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Es de noche y todo está oscuro. Eso ya no importa después de tanto tiempo. Sumido en las tinieblas me crié, sumido en la oscuridad crecí, y supongo que sumido en el caos impenetrable moriré algún día. Todo siempre fue negro, y no espero ya que nada cambie.
Es hasta casi increíble. Han pasado muchos años, demasiados, trabajando en lo mismo. Muerte tras muerte, gota a gota, almas y almas cayendo en quién sabe donde. Son mis manos las verdugas, son mis manos y el filo escrupuloso de mi espada. ¿Y yo quién soy? ¿Qué hago? Simple y llanamente asesino a quién me dícen que asesine. ¿Por qué? "Porque es un hombre malvado, hermano...".... es una respuesta que me gustaría escuchar, pero ya he perdido toda esperanza. "... porque no merece vivir, hermano...". Muchos humanos no merecen vivir, yo tampoco en todo caso, si ya ni siquiera quiero hacerlo. "... porque el mundo se muere con su vida, hermano...".
-Porque ya no tiene sentido que viva...-.
Ya hemos terminado el trabajo. En la oscuridad me muevo, y muero, y vivo, y tiemblo. Y quiero desaparecer, pero no puedo. Hay alguien. Alguien en mi vida. Alguien que no me deja partir por su sonrisa. Y es casi patético, nadie se ahoga con pétalos de rosas, y yo sí. Y es que por una de sus sonrisas yo me muero, así de simple. Lo peor es que es un niño... y yo... alguien tan gastado por la vida. Lo destrozaría como todo lo que cae en mis manos, y yo...
-... no puedo hacerle eso...-.
De todas formas, si espero a la muerte pacientemente, ella vendrá. Lo sé. Un asesino no puede vivir mucho, cuando ya no puede matar se muere. Y si, he aceptado mi papel en la vida, soy un asesino. A sangre fría. Ya sin remordimiento alguno, inclusive por momentos creí que mi corazón había muerto. Pero no, él me demostró lo contrario. Cuando no pueda asesinar más, cuando la situación me supere o ya simplemente no pueda, entonces moriré. Sin pena ni gloria moriré. Nadie sabe que existo, nadie sabe que muero, nadie llorará por mi pérdida ni sufrirá de dolor. Soy una sombra en la oscuridad de la noche, y yo...
-...ya he asimilado mi papel...-.
Pero, para eso aún falta mucho, lo sé. Nada es tan simple, los giros del Destino pueden ser demasiado impredecibles. ¿Quién sabe lo que me aguarda? ¿Qué me falta ya por sufrir? Nada cálido, nada tibio, una sonrisa tan efímera y vacía que me hace perder el aliento por unos segundos, y luego el sentimento se va. Y eso es lo que tengo, y con eso me conformo. ¿Qué debo esperar ya?
-Pero...-
No estoy solo. Afortunada o desafortunadamente no puedo estarlo. Me acostumbré demasiado a ese cuerpo caliente y vivo. Supongo que sin él ya no podría vivir, porque gracias a él me muevo cada día, y es él quién me insita a respirar otra vez. Si muero, qué quedará? Nada, las cenizas de algo que ya fue. Pero él siempre está, con sus sonrisas efimeras o no, con el cuerpo caliente que me mantiene con vida, con sus dulces gemidos y sus infantiles risas.
-Omi...-.
Ahora voy con él. Sin necesidad de palabras o sonidos yo sé que me está llamando. Es mi cuerpo quien se mueve en busca de su encuentro, porque mas que su cuerpo yo no necesito nada más. El es un Takatori. Y yo me juré odiarlo, pero cuando supe la verdad ya fue demasiado tarde, desde un comienzo ya me había acostumbrado a su cuerpo. Y él al mío. Y los dos, desgraciadamente, formábamos uno. Yo, con una especie de sabiduría asesina, y él, con la juventud que se me fue arrebatada. Somos un mismo ser en dos cuerpos diferentes, que se repelen y atraen. Yo le odio y le amo al mismo tiempo. Y él ahora me llama. No hace falta verlo, me lo imagino en éste momento. Tirado en los cojines del suelo mugriento, en un departamento abandonado a su suerte, tragado por los infortunios de su miserable historia. Él y yo lo descubrimos, y desde aquel momento se convirtió en nuestro refugio privado.
