CIUDAD DE CIUDADES Silvia Monrós de Stojakovic

                               
                             
                              CIUDAD DE PERROS Y OTROS ANIMALES

Tras haber terminado un trabajo del orden de magnitud de 750.000 espacios 
electrónicos a principios de este año, y habiendo cobrado el último día 
laborable del año pasado un dinero decisivo que se me debía desde hacía más 
de un año y medio, inauguré este año convencida de que sería el mío, tanto 
por esos indicios prometedores, como por otras muchas razones. Entre otras, 
porque los tres nueves del año en curso pueden interpretarse como el inverso 
de la Bestia Apocalíptica. Además, ya dije que en 1999 yo cumplía un número 
redondo de años.

Si mis coetáneos de la OTAN me hubieran impactado por lo menos un día antes 
de mi cumple, todavía hubiera podido permanecer linda y joven para siempre. 
Por supuesto, la Alianza Occidental me volvió a hacer una mala jugada, así 
que al día siguiente tuve que ir al salón cosmético.

Un día después del seis de mayo, que aquí en Serbia coincide con una slava 
muy difundida, fui pues al salón. Bajo la sirena que anunciaba nuevos 
ataques aéreos. Previamente pregunté si, dadas las circunstancias, mi cita 
seguía en pie según lo fijado por teléfono. Posteriormente aclaro: la slava 
es la fiesta del santo patrón de una familia. La del seis de mayo se llama 
San Nicolás, el 19 de diciembre, también tiene amplia difusión. Con motivo 
de la slava, la familia enciende una vela delante de ícono de su santo.

En fin, en la noche entre el 7 y el 8 de mayo se produjo el primer apagón en 
todo el país. De seguro para que mi belleza asistida no encegueciera a los 
pilotos, que si no apuntan bien, al final tienen que descargarse por donde 
sea, como que a la base no pueden volver cargados.

Si se descargan en un pueblucho de las montañas montenegrinas, vaya y pase, 
pero si los pescadores italianos empiezan a sacar explosivos no activados en 
sus redes, la cuestión podría exigir explicaciones adicionales de los 
primeros entre pares. Y eso resultaría un tanto incómodo, o al menor poco 
práctico, porque no es en los pescadores en que hay que concentrarse, sino 
en los refugiados "albano-kosovares".

Este sintagma lo pongo entre comillas, porque ni siquiera en Albania hay 
albanos. Hay albaneses. En Kosovo hay yugoslavos pertenecientes a la etnia 
albanesa, y también hay albaneses clandestinos, o infiltrados. Por el 
llamado Ejército de Liberación de Kosovo, instrumento del Pantágono. Por lo 
demás, en Yugoslavia hay más de un millón trescientos mil refugiados de 
todas partes. De Kosovo hoy se refugian incluso los pájaros, desde que el 24 
de marzo empezó el bombardeo. Apenas si queda allí piedra sobre piedra.

Total, a través de los medios de información mundiales (muchos de los cuales 
son propiedad directa de las corporaciones que por casualidad fabrican los 
motores de los bombarderos, como por ejemplo la General Electric), después 
se hacen circular estremecedoras imágenes de las viviendas "bombardeadas por 
los nacionalistas serbios", aunque sabido sea que de Serbia ahora no pueden 
despegar ni siquiera los aeroplancitos agrícolas para pulverizar a los 
mosquitos. Una de mis amigas me dijo el otro día: "Si con sus setecientos 
vuelos diarios y los 250.000 barriles de combustible que desparrama por las 
alturas, la OTAN por lo menos me liberara de los mosquitos..."

Pero dejémonos de propaganda. Volvamos a lo crucial, a saber: a mi salón y a 
mi belleza.

Cuando salí de allí - del salón - prodújose la primera oscuridad total. Con 
fibras de grafito los muy atorrantes impidieron que yo me luciera.

Parece que estas fibras los divierten sobremanera a los atorrantes esos de 
mi grado.

Desde entonces las han venido echando otras varias veces. Por si acaso, 
también han bombardeado los centrales eléctricas con métodos convencionales, 
hasta los cimientos, Esta madrugada lanzaron nuevos misiles a la central 
termoeléctrica de Obrenovac, mientras todavía se trataba de apagar el 
incendio que horas antes se había apoderado de todas las instalaciones. 
Desde el fabuloso hallazgo de este chiche de grafito, además de quedarnos 
sin luz, nos quedamos sin voz y, sin agua. Desde entonces, ni nos animamos a 
pensar en el próximo invierno: todavía queda por ver qué haremos dentro de 
pocos días, cuando el calor llegue a cuarenta grados. Menos mal que ya nadie 
compra pescado: los ríos están enfermos.

