A
PUERTO RICO
¡Borinquén!,
nombre al pensamiento grato
como el recuerdo
de un amor profundo,
bello jardín
de América el ornato,
siendo el
jardín América del mundo.
Perla que
el mar de entre su concha arranca
al agitar
sus ondas placenteras,
garza dormida
entre la espuma blanca
del níveo
cinturón de tus riberas.
Tú,
que das a la brisa de los mares,
al recibir
el beso de su aliento
la garzota
gentil de tus palmares;
que pareces
en medio de la bruma
al que llega
a tus playas peregrinas,
una ciudad
fantástica de espuma
que formaron
jugando las ondinas.
Un jardín
encantado
sobre las
aguas de la mar que domas,
un búcaro
de flores columpiado
entre espuma
y coral, perlas y aromas.
Tú,
que en las tardes sobre el mar derramas
con los colores
que tu ocaso viste
otro océano
de flotantes llamas;
tú,
que me das el aire que respiro
y vida al
canto que espontáneo brota,
cuando la
inspiración en raudo giro
con sus alas
flamingueras azota
la frente
del cantor; ¡oye mi acento!
El santo
amor que entre mi pecho guardo
te pintará
su rústica armonía;
por ta lo
lanzo a la región del viento,
tu corazón
lo dicta al corazón del Bardo,
y el Bardo
en él su corazón te envía.
¡Oyelo
patria! El último sonido
será,
tal vez, de mi laúd; muy pronto
partiré
a las regiones del olvido.
Mi juventud
efímera se merma,
y ya en su
cárcel habitar no quiere
un alma melancólica
y enferma.
Antes que
llegue mi postrero día
y mi cantar
se extinga con mi aliento,
¡toma,
patria, mi última poesía!
¡Ella
es de mi amor el testamento!
¡Ella
el adiós que tu cantor te envía!
Tres siglos
ha que el hombre
encerrado
en el viejo continente
ni en ti
soñaba ni soñó tu nombre.
Tu ser fue
una bellísima quimera
a los que
vían el confín del mundo
de Thule
en la fantástica ribera;
pero sonó
una hora en el gigante
reloj que
marca su existencia al orbe;
y abrió
sus ondas al airado Atlante.
El dedo del
destino tocó
de un hombre
en la ardecida frente,
y entre las
ondas le mostró un camino.
El tan solo
quería,
cruzando
las regiones del occidente,
volver al
sitio donde nace el día;
al viento
del azar tendió sus velas
desde el
confín del túrbido océano,
y la suerte
llevó sus carabelas
a chocar
con el mundo americano.
De ese mundo
bellísimo fragmento
ere, ¡oh
patria!, que en el mar lanzara
un cataclismo
al estallar violento;
más
trajiste tan sólo su belleza
sin copiar
del inmenso continente
la pompa
y el horror de su grandeza;
ni el Tigre
carnicero,
ni el León,
ni el Jaguar en tu montaña
lanzan su
grito aterrador y fiero;
ni el Boa
se retuerce en la llanura,
ni entre
las aguas de tu manso río
turbar la
onda transparente y pura
se ve al
Caimán indómito y bravío.
Ni arrojas
al Atlante
de la playa
pacífica, el inmenso
rey de los
ríos, Marañón gigante.
Ni tus montes
con ruido subitáneo
estremecidos
en su base crujen,
cuando con
ronco respirar titáneo
el Orizaba
y Cotopaxi rugen.
Y no estremece
un Niágara tu suelo
al desplomar
la inmensa catarata,
en la que
el iris, el pintor del cielo,
une a las
franjas del luciente plata
oro, y carmín,
y púrpura y topacio,
mientras
en los cristales se retrata
fiero el
cóndor, monarca del espacio.
Tienes,,,,
la caña en la feraz sabana,
lago de miel
que con la brisa ondea,
mientras
su espuma, la gentil guajana
como blanco
pulmón se balancea.
Y la palma,
que mece en el ambiente,
encerrada
en el ánfora colgante,
la ninfa
pura de su aérea fuente;
y de tus
montes en el ancha falda
donde el
cedro y la péndola dominan,
luce el cafeto
la gentil guirnalda
del colmo
ramo que a la tierra inclinan
las bayas
del carmín y de esmeralda.
Tú
tienes, sí, tus noches voluptuosas
que amor
feliz al corazón auguran
y en un vergel
de lirios y de rosas
manantiales
de plata que murmuran.
Tórtolas
que se quejan en los montes
remedando
suspiros lastimeros
palomas y
turpiales y sinsontes
que anidan
en floridos limoneros.
Todo es en
ti voluptuoso y leve,
dulce, apacible,
halagador y tierno,
y tu mundo
moral su encanto debe
al dulce
influjo de tu mundo externo.
