Cuando todo
estaba pronto para emprender la marcha hacia las murallas de Montevideo, llegó Sarratea
al campamento del Ayuí con la misión de disolver el ejército oriental.
Oigamos la
acusación de Artigas, tal como él mismo la formula en su correspondencia con el gobierno
del Paraguay (Fregeiro, <<Documentos Justificativos>>).
(a) En oficio de 21 de setiembre de 1812 a la Junta del
Paraguay, dice Artigas:
Cediendo a sus
repetidas instancias, el gobierno de Buenos Aires le mandó diferentes cuerpos de tropa y
un parque considerable, pero cuando se disponía a abrir la campaña, llegó don Manuel de
Sarratea y se hizo reconocer como general en jefe.
"Yo no pude abstenerme de aquel reconocimiento;
pero puesto a la cabeza de mis conciudadanos por la expresión suprema de su voluntad
general, creí un deber mío transmitirles la orden sin usar la arbitrariedad inicua de
exigirles su obedecimiento: ellos nada hallaron qué increparme, viendo mi delicadeza y
conociendo yo a su frente, se abstuvieron de interpretaciones y aguardaron los lances.
Seguidamente, sin ser por mi conducto, se les previno por dicho excelentísimo general en
jefe a algunas de estas divisiones, se preparasen para marchar a diferentes puntos y con
diferentes objetos. Ellos hicieron ver entonces que no obedecían otras órdenes que las mías, y protestaron no
marcharían jamás no marchando yo a su cabeza. Se hicieron varias tentativas para eludir
el efecto de esta expresión: lo consiguieron con dos comandantes de división, algunos
oficiales y muy corto número de soldados, y viendo cuánto eran infructuosas con el resto
sus proposiciones, se llevaron el cuerpo de blandengues de mi mando y marcharon ya al
sitio de Montevideo, no admitiendo los brazos de los orientales para llevar la libertad a
sus mismos hogares.
Es muy
particular se desprecien así los esfuerzos de más de cuatro mil hombres, cubiertos del
mérito mayor, sólo porque no quieren adoptar el orden de marchas que se le prescribe...
Si el pueblo de Buenos Aires cubierto de las glorias de haber plantado la libertad ,
conoció en su objeto la necesidad de transmitirla a los pueblos hermanos por el interés
mismo de conservarla en sí, su mérito puede hacer su distinción, pero nunca extensiva
más que a revestir el carácter de auxiliadoras las tropas que destine a arrancar las
cadenas de sus convecinos. Los orientales lo creyeron así mucho más que, abandonados en
la campaña pasada y en el goce de sus derechos primitivos, se conservaron por sí, no
existiendo hasta ahora un pacto expreso que deposite en otro pueblo de la confederación
la administración de su soberanía. Con todo, ellos se miran proscriptos por los mismos
que esperaron con los brazos abiertos para disputar en sus hogares la libertad que
supieron sostener fuera de ellos.
Atacados
en sus fundamentos los principios del sistema proclamado, se desvanecen sus dulzuras, y el
derecho abominable de conquista es el que se presenta por fruto de nuestros trabajos y por
premio de unos servicios que reclaman el reconocimiento de toda la América libre. ¿En
que puede garantir el pueblo de Buenos Aires un comportamiento tal? El pueblo oriental es
este: si los auxilios de su generosidad e interés son prodigados en su obsequio, ¿Cómo
marchar llevando la libertad a sus hogares, sin permitirles la gloria de contribuir a ella
hallándose todos con las armas en la mano para llenar su objeto? El alto carácter del
Excmo. Señor don M. de Sarratea debía completar sus deseos para la representación que
pudieran anhelar en este paso, sin dejar de respetar la voluntad de estos hombres que
limitaban sus ansias a sólo marchar unidos conmigo a la cabeza.
Nosotros
hemos vuelto a quedar solos, pobres hasta el exceso... el hambre, la desnudez, todos los
males juntos han vuelto a señalar nuestros días... Todo esto era preciso para hacer la
última prueba de los orientales, porque ellos, muy lejos de arredrarse en el seno de los
males, hoy es que hacen el alarde mas prodigioso de su constancia y que en odio de toda
clase de tiranía ofrecen a su dignidad el obsequio más propio, prosternando sus vidas a
la extenuación de la miseria antes de ofender el carácter sagrado que vistieron envueltos en el polvo y sangre de sus opresores.
