LA BATALLA DEL PEQUEÑO GRAN CUERNO

GUERRAS INDIAS EN LOS ESTADOS UNIDOS, 1876


ANTECEDENTES

Durante muchos años, en la historia general estadounidense, las guerras indias tendieron a pasar inadvertidas o a ser tratadas con superficialidad a través de novelas de ficción o el celuloide. La importancia de otros eventos dejó muy poco para su consideración y aquellas aparecieron como incidentes superficiales de muy poca importancia. Pero considerando que un gran porcentaje de cada metro cuadrado que hoy pertenece a los Estados Unidos fue expropiado, o más bien, directamente arrebatado a los indígenas, las acciones militares por los que esta enorme adquisición fue llevada a cabo merecen ser considerados como un elemento trascendental en la historia del gran país del norte.

Al arribo de los primeros europeos y a diferencia del Perú, el actual territorio estadounidense estaba habitado por muchas tribus salvajes e independientes entre sí, exponentes de una cultura simplista, quienes subsistían de la caza y la pesca, de los frutos de la tierra y de un esporádico cultivo del suelo. Estas tribus vivían entonces muy separadas unas de otras, en el seno de enormes bosques y concentradas en las costas orientales de la región. La sociedad india norteamericana se encontraba en un estado de extrema relajación en cuanto a convenciones y leyes y aun así, bajo esta aparente anarquía, los indios se sentían fuertemente unidos a su tribu. El esquema tribal sin embargo, tal como ocurrió en el Africa, fue un elemento del cual se valieron los colonos para subyugarlos.

A poco de consolidada su independencia, los Estados Unidos continuaron los conflictos con las tribus indígenas que habitaban los territorios adyacentes a las ex colonias británicas en proceso de expansión. A inicios del siglo XIX, bajo el gobierno del presidente Jaime Monroe, se estructuró un programa para despojar a los indios de sus tierras ancestrales. El programa fue impulsado durante la administración de Andrés Jackson, quien mediante el uso de la fuerza logró expulsar al oeste del río Mississippi a las tribus Cherokees, Choctaws, Chickasaws y Creeks, entre otras. Resistió sin embargo a esta deportación masiva la tribu de los Seminoles, lo que originó una larga y sangrienta guerra en los pantanos de la Florida que concluyó con la muerte de mil quinientos soldados estadounidenses, la ejecución o deportación de la gran mayoría de los Seminoles y la permanencia marginal de algunos cientos de estos indígenas, que no pudieron ser subyugados, en los pantanos.

Años después, concluida la guerra con México en 1848, Estados Unidos obtuvo de ese país una amplia porción de territorio, que incluía California, ubicada en las costas del Pacífico, hecho que le permitió convertirse en un país bioceánico. Sin embargo, las grandes praderas, habitadas por indígenas que en los últimos dos siglos habían sido empujados hacia el oeste por el avance incontenible de la civilización europea, separaban a los estados orientales con los nuevos territorios, hecho que no podía ignorarse, más aún cuando en 1849 surgió una fiebre de oro al descubrirse vetas del precioso metal en California. El fenómeno marcó el inicio de grandes migraciones de población hacia el oeste y la arbitraria incursión en las tierras de los pueblos nómadas que vivían de la caza del búfalo y para quienes la libertad de desplazamiento adquiría un significado muy especial. Destacaban entre aquellos los Cheyenne, los Arapaho, los Kiowa, los Comanche, los Utes, los Kiowa, los arikara, los Arapahos y los Lakotas o Siux, nación esta última compuesta por los Yanktons, Yanctonnais, Unkpapas, Brules, Oglalas, Minneconjous y Sans Arcs, que era conocida como la raza más indomable y guerrera del continente norteamericano.

Mientras numerosas caravanas de inmigrantes se desplazaban hacia el oeste por los caminos de Bozman, Oregon y Santa Fe, las relaciones entre el gobierno estadounidense y las naciones indias se fueron intensificando. Durante la década de 1850, se suscribieron una seria de tratados mediante los cuales se formalizó la división de las praderas entre las tribus. De conformidad con esos convenios, anualmente y durante cincuenta años, cada tribu debía recibir provisiones del gobierno, a cambio de lo cual se comprometieron a conceder paso libre a los colonos y a permitir que el gobierno construyera caminos y fuertes en sus territorios. Washington sin embargo violó permanentemente los tratados y consecuentemente las tribus, víctimas del hambre, continuaron desplazándose libremente por las praderas para cazar. Simultáneamente el hombre blanco, en su incursión, fue exterminando al búfalo, animal fundamental para la supervivencia de los indios.

Esta invasión por parte de sujetos que limitaban su libertad y ponían en peligro su propia existencia daría inicio a una etapa de violencia que desembocaría en él asesinatos de inmigrantes y el ulterior encerramiento de los indígenas en áreas cada vez más reducidas. El ejército de los Estados Unidos asumió un papel muy importante en el proceso de expansión. Generalmente se cree que su única función fue reprimir a los nativos, pero hasta mediados del siglo XIX su interacción con aquellos resultó ser bastante multifacética. Es cierto que decenas de fuertes y postas fueron construidos a lo largo de la frontera india para proteger a los inmigrantes, pero también es verdad que los militares también tenían –al menos sobre el papel- la responsabilidad de hacer cumplir los tratados y proteger las tierras ancestrales indias de cazadores y colonos advenedizos. A mediados de la década de 1850 sin embargo, el departamento del interior asumió esa función y el papel de aquellos se hizo un poco más limitado. De este modo, en el oeste, él ejército pasó a ejercer una función de policía de frontera. En el largo plazo se convirtió en la clave de la conquista de las praderas. La llamada doctrina del Destino Manifiesto, surgida durante el gobierno del presidente Jaime K. Polk, sostenía que era derecho divino y destino nacional de los Estados Unidos poseer el continente norteamericano a efecto de inspirar, entre otros, la libertad y la democracia. Como el gobierno de aquel país promovía los objetivos expansionistas del Destino Manifiesto y el pueblo estadounidense aspiraba a cumplir con él, era natural que los militares actuaran para servir los intereses de su nación. Dicha función jamás fue una directiva oficial, pero en retrospectiva, el ejército ayudó al cumplimiento de esa doctrina al explorar tierras para uso comercial; al escoltar y proteger a los colonos; al participar en acciones armadas para anexar nuevos territorios; y, al contener la resistencia indígena contra la expansión blanca.

Durante la guerra civil norteamericana de 1861-1865, cientos de soldados acantonados en los fuertes del oeste fueron trasladados al teatro de operaciones en el este. Al disminuir la presencia militar, la resistencia de los indios se acentuó, y ataques contra colonos, mineros, rancheros y caravanas se hicieron más frecuentes. Para 1865 los indígenas estaban avanzando hacia una fase final de resistencia, mediante una serie de pequeñas batallas y escaramuzas que definirían el papel del ejército estadounidense como una fuerza de represión anti indígena. Concluida la guerra civil con la derrota de los estados confederados, el ejército federal se desmovilizó rápidamente y se redujo a sesenta mil hombres comandados por un general en jefe, un teniente general, cinco mayores generales y diez brigadieres generales. En el transcurso de los próximos años su poderío iría disminuyendo aún más, hasta alcanzar en 1874 apenas 24 mil soldados. Un buen porcentaje de aquellas tropas fueron trasladadas nuevamente al oeste y estacionadas en una cadena de cien fuertes que iban desde la orilla occidental del río Mississippi hasta el océano Pacífico, y sí bien los oficiales y la tropa quedaron físicamente aislados del resto de la sociedad, él telégrafo y el ferrocarril coadyuvaron a mantener un vinculo con la civilización.

En 1865, los Siux y los Cheyenne del norte comenzaron a hostilizar una de las rutas más importantes utilizadas por los inmigrantes, el camino de Bozman, que cruzaba por sus mejores cotos de caza, es decir, desde el corazón del territorio Lakota, pasando por Montana hasta lo que hoy en día es el Estado de Colorado. Durante un consejo celebrado en el fuerte Kearny en abril de 1866, un guerrero Siux explicó las razones por las cuales luchaba:

“El hombre blanco aleja de nuestras tierras al vendo y al búfalo y tenemos que pelear por la posesión de la tierra para cazar o de lo contrario moriremos de hambre”.

Por su parte el jefe Siux Dos Lunas manifestó:

“Los soldados queman nuestras carpas, nuestros alimentos, nuestros mantos y cualquier cosa que pueden encontrar. Disparan a todo lo que ven e hieren inclusive a niños. Y nuestros corazones se destozan cuando nuestros bebés y niños lloran de frío”.

La situación se hizo insostenible y el gobierno decidió recurrir a los militares para proteger la difícil vía, hecho que desencadenó el inicio de las guerras indias que concluirían formalmente en 1890. El conflicto se diferenciaría de antiguos enfrentamientos con los indígenas, como aquellos ocurridos durante la colonia y los primeros años de la república, fundamentalmente en alcance e intensidad. En la práctica se convirtieron en la lucha final de los nómadas por el derecho a la tierra pues no había más lugar a donde pudieran ser empujados. Los pueblos de las praderas enfrentaron de este modo una disyuntiva fundamental: Rendirse o pelear. La mayoría de ellos prefirió luchar. Así, desplazándose por difíciles terrenos que abarcaba montañas y desiertos, en climas intensamente fríos o calurosos, emprendieron una actividad violenta que comprendió desde escaramuzas, hasta prolongadas campañas y batallas de mediana envergadura.

