TERCER DOMINGO

(Tiempo ordinario – Ciclo C)

 

 

 

Lecturas bíblicas

Nehemías 8,2-4a.5-6.8-10

1 Corintios 12,12-31

Lucas 1,1-4; 4,14-21

            

 

                Hoy iniciamos la lectura litúrgica anual del evangelio de Lucas. La figura de Jesús que se presenta leyendo públicamente un texto de la Escritura en la sinagoga de Nazaret es como un icono de lo que tendría que ser cada ciclo litúrgico: un tiempo de escucha atenta y comprometida de la palabra del evangelio anunciado por Cristo, en quien se realiza el “hoy” de un año de gracia permanente (evangelio). Un compromiso fundamental de cada cristiano debería ser el de leer, estudiar y meditar el texto íntegro del evangelio que se lee cada año y que es propuesto a través de algunos trozos en la liturgia dominical. La historia de Jesús, fundamento y modelo de toda nuestra conducta cristiana, se conoce a través de la lectura y la profundización del texto del evangelio. La Iglesia, cuerpo de Cristo (segunda lectura), es el espacio privilegiado para el anuncio y la escucha del evangelio, sobre todo a través de la liturgia de la Palabra, que alcanza su plena realización cuando llega a producir el gozo de la fe y la conversión del corazón (primera lectura).

 

            La primera lectura (Neh 8,2-4a.5-6.8-10) está tomada del libro de Nehemías, que junto con Esdras, constituye el libro de la reconstrucción socio-política y religiosa de Israel después del exilio en Babilonia. El texto que se proclama hoy es un bello ejemplo de una auténtica liturgia de la Palabra, según la práctica de la sinagoga en el antiguo Israel. Después de la alabanza con la que se abría la celebración (Neh 8,6), el escriba proclama la palabra de Dios tomada del libro del Deuteronomio (Neh 8,5.8). Acto seguido se pronuncia la homilía, a la cual debe corresponder la alegría que brota de la fe en el Señor y el cambio de conducta en la vida.

 

            La segunda lectura (1Cor 12,12-31) desarrolla la célebre simbología paulina del Cuerpo de Cristo, a través de la cual el Apóstol expone su eclesiología fundada en la unidad y la diversidad. La comunidad cristiana, que tiene su origen en el bautismo y en el Espíritu, es un organismo vivo en el que cada miembro está profundamente vinculado con la totalidad del cuerpo: “aunque hay muchos miembros, el cuerpo es uno” (v. 20). De este principio eclesiológico derivan dos consecuencias importantes. 1.- En la estructura eclesial todos los miembros son necesarios, todos los carismas y servicios –cada cual a su modo– contribuyen a la edificación de la totalidad: “si todo se redujera a un miembro, ¿dónde quedaría el cuerpo?” (v. 19). 2.-  La diversidad es condición para la comunión, de tal forma que “todos los miembros se preocupan los unos de los otros” (v. 25), y así, “si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él. Si un miembro recibe honores, todos los miembros comparten su alegría” (v. 26).

 

 

            El evangelio (Lc 1,1-4; 4,14-21) está compuesto por dos perícopas literariamente independientes: (a) (Lc 1,1-4): el prólogo a todo el evangelio, y (b) (Lc 4,14-21): la escena inaugural del ministerio de Jesús en la sinagoga de Nazaret. Comentaremos por separados ambos textos.

 

        1.- El prólogo al evangelio de Lucas (Lc 1,1-4) es un elegante parágrafo con el que Lucas introduce y presenta su obra, escrito al estilo de los grandes historiadores griegos y en el que expone su método y su objetivo al escribir el libro. Él es el único de los cuatro evangelistas que comienza el libro con un prólogo en el que explica sus pretensiones y el modo de realizarlas. Al principio del libro de los Hechos de los Apóstoles, la segunda parte de la obra de Lucas, otro prólogo, más breve, nos remite al primero (Hch 1,1-2).

            Ante todo Lucas anuncia que va a hablar de “los acontecimientos que han tenido lugar entre nosotros” (v. 1). Con estas palabras alude fundamentalmente a los hechos de la vida de Jesús, aunque también se incluyen obviamente los acontecimientos de la historia de la Iglesia, tal como son narrados en los Hechos de los Apóstoles. No es Lucas el primero que se ocupa en narrar estos sucesos (v. 3a). Existen otros que lo han hecho antes que él (es lógico pensar en el evangelio de Marcos). Lucas, un cristiano de la tercera generación, ha elaborado “lo que transmitieron quienes desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra” (v. 2); es decir, ha recogido en parte las tradiciones presentes en los evangelios de Marcos y Mateo, reflexionando sobre lo que se decía de Jesús y de su obra en la antigua comunidad cristiana. Sobre esta base de historia (“los acontecimientos que han tenido lugar entre nosotros”) y de tradición (“lo que transmitieron quienes desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra”) Lucas ha compuesto su evangelio en una forma original y cuidadosa, con un fondo religioso innegable y una expresión literaria de gran belleza. A continuación define su método: se ha informado “con todo cuidado” y ha pretendido escribir “con orden”. El no es testigo ocular de lo que narra, pero se ha informado cuidadosamente para contarlo todo con exactitud. La lectura de su obra nos hará comprender que se trata más bien de un orden didáctico que cronológico, de la exposición pensada y reflexionada de los acontecimientos y de la enseñanza de Jesús. Lucas dedica su libro a Teófilo (cf. Hch 1,2), según la costumbre de los escritos helenísticos. Naturalmente que Lucas tiene en mente un público más amplio y lo que pretende es confirmar las enseñanzas que han recibido sus destinatarios, representados en Teófilo (v. 4).

