LOS INICIOS DEL NACIONALISMO ANDALUZ Y BLAS INFANTE.

Al-Mansur Godoy.

1. NACIMIENTO Y EVOLUCIÓN DEL REGIONALISMO ANDALUZ. FEDERALISMO Y KRAUSISMO.

2. VIDA Y PRINCIPALES OBRAS DE BLAS INFANTE.

3. ETAPAS EN EL PENSAMIENTO POLÍTICO DE INFANTE Y EN EL ANDALUCISMO.

1. NACIMIENTO Y EVOLUCIÓN DEL REGIONALISMO ANDALUZ. FEDERALISMO Y KRAUSISMO.

Antes de realizar el comentario del libro Ideal Andaluz, de Blas Infante, es conveniente, para una mayor comprensión del mismo, explicar las conexiones que existen entre las expresiones andalucistas que tuvieron lugar durante el s. XIX y las que se produjeron en el primer tercio de nuestro siglo, con Infante como indiscutible líder, y por otro lado, analizar sucintamente las características ideológicas de ambas.

Efectivamente, el despertar del movimiento andalucista se puede situar en el siglo XIX, concretamente en la década de los cincuenta. El eje de este movimiento lo constituía el prestigioso diario “La Andalucía”, uno de los principales órganos del federalismo en el Estado español en el XIX. El andalucismo se desarrolló en esta época en el seno del federalismo; se podría decir que el andalucismo era una forma de federalismo. Ya en el siglo XX se produce el proceso contrario: circula por el interior del movimiento andalucista el federalismo. Por tanto, siguiendo esta línea argumental, sería, en rigor histórico, incorrecto, sentar el presupuesto de que en Andalucía el regionalismo sucede al federalismo, en tanto movimientos anticentralistas diferenciados. De la misma forma se incurre en un error de método al separar el estudio de ambos fenómenos.

Desde su creación, en diciembre de 1857, “La Andalucía” se ofrece como expresión de ambos, federalismo y andalucismo: “Nos imponemos la obligación perpetua -señala en su primer número- de no abandonar un solo instante la defensa de los intereses materiales de nuestro país, sin limitarnos a la capital de Andalucía”. Y en 1860 defenderá la “Unión Andaluza”, contra todos lo antagonismos pasados: “No tenemos que arrepentirnos de haber creado la Unión Andaluza   -dice Francisco María Tubino, uno de los representantes del movimiento-. En el terreno de la práctica hemos empezado a recoger el fruto de nuestro trabajo (...) Los pueblos van, de etapa en etapa, realizando su destino (...) Fijémonos, si no, en las provincias andaluzas. Hubo un tiempo en que la hermosa Andalucía se despedazaba a sí misma, desconociendo sus intereses, olvidando su historia, mofándose de la naturaleza que la hizo una, existía fraccionada (...) Pero he aquí que estos males desaparecieron”.

El profesor Acosta Sánchez señala la existencia en la segunda mitad del s. XIX de un bloque de producciones culturales caracterizadas por la preocupación regionalista. Además de Tubino y “La Andalucía”, mencionadas anteriormente, localiza en dicho bloque otros tres elementos:

1. La visión histórica de Andalucía por parte de Joaquín Guichot, en su “Historia General” del país, “palenque donde se deciden siempre, por la palabra o por las armas, los destinos de España”.

2. La visión andaluza de Federico de Castro (el introductor en Sevilla del krausismo, según Alejandro Guichot) en la Filosofía: “¡Ved, pues, cuan importante es el estudio de la historia de la filosofía en nuestra región! Sin él es imposible dar paso seguro en el estudio de la historia de la filosofía española”.

3. La visión científica del Folklore andaluz de Antonio Machado y Alvarez: “el pueblo consigna en sus cantares y refranes (...) las creencias e ideas que tiene acerca de las relaciones sociales”.

Alejandro Guichot y Sierra fue el nexo de unión entre el andalucismo cultural y político de los siglos XIX y XX. Como Tubino, fue, a la vez, krauso-positivista, federalista y andalucista. Con la salvedad de que su federalismo es pimargalliano. Lo que indica que la influencia del krausismo en él fue sobre todo de orden cultural, más que político.

La primera persona que utilizó públicamente el concepto “Ideal Andaluz” parece ser el escritor sevillano José María Izquierdo, en una conferencia en el Ateneo de Madrid, el año 1913. Defendió la necesidad de “dotar de un Ideal a Andalucía”. Entonces, Guichot presentó a Izquierdo como un representante de la juventud sevillana “en el orden filosófico (...) de los sevillanos vivientes el espíritu más íntimamente filosófico (...) unas veces apareciendo ecléctico, siempre profundamente reflexivo”. Izquierdo recibía ya influencias del subjetivismo y el intimismo. Por otro lado, el mismo Guichot continuó la reflexión sobre el “Ideal Andaluz” con una serie de artículos publicados en diarios del país.

