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Capítulo 1: Y fue en una noche........

*Nota* las partes en negrita son la parte oculta de Aya, su personalidad oscura. Las partes escritas en cursiva, pues... representarían al Aya normal.

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El brillo feroz de una hoja de metal partía la noche en su silencioso recorrido mortal. Era la katana de Aya, que se incrustaba en el cuerpo endeble de un corrupto político, que había contratado demasiados matones para extorsionar a las personas de escasos recursos. Con ese plan perverso, ése sujeto gordo y de poca paciencia había forjado su imperio, tras el dolor y la desesperación de los inocentes. El jamás había encontrado tanto placer en destruír un cuerpo como aquel, sentir como la carne se destrozaba por el filo, ver como una personalidad maligna moría gracias al movimiento de su mano, sosteniendo fuertemente a su inseparable compañera. Aya vio lo que ése gordo había logrado, vio caras marchitas, muertas de hambre, niños que lloraban intensamente, como si nunca fueran a terminar de hacerlo. Si no hubiera detenido su atención en los ojos verdes de una niña de no más de trece años, no hubiera sentido nada al asesinarlo. Pero vio un brillo en aquellos ojos verdes, cierto destello maduro a pesar de su corta edad... desesperación mientras trataba inútilmente de calmar a una criatura entre sus brazos, que pataleaba, berreaba, con su carita rechoncha colorada por tanto llanto. Maldita miseria en tiempos de tan avanzada tecnología.

El líquido carmín bañó su rostro de líneas bellas, tan hermosas como mortales. Su mirada fría y distante, inalcanzable para cualquiera, que provocaba serios escalofríos. Su piel pálida brillando con la luz de la luna, en un callejón vacío y oscuro cual boca de lobo. No se escuchaba ni un sonido, salvo de la sangre goteante y de pausados gemidos de dolor. Y todo fue obra de segundos, miles de muertes por hambre y enfermedades durante años. Y con esos segundos, en que acabó con la vida de la maldad, del egoísmo, aquellos niños que no tenían futuro podrían llegar a ver una luz al final del tortuoso túnel de su Destino.

Borracho como el viejo estaba, muy poco habrá sentido, salvo el horror del momento. La muerte resultó ser simplemente una liberación. Siempre lo era. Pero de ello dependía el futuro, para bien o para mal. El no estaba en condiciones de decidir, simplemente acataba las órdenes al pie de la letra, autoconvenciéndose de que lo que hacía, lo hacía para bien. Si era verdad o no, no podía precisarlo, ni mucho menos saberlo. Así eran las cosas, y así las aceptaba.

_¿Qué carajo estás haciendo?! ¡Tenemos que irnos, AYA!_.

En las cavilaciones, en su acostumbrado silencio pensador, la voz de Youji era apenas un murmurllo entre la bruma de sus ideas. No era nada. Apenas si fue escuchado, desviando su atención de ojos en blanco, de un cuerpo partido a la mitad, y de la incontenible sangre bañando el suelo mugriento. La sangre. Aya había olvidado por completo en donde estaba, a sus compañeros de trabajo, a su pasado y presente. Salvo de la misión que llevó a cabo perfectamente. Y viendo cómo los ojos verdes, tristes y deprimentes, desaparecían supuestamente de su memoria.

Según él, ya había cumplido, y esos ojos volverían a sonreír si Dios así lo quería.

_AYA!! Maldición!!!_.

El brazo potente de Youji lo arrastró por los tejados, su voz ya no se oía. Sólo sentía la presión en su brazo, y cómo el mundo se movía en cámara rápida. Con esa agilidad casi sobrehumana para muchos, sortearon techos y escaleras, se matizaron con la noche y sus abrigos negros, mientras Ken y Omi volvían a la florería en la motocicleta. Se detuvieron en el techo de un dojo, donde se respiraba la tranquilidad, donde se sentía la serenidad del ambiente.

Los ojos azules, metálicos, de Aya seguían observando el vacío de su interior, haciendo caso omiso a Youji y a sus insultos, a la música de grillos y al sonido de agua. Nada importaba. Aquellos ojos verdes seguían en su memoria. Era un dolor tan potente como el que él mismo había vivido, tan intenso que no se borraría jamás, ni mucho menos por el paso del tiempo. Sería siempre una cosa oscura en su vida, opacando todo lo demás. Y ésa niña, con el bebé en sus brazos, relegada a la suerte de su vida y a sus metas, a sus ganas de vivir, expuesta a un mundo donde el egoísmo y el imperialismo dominaban, era a segunda piel de la humanidad en su mayoría. Quizá ése aspecto no se reflejara tanto en él, ya que todo le daba lo mismo a esa altura de su vida, pero de todas maneras, quién no es egoísta de vez en cuando?

Y ni siquiera se dio cuenta de que su voz recitaba cierto poema de un autor olvidado, de un autor abandonado a su miserable suerte como aquella muchacha infeliz, un genio por donde se lo mire. Un artista. Su voz sonaba con sentimiento, esos sentimientos que lo alejaban de la realidad día tras día. ¿Acaso lo creían loco? Todo el mundo lo tildaba de loco, lo más seguro es que lo estuviera, pero... porqué entonces tenía tanta lucidez mental? A su manera, a la vista de los demás, estaba demente.

Ha caído mi voz, mi última voz, que aún guarda mi nombre.

Mi voz: pequeña línea, pequeña canción que nos separa de las cosas.

Estamos lejos de mi voz y del mundo, vestidos de humedades blancas.

Estamos en el mundo y con los ojos en la noche.

Mi voz es fría y sucia como la piel de los muertos.

