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OTTO


CAMBALACHE
Del hongo de Hiroshima al hongo de Frankenstein.

Quieren convertir a Colombia en laboratorio de enorme riesgo.
Por Daniel Samper Pizano


El 6 de agosto de 1945 un avión de Estados Unidos soltó sobre Hiroshima una
bomba de incalculable capacidad destructiva: sobre el objetivo se elevó un
hongo colosal, símbolo de la Guerra Atómica. Ahora, 55 años después, el
gobierno de Washington quiere hacer lo mismo, pero al revés:

pretende soltar sobre Colombia un hongo atroz, nuevo símbolo de la Guerra
contra la Droga, que provocará destrucción incalculable.

Este bicho, elegantemente conocido como fusarium oxysporum, merecería
llamarse hongo Frankenstein. Es un cultivo que honrará su nombre, pues nadie
sabe, ni siquiera los científicos que lo estudian, lo que hará una vez los
aviones rieguen el cielo de la selva del Amazonas y el Putumayo con miles de
litros de la pequeña bestia. En el menos grave de los casos, acabará con las
plantas de coca y de amapola, pero no solucionará el problema de hambre,
ruina agrícola y marginalidad social que lleva a los colonos a sembrar
cultivos ilícitos. En el peor, contaminará la Amazonia durante 30 o 40
años, sacudirá su sistema ecológico, arruinará las cosechas, envenenará
muchas especies avícolas, atacará los animales, penetrará en el suelo,
contaminará las aguas y podría provocar enfermedades y muerte en los
pobladores de la región.

No exagero. Todas estas posibilidades han sido analizadas por los
científicos y hoy causan alarma en muchos países del mundo: en muchos, menos
en Colombia, que, chantajeada por el embeleco de los dólares del Plan
Colombia, se apresta a pagar la extorsión aceptando en territorio nacional
una guerra biológica y otras guerras.

Según el London Observer, el hongo Frankenstein figura en la receta de
muchas armas químicas y está proscrito en convenciones contra la guerra
tóxica. Es verdad que ataca cocales y amapolas. Pero no es tan astuto como
para dañar solamente estas plantas, y, según el biólogo Jeremy Bigwood,
destruirá también unas 200 especies más, con lo cual podría devastar el
medio ambiente selvático.

El proyecto independiente Sunshine, que estudia el problema, agrega que el
riego afectará "todo tipo de contacto con los demás seres vivos" y advierte
que "los pájaros que se alimenten de semillas contaminadas estarán en
peligro" . A su turno, una campaña internacional llamada Movimiento del Agua
plantea los estropicios del hongo en el sistema hidrológico: "¿Qué pasará
con el agua del país si envenenan sistemáticamente las fuentes primordiales,
como las cabeceras del Amazonas y la Orinoquia?".

El último animal en la cadena es el hombre. Las investigaciones permiten
saber que el hongo Frankenstein es letal en personas con problemas
inmunológicos: según estadísticas, tres de cada cuatro inmunodeficientes
atacados por el bicho morirán. ¿Y qué decir de los consumidores de coca o
heroína que se apliquen dosis contaminadas? ¿Es justo combatir la droga
envenenando a quienes la consumen?

Pero lo peor del hongo no es lo que conocemos de él -de por sí
descalificador - sino las incógnitas que abre. El fusarium posee
sorprendente capacidad de transformación; tanto, que un documento del Estado
de Florida reconoce que "la mutagenicidad del hongo es el más inquietante
factor que impide emplearlo como herbicida" . En otras palabras, no se sabe
qué devastadores efectos puede desatar el monstruo.

Y se trata de averiguarlo en Colombia. Eso explica la presión de Estados
Unidos sobre el complaciente gobierno del doctor Pastrana. Quieren volvernos
un enorme aboratorio, como se hizo con Hiroshima hace 55 años. "Es
previsible que zonas de alta biodiversidad al sur de Colombia se conviertan
en terreno de experimentación", denuncia el biólogo de la U.N. Gabriel
Nemoga. Ya ha intentado hacerlo la DEA de manera secreta en Perú, en Ecuador
y casi seguramente en nuestro país. Ahora será un experimento legal: para
eso nos pagaron mil millones de dólares.

Por un puñado de dólares.

¿Qué hay detrás de todo esto? Un enorme chantaje. En Colombia las
fumigaciones con glifosato empezaron, por presión de Estados Unidos, en
1992. Estoy en desacuerdo con los gobiernos de Gaviria y de Samper, que, por
causas distintas, aceptaron semejante imposición. Ya era grave el glifosato.

Pero resulta que no bastó con él. Ahora Washington exige que aceptemos un
hongo que era malo para la Florida, pero bueno para nosotros. El asunto está
rodeado de contradicciones y misterios, como todo el Plan Colombia-USA.

El ministro del Medio Ambiente, Juan Mayr, declaró que el Gobierno rechazaba
el hongo, pero luego dijo que lo acepta como mera prueba. ¡Pero si es eso lo
aterrador! Pastrana, a su turno, calla. Y Bill Clinton anuncia visita a fin
de mes para reforzar la aplicación y el glamour electoral de su belicoso
proyecto.

Quiero extender una insólita invitación a Mayr, muy respetado en los
círculos medioambientales: no se preste para este atropello; no pase a la
historia como el funcionario que firmó el envenenamiento de la selva
amazónica; retírese del Ministerio y encabece usted la oposición a la
monstruosidad que podría convertir a Colombia en una pequeña Hiroshima
biológica.


cambalache@mail.ddnet.es