ANTECEDENTES
El reinado de Isabel II (1843-1868) fue uno de los más interesantes y turbulentos en la historia contemporánea española, particularmente desde el punto de vista militar. Cuando la joven reina asumió el trono, su país se encontraba muy debilitado por las revoluciones carlistas y distaba de ser la gran potencia del pasado. A manera de ejemplo, en 1845 la otrora poderosa Armada Real sólo constaba de tres navíos de línea, todos del siglo XVIII, y unas pocas fragatas y vapores, lo que era un claro contraste con los 117 buques de guerra que el reino llegó a tener en 1790. Asimismo, la cantidad asignada a Marina, Comercio y Ultramar en el presupuesto real de ese año era más de cuatro veces inferior a la del Ejército.
Isabel buscó recuperar el prestigio militar que su país mantuvo hasta la batalla de Trafalgar, en la que su legendaria armada fue reducida a cenizas por los británicos. Por tanto, aceptó las sugerencias de dos visionarios navales, Francisco Armero, jefe de la escuadra y de Mariano Roca de Togores, Marques de Molina, para que se construyera una flota moderna y poderosa, que en pocos años convertiría a España en la cuarta potencia naval del mundo. De este modo, sólo entre 1859 y 1860 se destinaron para tal fin 170 millones de pesetas, suma enorme en esa época. El resultado fue una moderna escuadra compuesta por seis fragatas blindadas, once fragatas de hélice y doce corbetas de vapor construidas en astilleros españoles y extranjeros, además de decenas de transportes y buques menores. Pocas veces en su historia España había logrado estructurar una flota tan poderosa y equilibrada como aquella.
Con la seguridad que otorgaba el contar con tan importante fuerza disuasiva, España volvió a fungir de potencia colonial y se comprometió en diversas intervenciones de ultramar. Durante el segundo gobierno del primer ministro Leopoldo O´Donell (1858-1863), España enfrentó una controversia con Marruecos, que se convirtió en la ocasión propicia que esperaba el general para reafirmar el prestigio de su país, poner fin las luchas políticas internas y despertar el entusiasmo popular mediante una empresa militar de éxito asegurado. Así, O'Donnell concentró en Algeciras y el Puerto de Santa María un ejército de operaciones compuesto por 35.000 hombres y una escuadra formada por el navío Isabel II, buque insignia del comandante de las Fuerzas Navales de Operaciones en las costas de África, tres fragatas, dos corbetas, cuatro goletas, once vapores de ruedas, nueve vapores y tres transporte, así como faluchos y cañoneras que actuaban de fuerzas sutiles. la batalla de Wad-Ras decidió la campaña y mediante el armisticio del 25 de marzo de 1860 se puso fin a la guerra. Por el tratado de paz de Tetuán, España obtuvo la ampliación de su campo de influencia en Ceuta y Melilla, la soberanía a perpetuidad sobre Santa Cruz de Mar Pequeña y una compensación económica. A la guerra contra Marruecos siguieron un conflicto en Indochina (Vietnam), la participación en la invasión francesa a México y la anexión de Santo Domingo.
Pronto llegaría el turno de América del Sur. En 1862, Isabel aprobó el envío a Sudamérica de una expedición de estudio científico escoltada por tres navíos de guerra bajo las órdenes del vicealmirante Luis Hernández Pinzón, quien era descendiente directo de los hermanos Martín y Vicente Pinzón, capitanes de dos de las carabelas que acompañaron a Colón en el descubrimiento del Nuevo Mundo. Estas naves eran las fragatas gemelas a hélice Triunfo y Resolución y la corbeta protegida Virgen de Covadonga. El propósito que llevó a las autoridades de Madrid a incluir naves de la armada en una misión de estudio, no sólo fue para exhibir la patente de Potencia, costumbre por cierto extendida a los países europeos como Gran Bretaña, sino para que aquellas sirvieran como elementos de apoyo a una serie de reclamos presentados por ciudadanos españoles residentes en las Américas.