Una de las razones fundamentales del conflicto con las tribus nómadas se relacionaba con la política de inmigración emprendida por el gobierno de los Estados Unidos. En el año 1860 había más de cuatro millones de extranjeros residentes en ese país. En el año de 1873 cerca de 460 mil inmigrantes arribaron a tierras estadounidenses.Tales números exigían mayor espacio y si se compara las cífras con la población indígena lo inevitable resulta claro. Según algunos historiadores, al arribo de Cristobal Colón al continente americano, la población india en el territorio que actualmente ocupan los Estados Unidos era de 1´850,000 habitantes, pero a fines de la década de 1880 había declinado apenas a 250 mil individuos. A manera de ejemplo, los Siux, la tribu más importante de las praderas, contaba, a mediados de la década de 1870 con 32 mil almas, mientras que los Cheyenne del Norte y del Sur apenas sumaban 4 mil.

Las guerras indias resultaron ser muy diferentes a la guerra civil. Los nómadas probaron poseer una de las mejores caballerías ligeras del mundo, eran muy aguerridos y no tenían temor al combate ni a las sofisticadas armas de sus adversarios. Su informalidad y sus tácticas guerrilleras atentaban contra los rígidos esquemas de los militares. Además el teatro del conflicto era enorme, pues cubría una extensión de casi 200 mil kilómetros cuadrados en una área que abarcaba parte de los actuales Estados de Wyoming, Montana, Dakota del Sur y el noreste de Nebraska. Aquel terreno difícil y desconocido estaba prácticamente deshabitado; las enormes distancias causaban dificultades en el aprovisionamiento, movimiento y comunicaciones de las tropas. Los oficiales que enfrentaron la situación con una mentalidad abierta y que respetaban al enemigo, lograron mejores resultados que aquellos que imbuidos de un aire de superioridad los consideraban simplemente como una horda de salvajes. Sin embargo muchos oficiales norteamericanos veían en los indios un elemento discordante con el progreso. Para el general Guillermo Sherman, veterano de la guerra civil quién comandó la División de Missouri de 1866 a 1869 y posteriormente asumió la comandancia general del ejército, los pueblos nómades eran “una clase de salvajes desplazados por el irresistible progreso de nuestra raza”. Como Sherman estuvo al frente del ejército durante las guerras indias, tuvo la autoridad para poner sus opiniones en práctica. La célebre pero cruel frase atribuida a ese alto oficial de “el mejor indio es el indio muerto” refleja claramente cual era la visión de cierto sector del pueblo estadounidense con respecto al enemigo de las praderas.

La ofensiva militar iniciada en 1866, comprendió una estrategia con campañas de invierno orientadas a destruir la estructura de vida de los nómadas y obligarlos a recluirse en las sedentarias reservaciones. Dicha estrategia, diseñada por otro veterano de la guerra civil, el general Felipe Sheridan, fue tan brutal como efectiva; Contemplaba ataques sorpresivos contra los campamentos de invierno, el exterminio del mayor número posible de guerreros, la quema de sus tiendas y provisiones y la matanza de sus caballos. Los sobrevivientes quedaban así expuestos al hambre y a una muerte segura y no tenían más opción que rendirse en el fuerte más cercano para ser transportados a las reservaciones. Los indomables indios también causaron serios problemas a los militares. Sólo en el último semestre de 1866, en el territorio de Dakota, los Siux, liderados por el jefe Makhpiva-Luta o Nube Roja, sostuvieron un total de cincuenta escaramuzas con el ejército, matando 5 oficiales, 91 soldados y 58 civiles. Asimismo le sustrajeron 306 cabezas de ganado, 304 mulas y 161 caballos y mantuvieron bajo sitio el fuerte Phil Kearny. El evento más importante de ese período ocurrió el 21 de diciembre de ese año, a pocos kilómetros del citado fuerte, cuando una fuerza india emboscó y liquidó en combate a ochenta soldados bajo el mando del capitán Guillermo Fetterman. Posteriormente, en 1867, los Siux hostilizaron y pusieron virtualmente bajo sitio a la guarnición del fuerte C.F. Smith. En julio de ese año, el departamento de guerra, ante la difícil situación, no tuvo más remedio que ordenar la evacuación del referido fuerte, que posteriormente fue ocupado y quemado por los Siux. Un mes después el fuerte Kearny fue también abandonado y quemado. En los siguientes días el fuerte Reno corrió igual suerte. El camino de Bozman debió cerrarse.

En noviembre de 1868, para poner fin a este período de violencia que venía causando bajas en ambas partes, el gobierno del presidente Ulises S. Grant y los jefes Siux, cuya figura más importante era sin duda Nube Roja, suscribieron el Tratado de Laramie, firmado en el fuerte del mismo nombre, mediante el cual los Siux renunciaron a todo reclamo sobre los territorios ubicados al oeste del río Missouri y al norte de las praderas, a cambio de lo cual Estados Unidos reconoció como territorio Siux, al que denominó “Gran Reservación Siux”, la región oeste de Dakota del Sur, que incluía las montañas negras -lugar considerado sagrado para los indios- las montañas del valle del Gran Cuerno y parte del valle del Yellowstone. Según este acuerdo, la tierra adscrita a la nación Siux se delimitó de la siguiente forma:

“...Comenzando en la orilla este del Missouri, donde el paralelo 46 de latitud norte lo cruza, y de ahí a lo largo de las marcas de agua baja hacia el este de dicha orilla, hasta el punto opuesto donde la línea norte del estado de Nebraska alcanza el río, luego al oeste a través de dicho río y a lo largo de la línea norte de Nebraska hasta el grado 104 de longitud oeste, desde Greenwich, de ahí norte hacia el meridiano...”.

El gobierno garantizó asimismo la integridad territorial de los Siux, les concedió derechos de caza en tierras adyacentes y se comprometió a impedir el ingreso de colonos en la reserva. Asimismo hubo compensaciones financieras. Uno de los artículos del documento especificaba claramente que:

“A ninguna persona, excepto aquellos designados en el presente, se les permitirá pasar a través de, asentarse o residir en el territorio descrito en el presente artículo”. (1)

El ejército por supuesto fue el instrumento para garantizar el cumplimiento del tratado y dentro de aquel la caballería se constituyó en el eje principal. El más notable de sus regimientos sería el Séptimo de Caballería, creado el 28 de julio en 1866, como parte de la Primera División de Caballería, una de las diez divisiones montadas con las que en aquel entonces contaba Estados Unidos. El 21 de septiembre de ese mismo año se inició su organización en el fuerte Riley, en el territorio de Kansas, bajo el comando del coronel Andrés J. Smith. Reclutas novatos y veteranos de la guerra civil, así como colonos e inmigrantes fueron integrándose al flamante regimiento cuya responsabilidad, estrechamente vinculada al movimiento de colonos y comercio en las praderas del oeste, sería vigilar la frontera, proteger a los trabajadores de la línea férrea del Pacífico Norte y disuadir a los colonos de ingresar a territorio Siux.

EL GENERAL CUSTER

La existencia del Séptimo de Caballería quedaría ligada a un ambicioso oficial: Jorge Armstrong Custer (2), quién se había distinguido en la guerra civil norteamericana, alcanzando, a los 23 años de edad, el rango de mayor general de los ejércitos voluntarios de la Unión y el comando de la tercera división de caballería del ejército del Potomac (3). Las hazañas de Custer al frente de la brigada de caballería de Michigan, entre ellas comandar once audaces cargas en Gettysburg y perder igual número de caballos durante las mismas, le ganaron un nombre de leyenda. Culminada la guerra, Custer, ya sin su grado temporal, debió resignarse a vivir con un sueldo de capitán y un nuevo status que no iba acorde con sus expectativas. Sólo tenía 26 años y ya se vislumbraban ambiciones políticas en el joven militar. Bajo permiso temporal, viajo a Washington donde pensó que el Departamento de Estado le ofrecería el rango de ministro plenipotenciario en alguna de las embajadas norteamericanas en el exterior (4). Poco después, el gobierno de Benito Juárez le ofreció el puesto de mayor general de caballería del ejército mexicano, al considerar que Custer tenía la experiencia necesaria para integrarse a las fuerzas republicanas que luchaban contra el emperador Maximiliano de Habsburgo. A cambio se le ofreció un salario de 16,000 dólares anuales en oro, ocho veces más de lo que percibía en su país. Custer se mostró entusiasmado con la idea y solicito un año de licencia que le fue denegado por el Departamento del Ejército. A cambio, se le propuso comandar, bajo el rango de coronel, el regimiento Noveno de Caballería, compuesto por soldados de raza negra, a lo que se rehusó. Finalmente, el 28 de Julio de 1866, a los 27 años de edad y ascendido al rango de teniente coronel, se le nombró segundo comandante del Séptimo de Caballería y se le destacó al fuerte Riley.

