Obertura Egmont.

Hemos llegado a una de las Oberturas más inquietantes, más grandes y más descomunales de cuantas tiene Beethoven, a parte, claro está, de ser de las más conocidas sino la más.

Egmont es una obra literaria de Goethe que comprende varias partes, en las que se comprende tres dramas y dos canciones. Lo curioso de esta obra es que Goethe la había escrito pensando en música, así que Beethoven hizo lo que debía de hacer, teniendo en cuenta que antes de su composición ya había hecho otro músico la interpretación musical de esta obra, pero evidentemente nada que ver con lo que después hiciera el amigo Beethoven.

Egmont para Beethoven era una necesidad imperiosa e imperial el tener que hacerla, primero por el fervor que tenía por Goethe, -que fue al primero que leyó desde su juventud-, y segundo porque la obra en sí le entusiasmaba.

¿Un Héroe? Si, y no lo dudo, aunque debería, pues la obra de Egmont por mucho que he removido Roma con Santiago y con otras ciudades del mundo, no he conseguido encontrarla ni en el onírico. Por lo tanto no sé a ciencia cierta de qué va la obra. Alguna vez la he oído entera, esto es, a parte de la Obertura, los tres dramas citados, los cuadros y las canciones de Clara, pero no en español, evidentemente, sino en alemán. Así pues la imaginación al poder.

Desde mi punto de oído se trata de una obra tan colosal que a lo mejor no estoy haciendo bien en hablar de ella, pero me apetece. Y me apetece sobre todo porque es como luchar contra los elementos, y en esta ocasión, como en realidad en todas cuando hablo de la música, en contra de lo que puedan pensar o no a los que yo llamo "especialistas", pues ellos no admitirían ni en broma hablar de una obra sin dejar de nombrar las tonalidades, los cambios de tiempo, el compás, si es alegretto o es adagio, si es molto expresivo o cantábile, y todas esas palabrejas que hay que decir al hablar de música. Pero yo hablo de Música, la Música de los Dioses, no la de los listillos.

Así entonces, ¿cómo se debería hablar de Egmont? Claramente, mire usté:

Egmont como ya he dicho es una obra colosal, brutal, de viaje iniciático que se concluye con la experiencia precisa que el alma exige.

Todo comienza de la manera más tranquila, como si el día que comienza no deparara más sorpresas que las de cualquier otra mañana. Pero viviendo como se vive de verdad, cada día es distinto, cada día se renace y cada día se perciben las cosas de diferente manera, entonces la música se empieza a elevar por encima de toda vida común, se eleva tan alto que ya la mirada del hombre no alcanza a ver nada, se queda ciego. Pero la elevación de la Música continúa, y las montañas ya se quedan allá abajo en la lejanía.

Pero cuando se sube más allá de las montañas más altas de Arrakis y ya no hay más montañas que las de la mente, ¿qué queda? ¿habrá un fin, un límite? No, desde luego en la música de Egmont no lo hay; cruza las estrellas, las traspasa, las cruza, las sobrepasa y continúa su camino hasta más allá de todas las galaxias conocidas y por conocer.

Luego vienen el resto de los fragmentos musicales, pero ahí ya entra más el drama cotidiano y la música pierde fundamento, pero en nada significa esto que baje, que pierda nivel, es otro, pero no conviene continuar. En el mundo estrellado colosal de las gigantes músicas una voz preciosa puede dejar a la obra en una miniatura casi, casi, ridícula, y no merece la pena.

La música de Egmont la creó Beethoven para otras vidas, para otros mundos, que aún estando en este, todavía no han llegado. Aunque... bueno, bien pensado, sí ha llegado pues la Kronos ya está viajando por Arrakis y ya tiene toda la razón de ser.

Egmont, creador de Héroes.

Kronos, portador de Héroes.


Obertura, Las Ruinas de Atenas.

Miles de años he esperado este momento, el momento glorioso de poder hablar de una de las obras más fascinantes de toda la historia de la Música; Las Ruinas de Atenas, tanto la Obertura, que es colosal y diamantina, como la obra en general, que es espectacular, desde su dúo de cantantes, su marcha Turca, su lejanía en el tiempo, y sus coros finales, la hacen ser una obra perfecta.

La idea de la trama de la historia en Las Ruinas de Atenas es de un tal Kotzebue, un dramaturgo de no mucha fama que si se le conoce ahora es gracias a Beethoven.