Ríos, pájaros.

Mas, no sólo los pájaros huyen de Kosovo, sino que las aves del Jardín 
Zoológico de Belgrado han dejado de empollar la futura cría. Las cebras 
abortan.

La elefanta, llamada Twiggy, ahora hace honor a su nombre. Es la mitad de lo 
que era. Pasa hambre. Cuando muera, servirá para alimentar a sus colegas 
carnívoras. Sin embargo, más que el hambre, lo que a todos los enloquece es 
el ruido. De las sirenas, de las explosiones; detonaciones; barreras de 
sonido perforadas; trayectorias teledirigidas casi a ras del suelo. Por eso 
ya ni quieren vivir. Quieren preservar a su posteridad de la vida. Algunas 
aves de rapiña revientan los huevos sin siquiera hacerlo para comerse el 
contenido.

Los lobos son los primeros en captar el sonido del pavor. Entonces se ponen 
a aullar su canción de llanto. Luego incluso los cocodrilos lloran de verdad.

Por fuera del Zoo, perros de raza deambulan con mirada de desamparo por las 
calles heridas de la ciudad. Sus amos se fueron. No pudieron llevárselos 
consigo. Se fueron los cociudadanos que pudieron irse; los que, por ser 
pudientes, antes tenían perros de raza.

Esos perros ahora están más perdidos que los que nunca fueron mimados.

De los humanos ya no tengo ganas de hablar. El hombre inventó la jaula y el 
hombre inventó la bomba; el individuo es lo de menos. Todo un pueblo está 
aquí enjaulado al tiempo que lo bombardean sin cesar.

Hace tres noches una bomba cayó a cincuenta metros de nuestro departamento.

Quién sabe porqué, no explotó.

Ayer por la mañana la sacudida de todo el edificio me sorprendió mientras me 
duchaba.

Mientras me ducho - cuando vuelve el agua - desde hace un cierto tiempo me 
pregunto y qué pasaría si en una de esas, en plena ducha... Mientras me 
duchaba, ayer por la mañana once transéuntes perecieron en el puente de 
Varvarin. Esta madrugada impactaron otro hospital belgradense en el que 
también estuve internada, años atrás, y en el que nuestra hija tuvo una 
operación oftalmológica cuando era pequeña. Todos los números impares de esa 
calle se quedaron sin vidrios, sin puertas, muchos edificios sin techos. El 
agua, ese líquido precioso, inundando las habitaciones del hospital por los 
desperfectos ocasionados en las cañerías. Nueve ancianos asesinados, en un 
tercer hospital, en Surdulica. En una cárcel de Kosovo, doscientos muertos 
en tres días de bombardeo intermitente. Un presidiario de etnia albanesa 
comentó, mientras otros presidiarios sobrevivientes lo sacaban por debajo de 
los escombros: "¡Y Pensar que yo me creí que los norteamericanos eran mis 
amigos, con todo lo que me prometieron!".

¿Por qué no explota de una buena vez la bomba de enfrente, o por lo menos la 
verdad?

Me doy cuenta, empero, que de noticia estamos pasando a ser rutina: ahora 
que todo se ha convertido en meta legítima del Ángel Misericordioso, se que 
los diplomáticos siguen intercambiando puntos de vista. Siguen considerando, 
deplorando, tornando en consideración (a fines del mes que viene). A veces 
incluso hasta condenan resueltamente; por lo general siguen haciendo 
declaraciones. En tanto, yo ya no respiro como antes, como hasta hace cinco 
días, para no ir más lejos. Es como si desde entonces tuviera un nudo en la 
respiración; es que desde entonces la orgía se ha ido haciendo cada vez más 
torpe y más pervertida que nunca.

También sé que tras seguir invirtiendo toneladas de dólares en la versión 
oficial y en otras faenas correspondientes a los servicios de inteligencia 
de los protectores de la Humanidad; se que nadie en el exterior jamás podrá 
saber lo que está pasando exactamente. Salvo los que, para evitar 
catástrofes humanitarias, con fría precisión imparten órdenes a los cazas, a 
los portaaviones y a los helicópteros apaches. A los periodistas, a los 
tribunales y a los demás socios. Esos saben perfectamente cómo funciona el 
mundo; la paz; la vida.

Por aquí, hasta los árboles empiezan a desistir de la misma.

Lo mismo que los animales, los árboles también sufren bajo los hongos de 
humo que a través de la ventana ahora veo incluso de día, antes de volver a 
bajar la persiana.

Veo ramas abatidas, y veo hojas del color del cielo de la Ciudad Blanca: 
todo gris.

Gris, todo lo que veo, y todo lo que vivo. Si es que no soy ya daltoniana.

Como un perro más.

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