Si enlazamos la preocupación filosófica de ambos escritores con la utilización conjunta del término “Ideal”, que encarna un no suficientemente definido plan de transformación de Andalucía, parece razonable la hipótesis de que el andalucismo nace en el siglo XX de la Metafísica. Por otro lado, si algún vocablo puede resumir la metafísica de Krause, ese es precisamente el de “Ideal”. Y sería utilizado por Izquierdo y Guichot en 1913 y por Blas Infante en 1914, en su célebre Memoria presentada a la Sección de Ciencias Morales y Políticas del Ateneo de Sevilla, fruto de la cuál surgiría el libro Ideal Andaluz. El krausismo ejerce una influencia destacable en el regionalismo andaluz del siglo XIX. Y seguramente también se puede encontrar su huella en el renacimiento andalucista del XX.

La metafísica del “Ser” andaluz, intemporal y ahistórico, se puede encontrar en casi toda la obra infantiana, pero especialmente en Ideal Andaluz, Fundamentos de Andalucía y La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado libre de Andalucía. Como tendré ocasión de explicar más adelante, en el pensamiento de Infante se mezcla ese elemento con la preocupación por el problema de la propiedad de la tierra, o por la necesidad de educar al pueblo,  cuestiones mucho más materiales y reales. Por tanto, el “Ideal” era en Blas Infante una extraordinaria mezcla de elementos ontológicos y sociales. El idealismo, el esencialismo, o en definitiva, la metafísica, se une siempre a realidades del pueblo andaluz. Esta peculiar combinación, unida a la  herencia del confederalismo proudhoniano que recibió a través de Pi y Margall (no exenta, por su parte, de influencia metafísica: es conocida la inclinación hegeliana de  Proudhon y de Pi) configuran la especificidad ideológica del andalucismo desde 1913 hasta la Segunda República.

Entre el andalucismo del siglo XX y el de la época de Tubino y “La Andalucía” existen  diferencias reseñables. Este último también estaba influenciado  por la filosofía krausista, pero no tuvieron apenas importancia los elementos abstractos y ontológicos de la doctrina; solamente son dignos de destacar los sociológicos y políticos. Entonces se trataba del postrero intento histórico de la burguesía andaluza, para consolidar una acumulación de capital mercantil amenazado y una incipiente acumulación de capital industrial; en resumidas cuentas, para competir con las burguesías catalana y vasca. En este sentido, la “Unión Andaluza” defendida por Francisco María Tubino y los hombres de “La Andalucía” no tiene mucho en común con el “Ideal Andaluz” de Izquierdo, Alejandro Guichot y Blas Infante.

La burguesía andaluza mercantil, industrial y bancaria está detrás de “La Unión Andaluza”, entre las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo XIX, promovida como instrumento específico del capital andaluz y presentándola como custodia de los “intereses generales” de Andalucía. Unas décadas más tarde, la burguesía ya no estará detrás del “Ideal Andaluz”. Desapareció en  el último cuarto del siglo pasado como clase social con identidad regionalizada, vinculada a la etnicidad andaluza, por varios motivos: Ley de Minas de 1869, que permite la colonización de Andalucía por el capital extranjero; falta de carbón mineral para los altos hornos de Málaga; sustitución de la producción manufacturera de Andalucía por los tejidos de Cataluña; triunfo del proteccionismo, lo que no benefició solamente a la burguesía catalana, sino también a la burguesía agraria andaluza. Como consecuencia de todo esto se utilizó la sobresaliente riqueza mineral de Andalucía para procesos industriales extranjeros y se eliminó la histórica burguesía mercantil andaluza, junto a la incipiente burguesía industrial, las dos que más claramente poseían capacidad regionalista, en función de la naturaleza de sus intereses. Si  se une a todo ello las consecuencias en Andalucía de la desamortización (que desplazó capitales mercantiles e industriales hacia la propiedad de la tierra) se comprenderá  la hegemonía de una burguesía latifundista nada favorable a aventuras regionalistas, y convertida a nivel español en fracción del capital que controla, junto a la Corona y al Ejército, el aparato del Estado.

Alejandro Guichot, José María Izquierdo, Blas Infante y los demás intelectuales que impulsaron el “Ideal Andaluz” a comienzos del presente siglo representaban únicamente a su propia clase, la pequeña burguesía intelectual y profesional, la clase media. Como indica Acosta, “a los rasgos propios de dicha clase se deben (...) las especificidades ideológicas del movimiento andalucista...”. Es decir, esa mezcla entre elementos ideales y reales, bajo el predominio de una metafísica del “Ser” andaluz.

