Acomodación Crítica

Daniel cerró la segunda compuerta y quedó de pie dentro del pequeño refugio metálico. Ese instante, una luz llenó la esfera entrando por la pequeña ventana y mostró el minúsculo camarote que tendrían que habitar por algún tiempo; hasta que la radiactividad estuviera por debajo de límites peligrosos, y ellos pudieran salir.

Era el interior de una esfera metálica, que tenía una entrada similar al cuello de una botella, y que permanecía sumergida en el fondo del lago. Daniel comprendió que la entrada era telescópica, y que se estiraba hasta la superficie cuando sonaba la “llave”. Era la única forma de entrar y salir. Pensó que la cubierta sería de plomo para contrarrestar la radiación, y que el agua proporcionaría protección adicional. Estarían a unos 30 metros de profundidad según sus cálculos. La presión se sentía en sus oídos que se habían tapado mientras bajaba las escalerillas metálicas por el “cuello de botella”.

Había una pequeña consola con un sillón, luces de colores parpadeando en las paredes, y atrás de la silla (junto a la pared contraria) se veían dos cajas que parecían ataúdes de aluminio.

Pablo, de pie junto a Daniel, le jaló el brazo y le dijo:

—Hay alguien aquí.

Daniel empuñó instantáneamente su micrometralleta y ordenó:

—¡Identifíquese!

Pablo ya se había zambullido en el suelo entre unos triángulos metálicos por si hubieran disparos.

Una voz sonó junto a la consola:

—AV, código Topo 4488. No dispare. Estaba haciendo el mantenimiento de la esfera cuando sonó la alarma.

—De pie, despacio.

Era un hombre de unos 25 años, bajo, barbudo y —según le pareció a Pablo— tenía efectivamente cara de topo. Era obvio que no debía estar ahí. La llegada de Daniel y Pablo habría sido una pésima noticia para él, porque seguramente pensaba usar el refugio para salvarse.

El instinto de supervivencia le decía a Tigre que debía eliminarlo en ese momento para salvarse junto a Pablo. Era evidente que la esfera estaba diseñada para dos personas. Un tercero podía desequilibrar la energía y agotar las raciones.

Pablo se levantó y miró a Topo con desconfianza.

Topo dijo despectivamente:

—¿Y el niño qué hace aquí?

—Es vigía. Está autorizado para usar el refugio.

—La AV ya no existe. Sus autorizaciones no valen. Cóndor ha muerto.

Hizo una pausa y dijo:

—Hay sólo dos cápsulas de supervivencia. Eliminemos al niño.

—No, —dijo Daniel firmemente—. Soy Tigre, grupo élite Andes-Amazonas-Caribe, de los Ejércitos del Mundo. Código 4555. Tomo el mando de este refugio. Tengo una misión prioridad Alfa, y necesito a este chico para vigía.

—¿Prioridad Alfa?— preguntó Topo con la voz quebrada.

—Afirmativo.

Topo sabía que todo era secundario —incluso su vida— frente a una prioridad Alfa. Había algo de vital importancia que aquellos dos intrusos tenían que hacer. Miró a Daniel en la penumbra. Era simplemente un chico alto y flaco empuñando una pistola que parecía de juguete. Por la estatura, podía tener 17 ó 18, pero por la cara aparentaba más bien unos 15 años. El otro era un niño desnutrido que no llegaba ni a trece años. Por su cabello tan largo, Topo había creído al principio que era una niña. Todo eso era absurdo. Si no hubiera sido por la prioridad Alfa que decían tener, Topo habría encontrado la forma de engañarlos y eliminarlos para usar la esfera y sobrevivir. Tal vez todavía lo haría. La AV había terminado en un microsegundo, y sus prioridades eran irrelevantes ahora.

—¿Puedes probar que tienes una prioridad Alfa?

Daniel palideció al comprender que Topo no lo respetaría. Su instinto de supervivencia le ordenó con luces de alarma que eliminara al desconocido mientras podía hacerlo. Pero solamente dijo:

—En mi computadora. Pero he tomado el mando aquí, y no tengo por qué hacerlo.

“Si no lo matas, él nos matará Danny, ¿no te das cuenta?” pensó Pablo adivinando desesperado la indecisión de Daniel.