El 18 de abril de 1863, la expedición española arribó al puerto de Valparaíso. Mientras estuvieron en territorio chileno, los científicos y marinos españoles fueron cordialmente recibidos y respondieron con amabilidad, pero en julio de ese año, una vez en aguas peruanas, comenzaron a surgir los problemas. En aquella época, España no mantenía relaciones diplomáticas con el Perú ni había reconocido formalmente su independencia obtenida en 1821. Pese a esa situación, el pueblo y las autoridades peruanas no mostraron actitud hostil ni reproches y más bien se comportaron amistosamente. Luego de una breve estada en el Callao, la escuadra española partió rumbo a San Francisco, California. A mitad del viaje sin embargo, el 2 de agosto de 1863, se desató un incidente en la hacienda peruana de Talambo entre inmigrantes vascos y agricultores peruanos, como resultado del cual un ciudadano español resultó muerto y otros cuatro quedaron heridos. Enterado de estos sucesos, el comandante español interrumpió su travesía y partió raudo de regreso al Perú, donde intentó interferir en un asunto que los peruanos consideraban de carácter interno, exigiendo al gobierno explicaciones y reparaciones.
El asunto pasó a convertirse en un contencioso entre ambos países, a los que fueron agregándose otros elementos, como la exigencia del pago de deudas originadas en las guerras de independencia. Madrid decidió entonces el envío de un emisario especial para negociar con los peruanos. Su nombre era Eusebio Salazar y Mazaredo y venía investido como Comisario Regio, lo cual fue resentido por el Perú, toda vez que un comisario era un funcionario colonial y no un ministro plenipotenciario, que era el título que correspondía al enviado diplomático ante un Estado libre y soberano. Las negociaciones entre Mazaredo –quien arribó al Perú en marzo de 1864- apoyado por el almirante Pinzón, y el ministro peruano de relaciones exteriores, Juan A. Ribeyro, abortaron. En respuesta al impasse, el 14 de abril de 1864 el escuadrón español en el Callao levó anclas y se dirigió a las islas de Chincha, donde se encontraban los depósitos de fertilizante de guano, que entonces era la principal exportación peruana. La pequeña guarnición que las resguardaba fue rápidamente subyugada y a las 16:00 horas una fuerza de 400 marinos españoles izó su pabellón en las islas y puso al gobernador Ramón Valle Riestra bajo arresto en la Resolución. Para tener una idea sobre la importancia de las Chincha, cerca del sesenta por ciento de los gastos del gobierno peruano provenían de los impuestos a la exportación de guano. Era evidente que la intención española era utilizar las estratégicas islas como un elemento de negociación para sus demandas e Inclusive en Madrid, un ministro español llegó a sugerir canjearlas a los británicos por Gibraltar.
Pinzón también impuso un bloqueo en el Callao y una vez más forzó a los peruanos a negociar. Si bien en un principio el gobierno del nuevo primer ministro español, José María Narvaez, no aprobó la actitud asumida por Pinzón y Salazar de capturar en prenda una porción de territorio extranjero, en el transcurso de los próximos meses cambió de parecer y decidió despachar otros cuatro barcos de guerra para reforzar el poderío de su escuadra en el Perú. Asimismo, reemplazó a Pinzón por un marino más capaz a quien confirió amplios poderes: El vicealmirante Juan Manuel Pareja, un ex ministro de marina que coincidentemente había nacido en el Perú y cuyo padre, un oficial del ejército realista, había fallecido en las guerras de independencia.
En diciembre de 1864, una vez en territorio peruano, Pareja se enfrascó en intensas negociaciones diplomáticas con el general Manuel Ignacio de Vivanco, nombrado representante del presidente Juan Antonio Pezet, las mismas que concluyeron el 27 de febrero de 1865 con la suscripción del Tratado Vivanco-Pareja. El acuerdo sin embargo fue rechazado por un mayoritario sector de la ciudadanía peruana que lo consideraba humillante y contrario a los intereses del país. Tampoco fue aprobado por el Congreso. Ocurrió entonces lo inevitable y en pocos meses explotó una revolución nacionalista en Arequipa.