Quisiera volver a  insistir en las conexiones entre regionalismo andaluz y krausismo, centrándome primeramente en los iniciadores del concepto “Ideal Andaluz”, Alejandro Guichot y José María Izquierdo. Hay que destacar la influencia que ejerció sobre el primero Federico de Castro. En 1915, Guichot finaliza una conferencia en el Ateneo de Sevilla con las siguientes palabras:

¿Llega al corazón del pueblo la Filosofía? (...) No llega al pueblo la Filosofía porque no puede llegar (...). Y ¿por qué no puede llegar? (...): ha dicho Castro y Fernández que las clases populares tienen otra filosofía, otra historia y otras aspiraciones distintas a las de las clases superiores intelectuales, porque ha faltado el debido cuidado en educarlas.

Se pueden apreciar dos cuestiones repletas de significado:

1. La visión platónica de la educación, característica del krausismo, como “desiderátum”.

2. La dicotomía que existe en Andalucía, entre dos historias y dos filosofías.

En cuanto a José María Izquierdo (quien, como mencioné anteriormente, introdujo en el lenguaje andalucista el vocablo krausista por antonomasia, “Ideal”), se aprecia en sus obras una cierta propensión al subjetivismo y al intimismo. Esto se puede relacionar con el misticismo, que también es característico del pensamiento krausista.

La cuestión se aclara sobremanera cuando analizamos el lema del andalucismo: “Andalucía para sí, para España y la Humanidad”. Surgió el año 1910 en unos juegos florales celebrados en Sevilla. Este lema es claramente un compendio del armonicismo característico de la filosofía de Krause, Sanz del Río, Federico de Castro y Giner de los Ríos. Acosta lo explica de este modo:

La armonía esencial entre lo particular, lo general y lo universal, “desiderátum” del krausismo, se concreta, en un nivel de abstracción inferior en la armonía entre la región, la nación y la Humanidad. Sustituyendo los dos primeros términos por Andalucía y España tenemos ya aplicado a la doctrina andalucista el “Ideal” krausista, sublimado en la Humanidad, pasando por las dos más importantes asociaciones intermedias entre el Hombre y Ella, y pasando del Estado (es otra nota típica del krausismo (...) el antiestatalismo...).

Si separamos del lema el pensamiento de “Andalucía para la Humanidad” vemos que se relaciona directamente con la idea expresada por Federico de Castro de que sólo en la Humanidad son los pueblos.

La primera obra de Blas Infante, Ideal Andaluz, empieza con una frase típicamente krausista: “Ideal de la Vida”. La expresión “Ideal humano”, igualmente característica del vocabulario krausista, también aparece con profusión a lo largo del libro. Por otro lado, la antipatía que siente Infante hacia el concepto de Estado, visible sobre todo en Fundamentos de Andalucía, pero presente en general en toda su obra, aunque es cierto que bebe en parte de fuentes proudhonianas y pimargallianas, también se relaciona con la tradición krausista andaluza. Federico Urales, en su Evolución de la Filosofía española, “consideraba que la inclinación a la anarquía estaba especialmente clara en los krausistas”.

2. VIDA Y PRINCIPALES OBRAS DE BLAS INFANTE.

Blas Infante Pérez de Vargas nació en el pueblo malagueño de Casares el 5 de julio de 1885. Estudió la enseñanza primaria en esta localidad y a continuación cursó el bachillerato en la villa de Archidona. En 1906 se licenció en Derecho por la Universidad de Granada. Ya por estas fechas sentía preocupación por la penosa situación en la que se encontraban los jornaleros y por la realidad cultural andaluza. En 1909 aprobó las oposiciones a notarías y fue destinado al pueblo sevillano de Cantillana, en donde conoce a Juan Sánchez Mejías y Antonio Albendín. Ellos le introdujeron en el georgismo. En esos años también inició los primeros contactos con el Ateneo sevillano y colaboró con la revista Bética. Su acercamiento a las ideas de Henry George se hizo más patente cuando en el Primer Congreso Internacional de Economistas Fisiócratas, celebrado en mayo de 1913 en Ronda, presentó una ponencia como representante del georgismo sevillano.

Blas Infante comenzó a destacar como líder del incipiente andalucismo  a partir de 1915, con la publicación de Ideal Andaluz, comenzando a partir de entonces su alejamiento de la ortodoxia georgista. Le siguió en 1916 La obra de Costa, un breve estudio leído en la velada organizada por el Ateneo de Sevilla en el V aniversario de la muerte de Joaquín Costa. Participó activamente en las Asambleas Regionalistas Andaluzas de Ronda (enero de 1918) y de Córdoba (marzo de 1919). En  1921 Infante publicó La Dictadura Pedagógica.