Custer se mostró entusiasmado con la propuesta y en el corto plazo asumió el comando de facto del Séptimo. Muy pronto el impetuoso oficial daría que hablar en su nuevo puesto. La primera campaña del Séptimo ocurrió entre la primavera y el verano norteamericanos de 1867, cuando el general Winfied Scott dirigió expediciones a gran escala, pero ineficaces, contra los Cheyenne en Kansas. Durante ese período Custer enfrentó dos cortes marciales. La primera, por ordenar maltratar a desertores de su regimiento y la segunda, por abandono de puesto para visitar a su esposa, utilizando como escolta tres oficiales y setenticinco soldados, dos de los cuales fueron muertos durante una emboscada india. Como sanción Custer fue suspendido por un año. En septiembre de 1868 se reintegró a su regimiento. Un mes después recibió de su mentor, el general Felipe Sheridan, la orden de pacificar a las tribus Cheyenne que, una vez más, se encontraban en estado de rebeldía (5). El 27 de noviembre de ese año, en horas de la mañana, el Séptimo de Caballería ubicó el campamento del jefe Black Kettle a orillas del río Washita, frente a los montes Antílope, en el territorio indio de Oklahoma, y emprendió un violento ataque que arrasó la aldea y ocasionó la muerte de ciento tres personas, de las cuales noventidos eran mujeres, niños indefensos y ancianos, incluido el famoso jefe Black Kettle. Se apresó a un total de cincuentitrés personas y se confiscó 875 caballos y gran cantidad de provisiones. La aldea fue arrasada y destruida conjuntamente con los alimentos, los caballos y las pertenencias de los nómadas. La pomposamente llamada “Batalla del río Washita”, en la que también perecieron un oficial, un sargento mayor y diecisiete soldados que se habían separado del comando, en el fondo no habría sido mas que una masacre de gente inocente, pese a los esfuerzos de Custer por hacerla aparecer como un encuentro militar de significativa importancia. A partir de entonces los Cheyenne apodaron a Custer “Asesino de Squaws”. Los indios lo conocían también bajo los apelativos de “Hijo de la Estrella del Amanecer”, pues atacaba generalmente al alba y “Cabello Amarillo”, por la larga cabellera rubia que lo caracterizaba y que cortaría al final de su accidentada carrera.

En 1873 el Séptimo de Caballería fue destacado al fuerte Abraham Lincoln (6), en el territorio de Dakota, para continuar su función de policía de frontera. Su misión, como en el fuerte Riley, consistía en controlar a los indios y desde esa nueva ubicación proteger las rutas hacia Montana. Para entonces Custer había convertido a su regimiento en uno de los mejores del ejército. Cada compañía montaba un color determinado de caballo; se estableció un duro programa de entrenamiento; y, se seleccionó a los cuarenta mejores rifleros en una unidad de elite. La labor del Séptimo fue implacable y realizó varias expediciones punitivas. Ese mismo año Custer, al frente de 1,500 oficiales y soldados, 2,300 caballos y mulas y 275 vagones y ambulancias, comandó una expedición al valle del Yellowstone, que se prolongó durante tres meses y cuyo objetivo era resguardar a los ingenieros de la empresa del Pacífico Norte quienes buscaban vías para su ferrocarril. El cuatro de agosto, mientras efectuaban una patrulla de reconocimiento, Custer y dos compañías del Séptimo, un total de noventa hombres, fueron atacados por trescientos guerreros Siux. El teniente coronel desmontó a sus hombres y organizó, durante tres horas, una buena defensa. Cuando encontró la ocasión propicia ordenó a sus tropas montar y cargar contra el enemigo, rompiendo así el cerco. Una semana después, al frente de ocho compañías, persiguió a una banda de Siux a lo largo del río Yellowstone. La aparición inesperada de varios cientos de guerreros no inmutó al comandante, quién dispuso una nueva carga. Los indios se replegaron y desaparecieron del escenario.

En 1874 Custer recibió la orden de comandar una nueva expedición. Esta vez una misión científica por las montañas negras, propiedad de los Siux, a las que ingresó con diez compañías del Séptimo, dos compañías de infantería, sesenta exploradores y una batería de cañones Gatling, en total mil doscientos hombres. Sus órdenes incluían efectuar un reconocimiento relacionado con la planeada construcción de un fuerte en las montañas para proteger los trabajos de expansión del ferrocarril del Pacífico Norte. Cuando rumores sobre la existencia de oro surgieron tras la expedición, cientos de mineros y aventureros comenzaron a invadir la región, al tiempo que el ferrocarril continuaba su avance hacia el oeste. Los Siux protestaron y reclamaron al gobierno que pusiera fin a estas incursiones. En 1875 la administración norteamericana propuso como alternativa la compra o el alquiler de las montañas. Los indios se negaron y amenazaron con expulsar por la fuerza a los invasores. A fines de ese año el Gran Consejo Siux, apoyado por los Cheyenne del norte, finalmente se declaró en rebeldía contra Washington. Un gran número de indios comenzó a abandonar las agencias donde estaban confinados, entre ellas, Spotted Tail, Red Cloud, Río Cheyenne y Standing Rock, que formaban parte de la Gran Reservación Siux que estaba ubicada en el actual Estado de Dakota del Sur. El 9 de noviembre de 1875 el inspector indio de los Estados Unidos, E.C. Watkins, presentó un informe a la Comisión de Asuntos Indios donde señaló:

“Tengo a honra dirigirme a usted con relación a la actitud de ciertas bandas hostiles de indios Siux en Dakota y Montana que he observado durante mi reciente recorrido por su país y a lo que considero debe ser la política del gobierno hacia estos. Me refiero a la banda de Toro Sentado y a otras bandas de la nación Siux bajo jefes hostiles. Estos indios ocupan el centro y se proyectan sobre Dakota del Este y el este de Montana, incluyendo los ricos valles del Yellowstone y del Río Powder y están en guerra con los Arikaras, los Mandans, los Gros Ventres, los Assinaboinas, los Pies Negros, los Figana, los Crow y otras tribus amigas ubicadas en el perímetro de esas áreas. Por su posición central incursionan en el este, el norte y el oeste, roban caballos y agreden a las tribus amigas así como a colonos o inmigrantes que carecen de la suficiente fuerza para resistirlos. La verdadera política, a mi juicio, es enviar tropas contra ellos en el invierno, cuanto antes mejor y lograr que sean subyugados. Esta gente merece ser castigada por su incesante actitud guerrera y los numerosos asesinatos de colonos blancos y sus familias o de cualquier hombre blanco que han encontrado desarmado”.

Dicho documento fue derivado al Departamento del Interior, el que a su vez la puso en conocimiento del secretario de guerra para su “consideración y acción”. El gobierno entonces desconoció el Tratado de Laramie de 1868 (7), y el 3 de diciembre de 1875 ordenó a los Siux evacuar el territorio y decretó un plazo perentorio (31 de enero de 1876), tras el cual aquellos que rehusaran retornar a sus reservaciones serían considerados hostiles con las consecuencias que implicaba este término. El primero de febrero de 1876 el secretario del interior dirigió la siguiente comunicación al secretario de guerra:

“El tiempo concedido a Toro Sentado para que regrese a una agencia ha caducado y el consejo recibido de la comisión india, ante el rechazo de Toro Sentado de cumplir con las directivas del comisionado, es que dichos indios pasen a ser responsabilidad del departamento de guerra, para las acciones que el ejército considere pertinentes bajo las circunstancias”.

DESARROLLO DEL CONFLICTO

El gobierno decidió organizar una expedición militar para expulsar por la fuerza a los ahora “hostiles” del territorio que formalmente se les había reconocido apenas ocho años atrás. En febrero de 1876, se iniciaron los preparativos. Se preveía una campaña larga y extensa habida cuenta de las dificultades del clima y la inmensidad del territorio que se debía recorrer. En una primera expedición punitiva, el general Jorge Crook partió el primero de marzo de 1876 hacia los valles del Yellowstone y el Río Powder, con la misión específica de destruir la aldea del jefe Siux Caballo Loco y otras bandas hostiles mencionadas por el inspector indio Watkins (8). Sin embargo la expedición debió abortar ante el terrible frío imperante y otros factores que forzaron el retorno de la tropa al fuerte Laramie, quedando de facto las acciones suspendidas. El gobierno concluyó que era conveniente aguardar la primavera y enviar una fuerza más numerosa para asegurar el éxito del operativo. El teniente general Felipe Sheridan, estratega de las campañas militares contra los indios, era partícipe de métodos violentos para forzar la reclusión de los indígenas en las reservaciones. Su principio básico era la aplicación de la guerra total y sin contemplaciones. Por instrucciones del Departamento de Guerra procedió a diseñar un nuevo plan para capturar a los Siux. En tal sentido adoptó una estrategia de tenazas, que consistió en la formación de tres columnas que marcharían en maniobra envolvente desde diferentes sectores y que debían converger entre el límite de Montana y Wyoming, donde supuestamente se encontraban las tribus hostiles.

Paralelamente a estos hechos, Custer había sido convocado para testificar en Washington ante una comisión del Congreso norteamericano que investigaba irregularidades cometidas por el secretario de defensa del presidente Grant, que involucraba coimas y negociados en la administración de agencias indias y las concesiones que servían el abastecimiento de las postas militares en la frontera del oeste. En su intervención, Custer, que desarrolló una relación particular con los indios, mezcla de paternalismo y desprecio, abogó esta vez por los derechos de los Siux y Cheyenne, denunció las duras condiciones en las reservaciones y hasta llegó a implicar al hermano del presidente en las irregularidades que se venían cometiendo. Por sus declaraciones, fue sancionado por el Jefe de Estado.