El 4 de Febrero de 1865, la poderosa fragata blindada Numancia partió desde España para unirse a la escuadra del Pacífico y apoyarla con su fuego y características. La decisión de enviar a esta extraordinaria nave fue resultado de los trabajos de una comisión que estudió desde los pertrechos, climatología, corrientes marinas y condiciones marineras de la fragata, al igual que la decisión de darle el mando al capitán de Navío Casto Méndez Nuñez. Nueve días después de la salida, la fragata alcanzó San Vicente de Cabo Verde. El 16 de febrero zarpó nuevamente, recalando en Montevideo el 13 de marzo. Junto con el vapor transporte Marqués de la Victoria partió el 2 de abril llegando a Valparaíso el 28 de Abril y, finalmente, se incorporó a la escuadra del almirante Pareja en el Callao el día 5 de Mayo.
Mientras tanto, el sentimiento antiespañol entre las otras naciones sudamericanas del Pacífico, Bolivia, Chile y Ecuador se acentuaba día a día. Era obvio que los españoles no tenían la intención de reconquistar sus ex colonias ni mucho menos. Tampoco tenían la fuerza ni los recursos para hacerlo, pero en el fondo era posible que el gobierno en Madrid buscara distraer la atención de problemas domésticos presentando una gesta de honor en el Pacífico. En todo caso resultaba comprensible que después de las intervenciones peninsulares en México y Santo Domingo, el Perú y sus vecinos, aun sin un fundamento válido, temieran la posibilidad de un intento de restaurar el imperio español en la región. Así, cuando la corbeta española Vencedora se detuvo en un puerto chileno para aprovisionarse de carbón, el presidente de ese país declaró que el carbón constituía una provisión de guerra que no podía ser entregada a una nación beligerante. Sin embargo, desde el punto de vista español tal actitud no podía considerarse como prueba de la neutralidad chilena, pues poco antes dos vapores peruanos –uno de ellos el Lerzundi- habían partido de Valparaíso cargados de armamento y algunos voluntarios chilenos que deseaban luchar por el Perú. Como consecuencia, el almirante español adoptó una línea intransigente y demandó la imposición de sanciones contra Chile, aún más duras de las que pretendió imponer en el Perú. Acto seguido levó anclas del Callao y al frente de cuatro fragatas se dirigió a Chile, mientras que la Numancia y la Covadonga permanecieron bloqueando el primer puerto peruano.
El 17 de setiembre de 1865, el almirante Pareja, a bordo de su buque insignia, el Villa de Madrid, ancló en Valparaíso, negoció con las autoridades chilenas y para alcanzar un acuerdo satisfactorio, entre otras cosas solicitó que el pabellón español fuera saludado con 21 cañonazos. Bajo las condiciones prevalecientes los orgullosos chilenos se negaron a saludar la bandera y una semana después estalló la guerra. Para ese entonces el general O´Donnell había asumido nuevamente el gobierno español y respaldó las acciones perpetradas por su almirante en Sudamérica. Como Pareja no contaba con tropas suficientes como para intentar un desembarco, decidió imponer un bloqueo en los principales puertos chilenos. Aquel plan sin embargo era poco práctico, pues para bloquear los 3,000 kilómetros de costa chilena se requería una flota mucho más grande de la que disponía. Pese a todo, el bloqueo sobre Valparaíso si tuvo efectos demoledores en la economía local y causó serios perjuicios a los comerciantes chilenos y neutrales.
