Esta página está dedicada para y por Carina Maguregui, cuyas experiencias en viajes por todo el mundo son conocidas por los más ilustrados internautas. Espero os guste.





"Africa del norte, la experiencia del exotismo"

Siempre me pregunté por qué me atraen tanto las culturas radicalmente diferentes a la nuestra. Cuanto más diferentes, mayor es el hechizo que ejercen sobre mí.

Lo que domina e hipnotiza no es tanto el régimen de la diferencia y la indiferenciación, sino la incomprensibilidad eterna, la extrañeza irreductible de las culturas, de las costumbres, de los rostros, de los lenguajes.

Para Segalen "El exotismo es la percepción aguda e inmediata de una incomprensibilidad eterna. Si el sabor aumenta en función de la diferencia, ¿qué más sabroso que la oposición de los irreductibles, el choque de los contrastes eternos?".

La alteridad radical es a la vez inencontrable e irreductible. No es una ley racional, ni un proceso demostrable. Jamás dispondremos de pruebas, ni metafísicas, ni científicas, de este principio de extrañeza y de incomprensibilidad. Baudrillard dice que hay que tomar partido por él y, en eso, estamos de acuerdo.

El auténtico conocimiento es el de que jamás nos comprenderemos en el otro, lo cual hace que este otro no sea uno mismo y, por consiguiente, no pueda ser separado de sí, ni alienado por nuestra mirada, ni instituido en su identidad o en su diferencia.

Baudrillard señala que la "regla del exotismo" obliga a no engañarse con la comprensión, ni con la intimidad, ni con el país, ni con el viaje, ni con lo pintoresco, ni con uno mismo.

La experiencia vívida del exotismo radical no es, por otra parte, necesariamente la del viaje. Pero el episodio y la puesta en escena del viaje permiten, mejor que cualquier otro subterfugio, ese cuerpo a cuerpo brutal, rápido, despiadado, y señala mejor cada uno de los golpes.

No hay que intentar comprender o fusionarse con el otro, ni siquiera abolirse frente a él. Hay mucho de esto flotando en el ambiente de "Refugio para el amor" (1990, dirigida por Bernardo Bertolucci) Porque la impenetrabilidad de las culturas, de los pueblos, no es más que la impenetrabilidad última de los individuos. Estamos solos y morimos solos. Sentimos extrañeza hasta cuando nos miramos un largo rato frente al espejo. Experimentamos cierto desconocimiento...nos preguntamos: ¿quién es ese que me mira a mí? Y respondemos "Soy yo mismo". La mente parece disociarse del cuerpo.

En "Refugio para el amor", Kit Moresby (Debra Winger) no puede penetrar en el misterio del mundo árabe. ¿Cómo puede ser árabe? Pero tampoco puede penetrar en el misterio del mundo de Port Moresby (John Malkovich) ¿Cómo amarlo sin aniquilarlo, sin aniquilarse?

Baudrillard opina -y nuevamente coincido- que lo que buscamos en el viaje no es el descubrimiento ni el intercambio sino una desterritorialización blanda, una posesión por el mismo viaje, por "la ausencia".

La ausencia adopta una cualidad carnal. El cuerpo no sabe dónde está pero el espíritu se exalta con esta ausencia como si fuera una cualidad propia.

Con el viaje ocurre lo mismo que con las relaciones con los otros. El viaje como metamorfosis. Lo femenino como anamorfosis de lo masculino, la transferencia como liberación de nuestro propio sexo y nuestra propia cultura.

La forma del viaje como expulsión y liberación domina hoy sobre la forma clásica del viaje como descubrimiento. Se trata más de un viaje que intenta jugar con la reversibilidad y el tiempo.

"Como no sabemos cuándo vamos a morir, creemos que la vida es ilimitada...pero todo sucede un número limitado de veces", reflexiona el mismo Paul Bowles una vez que Kit Moresby regresa alucinada a un café de Tánger en los años 40.

Kit y Port viajan al África motivados por el hastío y la desilusión. Buscan un lugar que -suponen- tiene un cielo sólido capaz de protegerlos (The sheltering sky, así se llama la novela de Bowles). Ambos intentan ser libres pero están atados por pasiones inexplicables. Algo que no pueden evadir.

