Sergio Roulier
De adolescente, María Lucrecia
Alvarez ya soñaba con ser investigadora.
Mientras cursaba el secundario en el colegio San
Francisco de Asís, de barrio Alberdi, pensaba en
ir a estudiar física nuclear al Instituto
Balseiro. La idea no la convenció porque pensó
que, al final, se debería ir del país para
progresar en su carrera. Y optó por Ciencias
Bioquímicas. Siempre con la idea fija de la
investigación, consiguió becas del Conicet y de
entidades extranjeras. Se dedicó a la
biotecnología y creó trigo transgénico por
primera vez en el país, desde un laboratorio
público de Rosario. Desde hace ocho meses
trabaja ad honorem. Y vaya paradoja, hoy, a los
33 años, deberá optar por algo que no le gustó
desde chica: irse al exterior para seguir
haciendo lo que le gusta. Tiene tres propuestas
desde Estados Unidos que hasta cuadriplican el
salario que paga un organismo público argentino.
Pero en el país ni siquiera tuvo ofertas.
Esta joven investigadora rosarina consiguió
un importantísimo avance científico. Mediante
avanzadas técnicas de la genética, consiguió dos
variedades de trigo transgénico, una que permite
más elasticidad y fortaleza a la masa y la otra
le agrega un valor nutricional. La primera fue
la más desarrollada, denominada de calidad
panadera, cuyo proyecto es "demasiado grande y
ambicioso" y que podrá traer beneficios a la
industria y los consumidores. A la segunda, le
faltan "confirmar los resultados". María
Lucrecia trabaja en el Centro de Estudios
Fotosintéticos y Bioquímicos (Cefobi),
dependiente del Conicet y de la Universidad
Nacional de Rosario (UNR). Junto a un grupo de
investigadores desarrolló un proyecto sobre
plantas transgénicas (trigo y maíz) que apuntó a
la calidad panadera y a la resistencia frente a
ciertas bacterias. Es más, su tesis para el
doctorado consistió en "el mejoramiento de la
calidad nutricional y panadera del trigo". Parte
de la investigación fue publicada en
prestigiosas revistas científicas como
"Theoretical and Applied Genetics" y "Ciencia
Hoy". Su historia es similar a la de muchos
investigadores de la ciudad. Al terminar la
carrera, ingresó al Cefobi, fue becaria del
Conicet por cuatro años, después estuvo becada
por la Fundación Antorchas y el British Council
(que apoyaron el proyecto de investigación), y
desde noviembre no cobra sueldo. La única
salida que tiene para seguir estudiando es
Ezeiza. Como el tercio de sus 14 compañeros que
trabajaban en el Cefobi y se tuvieron que ir al
exterior. De los otros colegas, otro tercio
sobrevive a duras penas en el centro local y el
resto se dedicó a otra cosa. La
investigación sobre el trigo transgénico
requiere de financiamiento para seguir
avanzando, ya sea público o privado. "Estamos en
la parte más interesante del proyecto, en cuanto
a avanzar sobre la calidad panadera y corroborar
los avances en lo nutricional", apuntó la joven.
En ese sentido, su trabajo puede ser consultado
por Internet, en la dirección
http://go.to/Lucrecia-Alvarez. "La
investigación de la biotecnología agrícola con
cultivos transgénicos es esencial para que el
país se posicione en el mercado internacional.
Hay que agregarle valor a la exportación de
granos y para ello requiere de investigadores.
Para que Argentina exporte tecnología, debe
haber una política de Estado hacia la
investigación", reclamó el titular del Cefobi,
Rubén Vallejos, en diálogo con La Capital.
Mientras tanto, María Lucrecia tendrá que
optar entre las ofertas norteamericanas. Aunque
no le cierra la puerta a cualquier ofrecimiento
de último momento, fronteras adentro. Dicen que
es muy terca y no cesa en conseguir lo que
busca. Así llegó a su descubrimiento. Lo de
quedarse en el país, hasta ahora parece un
imposible.
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