Domingo 24º

Tiempo Ordinario

"¿Cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano?" (Mt 18,21)

 

Eclo 27,30-28,9; Rom 14,7-9; Mt 18,21-35

El tema unificante de las lecturas de este domingo se reconoce fácilmente: el perdón recíproco. La vida humana inevitablemente está marcada por los fallos y los errores humanos. Y para no vernos continuamente aplastados por su peso necesitamos perdonarnos unos a otros, es decir, romper decididamente para siempre con la lógica de la venganza, la cadena del odio, la prisión del rencor y de la ira. Pero siendo el perdón un rasgo fundamental del actuar divino, también posee una dimensión teológica y moral de primera importancia para la vida cristiana. Hoy las lecturas bíblicas nos invitan a volver a encontrar el valor de la magnanimidad y del amor, del perdón gozoso, ilimitado, generoso. Esta es la norma del comportamiento de Dios y esta debe ser también la norma del comportamiento del creyente (evangelio).

La primera lectura (Eclo 27,30-28,7), tomada del libro del Eclesiástico, escrito al inicio del siglo II a.C., insiste en el daño que produce la venganza y el rencor y en el valor teológico del perdón y la piedad. En estilo sapiencial el texto hace confluir en la experiencia religiosa exigencias vitales concretas e inmediatas. Se afirma que "el rencor y la ira son despreciables" (Eclo 27,30), pero sobre todo se dice que "del vengativo se vengará el Señor y de sus pecados llevará cuenta exacta" (Eclo 28,1). El perdón, por tanto, no es sólo un valor importante para una convivencia humana sana y llevadera, sino una exigencia fundamental a nivel religioso. El rencor y la venganza hacia el hermano impiden el trato con Dios y nos alejan de sus caminos. Para el sabio se trata de pecados gravísimos que Dios no olvida y de los cuales "lleva cuenta exacta". La única forma de salir de ese círculo mortal de la venganza y del rencor y restablecer la relación justa con Dios es perdonando sinceramente al otro: "Perdona a tu prójimo la ofensa, y cuando reces serán perdonados tus pecados. El que alimenta rencor contra otro. ¿Cómo puede pedir que el Señor lo sane?. Si un hombre no se compadece de su semejante, ¿cómo se atreve a suplicar por sus culpas?" (Eclo 28,2-4). El sabio, consciente de la finitud de la vida y de lo efímero de la existencia humana (vv. 5-6), insiste una y otra vez: "Acuérdate de tu fin y deja de odiar" (v. 5), "no guardes rencor a tu prójimo" (v. 6). El mismo Señor que ha hecho alianza con Israel y ha perdonado continuamente sus culpas es modelo e inspiración para el perdón recíproco. Por eso el sabio termina su exhortación –como la había iniciado– en clave religiosa: "Acuérdate de la alianza del Altísimo y pasa por alto las ofensas" (v. 7).

La segunda lectura (Rom 14,7-9) nos ofrece una clave para comprender el sentido del perdón cristiano. A la raíz de nuestra actitud de amor y de misericordia hacia los demás hay una verdad fundamental: "Ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo; si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor... Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos". Pablo toca un tema que le apasiona y que desarrolla en otras de sus cartas: la pertenencia del creyente a Cristo en el arco de toda su existencia. El cristiano, tanto en la vida como en la muerte, pertenece al Señor resucitado que ha vencido la muerte y nos ha dado la vida. Vive en comunión con él y con la fuerza de vida que brota de la Pascua y nos conduce a Dios. Por eso Pablo podía afirmar: "Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20).