Antes de descubrir que "escapar" es imposible, la pareja explora laberintos geográficos y espirituales. Al borde de los acantilados, en el desierto del Sahara, en el Magreb misterioso ansían hallar la respuesta. Por eso eligen el norte de África, donde el fatalismo árabe inspiró a Camus para escribir sobre la fatuidad de la vida.

Las formas, los colores, las luces y las sombras se mezclan con la música de instrumentos esotéricos, de murmullos de insectos y animales, de lenguas con fonética extraña. Es otro mundo.


Port muere entre convulsiones oníricas y al son de la hipnótica música marroquí, abandonando a Kit en medio de la nada. De inmediato, Kit pretende encontrar una salida y recurre, nuevamente, al viaje. Otro laberinto, otro camino desesperado junto a un tuareg -"hombre azul del desierto"- buscando una respuesta erótica (la única posible entre estos dos mundos extraños entre sí). Sin embargo, este recorrido tampoco la satisface.

"¿Estás perdida?", le pregunta Bowles cuando ella regresa con la mirada perdida en el infinito al café de Tánger. Kit responde: "Sí". Y el círculo del viaje se cierra.

Viajar era la manera de estar fuera o de no estar en ninguna parte. Hoy parecería ser una de las pocas maneras de experimentar la sensación de estar en alguna parte. Porque la monotonía rebosante de ruido y de locura diarios nos hacen sentir que el tiempo se va sin dejar huellas.

La noción de tiempo cambia drásticamente durante el viaje. Notamos la tensión del tiempo, nos sentimos inscriptos en él y creo que todo esto es porque el viaje se parece más que ninguna otra cosa en el mundo a una narración. Un relato escrito y protagonizado por nosotros mismos. En él "esculpimos el tiempo" como diría Andrei Tarkovski. Recuperamos la imaginación y el asombro anestesiados por el bombardeo cotidiano. Tal vez sea eso lo que buscamos cuando viajamos. No tanto comprender, porque comprender es una utopía, sino asir un trozo de tiempo. Si comprendiéramos al otro, si realmente lo penetráramos, si esto fuera posible, entonces no existiría esa forma secreta de la existencia del otro. Por ello, films como Koyaanisqatsi (1983, Godfrey Reggio), Powaaqatsi (1985, Godfrey Reggio) y Baraka (1987, Ron Fricke) no tienen diálogos, sólo imágenes y música. En estas películas/viajes el "otro" es aquel cuyo destino llegamos a ser, no relacionándonos con él en la diferencia y el diálogo, sino asumiéndolo como secreto.

Baraka es una palabra antigua de orígen árabe que puede traducirse como "bendición". Koyaanisqatsi es un vocablo del dialecto hopi de la India que significa "vida desequilibrada" y Powaaqatsi dice "lo que un ser humano hace para someter a otro".

En estos mundos fílmicos, más allá de las palabras, podemos contemplar las condiciones de vida de una importante parte del mundo subsumida por otra parte de ese mismo mundo. Pero no podemos entenderlo. Ciudades asiáticas abigarradas, rostros de niños desde Nepal, hasta Brasil y desde Perú hasta Tailandia. Sacerdotes ortodoxos rusos, rabinos, imanes, curas, monjes budistas. Ríos y más ríos...felucas en el Nilo, cadáveres cremados en el Ganges al lado de mujeres con el rostro cubierto lavando las túnicas en las mismas aguas. Minas de oro trabajadas por hombres/hormiga que pican el mineral hasta que caen muertos. Es lo bello imponiéndose con esfuerzo a lo terrible.

Y la música que narra estos rincones del mundo es otra forma de viaje. El perfecto sincronismo del sonido con las imágenes es una experiencia en sí misma. Un ritmo a contratiempo coincide exactamente con los pasos que un personaje da en la pantalla.

