CIUDAD DE PERROS Y OTROS ANIMALES
Tras haber terminado un trabajo del orden de magnitud de 750.000 espacios
electrónicos a principios de este año, y habiendo cobrado el último día
laborable del año pasado un dinero decisivo que se me debía desde hacía más
de un año y medio, inauguré este año convencida de que sería el mío, tanto
por esos indicios prometedores, como por otras muchas razones. Entre otras,
porque los tres nueves del año en curso pueden interpretarse como el inverso
de la Bestia Apocalíptica. Además, ya dije que en 1999 yo cumplía un número
redondo de años.
Si mis coetáneos de la OTAN me hubieran impactado por lo menos un día antes
de mi cumple, todavía hubiera podido permanecer linda y joven para siempre.
Por supuesto, la Alianza Occidental me volvió a hacer una mala jugada, así
que al día siguiente tuve que ir al salón cosmético.
Un día después del seis de mayo, que aquí en Serbia coincide con una slava
muy difundida, fui pues al salón. Bajo la sirena que anunciaba nuevos
ataques aéreos. Previamente pregunté si, dadas las circunstancias, mi cita
seguía en pie según lo fijado por teléfono. Posteriormente aclaro: la slava
es la fiesta del santo patrón de una familia. La del seis de mayo se llama
San Nicolás, el 19 de diciembre, también tiene amplia difusión. Con motivo
de la slava, la familia enciende una vela delante de ícono de su santo.
En fin, en la noche entre el 7 y el 8 de mayo se produjo el primer apagón en
todo el país. De seguro para que mi belleza asistida no encegueciera a los
pilotos, que si no apuntan bien, al final tienen que descargarse por donde
sea, como que a la base no pueden volver cargados.
Si se descargan en un pueblucho de las montañas montenegrinas, vaya y pase,
pero si los pescadores italianos empiezan a sacar explosivos no activados en
sus redes, la cuestión podría exigir explicaciones adicionales de los
primeros entre pares. Y eso resultaría un tanto incómodo, o al menor poco
práctico, porque no es en los pescadores en que hay que concentrarse, sino
en los refugiados "albano-kosovares".
Este sintagma lo pongo entre comillas, porque ni siquiera en Albania hay
albanos. Hay albaneses. En Kosovo hay yugoslavos pertenecientes a la etnia
albanesa, y también hay albaneses clandestinos, o infiltrados. Por el
llamado Ejército de Liberación de Kosovo, instrumento del Pantágono. Por lo
demás, en Yugoslavia hay más de un millón trescientos mil refugiados de
todas partes. De Kosovo hoy se refugian incluso los pájaros, desde que el 24
de marzo empezó el bombardeo. Apenas si queda allí piedra sobre piedra.
Total, a través de los medios de información mundiales (muchos de los cuales
son propiedad directa de las corporaciones que por casualidad fabrican los
motores de los bombarderos, como por ejemplo la General Electric), después
se hacen circular estremecedoras imágenes de las viviendas "bombardeadas por
los nacionalistas serbios", aunque sabido sea que de Serbia ahora no pueden
despegar ni siquiera los aeroplancitos agrícolas para pulverizar a los
mosquitos. Una de mis amigas me dijo el otro día: "Si con sus setecientos
vuelos diarios y los 250.000 barriles de combustible que desparrama por las
alturas, la OTAN por lo menos me liberara de los mosquitos..."
Pero dejémonos de propaganda. Volvamos a lo crucial, a saber: a mi salón y a
mi belleza.
Cuando salí de allí - del salón - prodújose la primera oscuridad total. Con
fibras de grafito los muy atorrantes impidieron que yo me luciera.
Parece que estas fibras los divierten sobremanera a los atorrantes esos de
mi grado.
Desde entonces las han venido echando otras varias veces. Por si acaso,
también han bombardeado los centrales eléctricas con métodos convencionales,
hasta los cimientos, Esta madrugada lanzaron nuevos misiles a la central
termoeléctrica de Obrenovac, mientras todavía se trataba de apagar el
incendio que horas antes se había apoderado de todas las instalaciones.
Desde el fabuloso hallazgo de este chiche de grafito, además de quedarnos
sin luz, nos quedamos sin voz y, sin agua. Desde entonces, ni nos animamos a
pensar en el próximo invierno: todavía queda por ver qué haremos dentro de
pocos días, cuando el calor llegue a cuarenta grados. Menos mal que ya nadie
compra pescado: los ríos están enfermos.
Ríos, pájaros.