Esa corporación ilustre, representativa de un
pueblo igualmente libre y grande, es ahora objeto de todas nuestras miras. Si la
adversidad nos persigue, si no se halla un medio debido entre el oprobio y la muerte, y si
el carro del despotismo ha de marchar de nuevo delante de nosotros, V.S. en la dignidad de
sus sentimientos halla el cuadro de los nuestros: nuestra unión hará nuestra defensa y
una liga inviolable pondrá el sello a nuestra regeneración política.
(b) En una
segunda nota a la Junta del Paraguay de 10 de octubre de 1812, se expresa Artigas en los
términos que extractamos a continuación:
No quise
elevar mis quejas al gobierno conociendo en él el germen de aquel golpe, y limité mis
determinaciones a dar un conocimiento del caso al pueblo de Buenos Aires, girando a este
fin varias cartas a los amigos de mi mayor confianza.
Yo sé
muy bien cuánto puede exigir la Patria de nosotros en unos momentos destinados tal vez a
ser los últimos de su existencia; nos sobra a todos virtud y grandeza de ánimo para
sofocar nuestros resentimientos y hacer aún sacrificio grande de las reclamaciones de
nuestro honor; per todo puede conciliarse, y muy a costa nuestra tocamos la necesidad de
deber esperar todos los lances prevenirlos y fijarnos una seguridad que sirva a nuestros
derechos, si es el objeto sostener su dignidad sagrada.
Dos documentos
adjunta Artigas al gobierno paraguayo: una carta de don
Francisco Bruno de Rivarola, datada en Buenos Aires el 30 de setiembre y un oficio al
gobierno argentino de 9 de octubre de 1812.
Habla Rivarola
de la desesperación causada por los desastres de la campaña del Perú y el avance
victorioso del ejército de Goyeneche, próximo ya a Tucumán después de haberse
apoderado de Jujuy y de Salta; y concluye aconsejando a Artigas que se ponga en buena
armonía con Sarratea y ofrezca su concurso al gobierno para luchar contra el ejército
realista que se dirige sobre Buenos Aires a marchas redobladas.
En el oficio al
gobierno, formula el jefe de los orientales sus cargos en esta forma:
Mis
pretensiones, Excelentísimo Señor, fueron siempre sólo extensivas al restablecimiento
de la libertad de los pueblos.
Todo
estuvo siempre en mi mano, pero el interés de la América era el mío. Yo tuve a mis
órdenes toda la fuerza que V.E. destinó a esta Banda: prescindiendo de mi ascendiente
sobre algunos de aquellos regimientos, yo pude haberlos hecho servir a mis intereses
personales hasta el último instante de mi separación. Pude impedir la llegada del Excmo.
Señor general don M. Sarratea, haber excusado su reconocimiento de general en jefe y
asegurado y garantido todas mis medidas al efecto en mis recursos y venganza de mis
ultrajes: pero yo a la cabeza de los orientales por el voto expreso de su voluntad,
aspiré solo a preservar su honor, y se habría sofocado precisamente toda desavenencia,
si, sin dividirlos, hubiese yo marchado con ellos como su jefe inmediato: pero, Señor
Excmo., ellos han sido tratados como delincuentes: su mérito divino ha sido su crimen y
su sangre el precio de los insultos más atroces.
El dinero
y vestuarios de cuya remisión avisó V.E. en diferentes oficios, no les fue jamás
presentado.
Yo pongo
un velo a este cúmulo de males respetándola situación dolorosa en que se mira la
Patria.
De todos
modos yo soy siempre un esclavo de la libertad. Introducido en mi campo el juego de las
pasiones diferentes, se ha desmembrado prodigiosamente: sin embargo, el resto de
ciudadanos orientales que en el seno de la mayor pobreza continúan a mis órdenes, puede
aún presentar el terror a los esclavos que se nos atrevan. V.E. en la necesidad de
retirar algunos para acudir a las urgencias del Tucumán, dígnese librarme sus superiores
disposiciones manifestándome sus proyectos. Yo juro a V.E. que si este es el último
esfuerzo de los americanos, lo haremos aquí muy conocido por el exceso de grandeza que
acompañará a todo. La muerte o la victoria pondrá el sello a nuestros afanes: ellos
seguirán sin intermisión, hallándonos siempre el riesgo en cualquier parte que se nos
presente.