Philip Glass, el responsable de la música de Koya y Powaaqatsi, nos conduce en este viaje sin igual. Cómo olvidar aquellos 12 y 13 de junio de 1992, cuando la orquesta de Glass -dirigida por Michael Riesmann- ejecutó, a la manera de las proyecciones cinematográficas de antaño, la música en vivo de ambas películas mientras las imágenes se agolpaban en la pantalla del cine-teatro Ópera. ¡Sublime!

Glass, de origen americano, estudió música con Allah Rakha, el virtuoso hindú del "tabla", los tambores típicos de la India. Y allá, por los sesentas, surgió esa entrañable relación con el célebre citarista Ravi Shankar.

El contacto con las músicas no occidentales condicionó decisivamente el desarrollo de las ideas compositivas de Glass. Absorbió -por no decir, devoró- la influencia de las repeticiones geométricas del arte islámico. ¿Quién puede substraerse al embrujo de las tramas que pueblan la Alhambra en Granada, la mezquita de Córdoba y los diseños mozárabes que tapizan toda Andalucía? Recuerdo haber salido de estos lugares con el cuello contracturado de tanto mirar hacia arriba y no querer bajar la cabeza nunca más. Estas repeticiones que obsesionaron y siguen obsesionando a Glass son una de las fuentes donde abreva el minimalismo tan caro a algunos oídos -en especial a los míos-.

Las tierras de los otros, las músicas de los otros, los ojos de los otros. Todo forma parte de la ceremonia del viaje. Pero no el viaje turístico típico sino el de la contemplación de eso Otro cuyo secreto jamás nos será revelado.

En su Guía de calles y misterios de Bahía de todos los Santos, Jorge Amado dice: "Si no eres más que una turista ávida de nuevos paisajes, de novedades para fortalecer un corazón harto de emociones, viajera de pobres y aventuras ricas, entonces no tomes esta guía. Pero si quieres verlo todo (...) entonces ven conmigo y te mostraré las calles y los misterios de la ciudad de Salvador y te irás de aquí con la seguridad de que este mundo está errado y que hay que rehacerlo bien. Por que no es justo que tanta miseria quepa en tanta belleza. (...) Yo te daré más que cualquier catálogo oficial, pues te hablaré del color y de la poesía, te contaré del dolor y de la miseria. Ven, Bahía te espera. Es una fiesta y también un funeral". Obviamente Amado tiene razón...sentí a Bahía como una fiesta y a la vez como un funeral. Y así fue también en el norte de África. Si uno lo mira con esos ojos.

Como Kit Moresby y todos aquellos a los que nos gusta viajar casi "en trance" me perdí en la medina de Tánger y nunca me sentí tan anónima y al mismo tiempo tan "yo" como en ese momento. Cuando caminaba por Casablanca (Casa Branca, originalmente Anfa y luego Dar el Beida) y miraba fascinada el minarete monumental de la mezquita Youssef mecida por las aguas del mar, no podía creer que todo esto existiera. Ni siquiera intentaba comprenderlo, me asombraba el simple hecho que fuera algo que sucedía al mismo tiempo que mi vida. Me encantaba perder más de cuarenta minutos en tratar de explicarle a unos marroquíes que buscaba el hotel Les Almohades, mientras la nube de hombres que nos rodeaba intentando descifrar esas palabras crecía desmesuradamente.

Cómo comprender y explicar el gran socco (mercado) de la medina antigua de Fez, en Marruecos. Ciudad antigua del siglo VIII congelada en el tiempo. ¿Yo venía del futuro y ellos vivían en el pasado? No, de ninguna manera. Son mundos incomparables, las variables no pueden ser las mismas. Es como poner un pie en un agujero negro y ser tragado. Doscientos mil habitantes hacinados entre murallas. Torres y callejuelas sinuosas tachonadas por burros esqueléticos cargados con jarros y cueros. Curtiembres en medio de las casas, con hombres jóvenes metidos en hoyos llenos de sangre de los animales sacrificados. Un hedor a muerte y un aroma a especias confunden a cualquier olfato. Tumbas, medrasas (escuelas del Corán), alfombras, palacios, aguateros, bereberes. ¿Cómo transcurre todo? ¿A dónde van? ¿Qué piensan? ¿Qué hay detrás de esos velos? ¿Qué sueñan? ¿Qué sueño? ¿Por qué el corazón palpita en la Plaza Jemaa-el-Fna? Porque es el Congreso de los Muertos en la ciudad antigua de Marrakesch. ¡Qué sobrenombre harto macabro para uno de los puntos más llenos de vida y colorido de Marruecos! Sucede que en el pasado, en este lugar se exponían ante el público una colección de cabezas degolladas pertenecientes a los "malhechores" y a los rebeldes.