—Muy bien, —dijo Topo—. Reconozco que Tigre ha tomado el mando. Conozco bien esta esfera y aún faltan algunos detalles para terminar el mantenimiento, así que me necesitan. Ustedes usarán las cápsulas de supervivencia, pero solicito que me autorice a habilitar un mecanismo de emergencia para salvarme. Puedo improvisar un tercer dispositivo de supervivencia.

Daniel miró a Pablo. El chico tenía la desesperación escrita en los ojos y le decía con la expresión de su rostro: “nos está engañando, va a matarnos, Danny, ¿por qué no te das cuenta?” Después otro pensamiento aún más oscuro invadió a Pablo: “Sabes que nos está engañando, y piensas ponerte de acuerdo con él para matarme. Ese Topo te sirve más que yo. Van a eliminarme a mi, porque soy chico y no les sirvo.”

Daniel guardó la micrometralleta y preguntó a Topo:

—¿Qué noticias hay de afuera?

—La plana mayor de la AV ha muerto. El avión de comando se ha estrellado después de las primeras explosiones en el espacio. Unas 60 bombas de 500 kilotones han detonado en las principales ciudades de Latinoamérica. Es un desastre. Todo ha terminado.

—¿Cuánto tiempo tendremos que quedarnos aquí?

—Tal vez meses. Han usado un nuevo tipo de bomba esta vez. Hemos detectado mucha más radiación neutrónica que en anteriores detonaciones nucleares. Tal vez la radiactividad se mantenga más tiempo del normal. Tal vez un año. Tal vez más.

—¿Podremos sobrevivir tanto tiempo en esta esfera? —preguntó Daniel mirando con preocupación las cápsulas que parecían dos ataúdes de aluminio.

—Sí, si entran en estado de animación suspendida de inmediato. Así se minimiza el consumo de energía. En animación suspendida, podrían permanecer años sin sufrir ningún daño. Toda actividad se detiene. Ni siquiera hay debilitamiento muscular como en otros sistemas de supervivencia prolongada. Será como despertar mañana después de una noche de sueño normal, pero habrán pasado meses. Tal vez más de un año.

—Nosotros usaremos las cápsulas. Tú estás autorizado a improvisar un sistema de emergencia para salvarte.

—Sí, Tigre. Gracias.

—Pablo, tú irás primero a dormir.

Pablo lo miraba con desconfianza, y no se movió.

—No, Danny. No quiero irme a dormir.

—No tengo tiempo para esto, Pablo. Tenemos que entrar ambos en animación suspendida para ahorrar energía. Podríamos estar aquí más de un año, ya lo oiste. Desvístete y entra de inmediato a la cápsula.

Pablo miró al suelo temblando. “Quieren deshacerse de mí primero...”

—Pablo...

El no se movió. Quedó mirando desconfiado y moviendo la cabeza negativamente.

Daniel lo cogió por el brazo y lo obligó a echarse de espaldas en el suelo. Pablo luchaba desesperadamente, pero Daniel era mucho más fuerte que él. Topo apareció con una pequeña jeringa, e inyectó algo al cuello de Pablo. Unos segundos después, Pablo sintió que sus piernas y brazos dejaban de responderle. Le habían puesto una droga paralizante. Lloró de miedo mientras lo ponían en una de las cápsulas. Sintió frío cuando lo desvistieron y colocaron electrodos en su cuerpo. Luego introdujeron en su brazo izquierdo una aguja que llevaba algún suero, desde un aparato en la pared que parpadeaba con luces azules.

Pablo se tranquilizó. Si hubieran querido eliminarlo, ya lo habrían hecho, y no se habrían tomado el trabajo de instalar el equipo de supervivencia para él.

Con sus últimas fuerzas, susurró:

—Danny, acércate. Quiero decirte algo...

Daniel acercó su oído a la boca de Pablo.

—Danny, ¿confías en este Topo?

Daniel se encogió de hombros significando: “no tengo alternativa”.

—Danny...

Daniel volvió a acercar su oído.

Esta vez, Pablo estaba casi dormido y la droga paralizante sólo le permitía emitir un hilo de voz:

—Danny, gracias por todo...