Mas, no sólo los pájaros huyen de Kosovo, sino que las aves del Jardín
Zoológico de Belgrado han dejado de empollar la futura cría. Las cebras
abortan.
La elefanta, llamada Twiggy, ahora hace honor a su nombre. Es la mitad de lo
que era. Pasa hambre. Cuando muera, servirá para alimentar a sus colegas
carnívoras. Sin embargo, más que el hambre, lo que a todos los enloquece es
el ruido. De las sirenas, de las explosiones; detonaciones; barreras de
sonido perforadas; trayectorias teledirigidas casi a ras del suelo. Por eso
ya ni quieren vivir. Quieren preservar a su posteridad de la vida. Algunas
aves de rapiña revientan los huevos sin siquiera hacerlo para comerse el
contenido.
Los lobos son los primeros en captar el sonido del pavor. Entonces se ponen
a aullar su canción de llanto. Luego incluso los cocodrilos lloran de verdad.
Por fuera del Zoo, perros de raza deambulan con mirada de desamparo por las
calles heridas de la ciudad. Sus amos se fueron. No pudieron llevárselos
consigo. Se fueron los cociudadanos que pudieron irse; los que, por ser
pudientes, antes tenían perros de raza.
Esos perros ahora están más perdidos que los que nunca fueron mimados.
De los humanos ya no tengo ganas de hablar. El hombre inventó la jaula y el
hombre inventó la bomba; el individuo es lo de menos. Todo un pueblo está
aquí enjaulado al tiempo que lo bombardean sin cesar.
Hace tres noches una bomba cayó a cincuenta metros de nuestro departamento.
Quién sabe porqué, no explotó.
Ayer por la mañana la sacudida de todo el edificio me sorprendió mientras me
duchaba.
Mientras me ducho - cuando vuelve el agua - desde hace un cierto tiempo me
pregunto y qué pasaría si en una de esas, en plena ducha... Mientras me
duchaba, ayer por la mañana once transéuntes perecieron en el puente de
Varvarin. Esta madrugada impactaron otro hospital belgradense en el que
también estuve internada, años atrás, y en el que nuestra hija tuvo una
operación oftalmológica cuando era pequeña. Todos los números impares de esa
calle se quedaron sin vidrios, sin puertas, muchos edificios sin techos. El
agua, ese líquido precioso, inundando las habitaciones del hospital por los
desperfectos ocasionados en las cañerías. Nueve ancianos asesinados, en un
tercer hospital, en Surdulica. En una cárcel de Kosovo, doscientos muertos
en tres días de bombardeo intermitente. Un presidiario de etnia albanesa
comentó, mientras otros presidiarios sobrevivientes lo sacaban por debajo de
los escombros: "¡Y Pensar que yo me creí que los norteamericanos eran mis
amigos, con todo lo que me prometieron!".
¿Por qué no explota de una buena vez la bomba de enfrente, o por lo menos la
verdad?
Me doy cuenta, empero, que de noticia estamos pasando a ser rutina: ahora
que todo se ha convertido en meta legítima del Ángel Misericordioso, se que
los diplomáticos siguen intercambiando puntos de vista. Siguen considerando,
deplorando, tornando en consideración (a fines del mes que viene). A veces
incluso hasta condenan resueltamente; por lo general siguen haciendo
declaraciones. En tanto, yo ya no respiro como antes, como hasta hace cinco
días, para no ir más lejos. Es como si desde entonces tuviera un nudo en la
respiración; es que desde entonces la orgía se ha ido haciendo cada vez más
torpe y más pervertida que nunca.
También sé que tras seguir invirtiendo toneladas de dólares en la versión
oficial y en otras faenas correspondientes a los servicios de inteligencia
de los protectores de la Humanidad; se que nadie en el exterior jamás podrá
saber lo que está pasando exactamente. Salvo los que, para evitar
catástrofes humanitarias, con fría precisión imparten órdenes a los cazas, a
los portaaviones y a los helicópteros apaches. A los periodistas, a los
tribunales y a los demás socios. Esos saben perfectamente cómo funciona el
mundo; la paz; la vida.
Por aquí, hasta los árboles empiezan a desistir de la misma.
Lo mismo que los animales, los árboles también sufren bajo los hongos de
humo que a través de la ventana ahora veo incluso de día, antes de volver a
bajar la persiana.
Veo ramas abatidas, y veo hojas del color del cielo de la Ciudad Blanca:
todo gris.
Gris, todo lo que veo, y todo lo que vivo. Si es que no soy ya daltoniana.
Como un perro más.
0 menos.
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