El golpe de Estado del general Primo de Rivera sumió a Blas Infante, junto con todo el movimiento andalucista, en el primero de sus grandes silencios de este siglo. Con la Segunda República los impulsos andalucistas se revitalizaron y nuestro protagonista adquirió de nuevo una gran relevancia. En 1931 vió la luz La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado libre de Andalucía. Fundó la Junta Liberalista y con ella participó en el proceso autonómico andaluz entre 1931 y 1936, que tuvo dos momentos culminantes: uno, en enero de 1933, con el Anteproyecto de Bases para el Estatuto de Andalucía, aprobado por la Asamblea Regional Andaluza reunida en Córdoba,  y otro, el 6 de julio de 1936 con la Asamblea pro-Estatuto. En ella se constituyó una Comisión encargada de preparar la ratificación del Estatuto para el último domingo de septiembre.

Blas Infante fue fusilado por los fascistas el 11 de agosto de 1936 en el kilómetro 4 de la carretera de Carmona, en Sevilla. 

3. ETAPAS EN EL PENSAMIENTO POLÍTICO DE INFANTE Y EN EL ANDALUCISMO.

Creo que es bastante certera la división en etapas que Acosta Sánchez realiza tanto del pensamiento de Blas Infante como del desarrollo político e ideológico del andalucismo. Según este autor, se puede hablar de tres etapas: la regionalista, la nacionalista y la liberalista. La etapa regionalista transcurre desde los comienzos del movimiento, en la primera década del siglo XX, hasta la formulación del Ideal Andaluz en 1915, en el libro de Infante que lleva ese título, pasando por las importantes aportaciones de José María Izquierdo, Méndez Bejarano, Alejandro Guichot e Isidro de las Cajigas. En esta fase, el líder andalucista es todavía regionalista, y hasta españolista.

La etapa nacionalista del andalucismo iría de 1916 a 1931, con un punto álgido en 1919; el nacionalismo andalucista madura ideológicamente en la revista Andalucía y encuentra su máxima expresión en el Manifiesto de Córdoba de 1 de enero de 1919.

La fase liberalista se da en la Segunda República, pero ese “liberalismo” no hay que entenderlo en el sentido burgués, sino en el de “liberación” de Andalucía de la represión y colonización secular.

Discrepo con Calero Amor cuando afirma que el andalucismo político “no fue un movimiento nacionalista; entre otras razones porque (...) todo nacionalismo es, en último término, un independentismo, y el andalucismo está claro que no era independentista”. No creo que el nacionalismo sea equivalente, sin más, al independentismo; esa es una explicación demasiado simple del problema de las naciones y los nacionalismos. No es mi objetivo en el presente trabajo tratar ese asunto, pero quisiera sugerir que la diferencia entre un movimiento regionalista y otro nacionalista quizás estaría en la defensa del concepto “soberanía”, o dicho en otros términos, en la apuesta decidida por la capacidad de autodecisión de un pueblo para elegir libremente entre una serie de opciones enormemente variadas. Por otro lado, creo que Calero no tiene suficientemente en cuenta la radicalización ideológica que se percibe, por ejemplo, en el Manifiesto de la Nacionalidad, de 1919, o en La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado libre de Andalucía.

3. IDEAL ANDALUZ.

Este libro, publicado el año 1915, se sitúa en la corriente ideológica regeneracionista. No hay que olvidar la admiración que Blas Infante sentía hacia la figura de Joaquín Costa, la principal cabeza del regeneracionismo. Por otro lado, se percibe igualmente la influencia de las doctrinas de Henry George, si bien es cierto que aplicadas a la realidad andaluza y subordinadas en cierto modo al ideal regionalista. Por todo ello la publicación de Ideal Andaluz provocó un fuerte enfrentamiento y posteriormente la ruptura definitiva entre Antonio Albendín, máximo líder georgista español y defensor de la corriente más idealista del movimiento, y Blas Infante.

En las primeras páginas de Ideal Andaluz se puede leer lo siguiente:

Es preciso europeizar a España: (...) hay que elevar su nivel de cultura, su nivel de civilización, a la altura de las primeras naciones del mundo. Pero sólo en la intensidad, no en la cualidad. Esta ha de ser obra exclusiva de nuestra raza (...). El proceso denominado de europeización ha de circunscribirse a dotar a España de la civilización de Europa (o por mejor decir, de los pueblos más civilizados del mundo, pues ya la hegemonía escapa de manos de Europa), pero sólo en lo que aquella civilización tiene de Universal; es decir, en cuanto suponga elementos de fuerza indispensables para la realización del Ideal Humano. El genio que ha de desarrollar e impulsar esa fuerza, cualificándola en los matices de creaciones originales, ese lo tenemos nosotros.

