Domingo 23º

Tiempo Ordinario

"Si tu hermano te ofende, ve y llámale la atención a solas" (Mt 18,15)

Ez 33,7-9; Rm 13,8-10 ; Mt 18,15-20

La Eucaristía, fuente del amor y del perdón, nos congrega para festejar la presencia eficaz y misteriosa de Jesús en medio de la comunidad (evangelio). Es además el momento privilegiado para escuchar y acoger la Palabra de Dios que ofrece y promete la vida (primera lectura) y que se presenta como ley divina que revela el derecho del otro y ayuda a superar el egocentrismo (segunda lectura). El tema central de las lecturas bíblicas de este domingo es, en efecto, el de la caridad creativa que se expresa en la preocupación por el bien y la salvación del "tu hermano", a imagen de Jesús que "ha venido a buscar lo que estaba perdido".

En la primera lectura (Ez 33,7-9) Dios se dirige al profeta con la expresión "hijo de hombre" (ben adam). Ezequiel, el profeta que fue testigo de la destrucción de Jerusalén y vivió con su pueblo la disolución del estado y la amargura del exilio, es llamado así en su libro 93 veces (Ez 2,1.3.6.8.; 3,1.3.4.10.17.25; etc.). El título ben adam es una forma enfática o solemne de decir «hombre». El profeta, en efecto, es un hombre como todos, pero llamado por Dios a anunciar su palabra a los demás. Como auténtico “hijo de hombre” vive asido de la mano del Señor que lo ha llamado y que le sugiere a cada momento la palabra que debe proclamar. El profeta, como verdadero "hijo de hombre", es consciente de que sólo Yahvéh es el Señor de la historia. Y su misión consiste precisamente en proclamar a otros el sentido más profundo de esta historia, sentido que se le revela en la palabra que recibe de parte de Dios. El profeta, auténtico "hijo de hombre", ha sido constituido «centinela para la casa de Israel». La iniciativa ha nacido de Dios, que es "el guardián de Israel". Un guardián o centinela que no duerme ni reposa, como dice el Salmo 121. El único capaz de amar continuamente y sin interrupciónes a su pueblo. Por tanto, el profeta, constituido centinela para su pueblo, hace presente la presencia salvadora de Dios, "guardián de Israel". La palabra profética es palabra de Dios, pero que llega al pueblo a través del lenguaje del hombre: "cuando escuches la palabra de mi boca, se las comunicarás (verbo hebreo: dibber, "decir") de mi parte" (Ez 33,7). El profeta "dice" la palabra que antes ha escuchado. La misión profética inicia con la escucha de la Palabra. Llamado a proclamar el mensaje de Dios con valentía y libertad, el profeta es sobre todo alguien que escucha la Palabra. Sólo entonces comunica la palabra a otros como don y servicio, como llamada y anuncio liberador. El profeta escucha para comunicar y comunica porque antes ha escuchado.

En el envío profético y en la acogida del mensaje, que muchas veces se presenta como amonestación, como advertencia o aviso para los otros, se decide el destino del profeta y el de aquel a quien es enviado el profeta. La escucha y el mensaje tienen que ver con la vida. "Si adviertes al malvado que se convierta de su conducta, y él no se convierte, morirá él debido a su culpa, mientras que tú habrás salvado tu vida" (Ez 33,9). La salvación del profeta está en ser fiel mensajero del Dios que busca salvar; la salvación de sus oyentes se encuentra en la escucha y la obediencia dócil a la palabra profética. El profeta no salva a sus destinatarios. Acogiendo la Palabra en el corazón y poniéndola en práctica, cada uno debe tomar el camino de la vida por sí mismo. La vida se encuentra en la aceptación de la Palabra y en la conversión constante a ella. Cada uno decide. El texto bíblico insiste en el compromiso y la fidelidad a la palabra recibida. El profeta es fiel proclamándola y amonestando en su nombre; sus oyentes son fieles a ella escuchándola y cambiando de vida. El Señor dice al profeta: “Yo te pediré a ti cuentas de su sangre” (Ez 33,8). Este último es constituido “centinela” que no debe ceder al sueño ni al cansancio. Es el vigía incansable que vela por el bien y la vida de los otros. El centinela es por definición uno que no se puede relajar, que no debe descansar indiferente, ni dejarse alcanzar jamás por la irresponsabilidad o la flojera, porque a él se le ha confiado la vida de los demás. La comunidad de Dios, "la casa de Israel", es imaginada como una ciudad compacta donde la actitud comprometida y vigilante del profeta–centinela permite a los demás dormir tranquilos, porque él hace la ronda en obediencia a Dios que le ha confiado la misión y de la cual se le pedirá cuentas.

La segunda lectura (Rm 13,8-10) presenta en el v. 8 (al inicio) y en el v. 10 (al final) la síntesis de todo el mensaje del texto: “El que ama al prójimo, ha cumplido ya toda la ley” (v.8); “cumplir perfectamente la ley consiste en amar” (v.10). Es interesante notar la repetición de términos en forma alterna: "amar – cumplir la ley – cumplir la ley – amar". Una forma de redacción que en exégesis bíblica recibe el nombre de "quiasmo". Esta forma particular de repetición en orden inverso quiere acentuar el mensaje que se quiere transmitir: quien ama verdaderamente no tiene necesidad de ninguna ley porque la ha cumplido en plenitud, la ley debe estar al servicio del amor e inspirada por el amor. El texto probablemente se refiere a la ley en general y no sólo a la ley mosaica de Exodo 20. Para Pablo la ley, –toda ley–, es el lugar de relación con el “otro”, –con el prójimo–, es relación con el derecho del otro. La ley auténtica abre un espacio en donde cada uno es forzado a salir del propio egoísmo para adquirir la actitud que caracteriza al hombre maduro: la donación y la entrega a los demás. El texto de Romanos 13 evoca algunos mandamientos de la Ley de Moisés como paradigma de toda ley, aunque solo enumera los mandamientos que tienen que ver con la relación con el prójimo. Pablo intenta mostrar cómo la ley debe estar al servicio de la vida. Un poco como el profeta en la primera lectura. De hecho, la ley y la profecía eran los caminos normales por los que llegaba al israelita la palabra de Dios.