El 8 de noviembre de 1865 el presidente peruano Juan Antonio Pezet se vio forzado a renunciar a la Jefatura de Estado y fue reemplazado por su vicepresidente, el general Pedro Diez Canseco. Sin embargo, Diez Canseco también evadió una confrontación con España y el 26 de ese mes el líder del movimiento nacionalista, general Mariano Ignacio Prado, lo depuso y asumió la presidencia. Una de las primeras medidas adoptadas por Prado fue declarar su solidaridad con el pueblo y gobierno de Chile y un estado de guerra con el gobierno de su Majestad Católica a efecto de restituir el honor de la nación y confrontar los insultos y humillaciones conferidos por Pareja. Irónicamente ese mismo 26 de noviembre el almirante Pareja cometió suicidio. Durante las últimas semanas el marino español estaba sufriendo una serie de reveses. No podía concretar avances significativos en la guerra con Chile, su bloqueo se deterioraba y la tripulación de las naves se encontraba desmoralizada. El orgulloso almirante desconocía que los chilenos, en una brillante acción naval, habían capturado a la corbeta de hélice Virgen de Covadonga, que además costó a los españoles cuatro muertos y veintiún heridos. Cuando el 25 de noviembre el cónsul de los Estados Unidos en Valparaíso le mencionó casualmente el incidente, el almirante sufrió un fuerte colapso nervioso. Era el segundo barco que España perdía luego del incendio de la fragata de hélice Triunfo exactamente un año atrás. Fue demasiado para él. Al día siguiente se vistió en su mejor uniforme, se acostó en su camarote y se pegó un tiro en la cabeza (1).
Al conocer la muerte del prestigioso marino y la pérdida de un barco de guerra al enemigo, la opinión pública española entró en un estado de indignación y demandó revancha. Por la pérdida de la Virgen de Covadonga, un diario en Madrid escribió:
“Si es necesario, dejemos que nuestro escuadrón perezca en el Pacífico, pero salvemos nuestro honor”
La muerte del almirante Pareja supuso el ascenso del vigoroso e inteligente Casto Méndez Nuñez, capitán de la fragata Villa de Madrid, a contralmirante, asumiendo el mando de la flota. El cinco de diciembre de 1865, Chile y el Perú formalmente suscribieron una alianza para enfrentar a los españoles El artículo segundo del referido tratado, ratificado el 12 de enero de 1866, indicaba que:
“Por ahora y por el presente tratado, las repúblicas del Perú y Chile se obligan a unir las fuerzas navales que tienen disponibles o pueden tener en adelante, para batir con ellas a las fuerzas marítimas españolas que se encuentren o pudieran encontrarse en las aguas del Pacífico, ya sea bloqueando, como actualmente sucede, los puertos de una de las repúblicas mencionadas, o de ambas, como puede acontecer, ya sea hostilizando de cualquier otra manera al Perú o a Chile”
Dos días después el Perú declaró oficialmente la guerra a España. Acto seguido un escuadrón naval peruano conformado por las fragatas a vapor Amazonas y Apurimac bajo el mando del capitán Lizardo Montero se dirigió hacia Valparaíso para unirse a la flota chilena. Ahí, y de conformidad con lo establecido en el tratado, la flamante escuadra aliada fue puesta a ordenes del anciano almirante chileno Manuel Blanco Encalada. A partir de ese momento una serie de rumores se esparcieron por Europa y un estado de inquietud invadió aguas españolas porque para entonces dos poderosos blindados peruanos, recién construidos, estaban por partir de astilleros británicos y se presumía que se dirigirían al puerto de Cádiz. Los españoles también temían acciones de corsario en aguas internacionales del Atlántico contra sus barcos mercantes.
A primera impresión sin embargo, muchos en España creyeron que Chile y el Perú no eran rivales dignos de medirse con su gloriosa armada. Tal percepción se basaba en una serie de prejuicios por el hecho que ambos países en su condición de ex colonias, eran vistos peyorativamente. Otro factor era el desconocimiento de la realidad sudamericana y el hecho que las potencias europeas de la época se sintieran invencibles frente a países o territorios considerados inferiores. Para buen número de españoles inclusive, poca era la diferencia entre el Perú y Marruecos o entre Chile y Santo Domingo y por tanto se percibía que podían ser militarmente subyugados con facilidad. Aquel fue un error de percepción que trajo fatales consecuencias, como la pérdida de la Covadonga y el suicidio del almirante Pareja, quien fue presa de la desesperación e impotencia de no alcanzar los objetivos trazados con la celeridad esperada.