Por eso,
en aquel día
que abordaron
las naves castellanas
a tus bellas
riberas, patria mía,
tus tribus
aborígenes,
dominando
el temor que las llevara
al seno oscuro
de tus selvas vírgenes;
tranquilas
contemplaron
regresando
apacibles a tu orilla,
cómo
los brazos de la cruz se alzaron
bajo el rojo
estandarte de Castilla
Pura amistad
vehemente
unió
los hombres que aportó el abismo,
del indio
rudo en la tostada frente
cayó
la onda sagrada del bautismo.
Después,
ya roto el temor el dique,
la llama
del amor lució esplendente,
la dulce
hermana del primer Cacique
llamó
su esposo al paladín de Oriente.
Y tú
fuiste el joyel que traspasaba
el casto
beso de su amor primero,
del señorial
cintillo de Agüeybana
a la corona
del monarca ibero.
Y después...
y después,,,, nunca mi canto
pinte el
hondo luchar de las pasiones,
ni el exterminio,
ni la crueldad y el llanto,
mancha de
los humanos corazones.
Borremos
del error las hondas huellas
que a la
infeliz humanidad desdoran,
porque hombre
soy... y me avergüenzo de ellas.
Llegó
un día fatal de horror y duelo,
que en el
del oro tras el torpe lucro
la vil esclavitud
manchó tu suelo;
¡y
el huracán del golfo americano
dejó
las naves abordar tranquilas
a las riberas
del jardín indiano!
Y tú,
¡patria!, la perla de Occidente,
¡no
te volviste al seno de los mares
para lavar
la mancha de tu frente!
Más
no en vano en Judea
corrió
la sangre de Jesús,
sellando
el triunfo de su santa idea;
más
no en vano anhelante
camina el
mundo por al ancha vía
del progreso
adelante;
brilló
una aurora de feliz memoria
en que cesaron
lágrimas y duelos
borrándose
una mancha de la historia,
y mil y mil
acentos
dieron tu
nombre, ¡Libertad sagrada!,
a los montes,
los valles y los vientos.
¡Y
ni una sola represalia impía!,
¡ni
una venganza profanó tu suelo!
¡Bendiciones
y cantos, patria mía,
perdiéronse
en las bóvedas del cielo!
¡Extraño
cuadro! que en el ancha tierra,
al vencer
la opresión en lucha santa,
de entre
el lago purpúreo de la guerra
la libertad
sangrienta se levanta.
Dios debió
sonreír y viendo a su hechura
hacer del
paria hermano cariñoso,
y del ángel
tomar la investidura
al realizar
un acto tan hermoso.
Y bendecirte
conmovido y tierno,
porque sólo
en tu suelo hospitalario,
al dulce
influjo de tu mundo externo
se vio la
Redención del Calvario.
Otro paso
adelante; sin que vibres
el arma fraticida,
en el concierto
de los pueblos libres
se levanta
tu voz; savia de vida
y juventud
circula por tus venas,
cuando la
noble España conmovida
quebranta
del colono sus cadenas.
Ya no eres,
patria, un átomo perdido
que al ver
su propia pequeñez se aterra,
ni un jardín
escondido
en un pliegue
del manto de la tierra.
Eres el pueblo
que su voz levanta
si la justicia
y la razón le abona,
que las exequias
del pasado canta
y el himno
santo del progreso entona.
Tú
no serás la nave prepotente
que armada
en guerra, al huracán retando,
conquista
el puerto, impávida y valiente
las ondas
y los hombres dominando;
pero serás
la placida barquilla
que al impulso
de brisa perfumada
llegue el
remanso de la blanca orilla;
que ese es,
patria, tu sino,
libertad
conquistar, ciencia y ventura,
sin dejar
en las zarzas del camino
ni un jirón
de tu blanca vestidura.
Y, patria...,
si me engaño,
si me reserva
mi destino impío
llorar tu
ruina y contemplar tu daño;
si he de
escuchar tus ecos
devolverme
entre lágrimas y horrores
el ronco
acento de los bronces huecos;
si fuera
mi laúd el destinado
para cantar
tu pena y tu agonía....
¡Ah,
que le mire pronto destrozado
en mis trémulas
manos, patria mía!
Y antes que
el mal en tu recinto nazca
y contemplarlo
con espanto pueda ....,
¡que
disponga el Señor cuando le plazca
de este resto
de vida que me queda!
Mas si Jehová
le concedió al poeta,
al cantar
a su patria y a su destino,
la doble
vista del veraz profeta;
si ha de
unirse mi nombre con tu historia
para ser
el cantor de tu alegría,
para ver
el heraldo de tu gloria;
Dios me conceda
al verte
de venturas
y triunfos coronarte,
¡una
vida sin fin para quererte
y una lira
inmortal para cantarte!
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