Sistema de Inteligencia Weiß: Plantas Insumisas
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Gakusei
(estudiante)
Para Olivia
 
--¿Itsu?preguntó el joven de cabello rojo.
--El próximo lunes.
--¡Pero sólo faltan dos días Ken kun!la voz sorprendida de Omi resonó en la habitación oscura.
--Lo sé. Necesito hacer las maletas.
Ken hablaba empleando un tono frío, inusual en él. Aya y Omi se enviaron una mirada de inteligencia.
--Yo puedo tomar tu lugar, Ken kun.propuso el pelirrojo.
--Iie. Eso tengo que hacerlo yo. Conozco el terreno, puedo desenvolverme mejor.
--Nuestro adorable Ken kun jugará al estudiante universitario para detectar a la organización de traficantes de droga. Un gesto muy noble, Ken kun. Dudo que yo pudiera soportar volver a las aulas.Yohji pronunció aquello haciendo gala de su ironía. Omi le envió una mirada fulminante.
--Recuerda empacar un enpitsu y unas libretas nuevasvolvió a la carga el de anteojos oscuros.
--¡Los estudiantes de la actualidad no utilizan lápices, Yohji! ¡Ahora todos llevan sus computadoras personales!Omi replicó ufano.
--A callar los dosOrdenó Aya. Su voz sonaba autoritaria y surtió efecto.--¿Estás seguro que puedes resistir las dos semanas? No pareces muy convencido, Ken kun.
--¡Claro que estoy convencido! ¡Soy un Weiß! ¡Puedo hacerlo! ¡Deja de preocuparte por mí, Aya kun!
Todos guardaron silencio. Nadie sabía porqué Hidaka se mostraba tan rabioso. Manx permaneció silenciosa pero le entregó a Ken un grueso sobre que contenía la información necesaria. Decidieron dejarlo seguir. El sábado muy temprano viajó rumbo a la universidad.
 
 
 

Ken escribió la palabra universidad en su libreta. Volver a esos lugares le hacía recordar asuntos dolorosos, pero estaba seguro que su momento para exorcizar los fantasmas por fin había llegado. Y estaba dispuesto a asumirlo con el valor de un Weiß.
El sábado arribó muy temprano al campus de la universidad de Yokohama. Se paseó lentamente por los paisajes que años atrás habían sido testigos de su amor y su dolor. Recordaba cada lugar y se daba cuenta de que nada había cambiado. Allí estaba el aula en donde conversaban y más adelante el campo de fútbol que solía usar como refugio en medio de las multitudes que admiraban su destreza en el juego. Cuando marcaba un tanto tenía la esperanza de que él lo mirara, aunque siempre estaba muy ocupado en su oficina, calificando exámenes y atendiendo cosas estúpidas que jamás quiso explicar.
Ken llegó hasta los dormitorios. Su atuendo formal llamó la atención de la mayoría. Abrió mucho los ojos, se dio cuenta que se había vestido justo como su madre lo aconsejó el primer día de clases, hacía muchos años. Los chicos a su alrededor eran más bien desaliñados, por lo que su magnífico porte resultaba sospechoso.
--¡Oe!exclamó algún muchachoLa residencia de profesores está dos edificios atrás...
Hidaka escuchó risas burlonas, sus mejillas enrojecieron, pero se sobrepuso y caminó rápido hacia el segundo piso. En su carrera chocó con una joven tan alta como él.
--Gomen nasai balbuceó atolondradotengo prisa y no me di cuenta...
--No hay problema, ¿busca a algún alumno?
--¡IIE!exclamó sorprendido de que también esa muchacha lo hubiera confundido con un profesorEstoy buscando mi habitación. Acabo de llegar.
La chica abrió muy grandes sus ojos almendrados.
--¿Eres estudiante? No lo hubiera creído jamás, te ves mayor con esa ropa... ¿estás perdido entonces? Déjame que te acompañe,  me llamo Yasunori Ryoko, ¿cómo te llamas?
--Ta.. Tahira Buichi...recordó el nombre de su identidad.
--¡Entonces acompáñame, Buichi kun! Conozco la universidad como la palma de mi mano.
Gracias a Ryoko encontró su habitación y se informó sobre las actividades nocturnas de los estudiantes los fines de semana. La chica parecía muy interesada al final de su entrevista, por eso no descartó la posibilidad de reunirse con ella para reconocer sin escrúpulos el terreno de la misión. Una pareja de amantes era menos sospechosa que un hombre solo en medio de la noche.
Cuando se descubrió a solas en la habitación, con la magnífica vista del campus cetrino frente a su ventana, Ken Hidaka no pudo evitar recordar.
 