(c) En un tercer
oficio a la Junta del Paraguay de 15 de noviembre de 1812, manifiesta Artigas que el
gobierno de Buenos Aires comisionó a don Carlos Alvear para entenderse con él, pero que
tanto el comisionado como una comunicación del gobierno, habían sido detenidos en el
camino, fracasando así las órdenes superiores impartidas en obsequio de la justicia y de
la necesidad de la patria.
Para ilustrar
el criterio del gobierno paraguayo, adjunta Artigas varias piezas justificativas:
Un oficio del
gobierno de Buenos Aires del 14 de octubre de que anuncia la marcha del sargento mayor
Alvear con instrucciones y expresa a Artigas sus intenciones en eesta forma:
V.S. debe
hacer a este gobierno la justicia de creer que a este paso lo impulsa el sagrado interés
de la Patria, unido a la consideración que V.S. le merece; y por lo mismo espera que
sobrepuesto a todo lo que no sea una perfecta unión y el sumo bien del Estado, coopere
V.S. de su parte a entrar en el conciertode medios y unidad de fin que imperiosamente
demandan las circunstancias.
Un oficio de
Alvear de 25 de octubre, diciéndole que por efectro de una rodada no puede marchar hasta
el campamento y que espera con
ansia el momento de conocer a un patriota como el general Artigas.
Una carta
datada en Buenos Aires el 4 de diciembre, en que se le dice a Artigas:
No
tengo como ponderar a usted los pasos que he dado en ésta a fin de transar las
disensiones de esa Banda Oriental a favor de usted, pues no me ha quedado amigo que no
haya visto, para que se empeñe con este pícaro gobierno a fin de quitar esa cuadrilla de
pillos que le han mandado a esa Banda sólo con el destino de usurpar a usted sus
sacrificios a favor de la Patria y de hacerse dueños de esa Banda, como lo se de
positivo. Amigo, hablo a usted con la ingenuidad que debo hacerlo a un paisano redentor de
la América; tal es usted, aunque estos francmasones lo quieran ocultar. Paisano y amigo:
su vida y la de sus oficiales dista solo en que se descuide... El pueblo sensato de aquí,
todo es de usted.
(d) En una
última nota a la Junta del Paraguay, de 20 de diciembre de 1812, refiere el jefe de los
orientales que él envió un oficial con pliegos para el gobierno de Buenos Aires que
produjeron la mejor impresión y que fueron recibidos con la mayor alegría por la
autoridad y por el pueblo, no hablándose desde ese momento sino de retirar a Sarratea y
de conferir el mando al propio Artigas. Pero llega Alvear con notas apócrifas de Artigas
y de sus jefes, por las que se niegan a toda obediencia, y la intriga produce todo su
efecto, y el conductor de la correspondencia verdadera es arrestado , hasta que Sarratea
anuncia la incorporación de los orientales al ejército auxiliador.
La
corporación digna, el mundo entero debe aturdirse al examinar esta intriga que parece un
sueño, aún examinado el exceso a que conduce una prostitución habitual. Yo confieso a
V.S. que me he escandalizado y nadie habrá entre los hombres que pueda reprobar nuestras
resoluciones ulteriores. Yo estoy decidido: propenderé siempre a los triunfos de la
verdadera libertad; la razón y la justicia sancionarán mi proceder. Nada tendré jamás
que increparme a la vista de la autoridad que levanta el cetro de hierro y se ostenta como
un conquistador, profanando sacrílegamente el derecho sagrado de los pueblos a cuya
sombra fomenta su egoísmo. Si recordamos nuestros trabajos no nos cubramos de oprobio
estando todo en nuestras manos.
He impartido hoy mismo las órdenes bastantes para que se me reúnan todos los orientales que se hallan sobre Montevideo, y he tomado todas las medidas para que mi ejército se engrose en breves días prodigiosamente. Después sin perder un instante intimaré al ejército auxiliador abandone las costas orientales, dejándome en ella los auxilios bastantes a su defensa."