Pinochet: la bestia volvió a su guarida
por Herbert Mujica Rojas

Festejado por adláteres militares en una olvidable ópera matinal que enmudeció a la consciencia democrática latinoamericana, caminando apenas apoyado en un bastón de cuyo uso todo el mundo duda, zafio como todos los de su casta, la bestia Augusto Pinochet retornó a un Chile cuyo presidente electo, Ricardo Lagos, se pronunció fuertemente contra el teatro matonesco de las botas.

No podía ser de otro modo. Gran Bretaña se cansó de seguir gastando dinero en un candidato al otro mundo que realmente apestaba. Y han sido más de cinco millones de libras esterlinas los empleados. España gobernada por los conservadores, tiene demasiados intereses que cuidar en el Chile y la América Latina de nuestros días, para dar albergue a un asesino manifiesto como Pinochet. Ambos países prefirieron no convertirse en los basureros de la historia. De poco sirvieron las argumentaciones de los otros gobiernos europeos. Había que deshacerse del chacal y entonces se produjo lo que todos ya conocen.

Uno tiene derecho a preguntarse: ¿y de los muertos qué hay? ¿es que en nombre de supuestas conquistas económicas hay licencia para perseguir, aniquilar o literalmente pulverizar a los adversarios como se hizo durante la tiranía de la bestia Pinochet? ¿qué pueblo puede justificar la barbarie contra el prójimo so pretexto del desarrollo? ¿es esa la sociedad chilena de la que una buena porción (aunque nos cueste admitirlo) simpatiza con Pinochet con la que debemos convivir en el continente?

La magia televisiva nos ha permitido ver y oír cómo es que piensan muchos chilenos acerca de la bestia y no tenemos porqué dudar de la sinceridad de sus expresiones cuando afirman que el influjo benefactor del susodicho los “libró del comunismo y que les dio la libertad”. Casi una generación ha vivido escuchando monsergas de ese tipo y otras muchas más. Es muy común en nuestros países advertir que si no se hubiera actuado así entonces el caos habría invadido todas las esferas de la actividad pública y privada.

¿Quién puede pretender la vuelta a Chile –o a cualquier otro país- de un gobierno como el del Chicho Allende? Su magistral desorden, confusión y falta de realismo provocaron la hecatombe y si hay que ser honestos no podemos sino manifestar que el experimento chileno del “camino al socialismo” devino en un desastre. La literatura, las apologías, no pueden ocultar la verdad de los acontecimientos vividos.

Entonces: ¿la bestia Pinochet fue el redentor de Chile? Sostengo que no. En aquellos años, sólo salir a la calle podía representar el pasaporte a los caminos de La Parca. Discrepar era un delito; escribir diferente llevaba al autor directo a las mazmorras. Si las paredes de las múltiples estancias que sirvieron de ergástulas a la dictadura militar pudieran hablar ¡qué de cosas contarían! ¡qué de horrores, pesares, llantos, gemidos, expiraciones tendrían que ser inventariados en el álbum del espanto!

Sin embargo de todo ello la bestia Pinochet ha vuelto a su guarida. Pero la opinión pública lo ha condenado como un réprobo, un miserable asesino que empecinado y contumaz en sus despropósitos ha tenido la cobardía de ampararse en una situación humanitaria para que le dejen posar su osamenta en el suelo que algún día lo vio nacer.

Suenan y resuenan a casi tres décadas de los sucesos, las palabras del mensaje radial –el último de Allende- cuando hablaba de las alamedas de la libertad. Viven en la memoria colectiva del pueblo latinoamericano, las almas sepultadas a sangre y fuego por la metralla militar, persisten en nuestros corazones los valores de pan y libertad, blasones irrenunciables de la gran revolución latinoamericana que siempre será creación heroica y patrimonio no negociable de los auténticos hijos democráticos de la América de San Martín, Bolívar, Martí y otros prohombres ilustres de nuestra historia.

Para la bestia Pinochet nuestro desprecio y olvido.


 

 


 
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