Blas Infante no hace aquí más que repetir el mito regeneracionista del europeísmo como paradigma salvador, tan propio de la época. En un primer momento, la llamada generación del 98 cree que “España es el problema y Europa la solución”. Quisiera citar un párrafo del historiador José Luis Comellas:

Por lo general [por los hombres del Noventa y Ocho] se concibe una Europa unitaria y homogénea, cuyas virtudes son la cultura, la educación cívica, el amor al trabajo útil, la tolerancia y la prosperidad económica. Se está pensando en Francia, Inglaterra o Alemania: a esos países, prácticamente, se reduce la concepción “europea” de los noventayochistas. “Tenemos que europeizar a España”, grita Unamuno, y para Vicente Gay “lo que nos falta es europeizarnos”. Costa entiende que la regeneración consiste en sustituir nuestros modos africanos por los europeos.

Infante establece una dicotomía entre su Ideal, una “Andalucía de alma robusta, fuerte y prepotente, la Andalucía culta, industriosa, feliz, que ha de imponer el encanto de su genio en la realización del Ideal Español” y aquella Andalucía real, la “Andalucía debilitada, la del alma postrada y expandida, saturada de tristezas, mustia, sin sangre ni calor, la Andalucía a la cual apenas se le encuentra el pulso...”.

Como indica Calero Amor, toda la teoría del Ideal Andaluz está penetrada de elementos esencialistas, que consideran al pueblo andaluz como una entidad permanente, acabada, dotada de un Alma, Espíritu, Estilo o Genio, que atraviesa épocas de esplendor y de sometimiento. El siguiente párrafo de Ideal Andaluz puede resumir la postura de Infante:

La vida original, cuya continuidad perpetúa el genio de su antigua ascendencia, es alentada todavía por el pueblo andaluz. El espíritu de un mismo pueblo ha flotado siempre, flota aún, sobre esta tierra hermosa y desventurada que hoy se llama Andalucía. Su sangre ha podido enriquecerse con las frecuentes infusiones de sangre extrañas; pero sus primitivas energías vitales se han erguido siempre dominadoras; no han sido absorbidas, como simples elementos nutritivos, por las energías vitales de una sangre extranjera.

El fondo del genio andaluz estaría constituído por el optimismo, “resultante de una más o menos definida concepción del verdadero Ideal Humano, que al presentar la vida como sustantividad libre, como medio imprescindible de perfección eterna que la misma Vida ha de crear en la Vida (...) eleva la consciencia de la propia dignidad y satura el Espíritu con la esencia bendita de santa e intensa alegría de vivir”. Del optimismo deriva un festivo humorismo, aunque solamente sería éste una apariencia: “la alegría del pueblo andaluz es sólo superficial; (...) en el fondo se pasa la vida siempre pensando, siempre temiendo a la muerte”. Otra característica del Espíritu andaluz que destaca Infante es la fastuosidad. “Tal es la psicología andaluza como la encontramos hoy, despojada de sus principales estigmas que corresponden a la accidentalidad del momento histórico”. “Y esta psicología es de siempre, revelándose en los hechos en que coinciden las grandes condensaciones de la Historia”.

El Genio andaluz está escondido, pero no muerto. Resiste todas las vicisitudes de la Historia y se revela en la fastuosidad de sus poetas, en el realismo apasionado de sus pintores, y a veces en el aspecto político. Pero, sobre todo, se revela “en las manifestaciones de la psicología popular, vehemente, repentista, en cuyo fondo está latente el sentimiento apasionado de la alegría de vivir; (...) perdura en el optimismo que ha llegado hasta nosotros, constituyendo el ambiente especial, particularísimo, que se respira en todas las provincias andaluzas; lazo de unión que no puede romper su disociación persistente en otros órdenes y que determina, entre todas ellas, la unidad psicológica, el espíritu distinto y, por tanto, la personalidad, la substantividad independiente del pueblo andaluz”.

Es necesario recuperar ese Genio y animar con él la sociedad, la política, la vida andaluza en general con las formas que le son propias. Seguramente no sería descabellado suponer, como atinadamente señala Calero Amor, que hay cierta influencia hegeliana en las alusiones que realiza Blas Infante a la Vida o a la acción del Espíritu:

La apelación al espíritu andaluz originario, a su acción creadora de cultura extendida a toda Europa, al carácter germinal de la civilización andaluza respecto de la occidental, recuerdan mucho al Fichte de los Discursos a la nación alemana. A pesar de las diferencias de contexto histórico (...) hay una analogía de fondo entre muchos temas y esquemas andalucistas y los románticos alemanes de principios del XIX, así como de toda la corriente posterior impregnada de ese pensamiento.

