Fin de Cóndor

Cóndor caminaba nerviosamente entre las terminales de computadora, mirando a las decenas de técnicos que operaban las consolas. El sonido del cerebro electrónico era más fuerte que el murmullo de los motores del avión invisible. Estaba prácticamente solo en el mando. Los miembros de su plana mayor desaparecerían en las ciudades en las que trabajaban como asesores para la reconstrucción. Era el fin de todo.

—Informe resultados.

—Solo tres puntas del pentagrama han sido dañadas. Se anticipa destrucción masiva de nuestras ciudades. Hemos rastreado proyectiles dirigiéndose a Buenos Aires, La Paz, Lima, Rio, San Pablo, Bogotá, Los Angeles, Santa Cruz, Santiago, Caracas, México D.F., Guayaquil... Asumimos destrucción de las 50 ciudades más grandes de Latinoamérica. Hemos destruido sólo 30 proyectiles hostiles. Tal vez logremos neutralizar unos 10 ó 15 más, pero los demás empezarán a llegar a sus objetivos en unos cuatro minutos.

—Estado de nuestras comunicaciones.

—Están muertas. Estamos incomunicados.

—żEstán los dispositivos de contingencia en marcha?

—Un 86% de ellos está en marcha. Pero empezamos a tener fallas en las computadoras del avión.

—żLas cajas negras están listas?

—Afirmativo. Las banderas informáticas han sido transmitidas al pelotón seleccionado. No tenemos certeza de su llegada a los refugios de alta seguridad, pero el progreso era positivo en la última comunicación. Hay fallas masivas en las computadoras, que ponen en riesgo la integridad de este avión.

—żEstá activada la estación selva?

—Afirmativo.

Las luces se prendieron como una estrecha discoteca en el aire, y el avión se sacudió fuertemente.

Cóndor sintió un vacío terrorífico en el pecho, como si estuviera cayendo una pendiente en la montaña rusa más grande del mundo, y empezó a rebotar entre las paredes y las terminales informáticas. Sintió un líquido caliente en su cabeza, y vio que era sangre. Salió disparado hacia adelante para chocar contra una puerta metálica, mientras los monitores estallaban detrás de él. El avión se oscureció. Un estruendo tremendo pareció perforar sus oídos hasta el centro de su cabeza. Después el frío intenso. El terror. El aparato vibraba como un terremoto incontenible, y se precipitaba a tierra. Nadie gritaba. Una última explosión le mostró tres rostros desfigurados por el terror y manos que se aferraban a las mesas de los monitores. Sólo un último pensamiento absurdo llenaba su mente: Nadie gritaba.

Primero, el ala derecha tocó un árbol. Luego el fuselaje humeante se clavó en la selva con un estruendo que se oyó por kilómetros. El río Madera copió por un segundo la imágen del aparato en llamas que se hacía visible con el camuflaje apagado. La cola se desprendió y se hundió en el río. Las marcas de “Generación 2000” aparecieron por un instante bajo la luna.

Luego, una explosión sacudió la selva y alumbró kilómetros de bosque.

Después nada. Volvió el silencio.

Finalmente, volvieron a sonar las chicharras, los rococos y los otros ruidos de la selva.