José Luis Altayrac jaltayrac@yahoo.com.ar

6 Septiembre 2000

----- EL PLANETA AZUL -----

En una alejada galaxia del Universo, se encuentra un
sistema planetario compuesto por un pequeño grupo de
planetas que giran en órbita alrededor de un astro
luminoso e incandescente, llamado Sol.
En tercer lugar (de acuerdo a la distancia que separa
cada planeta de su centro orbital), existía un planeta
que era conocido como ‘‘El Planeta Azul’’. La
característica de su superficie –casi las dos terceras
partes compuesta por agua–, hacía que, desde el
espacio exterior, se viera de un color azulado
brillante. De allí provenía su nombre.
Era un planeta joven y fértil; con una extensa fauna
y flora. Abundante vegetación cubría la mayor parte de
su superficie firme.
Dentro de esa extensa fauna, existía una especie
que se destacaba del resto de los animales; no por sus
cualidades sino por su cerebro, que era mayor que el
de la mayoría de ellos. Gobernaban el planeta y se
consideraban como un género aparte del animal. Se
autodenominaron ‘‘Género Humano’’.
En principio, no eran más que otra especie de las
tantas que conformaban el género animal. Pero por un
capricho curioso de la Madre Naturaleza, esta especie
evolucionó con el correr de los siglos. A través de
sus generaciones, fue adquiriendo conocimientos y
aprendiendo nuevas cosas. Aprendió a erguirse sobre
sus dos patas traseras y caminar sólo con ellas. Esto
le dio una visión algo más amplia del terreno donde se
movía, y su mente le hizo creer que era superior a
todos. A pesar de que su cerebro iba evolucionando con
las sucesivas generaciones, sus pensamientos
comenzaron a girar sólo a su alrededor; tomándose él
como centro de todo lo existente sobre el Planeta
Azul; tan es así que decidió renombrarlo y llamarlo
‘‘Tierra’’.
Como todo género tiene sus distintas especies,
éste estaba formado por distintas razas, cuyas
diferencias las marcaban el color de la piel que
cubría sus cuerpos.
El planeta se dividió en cinco grandes
Continentes, que, a su vez, estaban divididos en
Países, y éstos, subdivididos en pequeños Estados o
Provincias. Y de lo que en un principio fue un grupo
homogéneo, pasó a ser una terrible fragmentación de
seres, razas y tierra; cada uno pensando en sí mismo.
Así como el resto de los animales demarcan sus
territorios con sus secreciones corporales, esta
especie utilizó piedras y cercas para delimitar sus
dominios y propiedades.
Como se expande el fuego sobre la hierba, así se
expandió esta especie sobre la superficie del planeta;
y al igual que éste, tras de sí dejaba sólo cenizas y
devastación.
Algunos grupos se hicieron más fuertes que otros,
por su audacia, temeridad y ansias de dominio. Así
como en un principio se creyó superior al género
animal, estos grupos comenzaron a creerse superiores a
otros de su propia especie. Fue así como comenzaron
las guerras por dominar territorio y degradar a sus
semejantes. Los grandes imperios comenzaron a
extenderse; pero con el tiempo caían, víctimas de sus
propios desmanes e intrigas internas en sus cúpulas
dirigentes.
Pasados algunos siglos más, y ya establecido un
nuevo orden mundial –aparente–, estos grupos fuertes
se convirtieron en Naciones poderosas y líderes
mundiales de los demás grupos débiles y pequeños. Con
actitudes ‘‘paternalistas’’ –pero siempre en su propio
beneficio–, se inmiscuían en territorios ajenos,
colonizando y afianzando nuevas posiciones
estratégicas en distintos lugares del planeta para
poder controlar a sus rivales más poderosos.
El enemigo más temido por esta especie era su
propia especie. Se gastó mucho dinero en armamentos y
programas de defensa; descuidando otros factores que
requerían más atención y eran mucho más importantes
para salvaguardar la especie y el planeta donde
habitaban.
Pero el miedo era tan terrible que sólo veían
‘‘enemigos’’, y esto no los dejaba ver las miserias y
carencias que sufrían los pueblos más pequeños y
sometidos a su autoritarismo.
No podían ver que en el resto del planeta había
niños que se morían de hambre o que estaban
completamente desnutridos, porque sus ojos estaban
fijos en los radares y en los misiles atómicos,
atentos a ese fantasma que, en cualquier momento,