 Existe una serie de estigmas en el espíritu andaluz. Uno sería la indolencia fatalista; otro, la debilidad del pueblo andaluz, que es causa de la disociación existente entre las provincias, y aún entre los municipios de una misma provincia. Blas Infante siente una gran preocupación ante este problema:

Las circunstancias imponen a las provincias andaluzas la necesidad de constituir unidad regional, formando en ésta como elementos integrantes.

Poco más adelante, escribe:

Creemos que las provincias andaluzas deben formar una sola agrupación por estas razones:

1º. La división restaría eficacia a la obra del conjunto.

2º. Andalucía, frente a las demás regiones, se destaca como una sola región.

3º. Es, en realidad, una sola. A pesar de las divisiones administrativas y aun de los fraccionamientos político-territoriales ocurridos a través de la Historia, es indudable que en Andalucía, sobre el fondo ancestral de las primitivas tribus hermanas, han pasado con poca diferencia, en la intensidad, las dominaciones fundamentales, determinando todas estas circunstancias la unidad real de un solo pueblo.

Por tanto, lo primero que hay que hacer es fortalecer el espíritu “regional”. Es necesario enseñar al pueblo andaluz su propia Historia, mostrarle sus ideales, propagar las obras de su genio, fomentando al mismo tiempo el sentimiento de solidaridad y unidad. Y todo esto tiene que tener su plasmación política: Andalucía tiene que llegar a regir su propia vida y progreso. Esta obra no puede dilatarse demasiado en el tiempo; el resto de “regiones” reivindican los “fueros de su personalidad”, conculcados por una absurda organización centralista. Andalucía no puede quedarse atrás en este camino:

Atendiendo (...) a la Humanidad, la gran Patria Universal de todos los hombres, y a la patria española, cuyos alientos creadores con su personalidad se extinguen, hay que reconstituir la patria regional andaluza, y hay que despertar y encender el fuego del patriotismo andaluz.

 Las críticas contra un centralismo que aplasta la vitalidad de los pueblos de la Península  abundan en todo el texto. Sirva este ejemplo:

Desde el conato insurreccional, más bien de Zaragoza que de Aragón, contra Felipe II, pasando por Felipe IV y el funestísimo Olivares, hasta Felipe V, los movimientos de rebeldía operados en las regiones no estuvieron inspirados precisamente por el odio a la unidad nacional, por la falta de patriotismo nacional, sino que, provocados por las incitaciones y abusos insufribles del poder central, el móvil de esas determinaciones no fue otro que el de una ferviente protesta, extralimitada por la desesperación contra un absolutismo gubernamental, desconsiderado y absurdo. Las regiones sintieron entonces, como hoy sienten, el imperativo de su propia vida y de su propia personalidad. Y, por tanto, el instinto de conservación de sus naturales fueros las llevó a rehuir los ataques del poder que groseramente los negaba.

Blas Infante plantea la necesidad de fortalecer, como base de la conciencia regional, el espíritu municipal, muy débil o casi inexistente en los pueblos y ciudades de Andalucía. En efecto, nuestro autor constata como la inmensa mayoría de los habitantes de los municipios andaluces siente apego solamente al lugar, a la tierra donde han nacido y donde viven; pero no se les puede hablar de ideales colectivos municipales, traducidos en aspiraciones de mejora administrativa, obras públicas, instrucción, etc. La disociación entre las provincias que forman Andalucía tiene, pues, su base en la disociación existente entre los individuos que constituyen los municipios. Cuando Blas Infante medita sobre las circunstancias históricas que provocan esta incapacidad para la vida colectiva de los municipios llega al problema, básico en su pensamiento, de la propiedad de la tierra; lo que en Andalucía equivale a plantearse la cuestión del latifundio y de las masas jornaleras hambrientas. Estos son los elementos profundamente materiales y reales a los que me referí al comienzo de mi trabajo.

Infante destaca que en Andalucía no existe una importante clase media campesina. El pueblo, en su inmensa mayoría, está constituído por jornaleros. Su penosa situación es descrita en un largo y conocido párrafo de Ideal Andaluz:

Yo tengo clavada en la conciencia, desde mi infancia, la visión sombría del jornalero. Yo le he visto pasear su hambre por las calles del pueblo, confundiendo su agonía con la agonía triste de las tardes invernales; he presenciado cómo son repartidos entre los vecinos acomodados, para que éstos les otorguen una limosna de trabajo, tan sólo por fueros de caridad; los he contemplado en los cortijos, desarrollando una vida que se confunde con la de las bestias; les he visto dormir hacinados en las sucias gañanías, comer el negro pan de los esclavos, esponjado en el gazpacho mal oliente, y servido, como a manadas de siervos, en el dornillo común; trabajar de sol a sol, empapados por la lluvia del invierno, caldeados en la siega por los ardores de la canícula; y he sentido indignación al ver que sus mujeres se deforman consumidas por la miseria en las rudas faenas del campo; al contemplar cómo sus hijos perecen faltos de higiene y de pan; cómo sus inteligencias se pierden, atrofiadas por la virtud de una bárbara pedagogía, que tiene un templo digno en escuelas como cuadras, o permaneciendo totalmente incultas, requerida toda la actividad, desde la más tierna niñez, por el cuidado de la propia subsistencia, al conocer todas, absolutamente todas, las estrecheces y miserias de sus hogares desolados.