            En el prólogo encontramos, por tanto, los diversos elementos que componen el evangelio de Lucas y que tienen que ser tenidos en cuenta al momento de leerlo e interpretarlo. Como punto de partida están los hechos de la historia de Jesús, a través de los cuales Dios nos ha ofrecido su rostro y su palabra. Como interpretación de estos hechos aceptamos la experiencia de la iglesia primitiva que los ha reflexionado y los ha trasmitido. El punto final es el trabajo literario de Lucas que ha dado orden a todo el relato. La Dei Verbum en el n. 19 menciona estos tres momentos en la historia de la formación de los evangelios: (1) hechos y dichos de Jesús, (2) nueva inteligencia de la iglesia apostólica que medita, celebra y anuncia el misterio de Cristo y (3) la obra de síntesis, selección y redacción de los evangelistas al momento de escribir.

 

            2.- La escena inaugural del ministerio de Jesús nos sitúa en Galilea, adonde ha llegado Jesús desde el Jordán “lleno de la fuerza del Espíritu” (Lc 4,14-21). Jesús va a Nazaret, la ciudad adonde había crecido de joven, y entra el sábado en la sinagoga según su costumbre. Lucas ambienta significativamente la “revelación” de la misión de Jesús en el contexto de la liturgia sinagogal del sábado por la mañana, cuando toda la gente se reunía para el culto. Después de la lectura de la Toráh y de la proclamación de las dieciocho bendiciones, Jesús toma la iniciativa de levantarse para hacer la segunda lectura (v. 16). En el rollo de Isaías que le entregan encuentra el texto que le permite mostrar el carácter de promesa de la Escritura y su cumplimiento presente. El texto citado por Lucas combina dos pasajes de Isaías (Is 61,1 e Is 58,6), que juntos interpretan el hecho del bautismo de Jesús (Lc 3,21-22). El descenso del Espíritu sobre Jesús en el Jordán era realmente una “unción mesiánica”. En el Antiguo Testamento el “espíritu” es la fuerza de Dios que conduce hacia un futuro de libertad y de justicia. Ahora Jesús, el Mesías, puede decir, con razón: “el Espíritu del Señor está sobre mí” (Lc 4,18). Jesús, en efecto, ha sido consagrado por el Espíritu para llevar una buena noticia a los pobres de este mundo. Su obra mesiánica es dirigida explícitamente a los pobres, a los prisioneros, a los oprimidos y ciegos. Estos términos resumen el cuadro de la miseria del hombre en el mundo: los que sufren por un defecto físico (los ciegos), los que sufren a causa de la maldad de los otros (los oprimidos y prisioneros), y los que son víctimas de un orden social y económico injusto (los pobres).

            Jesús entrega el libro y se sienta. Y Lucas anota que “los ojos de todos” en la sinagoga estaban fijos en él (v. 20). Entonces Jesús añade: “Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy” (v. 21). O traduciendo más literalmente el griego: “Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos” (griego: sēmeron peplērotai ē graphē autē en tois ōsin ymōn). El cumplimiento se realiza “hoy” (sēmeron). Es el “hoy” de la salvación que en Jesús se abre ante los oprimidos y los pecadores, el “hoy” que resuena en el canto de los ángeles de Belén: “les ha nacido hoy un Salvador...” (Lc 2,11), y en las palabras que Jesús dirige al malhechor crucificado a su lado: “hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43). La Escritura se realiza “en vuestros oídos” (en tois ōsin ymōn). Es interesante el paso que se da de los ojos a los oídos. Todos los presentes quieren ver (v. 20: “los ojos de todos”), sin embargo Jesús los invita al acto fundamental de “la escucha” de la Palabra. Es el oído –no la vista– el sentido capacitado para  percibir el cumplimiento de la Escritura. El cumplimiento se descubre, en efecto, a través de la fuerza reveladora de la Palabra. Dos anotaciones importantes. Hoy y aquí. Tiempo y lugar. La Escritura se cumple no simplemente en la sinagoga, sino en el lugar de la escucha personal: “en vuestros oídos”. En cada lector del evangelio de Lucas se realiza el hoy de la salvación. En cada comunidad que escucha y cree se cumple el hoy del año de gracia y de liberación inaugurado por Jesús aquella mañana en Nazaret.