidaridad con su pueblo, recordando las grandes obras de Dios en favor de Israel. Su oración es auténtica porque se apoya solamente en la gran bondad de Dios y no en sus cualidades o sus méritos personales. En el evangelio de hoy Jesús también nos da una lección de confianza profunda cuando dice: "el Padre del cielo dará cosas buenas a los que se las pidan" (Mt 7,11). "Pedir", "buscar", "llamar" a la puerta, son expresiones que indican la constancia de la oración cristiana. Jesús asegura que el Padre del cielo responderá siempre a la oración: "les dará", "encontrarán", "Dios les abrirá". Dios siempre nos dará lo que necesitamos. No nos dará una piedra en lugar de pan, ni una serpiente en lugar de un pez. Pero esto no quiere decir que Dios siempre nos dará lo que nosotros creemos necesitar y lo que exactamente estamos pidiendo. La oración cristiana no es un gesto automático por el que se manipula a Dios para que nos de lo que queremos. Jesús nos invita a pedir, a buscar y a llamar, pero dejando en manos de Dios "las cosas buenas" que él sabe que necesitamos, dejando la respuesta a su infinita sabiduría, porque "ya sabe el Padre Celestial lo que necesitamos" (Mt 6,32). Cuando buscamos en la oración podemos encontrar algo mejor que lo que creíamos buscar; cuando tocamos a la puerta en la oración no sabemos qué encontraremos detrás de la puerta. Orar es pedir y buscar, pero sin imponer Dios la respuesta previamente, sino recibiendo la que él nos quiera dar.

 

Viernes (26 de febrero):

Ez 18,21-28; Mt 5,20-26

El profeta Ezequiel se dirige a los israelitas exiliados en Babilonia quienes pensaban, de acuerdo a la teología tradicional, que su desastrosa suerte era la consecuencia fatal de muchos siglos de pecado de los antepasados. ¡La generación presente estaría experimentando el castigo del mal cometido en el pasado! Ezequiel proclama el principio de la responsabilidad personal de cada uno delante de Dios (cf. Dt 24,16; 2Re 14,16; Jer 31,29-30). El profeta no niega el principio de la solidaridad, sino que lo complementa invitando a sus contemporáneos a vivir responsablemente. Cada uno "morirá por la maldad que ha cometido". Ciertamente que el pasado siempre condiciona de alguna forma. Pero no es una herencia fatídica de la que uno no pueda liberarse, sobre todo cuando se cuenta con la acción de Dios que, según el profeta, no desea la muerte del malvado, sino "que se convierta de su conducta y viva" (Ez 18, 23). Si Ezequiel, por una parte, proclama el principio de la propia responsabilidad; por otra, asegura la posibilidad del cambio de vida en el hombre, deseado y provocado por Dios que no se complace en la muerte del malvado. En el evangelio Jesús también cree que es posible el cambio y la conversión. Por eso nos invita a reconciliarnos mientras vamos de camino, antes de llegar delante del Juez. Todavía vamos de camino y podemos podernos de acuerdo con nuestro adversario (cf. Mt 5,25). El adversario es el hermano al que hemos ofendido, pero es también Dios, en cierto modo, cuando nos encontramos en pecado.

 

Sábado (27 de febrero):

Dt 26,16-19; Mt 5,43-48

La pequeña lectura de hoy tomada del libro del Deuteronomio sirve de conclusión al llamado "Código deuteronomista" (Dt 12-26), uno de los tres códigos legales del Antiguo Testamento. El texto define claramente la relación entre Dios y el pueblo en términos de alianza, en una especie de contrato solemne. El contenido de la fórmula es que Yahveh desea ser el Dios de Israel e Israel deberá ser el pueblo de Yahveh (Ex 6,7; Jer 31,33; Ez 26,28). Es más que una simple fórmula legal. Para el Deuteronomio la relación entre Yahveh e Israel es una relación fundada en el amor gratuito de Dios que ha elegido y salvado al pueblo. El texto quiere sobre todo subrayar la libertad del pueblo para aceptar un don gratuito y su responsabilidad para vivir como pueblo amado y salvado por Dios. Jesús en el evangelio profundiza esta misma temática de la relación entre Dios y el hombre, hablando no tanto de alianza en términos jurídicos como hacía el Antiguo Testamento, sino en clave de "filiación": "amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen y así serán dignos hijos de su Padre del cielo" (Mt 5,45). La conducta del discípulo de Jesús, por tanto, se inspira en este deseo de asemejarse siempre más al Padre del cielo. Jesús pide a sus discípulos una conducta inspirada no en simples motivaciones humanas. Les pide algo casi sobrehumano: amar a los propios enemigos. Si no lo hacen, ¿qué cosa hacen de extraordinario, diverso de los publicanos y los pecadores? El verdadero fundamento de la conducta cristiana se fundamenta en que somos hijos del Padre y esta filiación debe manifestarse en nuestra vida: "sean perfectos como su Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48).