"El sacrificio a los dioses se ha
cumplido. La víctima ha danzado hasta alcanzar la muerte. La energía de la entrega ha
quedado dispersa hasta tocarnos en el dolor."
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Son
las 7:30 PM en París. Luego de bajarnos del Metro en Auber, ascendemos a nivel tierra y
cruzamos el concurrido Boulevard desCappucines. Hoy es martes, los franceses concluyen su
jornada de trabajo y disfrutan del cielo azul y la cálida temperatura. Poco a poco nos
acercamos a esa monumental estructura que se alza frente a nosotros: la Opera Garnier.
Construída en el s XIX como suntuoso lugar para presentar espectáculos de música y
danza, es uno de los teatros líricos más grandes del mundo. En la entrada franceses y
turistas, se aglutinan para presenciar la función de hoy. Permea en el aire una
atmósfera de expectación. El numeroso público ha acudido, sin duda alguna, atraído por
la pieza estelar del programa de esta noche, La consagración de la primavera
del compositor Igor Stravinsky.
Muchos aguaceros han caído desde que el extravagante binomio integrado
por los rusos Stravinsky y Nijinsky, (el legendario bailarín y coreógrafo famoso por su
protagonización en el ballet El espectro de la rosa), escandalizó al
público que presenció las primeras presentaciones del ballet en el 1913 en varias
ciudades de Europa. Desde entonces, este ballet con su música oscilante entre la sutil
melodía de la primavera anunciada y la violenta percusión sugiriendo la eclosión de
fuerzas dormidas que descubren la resurrección de las energías cósmicas, ha sacudido a
sus espectadores.
Esta noche la coreografía estará a cargo de Pina Bausch, conocida coreógrafa
alemana que montó la tercera versión de esta pieza en 1975 para ser bailada por la
compañía Wuppertaler. Sube el telón. Una veintena de fuertes utileros
aparece insólitamente, cubriendo con tierra todo el escenario. Estos abandonan el
escenario y entran las bailarinas. Su aspecto ojeroso y desgreñado evoca las víctimas
recién salidas de un campo de concentración. Restregan sus rostros, estiran sus cuerpos,
en señal de un atolondrado despertar. Corren torpes y desorientadas en todas
direcciones. El crescendo de las cuerdas invita a los hombres a entrar en la coreografía.
La tensión se proyecta en sus rostros, en sus cuerpos que han cargado la vida, pesada
como la guerra, como el dolor. Ejecutan movimientos primitivos, tribales. Las
mujeres golpean sus pechos en sincronía con los ritmos angulares de los vientos y las
cuerdas. No hay contacto entre los dos bandos.
Momentos de silencio se intercalan entre la impetuosa música, l@s bailarines
se detienen al compás de sus jadeos apresurados. Se reanuda la música apoderándose de
sus cuerpos. No hay lugar para los estilizados movimientos de ballet. Los saltos de l@s
bailarines no anuncian el vuelo del alma, sino el intento de respirar ante la posibilidad
de morir ahogados en la miseria humana. Una melodía de alerta transforma el ánimo de los
bailarines. Detienen su arrebatada danza, observan la tierra a su alrededor, se acuestan
sobre ella, la estrujan en sus cuerpos. La tierra viola la convencional pulcritud de
l@s bailarines, manchando sus pieles mojadas en sudor. Cada hombre toma su pareja.
El tradicional pas de deux no es armonioso: es lucha de cuerpo contra
cuerpo. Los hombres fecundan frenéticamente a las mujeres. Las notas discordantes de las
melodías acentúan la contienda hombre vs. mujer, ser humano vs. vida. Nos sobrecoje la
tensión. Los bandos se separan y se observan. Un bailarín sobresale, invitando a
las desconfiadas mujeres a bailar. Sólo una acude al llamado. De pronto tod@s los
bailarines en escena se desatan en movimientos catárticos alrededor de quien será la
víctima, sacrificada a los
dioses de la primavera. Se intensifica la atonalidad de la música. La víctima se desboca
en una danza atávica desarticulando sus extremidades. L@s demás bailarines celebran
feroces el sacrificio, mientras la víctima en el centro exorcisa los males de la
humanidad. Expira el dolor y la explotación humana en cada uno de sus desesperados
saltos. Todos caen en un trance destructivo, apocalíptico, acompasado por la disonante y
estridente melodía. Súbitamente la bailarina se desploma, haciendo vibrar las tablas y
abatiendo a los agotados espectadores.
Ha concluído el ritual primaveral. El sacrificio a los dioses se ha cumplido.
La víctima ha danzado hasta alcanzar la muerte. La energía de la entrega ha quedado
dispersa hasta tocarnos en el dolor. En esta ocasión la sangre no ha traído su habitual
florecimiento y renovación. La víctima parece haber muerto en vano. L@s demás
bailarines la observan sin reconocerle su inmolación. Con miradas perdidas abandonan el
escenario indiferentes ante el rito. Parecen adivinar un amanecer igual de oscuro
al de todos los días.
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