Enterado de la organización de la expedición, Custer, cuyas ambiciones políticas de alcanzar la Casa Blanca eran más que evidentes, hizo lo imposible para integrarse a ella. Al parecer consideraba que una campaña victoriosa contra los indios era vital para mantener su prestigio y catapultarlo hacia la presidencia. Un libro escrito por él, de gran éxito, “Mi Vida en las Praderas” coadyuvó a promocionar su imagen, pero requería además de la gloria que implicaba un triunfo militar contra aquellos considerados como los enemigos de la civilización. Sin embargo, el presidente Ulises Grant había dispuesto que Custer, al fin y al cabo sancionado, llanamente fuera marginado de la campaña. El impetuoso oficial tuvo que solicitar su inclusión a todos los niveles posibles. El 6 de mayo dirigió una carta al presidente en los siguientes términos:

“He visto que sus órdenes, transmitidas a través del general del ejército disponen que no se me permita acompañar la expedición que pronto avanzara contra los indios hostiles. Como mi regimiento completo forma parte de la propuesta expedición y como yo soy el oficial de más alta graduación de dicho regimiento, respetuosamente, pero con la mayor brevedad, solicito que si bien no se me conceda el mando de la expedición, al menos se me permita servir con mi regimiento en el campo. Le pido a usted, como soldado, que me libre de la humillación de ver marchar a mi regimiento a encontrarse con el enemigo y que yo no pueda compartir sus peligros”.

Presiones de la prensa y la intervención de los generales Sheridan y Sherman, muy cercanos a Ulises Grant, convencieron al presidente para devolverle el mando del Séptimo de Caballería. Custer sin embargo sufrió un duro revés cuando se dispuso que la columna que partiría del fuerte Lincoln fuera comandada por el brigadier general Alfredo Terry. Grant había cedido, pero sólo hasta cierto punto; Custer se mantendría al frente de su regimiento, pero la expedición en su conjunto marcharía bajo la conducción de un oficial de mayor jerarquía.

En mayo de 1876, se emprendió la campaña. La primera columna, compuesta por mil trescientos hombres al mando del brigadier general Jorge Crook avanzó hacia el norte, desde el reconstruido fuerte Fetterman (9) y el fuerte Laramie en Wyoming; la segunda columna, integrada por quinientos soldados al mando del coronel Juan Gibbon, veterano de la guerra contra México y los Seminoles incursionó por el este, desde el fuerte Ellis en Montana. Gibbon formó su ejército con efectivos provenientes de tres fuertes, recolectando la mayor cantidad posible de tropas, incluyendo el regimiento Segundo de Caballería, pero sin desabastecer aquellos destacamentos responsables de resguardar la seguridad de los colonos. Por su parte el ejército del brigadier general Terry partió de fuerte Lincoln, en el territorio Dakota el 17 de mayo. Esta fuerza, que es la que más interesa en cuanto al contexto del relato, estaba integrada por tres compañías y media de infantería; el regimiento completo del Séptimo de Caballería; guías indios; una batería de cañones Gatling; ciento cincuenta vagones; cabezas de ganado; y, provisiones. En el camino fueron reforzados por una compañía del Sexto de Infantería y otro cañón Gatling. Esta fuerza sumaba en total, 40 guías Arikara, 45 oficiales, 968 soldados y 170 civiles, poco más de 1,200 hombres, de los cuales unos 700, incluidos 32 oficiales, pertenecían al Séptimo de Caballería. Esta era, en consecuencia, la más importante de las tres columnas. Mientras tanto, la prensa y diversos sectores de la población exigían evacuar a los indios a la fuerza para dar paso al avance del hombre blanco. El 17 de junio, en plana campaña, el diario La Tribuna de Bismarck escribió:

“El pueblo americano necesita las tierras que hoy ocupan los indios; mucha de nuestra gente esta desempleada; las masas necesitan nuevos desafíos. La guerra ha concluido... la depresión prevalece en cada mano. Una guerra india no hará daño, pues debe venir, tarde o temprano”.

La posición oficial del gobierno sin embargo se presentaba diferente. El presidente Grant declaró al congreso que:

“Las presentes operaciones militares no se dirigen contra la nación Siux, sino contra elementos hostiles de ella que desafían al gobierno, y se realizan de conformidad a lo solicitado por la Comisión de Asuntos Indios. Ninguna de estas operaciones se efectúa dentro de o cerca a la reservación Siux. El descubrimiento accidental de oro en la frontera occidental de la reserva Siux y la intromisión de colonos dentro de esta no ha causado la guerra, sino la ha complicado. Los jóvenes guerreros aman la guerra y frecuentemente escapan de sus agentes para ir de caza o a pelear, su único objetivo en la vida. La razón de esta expedición militar es por el interés del mayoritario sector pacífico de la nación Siux, que comprende al menos nueve décimas partes del total y ninguno de estos indios pacíficos ha sido molestado por las autoridades militares”.

Al salir del fuerte Lincoln, el Séptimo, fue dividido en dos flancos, el derecho, bajo el mando del mayor Marco A. Reno y el izquierdo comandado por el capitán Federico Benteen. El 7 de junio Terry alcanzó la confluencia de los ríos Powder y Yellowstone, de donde partió a dar el encuentro a Gibbon el día 9. El ala izquierda del Séptimo de Caballería, al mando de Reno y con un cañón Gatling de apoyo, realizó una misión de exploración por él rió Powder, para continuar al río de la Lengua y de ahí retornar. Al parecer Reno excedió las ordenes, pues continuó hasta el oeste de Rosebud Creek, donde finalmente descubrió el rastro indio, el cual siguió por cerca de 75 kilómetros antes de retornar al Yellowstone. El 16 de junio la columna de Terry llegó al lugar donde se hallaba un cementerio Siux, confirmación de que iban por el camino correcto. El 21 se encontró con el ejército del coronel Gibbon.

Por su parte, el 17 de junio, el general Crook alcanzó el valle del Rosebud, lugar donde sufrió un violento e inesperado ataque por parte de unos mil indios Oglala-Lakota, Cheyenne, Sans Arcs, Miniconjoux, Unkpapas y Pies Negros al mando de Tashunca-uitco (Caballo Loco). La batalla, que se prolongó durante varias horas, ocasionó a la fuerza de Crook nueve muertos y veintiún heridos y pese a que causó entre treinta y cuarenta muertos a los indios, obligó al general a detener la marcha y replegarse. La pinza de una de las tres columnas fue así desactivada. Tashunca-Uitco celebró su triunfo uniéndose a Tatanka-Iyotanka (Toro Sentado) moviendo a los guerreros bajo su liderazgo a la aldea donde se encontraba este último y reforzando así el poderío de aquella. Ignorantes de esta situación, el 22 de junio, a bordo del vapor Far West, el general Terry y los coroneles Gibbon y Custer continuaron con el plan de acción. Se decidió que, al ser el regimiento de Custer más rápido y flexible que la infantería, debía avanzar primero y tomar posición frente a las fuerzas hostiles. Su primera responsabilidad era ubicar, según el rastro descubierto, el campamento indio, de conformidad con las siguientes pautas:

1. Iniciar la búsqueda por el valle de Rosebud (donde se presumía que estaba el campamento). 2. Bajar desde el sur en paralelo a los montes Lobo, al este de la supuesta posición. 3. De allí avanzar por el oeste, hacia el valle del Pequeño Gran Cuerno, siempre pegado a la izquierda del río del mismo nombre para asegurar que los indios no escapen hacia el este o el sur (10). 4. Terry y Gibbon avanzarían por el Yellowstone, hacia el valle del Gran Cuerno y de ahí hacia el Pequeño Gran Cuerno. 5. Juntos cercarían a los indios.

Se acordó que la fecha de reunión de las fuerzas de Custer con las de Terry y Gibbon sería el 26 de junio, tras lo cual conjuntamente atacarían a los hostiles. El general Terry, anticipando el carácter impulsivo de su subordinado, fue enfático en reiterarle verbalmente que, una vez que ubicara el campamento indio, por ningún motivo debía comprometer combate y debía aguardara el arribo de la columna principal, donde se obraría según las circunstancias. Las instrucciones de Terry trasmitidas por escrito a Custer a través del asistente adjunto del general fueron las siguientes:

“Coronel: El brigadier general en comando ordena que, tan pronto su regimiento esté listo para marchar, debe usted proceder hasta el Rosebud en persecución de los indios, cuyo rastro fue descubierto por el mayor Reno hace unos días. Es imposible darle instrucciones definidas con relación a su avance, y como el Comandante del Departamento expresa su confidencia en vuestra clase, energía y habilidad, no desea imponerle órdenes precisas que puedan afectar su acción cuando esté en contacto cercano con el enemigo. Él desea sin embargo indicarle sus puntos de vista sobre cual considera debería ser su proceder, y espera que usted se atenga a ellos, salvo que encuentre usted razones suficientes que lo desvíen de estos. El Comandante del Departamento piensa que usted debe proceder hacia el Rosebud hasta comprobar en definitiva cual es la dirección hacia la que confluye el rastro. Si este es encontrado (y parece más que seguro que así será), debe usted proceder hacia el sur, quizás tan lejos como la cabecera del río de la Lengua, y de ahí virar hacia el Pequeño Cuerno, orientándose hacia su izquierda para impedir el escape de los indios por su flanco izquierdo. La columna del coronel Gibbon está ahora en marcha hacia la boca del Pequeño Cuerno. Tan pronto como alcance ese punto, cruzará el Yellowstone y avanzará hacia la bifurcación del Pequeño y el Gran Cuerno. Evidentemente sus movimientos futuros estarán determinados por las circunstancias, conforme estas surjan, pero es de esperar que los indios, si se encuentran en el Pequeño Cuerno, puedan ser envueltas por las dos columnas de modo que su escape resulte imposible. El Comandante del Departamento desea que en vuestro camino a Rosebud usted examine detalladamente las alturas de Tullock Creek y envié un explorador hacia el comando del coronel Gibbon. El vapor de provisiones avanzará por el Gran Cuerno tan lejos como el río sea navegable, y el Comandante del Departamento, quien acompañará a la columna del coronel Gibbon desea que usted se reporte a él no después de la expiración del tiempo del que sus tropas poseen raciones, salvo que en el intermedio usted reciba nuevas órdenes”.