Era de mañana, había jugado un excelente partido contra la universidad enemiga. La estrella había sido él sin duda. Anotó cuatro goles, y todo el mundo le auguraba un futuro brillante como jugador de soccer profesional. Estaba confiado, sabía que su habilidad sobrepasaba con mucho la de sus compañeros, y estaba seguro de que cualquier día un representante de la primera división de fútbol lo buscaría para ofrecerle un lugar en la selección nacional.
Pensó que no había esperado mucho cuando lo conoció. Era tan formal y elegante que parecía un personaje de novela. Se acercó lentamente, para que Hidaka pudiera admirarlo a la perfección.
Era alto más alto que él, debía medir un metro con noventa centímetros- tenía la tez bronceada, los ojos negros como carbones, al igual que su cabello corto y en orden. Su rostro parecía tallado con cincel, de tan perfecto. Vestía con todo el rigor necesario para acrecentar su belleza. Ken se quedó sin aliento cuando sus ojos se cruzaron con los de él.
--¿Hidaka Ken? ¿Es usted el estudiante que juega fútbol?
Su voz era baja y suave, gentil caricia para los oídos. El chico asintió con pálida expectativa.
--Necesito hablar con usted. ¿Puede acompañarme? el personaje se inclinó ligeramente, como señal de respeto. Ken asintió: no sabía qué demonios pasaba, pero estaba dispuesto a dejarse conducir a cualquier sitio por ese hombre.
 

--¿Cómo va la misión, Ken kun? ¿Ya aprobaste álgebra?Yohji cuestionó sarcástico desde el comunicador. Ya habían pasado las dos semanas y Ken se había infiltrado exitosamente en la universidad.
--No sigas con eso.Contestó el castaño con molestia-- Los traficantes conocen a muchos profesores. Ellos son los proveedores directos. Tengo identificados sólo a unos cuantos, pero sé que son más de una docena. Me parece que hay alguien arriba de todos ellos que controla los movimientos. Conoce a los estudiantes, los enlaces y los criminales.  Pero aún no lo identifico.
--Me parece que te puedo ahorrar ese trabajo, Ken kun... la fresca voz de Omi interrumpió orgullosaSe trata de un catedrático de gran prestigio en la universidad de Yokohama. Es posible que hayas oído hablar de él. Katori Graham.

No es cierto. Es un error. No es cierto.

--Katori Graham es el cerebro de la organización. Está muy protegido por las pandillas que controlan la distribución de droga. Es el hombre más respetado, es casi intocable... ¿Ken kun?... ¿Sigues allí?...

Siempre estaba lejos... nunca me explicaba...

--No importa si está siendo protegido por toda la mafia. Acabaré con él. Ken, la misión ha cambiado. Es nuestro turno.Aya interrumpió sus pensamientos bruscamente.
--...¿La misión... ha... cambiado?no alcanzó a reconocerse en la voz hueca que salía de su juvenil garganta.
--Así tendrás más tiempo para estudiar las ecuaciones, hermoso.recalcó Yohji. Enseguida el comunicador fue desconectado desde el centro de operaciones. Ken se miró las manos. Luego miró a través de la ventana. La visión del verde campus, repleto de árboles frutales y estudiantes despreocupados y sonrientes lo asustó.
Y pensar que allí él también había sido tan feliz.

Feliz, ésa era la palabra. Feliz porque su vida académica era inmejorable, porque tenía muchos amigos, sonrientes compañeros que lo tenían en alta estima, que podían confiar en él. Feliz porque sus expectativas de pertenecer a las grandes ligas del fútbol eran cosa segura.
Feliz, porque lo tenía  a él.  A Graham.