COMPOSICION DE LAS FUERZAS NAVALES
La conformación de lo que serían las escuadras aliada y española, desde el arribo de la expedición científica al Callao en 1863 hasta los encuentros navales de 1866, sufriría diversas variaciones, pues la primera sería reforzada con nuevas adquisiciones y la segunda con unidades provenientes de la península. Los españoles habían logrado amasar una fuerza naval formidable, más fuerte aún de la que actuó en el conflicto contra Marruecos, compuesta de las siguientes naves de guerra (3): Corbeta de hélice Vencedora, con casco de madera, construida en el Arsenal de El Ferrol en 1861. Desplazaba 778 toneladas, tenía una eslora de 58 metros, alcanzaba una velocidad de 8 nudos y estaba armada con dos cañones giratorios de 200 mm en los costados y dos de 160 mm giratorio a proa (4).
Goleta Vírgen de la Covadonga construida en el arsenal de La Carraca en 1864, desplazaba 445 toneladas, tenía una eslora de 46 metros y alcanzaba una velocidad de 8 nudos. Estaba armada con dos cañones giratorios de 200 mm en las bandas y uno de 160 mm giratorio en la proa. España perdería sin embargo dicha nave en beneficio de Chile a fines de noviembre de ese año (5).
Fragata de hélice Villa de Madrid, construida en Cádiz en 1862, desplazaba 4,478 toneladas, con una eslora de 87 metros y una velocidad de 15 nudos. Su armamento consistía en treinta cañones de 200 mm; catorce de 160 mm; dos de 120 mm; dos obuses de 150 mm y dos cañones de 80 mm para desembarcos (6).
Fragata de hélice a vapor Resolución, construida en 1861, gemela de la fragata Triunfo, hundida frente a Chincha en noviembre de 1864. Desplazaba 3,100 toneladas, tenía una eslora de 70 metros, una velocidad de 11 nudos y disponía de veinte cañones 200 mm; catorce cañones de 160 mm y uno giratorio a proa de 220 mm. Para apoyar acciones de desembarco contaba con dos obuses de 150 mm, dos cañones de 120 mm y dos de 80 (7).
Fragata de hélice Almansa, construida en 1864, poseía un desplazamiento de 3,980 toneladas y una eslora de 85 metros. Alcanzaba una velocidad de 12 nudos y estaba armada con treinta cañones de 200 mm; catorce de 160 mm y dos de 120 mm; además contaba con dos obuses de 150 mm y dos cañones de 80 mm para desembarcos. Esta nave arribaría al escenario de guerra recién en abril de 1866 (8).
Fragatas a hélice Reina Blanca y Berenguela, cada una de 3,800 toneladas de desplazamiento, armadas con 46 cañones.
Entre las naves peninsulares destacaba la recién llegada fragata blindada Numancia, entonces considerada una de las naves de guerra más poderosas del mundo. Había sido construida en Tolón, Francia, en 1863. Desplazaba nada menos de 7.500 toneladas, tenía una eslora de 96 metros y alcanzaba una velocidad de 12 nudos. Su armamento consistía en Armamento treinticuatro 34 cañones de 200 mm. Estaba protegida por un blindaje de acero de cinco pulgadas y media mm de espesor y era operada por una tripulación de 620 hombres (9).
El escuadrón español sería reforzado con otras pequeñas cañoneras y transportes, algunos de ellos confiscados en el transcurso del conflicto a los chilenos, como el Marques de la Victoria (armado con 3 cañones), el Paquete de Maule, el Matauré, el Matías Cousiño y el Paquete de los Vilos. El poder conjunto de fuego de la escuadra española bordeaba los 250 cañones.