Ese mismo día, Marco Kellog, el corresponsal adscrito del diario La Tribuna de Bismarck, quien había reemplazado al editor titular C.A. Londsbury, envío el siguiente telegrama al diario:

“Mañana, 22 de junio, el general Custer, con 12 compañías de caballería explorará desde la boca del valle de Rosebud hasta llegar al rastro descubierto por el mayor Reno, y se desplazará por ahí con la mayor rapidez posible a fin de sorprender a los indios que se presume están cazando búfalos y realizando pequeñas marchas diarias. Parte del comando de Gibbon marchara hacia arriba del valle del Gran Cuerno a efecto de interceptar a los indios que pretendan escapar de Custer”.

Aquel sería el último despacho enviado por este corresponsal casual, quien cuatro días después correría la misma suerte que los demás hombres del Séptimo. El coronel Gibbon por su parte había remarcado a Custer: “No sea usted impulsivo, aguarde por nosotros”. Es evidente que el ambicioso militar prestó oídos sordos a las recomendaciones de sus superiores. Quería la gloria para sí y esta era su oportunidad de alcanzarla. Adoptada la estrategia, Custer partió en su misión sin su regimiento completo, con doce compañías -566 soldados y 31 oficiales- rechazando una batería Gatling. Tampoco aceptó reforzarse con cuatro compañías del Segundo de Caballería de la columna de Gibbon, ofrecidas por precaución, al considerar Custer que su regimiento era capaz de manejar sólo la situación. Argumentando una cabalgata forzada en busca de un enemigo rápido y escurridizo, descartó todo equipo pesado. Ordenó a la tropa dejar sus sables y ésta se hizo a la marcha armada con carabinas Springfield modelo 1873 calibre .45-70 con cien cartuchos, y revólveres Colt .45 modelo 1872 de seis tiros, con veinticuatro cartuchos. La fuerza total, incluyendo guías y civiles, consistía en 675 hombres. Los acompañaban doce mulas, cada cual llevando dos mil cartuchos por compañía y provisiones para un máximo de quince días. El Séptimo de Caballería inició pues su recorrido en dirección al sur del valle de Rosebud. Los exploradores indios en avanzada, ubicaron el camino Siux descubierto por Reno, que tenía unos 300 metros de grosor y el regimiento lo siguió con cautela. El ancho y las marcas dejadas en el camino indicaban que un número considerable de indios habían cruzado por ahí. Conforme se adentraban, el rastro se hacía más marcado. Después de un avance de 20 kilómetros, las tropas acamparon.

El 23 de junio el regimiento marchó casi cincuenta kilómetros más, observando en el camino rastros de aldeas indias y acampó aproximadamente a las cinco de la tarde. El 24 reanudó la marcha y durante el nuevo recorrido de 42 kilómetros, se descubrieron rastros cada vez más frescos. Poco después de acampar, a las 21:25 horas, Custer se reunió con sus oficiales y les expresó que, sin ninguna duda, el campamento se encontraba en el valle del Pequeño Gran Cuerno y fue enfático en señalar que, llegado el momento, no hallarían más de 1,500 indios, razón por la cual sustentó su negativa de aceptar el cañón Gatling y a las cuatro compañías del Segundo de Caballería. Todo parece indicar sin embargo que las reales dimensiones de la aldea parecían preocupar a Custer, pues antes de partir hacia Yellowstone algunos guías Arikaras le habían advertido que era gigantesca. Se desconoce entonces porque se engañó asimismo y de paso a sus oficiales (11). En todo caso, Custer consideró que, para llegar al campamento enemigo, se hacía imperativo cruzar el río que dividía el valle del Rosebud del Pequeño Gran Cuerno, pero que ello sería imposible hacerlo a la luz del día sin ser descubiertos. Ordenó entonces que la tropa se preparara para reanudar la marcha a las 23:00 horas. A las 02:00 horas del día 25, los guías señalaron que sería imposible cruzar el río antes del amanecer. La tropa descansó por tres horas y a las cinco de la madrugada se reanudó la marcha. A las 08:00 horas la fuerza llegó finamente al valle del Pequeño Gran Cuerno. Poco después, los guías indios avistaron lo que podía ser la aldea. A media mañana, Custer fue llevado a una elevación desde donde los exploradores dijeron que la habían divisado, y si bien el personalmente no distinguió nada, ni con binoculares, confió en lo que sus guías habían avistado.

Sin hacer caso a las advertencias de los guías que aseguraban que era el campamento más grande que jamás habían visto y que exclamaban ¡Otoe Siux! (¡Mucho Siux!), el efusivo oficial, entusiasmado por el descubrimiento, sin aguardar por las fuerzas de Terry y Gibbon, ni calibrar el poder del enemigo, presa de su espíritu vehemente y la ambición de lograr la gloria personal, decidió atacar. Existen diversas versiones de porqué adoptó tan controvertida decisión. La primera, la más posible, indica la intención de originar una batalla convencional, en la creencia que tras una breve escaramuza, los indios se desbandarían hacia el norte por donde avanzaban las otras dos columnas. La segunda, que como pensó que sólo había mujeres y niños, podría capturar fácilmente la aldea y forzar a su retorno la rendición de los guerreros que presumió se encontraban de caza. En ninguna de estos escenarios sin embargo se contempló la posibilidad de parlamentar o presentar un ultimátum. Hay otra circunstancia que puede explicar la apurada decisión: En diez días, es decir, el 4 de julio, se celebraba no sólo el centenario de la independencia de los Estados Unidos sino también la convención del partido demócrata para nominar los candidatos a la presidencia. Custer habría pensado que un triunfo militar, contra la mayor horda de indios rebeldes, sin la sombra de Terry, sería importante para impulsar su nominación a la primera magistratura de su país.

A media mañana del domingo 25, el regimiento avanzó hasta colocarse a unos 20 kilómetros al sur del campamento. Cuando Custer anunció su intención de atacar, algunos expresaron su opinión en contra y los guías reiteraron que había más indios de lo que los soldados podían enfrentar. Entonces, él interprete civil de los Arikaras, Federico Girard, observó un grupo de indios huyendo por el río como densas nubes de polvo en el valle. Cabalgando hacia Custer, Girard le informó “ahí están sus indios, corriendo como diablos”. Custer prestó poca importancia a este hecho y, vertical en las órdenes, se mantuvo en su decisión y no aceptó mas divergencias. Entonces dividió su regimiento en cuatro batallones. El personalmente comandaría el primero de ellos compuesto por las compañías, C, E, F, L y H, con un aproximado de doscientos dieciséis efectivos al mando de los oficiales Tomás Custer, Smith, Yates, Keogh y Calhoun, respectivamente (12). De este grupo el segundo al mando era el capitán Yates y el tercero, el capitán Miles A. Keogh (13). El segundo batallón, con las compañías A, G y M, quedó bajo el comando del mayor Reno, el tercer batallón, con las compañías D, H y K, fue puesto a órdenes del capitán Federico Benteen, mientras que el último, compuesto por una sola compañía, la B, al mando del capitán Mc Dougall, permanecería cuidando las municiones y provisiones. El número de cada compañía fluctuaba entre cuarenta y cincuenta hombres. Para algunos oficiales, era necesario mantener el regimiento completo pues al parecer se trataba de un campamento demasiado extenso. El capitán Benteen fue explícito en este sentido y se opuso a la división. Custer, parco y enérgico se limitó a responderle que cumpliera con sus órdenes.

Se desconoce porqué, tácticamente, aquel fatídico domingo el comandante dividió sus fuerzas en medio de territorio hostil. Se ignora también porqué creyó que con sólo un regimiento podía hacer lo que hubiera demandado a todo un ejército. Una respuesta podría ser su confianza en la suerte, factor que lo acompaño en las temerarias cargas de caballería efectuadas durante la guerra civil. Si la suerte lo acompañaba como antes, Custer, vencedor de la mayor horda de indios congregada en América del Norte, sería el próximo presidente de los Estados Unidos. Otra respuesta podría encontrarse en la idea de aplicar el mismo procedimiento utilizado varios años atrás contra el campamento de Black Kettle en el río Washita. Una última respuesta obedecería a que Custer había ideado una estrategia de guerra convencional sin tomar en cuenta que las fuerzas oponentes se caracterizaban por su irregularidad y sus reacciones obedecían a patrones muy distintos a los propios. A continuación, en un operativo considerado improvisado y sin sustento, producto del apuro y el ímpetu del comandante, ordenó a Benteen salir con su fuerza a explorar el sur en paralelo a la línea de los montes siempre manteniéndose al lado izquierdo e informarle de inmediato si se observaban indios en ese sector. Benteen avanzaría cerca de 16 kilómetros y al no encontrar nada decidiría hacer uso de las órdenes alternas, es decir, retornar con su batallón y seguir el rastro dejado por su comandante.