Y ahora, mientras observaba el verde intenso sin advertirlo, mientras el bullicio de la gente allá abajo inundaba todo, Ken Hidaka se daba cuenta de que no tenía nada, de que su desdicha no podía medirse por el grado de dolor o amargura que albergaba su corazón, ni por el número de lágrimas derramadas, ni por el vacío en su pecho.
Su dolor, lo sabía, estaba allá abajo, en las sonrisas de los amigos perdidos, de los compañeros que decepcionados le habían dado la espalda, en los días de reposo verde y libros garabateados con notas altas, en los momentos de sedienta hambre de triunfo en la cancha y los gritos de GOL a mitad del partido.
Y se encontraba, sobre todas las cosas, en los labios de aquel maestro, en sus dedos tibios, en sus miradas comprensivas y su voz cálida, obsequiosa, dolorosamente apasionada.
No es cierto. Él es un hombre intachable.

--Nanji deska?
--Ya es medianoche. Ken no aparece.
--Ken es un atolondrado. Siempre he creído eso. Seguramente se ha quedado dormido.
--¡Yohji Kun!Omi empujó a su compañero contra la pared del edificio. La misión era peligrosa porque se dieron cuenta de que los seguían. Ya estaban muy cerca del edificio de los maestros. Sabían el lugar exacto donde Katori despachaba sus asuntos.
--El hombre ha tenido la osadía de distribuir la droga en las narices de las autoridades... vaya tipo. Kudou se preparaba para actuar: le tocaba forzar la entrada y acabar con quien impidiera su marcha.
--El hecho es que no lo ven: las autoridades suponen que alguien dentro se encarga de todo, pero no quieren saber realmente lo que está pasando.Aya sonaba frío y meditabundo. Omi se encogió de hombros, resignado.
--Al menos yo no tendré ese problema.
--¡Claro!interrumpió Yohjisi algún profesor intenta contradecirte sólo tendrás que utilizar tus habilidades.
--¡¡¡Yohji Kun!!!exclamó, ofendido, el más pequeño.
--Termina de una vez y llévanos hasta la entrada, Kudou.Cuando Aya utilizaba ese tono, Yohji obedecía sin problemas.
 
Estaban a punto de entrar: sus pasos felinos no provocaron ni el alboroto del césped o los gorgojeos de las aves.
Todo estaba en calma.
La luna brilla muy poco, en un cuarto menguante que sonreía cómplice. Sin embargo, los caminos del mal son tan sutiles como una brisa nocturna.
Omi recibió una descarga.

--¿Doshite?
--Ken, no estás escuchándome...
--¿Porqué haces esto? ¿No tienes suficiente poder en la escuela como autoridad universitaria?
--No sabes todo lo que ha sucedido desde que te fuiste, no puedes...
--¡Oh! ¡Tú no sabes todo lo que ha sucedido desde que me fui de aquí! ¡Desde que me echaron! ¿No sabes que fue la maldita droga que tú distribuyes la que mandó mi vida a la mierda?
--Oh Ken...
--Tu ni siquiera estuviste allí ese día... nunca estuviste allí...
--Te equivocas. Siempre estuve allí.
--No es cierto.
--Te veía. Lo juro.
--No jures. No lo hagas. Juraste que ibas a estar conmigo... y cuando me jodieron tú estabas en una junta y no quisiste hablarme. ¿Pensabas que iba a contarle a todos? ¿Sospechabas de mí?
--Tenía que cuidarme. Tenía que hacerlo... muchas personas dependían de mí. Ahora...
--¡No te muevas!