Allí vamos los dos, por separado, noche tras noche. Es patético casi. Ni siquiera hace falta vernos la cara, solo es la desesperación carnal. Ya ni recuerdo cuando fue que comenzó todo, pero aquí estamos, en éste presente, los dos. Ahogándonos entre lágrimas de sangre y dolor. Ahogándonos en nuestras presencias que ya no soportamos. Pero aún así seguimos yendo, los dos, al mismo lugar y siempre de noche. No queremos vernos, solo sentirnos, y disfrutar por momentos algo de la vida. Que luego se convierte en recuerdos...
* * *
Omi le vió entrar al departamento oscuro. Una silueta negra recortada en el espacio, rodeado por una luz pálida de luna llena, sumida entre nubes sombrías. Ya. Todo empezaría de nuevo. Ya. No podría negarse. Se perdería en ese cuerpo frío y blanco. Ya. Cuando todo acabara sería como volver a nacer. Ya...
Había llegado minutos antes. No se dirigieron la palabra, hacía tiempo que no lo hacían. ¿Para qué? Omi no podía soportar la helada cortesía con el que lo trataba. Cada vez que lo hacía, sentía que mil dagas de hielo se le incrustaban en la carne, en el alma, y le resultaba difícil respirar, le resultaba difícil contener las lágrimas. Aya...
Yo no tengo la culpa de nada. Aya... yo siempre te quise, por qué no te das cuenta? ¿Por qué no me ves suave y tiernamente?¿ Por qué no me dices que me quieres? Esperando meses y meses, soportando el dolor de los eencuentros, para escuchar algo, sentir una tierna caricia, algo. Pero no, nada. Solo el frío del vacío, el frío de lo muerto.
Intentó por todos los medios entibiar su alma con algo de su calor. Pero no pudo. Aya, de alguna forma, se resistía a hacerse amar. ¿Tenía algo de malo? ¿Tanto le odiaba?
Dejó de hacerse las preguntas. Nunca encontraría respuestas. Dejó de sentir el calor de los encuentros furtivos en la noche, y todo se convirtió en nueva rutina. Calculado, tan calculado, tan sofisticado y medido. Dejó de cuestionarse todo, el comportamiento de Aya. Dejó de esperar algo de él. Dejó de anhelar. Dejó de llorar cuando todo terminaba, cuando el amor enfermizo finalizaba. Y dejó, por sobretodas las cosas, de sonreír. Ya todo había acabado. Esa sería la última noche.
Cuando le vió entrar al departamento, estiró sus brazos a él. Recibiéndolo. Las luces de las velas se veían tan lejanas, como el reflejo de estrellas relegadas al rincón. Nada alumbraba. Tirado en el suelo, desnudo y endeble, intentó sonreírle por última vez. Estiró sus brazos.
Le vió desnudarse en la oscuridad. Su piel brillaba como siempre, y sus cabellos rojos también. Un espectáculo del cielo e infierno. De frío y devoradora pasión. "... si, ven a mí..."
.Aya le vió desde lejos, Omi, tan expuesto a él, sin miedos ni arrepentimientos. "Abrázame y déjame sentir...por última vez".
* * *
Era la casa del amor quién, testigo mudo, observaba todo el rito. Los cuerpos meciéndose, la música y el calor. Todo. Esa casa del amor lo sabía. Todos los encuentros eran la 'última vez', pero siempre regresaban. Era ella quién les veía una y otra vez, era un amor tan complicado. O era, probablemente, un holograma de amor. Algo tan ilusorio, tan engañosamente perfecto. Los dos, enredados entre espinas y rosas, perfumes que atraen moscas, sangre que mana de eternos poros. Sonrisas de teatros. Llantos de cielo empapado. Odios y miedos. Los dos. En las penumbras. Aguardando a que todo terminara para poder irse y no volver, para olvidar, para morir. Fundidos en el silencio.
Todo terminó, la habitación estaba silenciosa como una tumba, y los dos se daban la espalda, lejos el uno del otro. Ya no querían tocarse, y ninguno quería ser el primero en abandonar el cuarto, los cojines, el suelo, y la promesa del 'nunca más'.
-¿Ultima vez?- preguntó la voz del niño.
-Ultima vez-.
 
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N. de Lain: ya saben, comentarios, críticas, lo-que-sea, escribid a TOBARESS@aol.com o a loulest@yahoo.com. Dedicado a Daji.