Por su parte, Custer y Reno se internaron en el valle del Pequeño Gran Cuerno desde dos flancos. A las 11:00 horas, Custer ordenó que el batallón del mayor, que iba por el flanco izquierdo del río, se le fuera acercando. Noventa minutos después, el teniente Cook alcanzaría a Reno para informarle que el campamento indio se encontraba apenas a tres kilómetros de distancia, cruzando el río. La intención evidentemente era envolver la aldea desde sus dos extremos. A continuación le entregó las siguientes órdenes del comandante:

“Muévase tan rápido como sea posible y cargue posteriormente. Será usted apoyado por toda la fuerza”.

Cumpliendo la orden de su superior Reno avanzó rápidamente hacia el río del Pequeño Gran Cuerno, lo cruzó y la emprendió contra la aldea que, efectivamente y conforme a los cálculos, resultó encontrarse a poco más de tres kilómetros de la orilla. Durante esta operación Reno envió dos mensajes a Custer confirmando que la aldea india se encontraba frente a él y que se presentaba “bastante fuerte”. Todo parece indicar que hasta ese momento los vigías Siux no se habían percatado de la presencia del ejército norteamericano y no esperaban un ataque, pues no suponían que se ubicaría su rastro y en consecuencia el campamento, con tanta celeridad.

La aldea, de unos cinco kilómetros de extensión a lo largo del río, estaba dividida en siete círculos, correspondientes a igual número de tribus, ubicados correlativamente de la siguiente manera, de sur a norte: Los Unkpapas, los Pies Negros, los Sans Arc, los Miniconjoux, los Oglala, los Brule y los Cheyenne. Había también un grupo de tiendas con indios Arikara y otras albergaban a un grupo de Two-Kettles (14). Jefe principal de los Siux era Tatanka-Iyotanka, o Toro Sentado, de los Unkpapa Lakota, en ese entonces de 41 años de edad. Otros jefes eran Gall, de los Lakota Siounan, Caballo Rojo de los Minneconjous, Lluvia en el Rostro y Dos Lunas, de los Cheyennes del Norte y Tashunca-uitco o Caballo Loco líder de los Oglala Siux o Teton Lakota, considerado uno de los más grandes guerreros indios (15). Los jefes Siux y Cheyenne, tenían bajo su responsabilidad el mayor campamento indio jamás levantado en la historia norteamericana, que comprendía más de mil carpas, entre seis mil y nueve mil nativos y cerca de treinta mil animales, lo cual constituía una fuerza inimaginable para los estándares estratégicos de los militares norteamericanos, acostumbrados a atacar campamentos dispersos y pequeños.

Sin embargo, Custer creyó ver una gran villa irregular y desordenada donde sólo se observaban mujeres y niños, ignorando que los hombres se hallaban dentro de las carpas reposando los estragos de las celebraciones con motivo del reciente triunfo de Caballo Loco sobre el general Crook en Rosebud. Reno por su parte y en cumplimiento de las instrucciones recibidas ordenó a sus ciento ventiocho soldados en formación horizontal, y cargó a lo largo del valle hacia el campamento, dirigiéndose al sector norte donde se congregaban los Unkpapas. Era poco más de las doce del día. Paralelamente, desde el sector opuesto del río, Custer ordenó al teniente Cook despachar a través del trompeta Juan Martini, el siguiente mensaje a Benteen: “Benteen, Venga pronto. Gran campamento. Sea rápido. Traiga la carga”. Firmado, Cook.

Poco después Martini diría que al comprobar la posición y las condiciones del campamento, Custer se dirigiría a sus hombres con una “hurra muchachos, los tenemos”.

Benteen sin embargo, quien al igual que Reno detestaba cordialmente a Custer (16), se limitó a leer las instrucciones, indicó que no observaba movimiento alguno y preguntó a Martini que ocurría. Este, que era un inmigrante italiano y hablaba un inglés básico se limitó a informarle que “los indios habían abandonado el campamento”. Benteen jamás llegó a Custer. Decidió aguardar por la carga y las municiones, tras lo cual emprendió la marcha, alcanzando posteriormente a las fuerzas de Reno. Si Benteen hubiera apurado las indicaciones de su comandante y de haberlo encontrado, sus tres compañías de seguro habrían sido aniquiladas.

Los Unkpapas, sorprendidos pero al mismo tiempo indignados por el traicionero ataque de Reno, se dispusieron a repeler la agresión.

Entonces, en las inmediaciones de la aldea, Reno dispuso que la tropa desmontara, formara en línea y disparará contra la caballería india que ahora avanzaba en contraataque. Poco a poco el número de los indios fue en aumento, hasta alcanzar entre ochocientos y mil guerreros, lo que superaba las expectativas de lo que los estadounidenses esperaban encontrar. Lo que se presentó como un conato de resistencia terminó convirtiéndose en una feroz ofensiva Siux que estuvo a punto de envolver a las tres compañías de Reno, situación que le hizo perder el control y moverse a una segunda posición, al lado izquierdo, en un bosque de arbustos que pensó le prestaría mayor protección. Aún se discute sobre la duración de este encuentro. Las versiones varían entre cinco y treinta minutos. Los soldados, escondidos entre la maleza comenzaron a caer presa del fuego de los estupendos y rápidos jinetes indios. Abrumado, excedido, sin control sobre si mismo, Reno ordenó a su tropa montar y desmontar en tres ocasiones. Finalmente, cuando comprendió que sus compañías serían diezmadas por tan formidable fuerza si permanecían en aquella posición y teniendo en cuenta que el apoyo prometido por Custer no se concretaba, emprendió la retirada al grito de “¡los que quieran salvarse, síganme!”. Las tres compañías retrocedieron por entre las orillas del río del Pequeño Gran Cuerno. En este proceso, que según Reno se realizó formando una fila compacta de cuatro columnas y que según los indios fue en desbande, fallecieron dos tenientes, el cirujano asistente, ventinueve soldados y dos guías Arikaras, incluido Cuchillo Sangriento, el principal guía de Custer. Se contaron asimismo siete heridos. Las bajas alcanzaron el 35 por ciento de la fuerza del mayor. La mayoría sin embargo alcanzó a ponerse a salvo sobre una colina (hoy llamada Colina Reno). Este grupo sería reforzado con el arribo del batallón del capitán Benteen y la compañía B con las provisiones y municiones. Reno ahora tenía bajo su mando siete compañías, con un total de trescientos ochenta soldados y trece oficiales. Formó entonces improvisadas barricadas con frazadas, cajas de galletas, costales de tocino y trigo, y organizó una resistencia que se prolongaría por casi 48 horas (17).

Luego de alcanzar su posición defensiva, Reno y sus hombres observaron que los indios reducían la intensidad de sus ataques pues ahora parecían poner mayor atención a otro sector: El de Custer. En efecto, opuesto a Reno y sin medir las consecuencias, ignorante de lo que estaba ocurriendo con las fuerzas del mayor, Custer ordenó cargar al extremo final del campamento, es decir, al sur. Su avance hacia la gloria se frenó sin embargo, cuando horrorizado comprobó que aquel no era el final, sino el centro, donde se encontró con un numeroso grupo de Cheyennes liderando a los demás guerreros. El campamento era tan extenso que se había hecho un mal cálculo, producto de la improvisación del comandante. Tras una breve escaramuza y comprendiendo la real situación, Custer no tuvo mas remedio que ordenar a sus tropas replegarse para buscar dar batalla en un sector lejano al inmenso campamento, más defendible, pues el regimiento era atacado desde todos lados y podía ser fácilmente encerrado. Los veloces pero agotados caballos del Séptimo de Caballería, perseguidos por los ponies Siux y Cheyenne ganaron tiempo apenas para alcanzar una incipiente elevación en la planicie, desde donde intentaron dar combate (18). En pocos minutos fueron alcanzados por los indios y empezaron a ser envueltos desde el lado derecho por las fuerzas del jefe Gall y por el izquierdo por las de Caballo Loco y Dos Lunas. Lo que se había vislumbrado como un ataque victorioso se estaba convirtiendo en un verdadero desastre para los estadounidenses. Embestidos por estas fuerzas irregulares pero muy valerosas y decididas, que terminaron formando un círculo a su alrededor, los estadounidenses, a campo descubierto, debieron soportar feroces ataques en todas direcciones, por un enemigo furioso cuyo número aumentaba a cada momento. Los Oglala Lakota bajo Tashunca-uitco flanquearon al Séptimo desde el norte y el oeste, mientras que los guerreros Unkpapa, con el jefe Gall al frente, hicieron lo propio desde el sur y el este. Víctimas de balas y flechas y abrumados por una absoluta superioridad numérica, los hombres de Custer, impotentes para repeler el avance de los Siux y Cheyenne, rápidamente fueron cayendo uno a uno.