  No se les puede hablar a esos hombres de ideales colectivos. Son incapaces de comprender otro ideal que no sea el de la conservación de la vida física, condenados como están a la más penosa de las miserias.

Por esto la antisolidaridad es inevitable. La disociación empieza entre los individuos de la familia y llega a manifestarse y a impedir la constitución de las formas superiores de sociedad. Ni espíritu familiar; ni municipal, resultante de la asociación de las familias; ni provincial, que pudiera resultar de la asociación de municipios; ni regional, producto de la asociación de las provincias. Las familias y los municipios y las provincias andaluces, sólo son sombras de realidades, que vienen a constituir en Andalucía una sombra de región.

Blas Infante plantea una solución: crear una clase media campesina, que hasta entonces era insignificante. Esta clase es la que representa el equilibrio y la que impone la justicia y el progreso en una región. Está formada por individuos de independencia económica, que pueden permitirse dedicar parte de su tiempo a recrear su espíritu, a comprender y sentir los ideales colectivos. La existencia de esta clase en una sociedad es la base más firme de la existencia de un gran pueblo.

Infante afirma que la distribución de la tierra es completamente injusta. “El suelo de Andalucía está dividido entre muy pocos señores, mientras que ningún derecho ostenta sobre él la inmensa mayoría de los andaluces”. Lo que determina la imposibilidad de la redención del jornalero, de su conversión en individuo de la clase media campesina, es la acumulación de la propiedad de la tierra y el régimen que la hace subsistir, reconociendo sobre aquella un poder absoluto a los propietarios para impedir a ellas el acceso de esos infelices.

Es imprescindible, pues, poner fin a ese régimen de propiedad privada de la tierra. La argumentación infantiana tiene gran interés:

El derecho de propiedad privada de la tierra, al atribuir al propietario la facultad de excluir a los demás de la fuente primera y única, en definitiva, de todas las cosas, niega la facultad de los demás hombres para relacionarse con la Naturaleza y obtener sus productos mediante el esfuerzo relacionador. Luego el derecho de propiedad privada de la tierra niega el derecho a la propiedad  y, por tanto, el derecho de propiedad (...). En síntesis: si la propiedad es necesaria para la vida, y la propiedad privada de la tierra pone en manos de uno o algunos hombres la fuente primaria de donde han de obtener los otros los productos que han de ser objeto de la propiedad, la propiedad privada de la tierra, que hace depender de los primeros la propiedad, el trabajo, y la vida de los segundos, es tiránica e injusta.

  Blas Infante pretende, basándose en el Georgismo, hacer de todos la tierra, ya que a todos pertenece, y del individuo las mejoras que realice sobre la misma. No existe más que un medio:

Que la comunidad, el conjunto de todos, tome su valor o renta, dejando exclusivamente a cada poseedor que satisfaga esa renta, las mejoras que creara con su esfuerzo propio sobre la tierra para satisfacer sus particulares atenciones. Que el individuo deje de percibir en absoluto la renta de la tierra, que no le pertenece. Que la sociedad atienda, ante todo, con esa fuente de ingresos natural, desgravando de sus atenciones el trabajo individual, respetándole también absolutamente. La Naturaleza (...) ha otorgado (...) a la comunidad el valor de la tierra; al individuo, las creaciones de su esfuerzo. Injusto es que éste se alce con el caudal de la primera, percibiendo la renta económica de la tierra, e injusto que aquella tome los productos creados por el segundo, mediante contribuciones expoliadoras.

 La fórmula, inspirada por Henry George, sería entonces la absorción absoluta por la comunidad del valor o renta de la tierra, sin las mejoras debidas al trabajo humano. El economista americano la denomina impuesto único sobre el valor social del suelo.

Los jornaleros encontrarían así, sin necesidad de salir a buscarlo en tierras lejanas, ese terreno que tanto desean; y formarían la clase media campesina, base necesaria de la redención del pueblo andaluz. Los individuos y sus familias podrían satisfacer sus necesidades, pagando por el uso de la tierra un ínfimo precio, teniendo por otra parte la seguridad de que su estabilidad en los terrenos sería respetada, y de que nadie usurparía los productos de su trabajo.