Daniel le sonrió por primera vez en mucho tiempo. Pensó en sus amigos de la manada 22 y se preguntó si habrían sobrevivido. Pensó en Alex y su chica Vivi. Ella era el cerebro de su grupo élite. Y Alex le había salvado la vida una vez. Pensó en Marco, su mejor amigo antes de la guerra, al que se habían llevado agonizando, herido por una mina. Miró hacia afuera por la pequeña ventana. Todo había sido en vano. Todo su sacrificio, todo su triunfo, todo su esfuerzo. La batalla por el futuro había sido perdida mucho antes, por la gente que vivió a fines del siglo XX. Ellos se habían vendido a intereses extranjeros, se habían dejado imponer desde las modas hasta las formas de gobierno por otros países que sólo buscaban sus propios intereses. Habían permitido en silencio el saqueo de los recursos que las generaciones del futuro necesitarían para sobrevivir. Habían perdido todas las batallas económicas, ideológicas y tecnológicas frente a otros pueblos del mundo. Eran acomplejados, ignorante e irresponsables. Una generación de derrotados. Ellos eran los verdaderos criminales. Pensó en Wara, que cazaba ancianos igual que los neonazis cazaban a las minorías raciales. Era su forma de hacer justicia por el daño que la gente del siglo XX había hecho, en su ignorancia suicida y su egoismo ciego.

Daniel miró para afuera por la pequeña ventana. Las luces del amanecer empezaban a iluminar aquella parte poco profunda del lago. Habían plantas que parecían flotar fantasmagóricamente en el agua turbia. No habían peces. Ni un pez. Otra ola de furia llenó su pecho. La gente del siglo XX. Siempre ellos. En su completa estupidez, habían sembrado truchas arco-iris en el lago Titicaca. Los ignorantes no se habían dado cuenta de que aquella especie invasora desequilibraría completamente el ecosistema del lago. En pocos años, la fauna nativa había desaparecido, y finalmente, las propias truchas habían muerto en la mayor parte del Titicaca. Por años, existían sólo en las jaulas junto a las orillas. “Gente estúpida, ignorante y egoista”, pensó Daniel sin darse cuenta de que tenía las manos cerradas en puños. “Nuestros padres y abuelos... Fue una generación de criminales. Contaminaron todo, saquearon todo, y al final todavía tuvieron el descaro de tener hijos para que se arrastren en el basural que dejaron. Tontos, irresponsables...”

La voz de Topo sonó desde atrás:

—La segunda cápsula está lista.

Daniel se desvistió en silencio, y se echó en el interior blando y brillante de la caja de aluminio.

—¿Alguna recomendación? —preguntó a Topo.

—Cuando despertemos, todas las bitácoras y la información acumulada estarán en las computadoras. La animación suspendida se interrumpirá automáticamente cuando el medio deje de tener radiactividad peligrosa. Los sensores externos están funcionando bien.

—¿Cuándo entrarás tú en animación suspendida?

—En seis horas tendré un dispositivo de emergencia listo.

Daniel miró a Pablo, que dormía profundamente dentro de la otra cápsula

(¿confías en este Topo?)

y tuvo un mal presentimiento. Era ese timbre de alarma que resonaba en su mente cuando había peligro. De pronto sintió un pinchazo en la nuca. Trató de reaccionar, pero Topo ya le había inyectado droga paralizante. Extendió rápidamente el brazo para tomar su micrometralleta, pero no estaba donde él la había dejado. Miró aterrorizado a Topo, y vio que él se encontraba haciendo algo en el panel de luces azules desde donde salía el suero que debía alimentarlo.

Daniel cayó de espaldas dentro de la cápsula. Sus brazos ya no respondían. Sus piernas estaban cada vez más débiles. Perdía la conciencia sin poderlo evitar. Un pensamiento giraba en su mente:

“Qué estúpido soy... Va a matarnos a ambos para salvarse...”

Los discos duros que deben ser recuperados contienen la informacion necesaria para que los latinoamericanos recuperemos el control, y la estacion Selva tiene un arma tan poderosa, que quizas nadie (ni la Corporacion ni la AV) puedan controlarla jamas, porque es ecologicamente perfecta.

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