podría aparecer.
En su afán industrializador comenzaron a
destruirse grandes extensiones de bosques, y lo que
otrora fue oasis se convirtió en páramo, con el
consiguiente desequilibrio natural que esto implica.
Zonas fértiles pasaron a ser áridas. Los cultivos
fracasaban y el hambre se hacía cada vez mayor. Muchas
de las especies animales desaparecieron de la faz del
planeta; por matanza indiscriminada o porque su
hábitat fue destruido.
El joven Planeta Azul comenzó a resentirse. Lo que
él tardaba cientos –o quizás miles–, de años en crear
y desarrollar, el ‘‘Humano’’ lo destruía en pocas
horas; sin importarle el futuro de su progenie ni del
lugar que les dejarían para vivir. Ningún otro animal
descuida tanto a su descendencia como el ‘‘Humano’’.
Tal vez fue su propia evolución la que lo llevó a
creerse omnipotente y capaz de controlarlo todo. O
quizás fue su ambición de poder y de riqueza la
causante de tanta destrucción y descuido de las cosas
más elementales para la subsistencia, propia y la de
sus herederos.
La contaminación ambiental fue creciendo en forma
alarmante. La atmósfera se enrarecía y ya se habían
detectado casos de mutaciones genéticas en algunos
seres recién nacidos.
Pruebas nucleares subterráneas –repudiadas por la
mayoría de las Naciones, pero ‘‘minimizadas’’ por las
Grandes Potencias–, comenzaron a resquebrajar la
estructura interna de aquel Planeta, y comenzaron los
temblores en distintas partes del mismo.
Los líderes de las Grandes Naciones decidieron
reunirse para tratar de encontrar una solución al
problema, que ya no podían evitar enfrentarlo. Sus
propios hijos estaban sufriendo las consecuencias de
las desastrosas acciones y determinaciones tomadas por
ellos o sus antecesores.
No lograron ponerse de acuerdo, pues ninguno
quería invertir dinero en proyectos que podrían llegar
a ser una solución para frenar el retroceso ecológico
del Planeta Azul. Tras largas e incansables
deliberaciones, los Grandes Líderes se retiraron a sus
respectivas Naciones sin haber arribado a alguna
solución.
Pocos meses después, las convulsiones del Planeta
Azul fueron sucediéndose con más frecuencia y cada vez
más violentas. Algunas zonas del planeta habían
comenzado a secarse de tal forma, que el suelo se
resquebrajaba bajo los rayos del ardiente Sol;
mientras que otras, eran arrasadas por torrenciales
lluvias y aluviones.
Una capa oscura comenzó a cubrir el cielo, como
una mortaja que presagiaba el fin de aquel joven
Planeta Azul.
Desde el espacio exterior, ya no se veía su
brillante color de antes. Ahora era un gris opaco que
se confundía con la oscuridad circundante.
El gemido angustiado de los niños, que se
escuchaba constantemente en las calles desoladas y
oscuras, hizo que los Líderes volvieran a reunirse
para tratar -una vez más-, los puntos en que no se
habían puesto de acuerdo en la última reunión.
Fue demasiado tarde. El proceso destructivo se
había puesto en marcha y no había forma de lograr
detenerlo.
Mientras estaban en el Salón de Conferencias de
los Países Confederados, un viento tan poderoso,
corrosivo y destructor como la onda expansiva de una
explosión nuclear, arrasó la superficie del planeta
dejándolo completamente en ruinas; destruyendo, a su
paso, a todo ser viviente que existía sobre él.
Un silencio de muerte se produjo en el espacio
infinito. Las estrellas lloraron la muerte de aquel
hermoso Planeta Azul, que ahora era sólo un gran
asteroide yermo, girando en el espacio estelar.
Pero en lo más profundo de las entrañas de aquel
planeta, aún latía la vida. Aún quedaba una esperanza
que el ‘‘Humano’’ no había podido destruir.
Como un ciclo de muerte y resurrección, una nueva
vida se gestaba en las entrañas del Planeta Azul.
Quizás, dentro de varios siglos, vuelva a recuperar su
color y su calor, y su superficie vuelva a poblarse de
verdes árboles, frescas y cristalinas aguas y un sin
fin de multicolores seres vivientes disfrutarán de ese
paraíso.
- FIN -
José Luis Altayrac


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"Las grandes obras las sueñan los idealistas locos, las critican los inútiles crónicos y las aprovechan los felices cuerdos".
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