Blas Infante, adelantando planteamientos que desarrollaría más adelante en La Dictadura Pedagógica, y coincidiendo una vez más con las posiciones regeneracionistas, considera que es necesario emprender inmediatamente una labor de educación intensa de los andaluces. No puede olvidar la realidad, el enorme número de analfabetos que tiene Andalucía. Pero no solamente debe atenderse la enseñanza en general; también hay que tener en cuenta la instrucción agrícola y la difusión del conocimiento de las industrias más relacionadas con las necesidades “regionales”.

  Quizás uno de los asuntos en los que más claramente se percibe el regeneracionismo de Blas Infante sea el del caciquismo. “Para Pino Artacho, cacique ‘es la persona que ejerce el poder político en una localidad, estando vinculado formalmente, a través de un partido político, a una oligarquía, informalmente a la autoridad, y que controla a las personas o grupos sobre los que ejerce el poder en forma de clientela’”. La crítica del líder andalucista es contundente:

Y el cacique (...) no puede ser el tutor que aspire al bien de sus administrados, teniendo por regla el sacrificio; sino el hombre que se burla de esta regla, teniendo por norma la rapacidad. Y así el cacique reobra sobre el mismo medio que lo creara, envileciéndolo más aún e impidiendo su purificación.

 Pero Infante no cree que la solución radique en encontrar un cirujano de mano de hierro, del que hablaba Costa. En primer lugar, hay que “crear en cada conciencia individual un templo a los ideales colectivos”. Si los españoles (no olvidemos que Infante se encuentra en su etapa “españolista”) no sienten los ideales amplios de la nación, entonces es necesario hacerles sentir los ideales colectivos-regionales, preparándoles así para  llegar a comprender ideales más altos. Pero por los mismos motivos que debe fortalecerse la conciencia colectivo-regional como base de la nacional, también es necesario hacer lo propio con la municipal como base firme de la regional.  

 Antes de finalizar mi exposición, quisiera referirme brevemente a la distribución de competencias que Blas Infante deseaba en un Estado español descentralizado. Los municipios deben llegar a ser completamente autónomos en todo lo que se refiera a la determinación, administración y dirección de sus peculiares intereses. No deben tener restricciones en lo referente a expedientes y aprobaciones de gobernadores, Hacienda Municipal, adquisición y enajenación de bienes de todas clases, Comisiones Provinciales o del Gobierno Central, beneficencia, Instrucción y Obras Públicas.

Todo lo concerniente a derecho privado y trabajos públicos, instrucción, beneficencia y hacienda “regionales”, además de la creación y constitución de organismos, instituciones y funcionarios encargados de la realización práctica de estas facultades, debe estar en manos de los poderes “regionales”, conforme al genio y peculiares recursos de cada “región”. Pero en una primera fase, cada una tiene que poseer las funciones que correspondan a su capacidad. Es necesario llegar, puesto que la situación particular de cada “región” así lo demanda, a la heterogeneidad en la organización.

Al poder estatal han de reservarse las siguientes funciones: política internacional, solución de las contiendas que pudieran surgir entre las “regiones”, impuestos generales, hacienda general, legislación mercantil fluvial y marítima, comercio exterior y política aduanera, ferrocarriles, carreteras y telégrafos generales, obras públicas interregionales, beneficencia e instrucción de este orden, protección a las “regiones” que no tengan suficientes recursos, sistema monetario, defensa del territorio estatal y fuerza pública de todo orden.

El Pleno del Parlamento de Andalucía, en sesión celebrada los días 13 y 14 de abril de 1983, aprobó insertar el siguiente texto como preámbulo en las ediciones oficiales del Estatuto de Autonomía:

“La Historia ha reconocido la figura de Blas Infante como padre de la patria andaluza e ilustre precursor de la lucha por la consecución del autogobierno que hoy representa el Estatuto de Autonomía para Andalucía.

Blas Infante, con las Juntas Liberalistas que él creara, se coloca en la vanguardia del andalucismo al luchar incansablemente  por recuperar la identidad del pueblo andaluz; por conseguir una Andalucía libre y solidaria en el marco irrenunciable de la unidad de los pueblos de España; por reivindicar el derecho de todos los andaluces a la autonomía y a la posibilidad de decidir su futuro.

El Estatuto de Autonomía se ha logrado gracias a la aportación inestimable del pueblo andaluz que, en conjunto, ha desempeñado su protagonismo indiscutible en la recuperación de su identidad”.

Al-Mansur Godoy.

Militante de Nación Andaluza.

Volver a Independencia nº42-43. Enero 2003

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