Hoy el Congreso de los Muertos es una fiesta. La plaza cambia de color y aspecto a lo largo del día. Los tenderos levantan sus carpas, los cocineros calientan los caldos, se encienden docenas y docenas de pequeños hornos de carbón para mantener caliente hasta la tarde y la noche entrada los "couscous" y algo parecido a las brochettes de carne. ¿Carne de qué? No importa.

Té por litros. Cachivaches. Encantadores de serpientes. Juglares. Escribas copiando cartas a máquina que la gente dicta. Chocolate sin envoltorio en el piso atestado de moscas al lado de las preciadas pezuñas de cerdo y de las cabezas de ternero. Vendedores ambulantes con dagas, pescados, pipas, textos coránicos, cucharones de madera. Mendigos que tiran de la ropa sin descanso. Regateo y más regateo. Por detrás, la torre/minarete de la Koutobia -trilliza de la Giralda de Sevilla y de la torre inconclusa de Rabat- domina el paisaje enclavado en los montes Atlas.

Las tumbas Saadíes, el palacio de la Bahiia, la Menara del antiguo Sultán, el inmenso olivar de Agdal y las cien mil palmeras de Guéliz ¿son un sueño? No...mientras estoy ahí. Hoy me pregunto ¿todavía eso sigue sucediendo? ¿Ahora? ¿Ya mismo? ¿Existen verdaderamente?

Cuando viajaba en un subte desde la ciudad de El Cairo, Egipto, hasta el milenario barrio Copto, me preguntaba si yo los miraría a ellos de la misma forma en que ellos me miraban a mi. Me preguntaba por qué las mujeres de la ciudad de Idfu, a orillas del Alto Nilo, sólo podían salir de sus casas los días martes por la mañana para ir al mercado y únicamente vestidas de negro. Me preguntaba por qué me estremecía a la sombra de los colosos del pilón de Karnak. Me preguntaba qué esperaba percibir al acariciar los jeroglíficos de las mastabas. Me preguntaba qué fuerza mística motivaba a los egipcios a dejar cualquier cosa que estuvieran haciendo cinco veces al día para arrodillarse mirando hacia la dirección de La Meca en Arabia Saudita y repetir las plegarias hasta el cansacio.

Los parlantes de las mezquitas me despertaban a las cinco de la madrugada con las oraciones de los imanes islámicos. Eran palabras para Alá...y yo podía oírlas. Yo podía oírlas. En Asuan, al sur de Egipto y más cerca de Sudán, los negros nubios querían sacarse fotos con una amiga a la que llamamos "Blancura". Imagínense el contraste. Los fotografié rodeando a la Blancura decenas de veces, luego me cansé y dije: No fotos, no fotos, no fotos. ¿Acaso no hacía yo lo mismo con ellos? ¿No me fascinaba el misterio de esa piel color negro ébano y de esos ojos profundos como la eternidad?

Sólo queda por repetir el comienzo: "El exotismo es la percepción aguda e inmediata de una incomprensibilidad eterna. Si el sabor aumenta en función de la diferencia, ¿qué más sabroso que la oposición de los irreductibles, el choque de los contrastes eternos?".

Cuánto secreto. De los viajes volvemos con la mochila cargada de secretos. Por favor, decidan compartirlos y cuéntenlos.

Volver al Índice General


Las Páginas esenciales en la vida:


Y pá escribirme a mí.

Mundo Lovecraft Sábados Musicales Presentación
Desde el Jardín de los Mundos Cuadernos de Jardín
BRUCKNERBandas SonorasWAGNER