Domingo XXVIII

Tiempo Ordinario

"Son muchos los llamados y pocos los escogidos" (Mt 22,14)

 

Is 25, 6-10; Filp 4, 12-14.19-20; Mt 22, 1-14

A través de la imagen de un espléndido banquete, este domingo la Palabra de Dios se centra en el tema del rechazo y la acogida del don de Dios, del don del reino y de la salvación. El gran banquete sobre la montaña de Sión es una imagen de la alegría de las naciones por la salvación de Israel (primera lectura). El banquete, signo de comunión e intimidad en la Biblia, encuentra en la colaboración material de los filipenses a Pablo una expresión particular muy concreta (segunda lectura). La parábola del evangelio revela la gravedad del rechazo de Jesús y la exigencia de una actitud de conversión necesaria para acoger el don del reino (evangelio)

La primera lectura (Is 25, 6-10a) describe un banquete sobre la montaña de Sión. Este capítulo pertenece al grupo de oráculos del primer Isaías, posteriores a la obra del profeta e incorporados por un editor. Son los capítulos de la gran escatología del libro de Isaías que presentan el desenlace de la historia humana. Los oráculos están dirigidos a un pueblo de exiliados, que experimentan un creciente sentimiento de frustración y desilusión a su retorno de Babilonia: “borrará de la tierra la deshonra de su pueblo” (Is 25, 8). Las palabras proféticas dan al pueblo una esperanza de liberación que abarca no sólo el salir de una situación de opresión, sino también el aniquilamiento de la muerte, maldición original del hombre (Gn 3). El autor del oráculo tiene ante sus ojos el rol que Israel juega en el gozo de las naciones en el tiempo escatológico: “preparará en este monte (Sión) un banquete para todas las naciones” (v. 6). En el lenguaje bíblico el banquete es símbolo de alegría y de vida, de comunión, de diálogo y de intimidad. Aquí es utilizado para celebrar el triunfo definitivo de la vida ya que Dios ha intervenido trayendo la salvación y destruyendo la muerte: “alegrémonos y hagamos fiesta pues él nos ha salvado” (v. 10a). El oráculo de la gran fiesta sobre la montaña puede dividirse en dos momentos: (I) 25, 6-8: descripción del banquete sobre la montaña y (II) 25, 9-10a: un canto corto de acción de gracias para ser cantado por Israel en las celebraciones que recuerdan la salvación que Dios ha obrado en ellos. Con una sugestiva intuición profética, el autor ve a Dios mismo preparar el banquete: “El Señor Todopoderoso preparará ...un banquete” (Is 25, 6) ('asah: hacer, preparar; es un verbo hebreo que en perfecto puede indicar también un presente con sentido de permanencia: prepara siempre). El escenario del banquete es la montaña de Sión (vv. 6.10a); los actores son Israel y todas las naciones de los pueblos que participan, el actor principal es Dios mismo que realiza el banquete (vv. 6.7); el banquete es el símbolo de la transformación de una situación de infelicidad (muerte, llanto, deshonra) en una situación de felicidad (fiesta por la salvación). En la narración del gran banquete, descrito con alimentos exquisitos y buenos vinos que serán consumidos, puede verse un eco de lo que sucedió en la montaña del Sinaí (Ex 24, 9-11). En efecto, después de la ratificación de la Alianza Moisés con los ancianos comieron y bebieron en el monte del Señor. Un banquete sella la realización de una alianza entre Dios y su pueblo. El banquete se convierte en el escenario propicio para establecer una nueva situación. Asimismo, Jesús actuará la Nueva Alianza en el contexto de un banquete, anticipación de su muerte en la cruz, lugar de la salvación definitiva de la humanidad. El espléndido banquete en el monte Sión es signo de la comunión con Dios y signo del gozo eterno con él (Is 25, 9-10). La participación en el festín celebra la eliminación de la muerte y sus efectos en la humanidad entera, cuando todos los pueblos participarán en la alegría de la salvación que viene de Israel.