Ken sabía que pronto llegarían sus compañeros. Era muy tarde, casi medianoche. Encontró a Katori escribiendo algún documento. Se deslizó como una sombra tenue que escapa de la luz de una linterna. El profesor no había notado su presencia, aunque un hormigueo en la punta de su cabeza le hizo levantar la mirada. Era imposible, y sin embargo ahí estaba el joven Hidaka. Era un muchacho hermoso. Le parecía una visión magnífica. Ni siquiera tuvo ánimo para sobresaltarse. Enseguida imaginó que el tiempo había retrocedido y se encontraba en medio de la dicha de tener al chico en su vida. Recorrió en pocos segundos el cuerpo ataviado en extrañas ropas oscuras, se detuvo dos segundos en las manos y contempló sin pensar las finas garras de acero que reemplazaban sus dedos largos, que recordaba tan bien sobre su piel. Luego pasó la mirada negra por el rostro divino. No había duda de que era el joven Hidaka. Lo miraba directo a los ojos, sin vergüenza, sin turbarse, sin amor.
Ken Hidaka odiaba. Graham conocía casi todas sus miradas. Esta, aunque ligeramente enloquecida, era la mirada de odio que alguna vez le censuró, cuando hablaban del futuro en su momento a solas.
(--No quiero estar lejos de ti. Si me tengo que ir a jugar... oh... si tengo que hacerlo yo...
--Tienes que progresar, Ken. Hazlo. No temas progresar. Yo estaré aquí, y estaré esperando.)

El chico no quería oírlo. Intentó explicarle sus razones: cuando lo hizo le parecieron estúpidas y comprendió que no había una razón de verdad para justificar lo que había hecho todos esos años.
--Pero no estoy arrepentido. Hice lo que tenía que hacer. Eso quería hacer. Es una forma de progresar, me parece. Hay tantos muchachos estúpidos por ahí, gastando su valioso tiempo en fiestas y en orgías... y tienen todo para trascender, pero no lo hacen. Alguien les ofrece droga y la toman. Y luego simplemente se dejan llevar. Yo no estoy haciendo nada extraño, nada indigno. Sólo allano el terrero.
--¿Porqué te olvidaste de mí?
--No, Ken. No lo hice.
--Nunca más regresaste. Y yo... yo volví todavía unas veces.
--No era conveniente.
--NO. Ahora que sé quién eres en realidad, todo tiene sentido.
--Siempre lo supiste. Así era yo contigo. Yo soy aún el hombre que te hacía el amor en...
--¡Cállate! ¡No te muevas! Alguien vendrá muy pronto a...
 
Un disparo. Un grito. Las luces del edificio se comenzaron a encender.

--Son mis hombres, ¿viniste con alguien más? No habrá tregua, Ken, morirás si no sales de aquí. Vete.
--¡IIEEEE! ¡TÚ MORIRÁS!
 

Ken observó los movimientos de Aya como en una película muy lejana, pintada de azul y plata.
En un segundo, el misterioso joven del largo abrigo envainó su espada.
El sonido del pesado cuerpo de Katori al estrellarse contra un librero produjo en el joven castaño un terror absolutamente nuevo.
--Ellos esperan abajo. Están terminando la misión. Vámonos.
La voz fría del pelirrojo atravesó sus oídos con espanto. Se fugó por la ventana y chilló hondamente hasta la luna risueña.
La crudeza en la voz de su compañero. Esa crudeza que se repetía tantas veces y que sólo ahora Ken alcanzaba a comprender. Aya tenía la voz de alguien que ya no tiene a nadie en el mundo. Aya hablaba con la misma crudeza de Katori.
Pero no estoy arrepentido. Hice lo que tenía que hacer.
Pero no estoy arrepentido. Hice lo que tenía que hacer.
Pero no estoy arrepentido. Hice lo que tenía que hacer.
Pero no estoy arrepentido. Hice lo que tenía que hacer.
Pero no estoy arrepentido. Hice lo que tenía que hacer.
Pero no estoy arrepentido. Hice lo que tenía que hacer.
 
--NO. No lo estoy. Era mi deber. Soy un Weiß.

Y ellos... son... las bestias de la oscuridad. Yo no. Yo soy... un... Weiß...

Pero Hikada no podía creérselo. La voz de Katori y la voz de Aya estaban siempre allí, hermanas odiosas y fatídicas.
 

Una noche, tiempo después, Ken se despertó sonriendo. Había soñado el día en que conoció a Graham. Hasta entonces recordó que le había parecido un hombre maravilloso y sabio. Y que su voz era amorosa y cálida. No había cambiado. Su voz no mentía. Graham todavía lo amaba.
 
--Hice lo que tenía que hacer.
Se convencía, pero no había forma de parar sus lágrimas.
 
RODIA RAZCONICOV
ENERO-MARZO 2003.