Entre los dos aliados sudamericanos, el Perú contaba con la escuadra más numerosa. Por cierto distaba de tener el poder de fuego y el tonelaje de la flota peninsular pero tampoco era una flotilla constituida por barquichuelos armados con improvisadas carroñadas –como muchos presumían- que hubieran podido ser fáciles víctimas de los buques de Méndez Nuñez. Por el contrario, el Perú poseía la marina más poderosa del Pacífico occidental operada por oficiales navales muy profesionales y decididos. Tal como ocurrió con la marina española, la década de 1850 había visto la renovación de la armada peruana mediante la adquisición de naves de última generación en los mejores astilleros de Europa, particularmente británicos. Cuando se inició el conflicto con la Madre Patria, el Perú contaba con las siguientes naves:
Fragata de hélice Apurimac, con casco de madera, desplazaba 1,666 toneladas y disponía de 44 cañones de potente calibre.
Fragata de hélice Amazonas, con casco de madera, tenía un peso de 1,320 toneladas y estaba armada con veintiséis cañones de 32 libras, seis cañones de 64 libras y uno de 120 libras.
Monitor blindado Loa, clase Richmond, de casa-mata, construido en 1854 y modificado en 1864, desplazaba 648 toneladas y estaba armado con un potente cañón liso de 110 libras en la proa y uno liso de 32 libras en la popa. Su coraza de hierro, dispuesta en planos inclinados, era de tres pulgadas.
Monitor blindado Victoria, clase Richmond, de casa-mata, diseñado y construido en el Perú, desplazaba 300 toneladas, tenía un blindaje de hierro de tres pulgadas y contaba con una torre giratoria de acero con un cañón liso de 68 libras (10).
Corbeta Unión, clase Super Alabama, con casco de madera revestido de cobre, desplazaba 1,600 toneladas, alcanzaban 13 nudos de velocidad y estaba armada con dos cañones Voruz de 100 libras y doce de 68 libras.
Corbeta América, clase Super Alabama, con caso de madera revestido de cobre, desplazaba 1,600 toneladas, alcanzaban 13 nudos de velocidad y estaba armada con dos cañones Voruz de 100 libras y doce de 68 libras.
Fragata blindada de batería central Independencia, protegida con coraza de hierro de 4.5 pulgadas, desplazamiento de 2,004 toneladas y velocidad de 12. 5 nudos, armada con dos cañones de 150 pulgadas, doce de 70 pulgadas, cuatro de 32 pulgadas y cuatro de nueve pulgadas.
Blindado de torreón Huáscar, desplazaba 1,130 toneladas, propulsado por un motor de 1,500 caballos de fuerza, tenía una coraza de hierro de 4.5 pulgadas y una torre giratoria armada con dos cañones Armstrong de 300 libras y dos cañones pivotantes de 40 libras. Gracias a sus potentes cañones estaba en capacidad de destruir en caso de combate a cualquiera de las fragatas de madera españolas, cuyos cañones más poderosos eran los de 68 libras, número 2, lisos, incapaces de perforar su blindaje o para el caso el del Independencia.
Vapor de guerra Colón, construido en Estados Unidos en 1864, armado con dos cañones rayados de 12 libras ().
El Perú disponía asimismo de cinco vapores con aparejo de corbeta: el Tumbes (2 cañones de 70 libras), el Sachaca (6 de 12 libras), el Lerzundi (6 de 12 libras) y el Ucayali (2 de 32 libras, 3 de 24 libras y 1 de 18 libras) (11).
Por su parte los aliados chilenos contaban con la corbeta de madera Esmeralda, de 854 toneladas, armada con dieciocho cañones; y el vapor Maipú, de 450 toneladas, armado con cuatro cañones de 32 libras y uno de 68 libras. Asimismo los chilenos estaban a punto de recibir de Gran Bretaña dos nuevos cruceros de 1,100 toneladas de la clase Alabama, el Chacabuco y la O´Higgins. Sin embargo, dichos barcos fueron retenidos bajo las leyes de neutralidad del Reino Unido hasta que concluyera el conflicto con España. No obstante, la flota chilena se vería compensada con la captura de la Virgen de Covadonga, y con la compra al Perú del vapor Lerzundi al que se bautizaría como Lautaro.
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