El tema de la segunda lectura (Flp 4, 12-14. 19-20) es el agradecimiento de Pablo por la ayuda recibida de los Filipenses. Cuando estuvo en necesidad, los cristianos de Filipo manifestaron su solidaridad y su comunión con su evangelizador. Una comunión que tiene su fundamento en la comunión con Dios, de quien viene toda fuerza para superar la adversidad. Pablo, en efecto, sirviéndose de los dones materiales (la ayuda económica) desarrolla una catequesis de valor permanente y universal sobre el sentido de la colaboración y la solidaridad. El donativo que se hace a alguien que está en necesidad se convierte en “culto a Dios” (Eclo 34, 2). Al contrario de la lógica humana, sale ganado el que da, ya que recibirá de Dios la paga con creces (cfr. Dt 15, 1-11; Eclo 29, 11-13). Quien anuncia la palabra de la Buena Noticia debe aprender a vivir en disponibilidad a la voluntad de Dios, que unas veces lo hace rico y otras pobre, que le hace vivir en la abundancia o en la miseria. Debe acostumbrarse a vivir en estas circunstancias con la certeza que Dios es la fuerza que sostiene al que evangeliza en su nombre: “todo lo puedo en Cristo que me da la fuerza” (4, 13). La ayuda que Pablo ha recibido de los Filipenses es la manera como la “fuerza de Dios” se ha manifestado sosteniéndolo en sus necesidades. La colaboración y solidaridad con el necesitado es el fruto de la comunión con Dios. Comunión que en la primera lectura es participación en el banquete preparado por él.

El evangelio (Mt 22, 1-14) se centra en el tema del rechazo y de la acogida de la salvación ofrecida por Cristo. La parábola habla de un banquete de boda preparada por un rey para su hijo. Está compuesta en realidad de dos parábolas conectadas entre ellas: (I) 22, 1-10: de los convidados al grande banquete; (II) 22, 11-14: la del traje adecuado para la fiesta, típica de Mateo, unida a la anterior como epílogo. La primera se refiere al destino del pueblo judío y la vocación de los paganos. Los judíos han rechazado y despreciado la salvación hecha por Dios. Los paganos han acogido el llamado gratuito a participar en el Reino de salvación. Sin embargo la participación en el banquete requiere una actitud de conversión, simbolizada en la segunda parábola que se dirige a la comunidad cristiana. Al igual que en la primera lectura, es el rey mismo quien se ha preocupado de preparar el banquete de boda (el verbo griego etoímaka, preparar, es importante en Mateo porque es el mismo que se usa para la preparación del banquete Pascual). El rey es Dios que dispone todo gratuitamente para la salvación de la humanidad. Al símbolo del banquete, signo de alegría y vida, de comunión e intimidad, se une la imagen de la boda, símbolo del Mesías esposo (Jn 1-3; 2Cor 11, 2), prefigurado en el símbolo nupcial entre Yahvéh e Israel (Os 2; Is 1, 21-26). El banquete es la alegoría para presentar el encuentro final entre Dios y los llamados a su reino. Los criados enviados para llamar a los invitados son los profetas, los apóstoles que comunican que el tiempo de la salvación se acerca, porque el reino de los cielos ha llegado (Mt 3, 2). Los primeros invitados, responden con indiferencia, con hostilidad, con una violencia no justificada (22, 6-7). Es la reacción de los oyentes de Jesús. La hora de la invitación es acogida con irritación por que contiene una petición excesiva para quien es egoísta y superficial. La invitación a acoger el reino de Dios es, en efecto, una petición urgente, exigente y comprometedora. Su rechazo los hace “indignos” del banquete (v. 8). Indignos no en el sentido moral, sino en cuanto que por su negativa a la invitación se han incapacitado para participar en la salvación de Dios. Aquí es donde el proyecto de Dios antes que interrumpirse, por la negativa de los primeros destinatarios de la oferta de salvación, sufre una transformación y se dirige a los excluidos: “vayan donde se cruzan los caminos e inviten a todos los que encuentren” (22, 9). Las puertas del banquete se abren a aquellos que formarán parte de la nueva comunidad de las Bienaventuranzas: los pobres, los que sufren, los marginados (Mt 5). La nueva llamada no se basa en los méritos adquiridos, como pensaban los judíos, sino en la libre y gratuita elección de quien llama a “buenos y malos”. Sin embargo, si bien la participación en el banquete de reino es gratuita, no hay que olvidar que no basta ser llamado, hay que entrar en la plenitud de la elección. Y esto exige una nueva conducta, una transformación. La parábola de vestido para la boda (Mt 22, 11-14) sale al encuentro del peligro de un interpretación fácil de la invitación gratuita del Señor. Dios ha llamado a participar del reino, pero sólo serán admitidos aquellos que hayan respondido a la invitación cambiando su estilo de vida. El traje de boda simboliza un estilo de vida de acuerdo con la llamada.

Las lecturas de nos invitan a abrirnos a la celebración gozosa del Dios que triunfa sobra la opresión y la muerte dándonos salvación y vida (primera lectura). La acogida del reino de Dios que salva gratuitamente, exige responder a la invitación al banquete con una vida coherente (evangelio). La comunión con Dios, la salvación y el reino de Dios, son un don gratuito, pero al mismo tiempo, la llamada más radical y exigente que el hombre puede recibir.

 

 

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