Un regimiento de caballería no está entrenado ni aprovisionado para pelear una batalla larga. Las municiones asignadas a cada soldado pronto se hicieron insuficientes y la posición no era sólida como para mantenerla por mucho tiempo. Por tanto, la batalla según estimaciones de analistas militares y declaraciones de testigos indios, no duró más de treinta minutos, quizás sólo veinte. Era, aproximadamente, media tarde (entre las quince o dieciséis horas) cuando el enfrentamiento alcanzó su cenit, convirtiéndose en una batahola de gritos, polvo, sangre, confusión, órdenes, contraórdenes flechas y balas (19). En todo caso, poco o nada era lo que doscientos dieciséis hombres provistos de carabinas y revólveres, a campo descubierto y sin protección, podían hacer contra tres mil guerreros, quienes desde diferentes posiciones se dedicaron a matarlos uno a uno. Reno, desde su ubicación a siete kilómetros de distancia, logró escuchar un fuerte tiroteo cerca al río y comprendió que se trataba de Custer. Como sus vigías, ubicados en el punto más alto de una colina no pudieron divisar nada, ordenó a la compañía del capitán Weir abrir comunicación con el comandante. Fue inútil. Dicho oficial y sus hombres debieron replegarse ante la imposibilidad de avanzar en un área cubierta de enemigos. Así, sin posibilidad de ayuda, el batallón del teniente coronel Jorge Custer, quedó a merced de un adversario despiadado. Al principio, pese al desorden que imperaba, se intentaron formar cinco posiciones, cada cual perteneciente a una de las compañías, estructurando en conjunto una V, o punta de flecha, con Custer en el extremo norte, en muchos casos usando los caballos muertos como barrera. En este lugar se encontraban la mayoría de oficiales, entre ellos los comandantes de las compañías C, E y F.

Pronto sin embargo ocurrió él desbande, producto del pánico a los indios y la inexperiencia de algunos en combate. Treinta por ciento de los soldados eran reclutas novatos que fueron incapaces de seguir el confuso patrón defensivo dispuesto por sus superiores y una gran parte de los oficiales mas experimentados del Séptimo, entre ellos dos mayores y cuatro capitanes no se encontraban con el regimiento por estar temporalmente asignados a otros puestos. El hecho es que unos pelearon con coraje, otros arrojaron sus armas y se rindieron para ser ultimados sin luchar, otros huyeron despavoridos y un número indeterminado cometió suicidio para no caer víctima de las salvajes torturas de los indios. En el ocaso del breve y confuso combate el regimiento se desintegró, siendo la compañía L, del teniente Calhoun, ubicada en el sector este, la que al parecer luchó con mayor profesionalismo y organización (alrededor de esta se encontró la mayor cantidad de munición disparada) pero otros sucumbieron al terror, particularmente los hombres de la compañía E quienes huyeron cuesta abajo de la colina, lugar donde posteriormente se hallarían veintinueve cadáveres muertos a pedradas y hachazos.

La breve pero dramática batalla concluyó con la muerte de toda la fuerza de Custer, quien a su vez fue ultimado de un balazo en el extremo del tronco y otro en la cabeza. No se registró un sólo sobreviviente. Alrededor del comandante se encontrarían cincuenta o sesenta cadáveres, el resto, quedó regado en un perímetro bastante amplio. Todo parece indicar que las compañías H y L del capitán Keogh y el teniente Calhoun hubieran podido retirarse antes que se cerrara el círculo indio, pero optaron por permanecer con sus camaradas de armas con la certeza que serían muertos. De haberse retirado en buen orden, quizás hubieran podido alcanzar la colina donde se agrupaban las fuerzas de Reno y Benteen. Aquellos, aún dentro de las más difíciles circunstancias, ni siquiera imaginaban la suerte que habían corrido sus camaradas de armas. Hasta hoy existe la controversia sobre si dichas fuerzas, reorganizadas, hubieran podido asistir a sus compañeros. Aún de haberlo intentado, es casi seguro que habrían sido aniquiladas, con lo cual el Séptimo de Caballería habría sido completamente borrado del mapa. En todo caso, después que concluyó la destrucción del batallón de Custer, los indios reanudaron el ataque contra las fuerzas de Reno y Benteen, lo que le significaría a los del Séptimo otros once muertos y varios heridos. A las 2:30 horas del 26 de junio la batalla se reanudó y sólo entrada la mañana del 27 los indios emprendieron la retirada, cuando sus guían avistaron a la infantería y la artillería que avanzaba en aquella dirección bajo Crook y Gibbon.

Las bajas del ejército estadounidense en la mayor batalla del oeste norteamericano, arrojan doscientos nueve muertos del batallón de Custer y varios desaparecidos, lo que junto a las bajas sufridas por Reno y Benteen, incluyendo los que después expirarían por las heridas sufridas, arroja un total de doscientos sesenticinco muertos y cuarenticuatro heridos. Las versiones sobre las bajas indias difieren. Según algunas, aquellos no tuvieron más de treintiséis muertos, mientras que otros testigos refieren más de cien muertos y ciento sesenta heridos. No hay modo de confirmar cifras exactas, pero en todo caso sus perdidas no habrían sido muy altas (20). Los Siux y Cheyenne habían logrado una gran victoria, la mayor jamás alcanzada por fuerzas indias contra los “sacos azules” (21). Aunque en esos momentos lo ignoraban, Jorge Armstrong Custer, el hijo de la estrella del amanecer, yacía muerto y con él los odiados soldados de su orgulloso regimiento. Las afrentas sufridas por los indios habían sido lavadas y el arrogante hombre blanco había recibido el castigo que se merecía por los abusos cometidos y las promesas incumplidas.

Al arribo de las fuerzas de Terry aún nadie tenía idea de lo que había ocurrido con el batallón de Custer. Para el mayor Reno su comandante de seguro había logrado replegarse a algún sector del valle. Ningún oficial pudo imaginar ni aún en el peor de los escenarios, el terrible desenlace. El 28 de junio, sin embargo, al dirigirse al lugar de los hechos, descubrieron, aterrados e incrédulos, los cuerpos desnudos y horriblemente mutilados de las cinco compañías del Séptimo de Caballería, regados en el amplio campo de batalla. Es muy probable que los indios hubieran podido haber aniquilado también a la columna de Terry, notablemente disminuida por las bajas del Séptimo, pero la situación no permitía especulaciones y optaron por desplazarse hacia el sur para celebrar la victoria y recuperarse en las montañas del valle del Gran Cuerno. De entre los muertos, casi todos irreconocibles, sólo Custer y el capitán Myles Keogh habían sufrido maltratos menores. En el caso del primero apenas el corte de un dedo y agujeros producidas con hojas de cuchillo en sus oídos, para “escuchar mejor en la otra vida”, pues en esta había desoído las amenaza de los Cheyennes si incumplía su promesa de no atacarlos jamás. En el caso del segundo, al parecer en señal de respeto por el extraordinario comportamiento desplegado durante la batalla. El resto de oficiales y tropa sufrieron terribles mutilaciones, cual era la costumbre india para con los vencidos. Jorge Custer quiso hallar la gloria y encontró la muerte en un combate cuyo desenlace, es evidente, jamás imaginó pudiera ocurrirle a su regimiento de elite.

Los primeros días de julio, algunos diarios norteamericanos, entre ellos el Heraldo de Nueva York, circularon noticias no confirmadas de lo ocurrido en el Pequeño Gran Cuerno, las mismas que en un principio fueron desmentidas por las autoridades militares por considerarlas exageradas. Sin embargo, un breve telegrama proveniente de Bismarck, en el territorio Dakota, de fecha seis de julio confirmó lo imposible:

“General Custer atacó a los indios 25 de junio, y él, con cada oficial y hombre de cinco compañías fueron muertos. Reno, con siete compañías, peleó en posiciones protegidas durante tres días. El corresponsal especial de la Tribuna de Bismarck se hallaba con la expedición y fue muerto”.

El 13 de julio el presidente Grant confirmó oficialmente al senado norteamericano los detalles de derrota del Pequeño Gran Cuerno. Dos meses después el general Terry mostró a un corresponsal del diario Chicago Times una copia de las órdenes dadas a Custer y señaló que si este hubiera sobrevivido habría sido sometido a corte marcial. El presidente Grant declaró luego a un periodista del Heraldo de Nueva York que consideraba la masacre como un estéril sacrificio de tropas ocasionado por el propio Custer de un modo totalmente innecesario, remarcando que no debió haber efectuado el ataque antes del arribo de Terry y Gibbon.

El triunfo indio sin embargo fue inútil. Por el contrario, significó el principio del fin. La guerra entre el gobierno norteamericano y la confederación de los Siux y Cheyenne del norte se prolongaría apenas unos meses más, hasta mayo de 1877. En total se pelearon quince encuentros de diferente magnitud e intensidad. El ejército norteamericano tuvo un total de 408 bajas, incluyendo 283 muertos. Las bajas indias son difíciles de acertar, pero una figura razonable basada en testimonios de los guerreros participantes indica aproximadamente ciento cincuenta muertos y noventa heridos en combate.

