Refugio Km. 72

Era aquella ámplia curva desde la cual un viajero que llega de Copacabana puede ver por primera vez la Cordillera Real en todo su esplendor. Había una playa ancha y el lago se encontraba como a 50 metros de ellos. Tres casas abandonadas junto al camino tenían las puertas violentadas, y seguramente habían sido saqueadas. Daniel no veía el refugio.

Sacó el comunicador del bolsillo de su rodilla y presionó el botón.

—Tigre aquí. Solicito instrucciones para ingresar al refugio. Me encuentro en las coordenadas especificadas.

Había silencio total en la radio. Facilitador no estaba respondiendo.

Daniel sacudió dos veces el transmisor y presionó nuevamente el botón azul brillante:

—Prioridad alfa. Necesito instrucciones para entrar al refugio. No veo el refugio en el lugar especificado.

Silencio total en la radio.

—¿Qué pasa, Danny?

—Seguramente el pulso electromagnético de las bombas ha dañado nuestros sistemas de comunicación. Ayúdame a buscar el refugio. Está escondido por aquí.

Pablo saltó de la moto y empezó a correr como una liebre buscando algo que delatara un ingreso subterráneo. La luz de la luna no le era suficiente, así que volvió a la moto, sacó una linterna de su mochila, y registró el lugar cuidadosamente.

Daniel tomó una pequeña computadora que tenía bajo el asiento de la moto y activó algo que hizo un sonido grave y entrecortado. Era “la llave” que habían transmitido a su computadora esa madrugada al despertarlo. El sonido que activaba la entrada al refugio. El sonido era parecido al canto de una ballena. Pero no tuvo ningún efecto. Nada sucedió.

—¿Dónde puede estar ese refugio? —pensó Daniel en voz alta.

Pablo, cerca de él, registraba cada metro de arena en busca de cualquier cosa que pareciera un ingreso subterráneo.

Daniel también emprendió la búsqueda. Nada.

Aumentó el volumen del parlante de su computadora y emitió nuevamente el sonido “llave”.

Nada.

Daniel palideció y se estremeció. “Algo está fallando. Estamos muertos, Pablo. No sé que hacer.” Tenía que organizar sus ideas. ¿Dónde pondría él un refugio antinuclear? Bajo tierra, ciertamente. Tenía que haber un ingreso en algún lugar. Pero no podía registrar toda el área. Tendría a lo mucho un par de minutos hasta la llegada de las bombas. Miró su reloj. El tiempo había expirado. Las bombas llegarían en cualquier momento. Daniel se sentó en el suelo en posición de loto para pensar. Hundió la cara entre las rodillas. Nada se le ocurría. Estaba desesperado. Temblaba de miedo.

Sintió dos manos en sus hombros.

—¿Estás bien, Danny?

—No sé cómo encontrar el refugio, Pablo.

Era la primera vez que Pablo veía a Daniel a punto de romper a llorar.

Pablo temblaba. Sus ojos también se humedecieron. Miró en todas direcciones tratando de adivinar el ingreso a su refugio. Frente a él la playa, y más allá el lago. Atrás, la cordillera bajo la luz de la luna. El silencio total. La calma antes del desastre.

Pablo recordó los documentales de las plantas nucleares. Vio en su mente un grupo de trabajadores duchándose antes de salir del área radiactiva. Miró nuevamente al lago y dio un tirón a Daniel.

—Debe estar bajo el agua, Danny.

Daniel dio un salto. Era verdad. Había algo mejor que un refugio subterráneo: ¡Un refugio submarino!

Corrió hacia el lago. Metió sus pies al barro frío, e introdujo un extremo de su computadora al agua helada. Hizo sonar nuevamente la “llave”.

Esta vez le respondió un sonido parecido al del aceite hirviendo. Millones de burbujas alborotaron las aguas del lago, y algo muy grande empezó a emerger frente a ellos.