La trama, que es lo que menos me interesa a mí, en resumen trata de las tonterías que hizo Minerva, y cuando los Dioses mayores se dieron cuenta de que había cometido unos pocos de errores, la castigaron a que durmiera dos mil años; cura de sueño que se dice ahora. Después de esos dos mil años y como si se tratara de la Bella Durmiente, llegó Hermes y la despertó; "Pero quilla, ¿cómo durmiendo a estas horas? Venga, levantarse." y Minerva se levantó. Cuando se aseó y todas esas cosas que hace uno cuando se levanta, advirtió que Atenas estaba hecha un cirio, ya no tenía nada que ver como cuando ella se acostó a dormir un rato. "¿Y Roma?" Preguntó Minerva a Hermes, "Roma está igual, reina, hecha unos zorros. Además, ¿qué más da Roma, si eso está en el quinto cuerno?" Total, que todo se había echado a perder y todo estaba cambiado.

La historieta y la música nada tienen que ver.

Beethoven nos cuenta una historia alucinante, donde los instrumentos son casi una invención y el ritmo algo de, -(esta vez sí que coincide un poco con la historia de Kotzebue)-, Dioses del Olimpo o de algo más.

El comienzo es el recuerdo del concierto para clarinete que algún mal parido robó en su momento. Lo parece porque el instrumento que lleva la voz cantante es obviamente el clarinete, con una melodía que ahora mismo me viene a la cabeza y la hace danzar de manera impetuosa.

En total son algo así como ocho cuadros sonoros. El segundo es el dúo del que he hablado antes, unas voces alucinantes, que ni recuerdan a la ópera ni se parecen a una canción alemana o "lied" que dicen los germanos, es simplemente la charla amistosa de dos Amigos Colosales.

La tercera parte es la locura total, La Marcha Turca; unos coros de hombres entonan una heroica canción al ritmo exacto y preciso de... pues eso, una marcha Turca; rápida, fugaz, arrebatadora, llena de la Pasión más sublime, es imposible quedarse sentado en la silla o sillón o lo que fuere, y no levantarse a danzar por entre el aire que nos quiere oprimir, por entre la tonta gravedad que nos burla y se mofa de nosotros.

Las Ruinas de Atenas es una música de dioses, y no me creo para nada eso que suelen decir a cada pocas obras de Beethoven, "que esta obra no es de las que gustaba Beethoven." Es posible que en lo técnico, en lo referente a la composición no quedara contento, y quisiera perfeccionarla, pero eso son las cosas de los genios.

Lo curioso es que si fuera cierto eso que se dice de Beethoven, es como una bendición, pues la Sonata conocida como Claro de Luna, o las treinta y dos variaciones sobre un tema original, o algunas obras más, son de esas que imponen un respeto colosal y han sido de las más ejecutadas y que más han llegado al alma de las personas, y son estas las que acusaba Beethoven de "malas".

Desde luego la estructura sonora y la marcha de la obra más cosas no pueden tener. Momentos explosivos, momentos de reflexión, de paz interna, de lucha desde el exterior, de lejanía en el espacio.

Eso es de lo que más me llama la atención. Monteverdi, en su Beata Vergine o como se escriba, tiene un momento en que los coros parecen duplicarse, parecen hallarse en un lugar grandioso donde las voces se repiten como si se tratase de un eco. Beethoven no es que utilice esa técnica como la utilizó Monteverdi, pero sí le da ese toque de lugar inmenso, de lugar grandioso donde las cosas se desarrollan más allá de lo que uno puede ver con claridad, sobre todo con los ojos normales; se precisa de otra mirada, de una mirada que oye, y que escucha algo más.

El final es triunfal, pero parece que acabara de manera algo brusca, quizá por esa manía de perder las cosas que no se le dan la justa importancia; que la obra no está completa, pero bueno, uno puede satisfacer su alma escuchando muchas veces la colosal composición.

Me pasa como con muchas obras musicales, que cuando me enamoro de ellas es como si me encadenara a ellas, y cuando descubrí Las Ruinas de Atenas, cada día y durante cosa de un año, la estuve escuchando todos los días varias veces al día. La Pasión así lo requería, era algo emocionante.

Y lo sigue siendo, y estoy seguro que dentro de mil años también lo será.


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