El evangelio (Mt 18,21-35) desarrolla el valor teológico del perdón que encontrábamos ya en la reflexión sapiencial del libro del Eclesiástico (primera lectura). La parábola del rey piadoso y del siervo despiadado pertenece al capítulo 18 de Mateo, dedicado a las relaciones al interior de la comunidad cristiana. El domingo pasado el evangelio insistía en el valor y el modo de realizar la corrección fraterna. Este domingo todo está centrado en el valor del perdón fraterno ilimitado según el ejemplo y el estilo de Dios tal como se ha revelado y realizado en Jesús. La pregunta inicial de Pedro y la respuesta de Jesús nos permiten captar desde el inicio la clave de lectura de este aspecto fundamental de la moral cristiana. Pedro le pregunta a Jesús: "Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano cuando me ofende. ¿Siete veces?" (v. 21). Piensa que ya ha ido demasiado lejos hablando de perdonar siete veces. Y en realidad tenía razón. Perdonar al hermano "siete veces" era ya una medida que superaba la que estaba prevista por la praxis de los maestros judíos. Pero Jesús no tolera precisiones legalistas en este aspecto y propone un perdón fraterno sin medida de ningún tipo: "setenta veces siete". La expresión alude al canto de la violencia de Lámec, que establece la ley de la represalia ilimitada: "Si a Caín se le venga siete veces, a Lámec, setenta y siete" (Gen 4,24). A la lógica de la venganza el evangelio contrapone la del perdón sin límites, la única que puede desactivar el mecanismo que genera una y otra vez el pecado y la división entre los hermanos. Jesús pasa de una concepción cuantitativa (¿cuántas veces?) a una visión cualitativa del perdón (a imagen de Dios). El cristiano no lleva cuenta de las veces que perdona, sino que habiendo hecho experiencia personal del perdón divino y de la salvación de Cristo, está siempre dispuesto a actuar con misericordia y a perdonar de corazón. El cristiano vive a imagen de Dios, que es "clemente y compasivo, paciente y lleno de amor; no está siempre acusando ni guarda rencor eternamente; no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga de acuerdo a nuestras culpas" (Salmo responsorial: Sal 103,8-9).

La parábola del rey compasivo y del siervo despiadado ilustra muy bien este paso de una concepción cuantitativa a otra cualitativa del perdón. Toda la narración está construida en base a un contraste. Se trata de la oposición entre dos comportamientos: la deuda del primer siervo es inmensa (diez mil talentos), y sin embargo al rey le basta un gesto de buena voluntad y el perdón es inmediato; el siervo tiene un compañero que le debe una cantidad mínima (cien denarios), y sin embargo se muestra implacable e intolerable con su semejante. El primer siervo ha hecho experiencia de la magnanimidad y la misericordia de su señor y luego no es capaz de hacer lo mismo con su compañero. La enseñanza de la parábola es clara: Dios, en su infinita bondad, supera las expectativas del hombre perdonándole todo; el hombre se revela mezquino y despiadado en relación con sus semejantes incluso por una minucia o una pequeña ofensa. Toda la parábola gira en torno al verbo elléin ("tener piedad"). La inmensa deuda del primer siervo, prácticamente imposible de pagar, fue perdonada por el rey que "tuvo piedad" de él. El único motivo por el que fue condonada totalmente su deuda fue el impulso espontáneo de amor compasivo de su señor. Al final de la parábola este es también el motivo de la condena del siervo que no supo actuar con la misma actitud espiritual y cambiar así el tipo de relación con el compañero que le debía los cien denarios: "Siervo miserable, yo te perdoné toda aquella deuda, porque me lo suplicaste. ¿No debías haber tenido piedad de tu compañero como yo tuve piedad de ti? Entonces su señor, muy enojado, lo entregó para que lo castigaran hasta que pagara toda la deuda" (vv. 33-34). La parábola ciertamente es una invitación seria a traducir en obras concretas el perdón que hemos recibido de parte de Dios. Un perdón que debe madurar desde el corazón, desde el interior de la persona transformada por el perdón salvador de Dios. Pero el evangelista en la aplicación práctica de la parábola acentúa también el juicio último de condenación que le espera a quien no ha puesto en práctica la misericordia en la forma concreta del perdón fraterno: "Lo mismo hará con ustedes mi Padre celestial si no se perdonan de corazón unos a otros" (v. 35).

El verbo dominante de la palabra de Dios de hoy es el verbo griego elléin ("tener piedad") que aparece dos veces en Mt 18,33 en la frase que el rey le dice al siervo despiadado que no fue capaz de perdonar a su compañero: "¿No debías haber tenido piedad de tu compañero, como yo tuve piedad de ti?". La Palabra de Dios hoy nos invita a un perdón que supera las leyes de la justicia rígida, de los intereses y del rigor inflexible. No hay límites para el perdón cuando se juzga con piedad y con amor al otro. Quien ha experimentado el perdón del Señor se vuelve compasivo y misericordioso hacia los demás. Nuestro modelo es Jesús que acoge y perdona gratuitamente y sin límites a los pecadores.

 

 

 

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