Lo recordó de repente, o simplemente ése fragmento de un poema se le quedó grabado, por representarlo enteramente. Quizá era por eso que le gustaba la poesía, cuanto más trágica más cerca de los sentimientos y emociones verdaderas, tan profundas y demoledoras, arrasadoras, entristecedoras. Sus poemas favoritos eran torbellinos de emociones fuertes cargados de melancolía, en donde el autor, o el personaje creado por el autor, se siente siempre perdido, abandonado, solo. Desamparado. Loco. Demente. Eran tan parecidos a él, tan deprimentes.

Su locura era un simple escape a una realidad que odiaba, en su interior convivían en armonía la realidad y lo ficticio. Su hermana, real, estaba viva; era un simple florista en la ciudad, rodeado de miles de rosas como la sangre. Pero así como los sueños son dulces, las pesadillas son terribles, tomándolo por sorpresa, creando ataques de histeria que sólo él, y nada más que él, conocía.

¿Para qué contarle sus penurias a los demás? Era crearle molestias al resto, no, no es una opción aceptable.

_Me gustaría morir........._ a su susurro se lo llevó el viento. Sus cabellos rojos se ondearon, bailaron. Un espectáculo de fuego... . Su cara seguía manchada de vida perdida, y sus ojos seguían un algo imaginario, algo que está allí y que a la vez no lo está para los ojos de gente cuerda. Su mano, anteriormente aferrada con fuerza al mango de la katana, la dejó caer. Chocó con un sonido metálico y duro, contra las tejas ennegrecidas y, en algunas partes, cubiertas por musgo. Pétalos de flores de cerezo, en aquella noche de primavera, danzaban a su alrededor.

¿Acaso ése era su límite? Ya no habría retorno, ya no tenía la oportunidad de ser una persona normal? La verdad es que desde muy pequeño nunca fue normal. A la vista de los demás, siendo pequeño lo era, pero no para sí mismo. Nadie, ni siquiera sus padres, imaginaron alguna vez los extraños pensamientos que azotaban su mente supuestamente infantil.

Ahh, nadie tenía idea de nada.

Su porte sobrio, altanero y frío. Su mirada congelante. Era producto de una madurez temprana, a la pérdida de sentimientos.

Al no saber amar.

Al ver cómo moría su familia, cómo eran sus cuerpos mutilados por manos silenciosas, en medio de una noche más negra que de costumbre, mientras la nieve caía. La tibieza de la primavera, del contacto con los pétalos de flores, eran tan desconocidos. Los sentía a diario, pero era también algo..... prescindible, algo que no merecía su atención. En sus cavilaciones, no había espacio para ver cuán roja era una manzana, o cuán fresco el viento en un verano. No había lugar para saber qué tan bien se sentía estar rodeado por los brazos de una mujer, ni de lo que era reír.

Todo él era sufrimiento.

Youji seguía hablando. Solo por lo visto, Aya no le escuchaba en lo más mínimo.

_MALDICIÖN AYA!!! QUÉ DIABLOS DE SUCEDE!! REACCIONA!!!_.

La vista de Aya continuaba perdida.

¿En dónde estoy?

-En la oscuridad de tu ser.

Era todo un sitio negro como el mismo caos, era un sitio silencioso. Acaso era el escape que había estado buscando? No, no era nada agradable aquel frío recinto interno.

No quiero estar aquí....

.Si que quieres estarlo, tú mismo te enterraste aquí. ¿No lo recuerdas? Querías escapar de todo, de todos, querías no sentir nunca más, querías sentirte libre del mundo infiel.

El frío era aterrador. Era impuro. Era tan como él.

Youji me llama.....

Eso nunca te importó.

Cierta parte de la oscuridad se quebró. Algo de luz entraba por aquella ranura, se distinguían..... árboles, y los incandecentes ojos de Youji.

No, nunca me importó... pero sé que me llama. Su mirada me llama.....

........

-Realmente quieres irte? Esto es lo que habías estado buscando... o no lo recuerdas?

Todo se hacía cada vez más claro, la oscuridad fría desaparecía. Los pétalos rosados bailoteaban a su alrrededor. Sintió por primera vez el viento en su cara, y la sensación le gustó.

Me haré responsable de mis decisiones, creo ser lo suficientemente grande como para saberlo. Quiero volver, implique lo que implique.

_AYA!!_ Youji samarreaba frenéticamente un cuerpo bellísimo, de un asesino perdido en su interior, entre sus decisiones, entre la locura. La mirada de la niña persistía en la memoria de aquel que ha asesinado sin piedad, aquel que jamás sintió absolutamente nada.

En medio de la desesperación, en un acto sin pensar, Youji abrazó a Aya como nunca antes había abrazado a una mujer. Aquel hombre de pelo rojo, llameante al viento cual fuego... aquel hombre de mirada tan helada como llameante su pelo. Aquel asesino sin sentimientos aparentes. Había algo en esa frialdad... algo tan cautivante como las palabras adecuadas.

......el calor de Youji me llama....... su perfume me llama......... su llanto me llama...... todo su cuerpo me llama....... y yo... quiero ir con él........

Sorprendido el joven que sintió el abrazo responderse. Ya no había frialdad, había calor.

Las barreras que inhibían a Aya se quebraron al fin, por un simple abrazo, por una mirada desesperada. Hacer sufrir a su amigo... no, no, éso era lo último que Aya querría hacer. Bastantes problemas había creado ya. Era suficiente.

Lágrimas calientes partían de sus ojos fríos, helados. No, ya no eran heladas las miradas. Eran humanas. Estaban vivas por primera vez desde hacía mucho tiempo. Desde antes de que la desgracia cayera sobre su vida, como una maldición. Una terrible y oscura maldición que se ciñó a él durante demasiados años. Tantos años, interminables.

En el techo de aquel dojo, todo cambió. Para ambos.

_Gracias, Youji....._.

Fin del capítulo 1_.

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