El evangelio (Mt 18,15-20) pertenece al cuarto discurso del libro de Mateo (c. 18) dedicado enteramente a las relaciones comunitarias en la Iglesia. Es una especie de "regla de la comunidad" pensada como precioso instrumento pastoral para iluminar el gobierno y la organización de la Iglesia. Es discutido entre los exegetas si el argumento del texto de hoy es la reconciliación con el hermano después de una ofensa recibida o, más en general, la corrección fraterna a un hermano que ha pecado. Todo depende de la traducción que se elija para el v. 15, el cual aparece en algunos códices griegos antiguos ya sea con un texto largo ("si tu hermano peca contra ti") o en los importantes códices Sinaítico y Vaticano con un texto corto ("si tu hermano peca"). Más allá de este problema técnico de crítica textual, del cual se ocupan los exegetas bíblicos, lo cierto es que nos encontramos delante de un texto que invita a cada uno de los miembros de la comunidad a restablecer, cueste lo que cueste, la unidad y la concordia fraterna entre los hermanos. El tema de la corrección fraterna es clásico en la tradición cristiana, pero sabemos que su ejercicio llega a ser un arte y supone humildad recíproca, amor auténtico, delicadeza y sensibilidad interior. Aquella misma responsabilidad que hemos descubierto en el profeta (primera lectura), llamado a velar por toda la "casa de Israel" anunciándole la Palabra de parte de Dios, ahora pertenece a toda la comunidad cristiana y a cada uno de sus miembros, llamados a preocuparse por los demás y a esforzarse misericordiosamente por recobrar a los hermanos que han pecado.

El procedimiento que se describe en Mt 18,15-17 no es propiamente un proceso disciplinar, por lo que no se debe interpretar en clave jurídica. Para Mateo la Iglesia es una comunidad mixta, en donde coexisten "buenos y malos" (Mt 5,45); un juicio de separación antes del final no es competencia de la comunidad eclesial, sería contradecir la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13,24-30). Las dos personas, de las que habla el v. 16, no tienen propiamente el papel de testigos en un proceso judicial; el recurso a la asamblea que se propone como tercera instancia (v. 17) no es un tribunal que examina o juzga; ni tampoco la fórmula "considéralo como un publicano" debe ser interpretada como una sentencia de "excomunión", ya que no emana de la comunidad. Más bien el texto es una invitación a buscar, a toda costa, la unidad y el acuerdo con el hermano, agotando todas las posibilidades de diálogo y de aclaración antes de una separación definitiva. Ante un pecado o una mala acción del hermano, el evangelio propone utilizar la palabra sincera y caritativa. Una palabra dialogante y miericordiosa que "busca salvar a tu hermano" (v. 15). En la sociedad se intenta restablecer la justicia a través de un juicio que establece la condena del culpable después del veredicto de un juez. Es un sistema jurídico que castiga el mal eliminando al culpable y provocando “miedo”, un miedo que luego hará que el hombre se comporte bien. Se combate la fuerza por medio de la fuerza. El evangelio propone otro camino: hablar con el hermano e intentar convencerlo de su mal para que cambie. La sanción no es jurídica. Es una verdadera “mediación” de amor que desea tocar al hombre para que libremente opte por el bien. Lo que Dios quiere no es la muerte del pecador sino que se convierta y viva. Se busca por todos los medios salvar al “otro”, no condenarlo. Este estilo de diálogo fraterno corresponde a la voluntad del Padre del cielo que se preocupa por buscar y recuperar a los hermanos más pequeños (Mt 18,14). Sólo si este intento misericordioso y perseverante de acción pastoral llegara a fracasar, al hermano se le coloca en la categoría de los paganos o publicanos, que no comparten el estilo de vida de los discípulos, pero que son siempre objeto del amor misericordioso de Dios.

En esta óptica pastoral, más que jurídico–disciplinar, también las palabras sobre la autoridad asumen una tonalidad religiosa más amplia (vv. 18-20). La expresión "ligar–desatar" (v. 18) no puede limitarse sólo a la interpretación de la voluntad de Dios con autoridad, como en el caso de Pedro (Mt 16,19), ni tampoco se puede reducir al ámbito disciplinar de la excomunión. Más bien hay que ver en estas palabras una sanción definitiva en relación a la decisión que se ha tomado sobre el hermano irrecuperable, después de haber agotado todos los medios por salvarlo. Las palabras de Jesús se dirigen a todos los discípulos llamados a practicar la norma del diálogo pastoral y llevarlo hasta las últimas consecuencias, agotando todas las posibilidades con tal de salvar al hermano. Este tipo de conducta se apoya en la misma autoridad de Dios: "lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo; y lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo" (v. 18). Esta interpretación del principio de autoridad se confirma con la promesa que viene a continuación. A dos hermanos que se ponen de acuerdo "en la tierra" se les promete que sus oraciones serán escuchadas "en el cielo" (v. 19). La concordia, la unidad, la comunión entre los hermanos, da eficacia a su oración. Y todo porque "donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (v. 20). La presencia de Jesús, Hijo de Dios y Señor, es la razón profunda del estar juntos en la comunidad superando las divisiones y las separaciones que brotan del pecado y del miedo. Una comunidad reconciliada y orante es el lugar definitivo de la presencia de Dios.

 

 

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