Hacia fines de 1876 ya no quedaba ningún Siux en las Montañas Negras, las que terminaron siendo ocupadas por colonos sedientos de oro y territorio. A inicios de 1877 los Siux, liderados por Toro Sentado debieron huir hacia el Canadá, donde fueron acogidos temporalmente por el gobierno de ese dominio británico. El jefe Gall, quien huyó con Toro Sentado, pronto retornó con su tribu, se rindió y fue enviado a una reservación donde murió en 1894. Caballo Loco por su parte, se entregó en 1877 con más de mil guerreros y fue confinado en una reservación. En septiembre de ese año sin embargo, la abandonó sin autorización para llevar a su mujer enferma donde sus padres. Acusado de rebeldía, se ordenó su arresto y fue llevado al fuerte Robinson. Al comprender que iba a ser internado en una celda intentó huir y fue muerto de un bayonetazo. Toro Sentado por su parte regresó a los Estados Unidos en 1881. Después de pasar dos años en prisión, fue enviado a la reservación de Standing Rock y en 1883 actuó en el famoso espectáculo del oeste de Búfalo Bill. El 15 de diciembre de 1890, en momentos en que participaba en una ceremonia religiosa, fue muerto cuando policías indios pretendieron capturarlo, acusado de sedición.

Finalmente, El 29 de diciembre de ese año, en un lugar denominado Wounded Knee, doscientos Siux fueron masacrados por el ejército norteamericano en un supuesto combate que después se comprobó, jamás existió. Aquel fue el capítulo final de las guerras indias en los Estados Unidos. La caballería estadounidense había vengado así la caída de Custer y la derrota en el Pequeño Gran Cuerno.

A modo de conclusión, debe indicarse que entre 1776 y 1891, el número de combates y escaramuzas entre el ejército de los Estados Unidos y fuerzas indígenas fue de 1,240. De estos, 938 enfrentamientos,que corresponden a trece campañas militares, ocurrieron entre 1865 y 1891. En ese mismo período perdieron la vida 923 oficiales y soldados estadounidenses y más de mil resultaron heridos. El número estimado de bajas indias por efecto directo de los combates fue de 5,519, aunque durante los últimos años academicos norteamericanos han venido cuestionando seriamente estas cifras, calificándolas como altamente exageradas. En todo caso, pese a la importancia de estos conflictos, fueron enfermedades traídas de Europa tales como el cólera, la viruela y el sarampión lo que mató mas indios y destruyó su cultura que todas estas guerras juntas.

NOTAS

(1) Como antecedente inmediato a este tratado, en 1851 se había suscrito un acuerdo del mismo nombre y posteriormente se había establecido una comisión de paz, integrada por agentes del gobierno y jefes indios, la cual había recomendado establecer tres reservaciones autónomas para las tribus de las praderas; en Dakota del Sur, en Oklahoma y Arizona, lo que los indios aceptaron a fin de garantizar la preservación de su modo de vida.

(2) George Armstrong Custer nació en Nueva Rumley, Ohio, el cinco de diciembre de 1839. En 1857 ingresó a la academia militar de West Point, donde se graduó último en una -ya reducida por deserción de estudiantes confederados- promoción de 34 cadetes en junio de 1861. De inmediato se le asignó como teniente segundo al Segundo Regimiento de Caballería. Asistió a la primera batalla de Bull Run (Manasas). En agosto de ese año fue transferido al Quinto Regimiento de Caballería y en julio de 1862 fue promovido formalmente al grado de teniente primero, aunque desde junio venía sirviendo con el rango temporal de capitán como ayudante del general Mc Clellan, jefe del ejército del Potomac. Un año después, a los 23 años de edad, se le designó brigadier general de fuerzas voluntarias, el más joven del ejército federal. Comandó una brigada en Gettysburg y peleó en todas las acciones de caballería del ejército del Potomac (Valle de Shenandoah, Yellow Tavern, Winchister, Fisher Hill y Appomattox, entre otras). En 1864 recibió su segunda estrella y se le nombró como comandante en jefe de la Tercera División de Caballería del Ejército del Potomac. Asimismo estuvo presente durante la rendición del ejército confederado bajo el general Lee en Appomattox, donde recibió la bandera confederada. Su actuación durante la guerra civil motivó al general Felipe Sheridan expresar a la esposa de Custer que “difícilmente ningún individuo de nuestro ejército ha contribuido más a la victoria de la Unión que su galante esposo”.

(3) El ejército estadounidense concedía en ocasiones especiales, el rango militar temporal denominado “Brevet”. Sin embargo, el mismo no tenía efectos en el escalafón, no obstante el oficial podía usarlo como un título.

(4) En aquella época no existía el rango diplomático de embajador. Por tanto, el ministro plenipotenciario era el jefe de misión.

(5) La connotación de “pacificar” era en realidad “exterminar”, como en efecto ocurrió con la mayoría de las tribus indias rebeldes de las praderas, política cuyo mayor responsable fue el teniente general Felipe Sheridan.

(6) Establecido el 14 de junio de 1872 para proteger a los colonos, originalmente se llamó fuerte McKeen, y posteriormente se le nombró fuerte Lincoln en noviembre del mismo año. Agrupaba tanto a unidades de caballería como infantería.

(7) No fue la primera ni la última vez que el gobierno norteamericano desconoció tratados formales suscritos una y otra vez con ingenuos jefes indios que confiaron de la buena fe del “Jefe Washington”, lo que explica en buena medida las agrias reacciones de las tribus indígenas y la violencia desatada contra los anglosajones.

(8) Jorge Crook (1829-90), nació al igual que Custer en Ohio y es considerado uno de los mejores estrategas en las guerras indias. Participó en diversas campañas contra diferentes tribus. Su celebridad alcanzó el pináculo cuando en 1884 rindió a las fuerzas del líder Apache-Chiricahua, Geronimo.

(9) El fuerte Fetterman fue escenario de una de las peores derrotas sufridas por el ejército norteamericano frente a los indios. En una de estas acciones, en 1866, atacó a una columna bajo el comandante Guillermo Fetterman, que se encontraba justo afuera del fuerte Phil Kearny, causando la muerte de este oficial y 80 de sus hombres. Al incidente se le denominó la “Masacre Fetterman”. El fuerte Kearny fue rebautizado como Fetterman en memoria al fallecido comandante, quien, paradójicamente, una vez dijera “dadme 80 soldados y cabalgaré sólo contra la nación Siux”.

(10) Little Big Horn, en ingles. El río del Gran Cuerno, conjuntamente con el de Rosebud, es tributario del río de Yellowstone y riegan los valles del mismo nombre. Ambos se desplazan casi en paralelo desde el sudoeste. Unas millas más abajo confluyen con el río del Pequeño Gran Cuerno, que avanza desde el sudeste.

(11) Para comprender las reales dimensiones de la aldea india que halló Custer, que tenía más de cinco kilómetros de extensión, debe indicarse que después de la batalla, el gobierno norteamericano, a fin de encontrar una respuesta a la derrota, dispuso un censo militar en cuatro reservaciones indias donde supuestamente se hallaban los Siux y Cheyenne. En una, en vez de 9,610 había 2,215 indios, en la segunda, en vez de 12,873 se encontraron 4,760, en la tercera, de 7,586 habían 2,280 y en la última de 7,322 habían 2,305. La gran mayoría de la nación Siux apoyaba pues la posición de Toro Sentado y no, como dijo el presidente Grant al justificar la expedición punitiva, un sector pequeño y marginal.

(12) Jaime Calhoun, primer teniente de la compañía C, apodado el Adonis del Séptimo de Caballería, estaba casado con la hermana de Custer, Margarita.

(13) Myles Keogh, oficial de origen europeo, había integrado el ejército del Papa Pío IX, como teniente del batallón de San Patricio y participó en la defensa de Ancona, que le valió una condecoración impuesta por el sumo pontífice. A las finales de las guerras por la unificación italiana, viajó a los Estados Unidos y durante la guerra civil se integró al ejército de la Unión. Participó en ochenta batallas y bajo el rango temporal de teniente coronel estuvo al mando de 3,000 soldados de caballería. Terminada la guerra se mantuvo en el ejército regular con el rango de capitán y fue adscrito al Séptimo de Caballería. Testigos indios refieren que el capitán Keogh luchó con gran coraje y la compañía bajo su mando fue la que mejor peleó en el Pequeño Gran Cuerno. Se considera a Comanche, el caballo de Keogh, el único sobreviviente del lado americano.

(14) Cada nombre de las tribus Siux tiene un significado. Hunkpapa por ejemplo significa “limite” o “borde” e identifica a esa tribu que tradicionalmente acampa en la entrada de las aldeas. En otras palabras, su significado sería “Aquellos que acampan por sí mismos”. Oglala es un poco más difícil de traducir, y algunos lo interpretan como “Dividido”. El término Brule significa “Quemado”, mientras que Miniconjoux significa “Aquellos que plantan sus sembríos detrás del agua”. Two Kettle significa por su parte “Dos Cocinas” porque según la tradición a los jefes de esa tribu les gustaba que sus cazadores obtuvieran suficiente carne para dos comidas. Los Pies Negros serían denominados así porque usaban tradicionalmente mocasines de color negro. Finalmente, los Sans Arcs significa “Aquellos sin Arcos”. Los Siux se denominan asimismo “Dakota” que quiere decir “Aliado”, porque los Yankton, Teton y Santee hablan diversos dialectos. La palabra Siux es una diversificación de “Nadouessioux”, que a su vez es una forma francesa de decir Chippewa Nadoue-is-iw, que en dialecto Siux significa pequeña serpiente, en otras palabras “enemigo”. El término Lakota quiere decir a su vez “el pueblo”.

(15) Tatanka-Iyotanka (1831-1890) fue uno de los más celebres líderes de los Hunkpapa Lakota. Considerado hombre santo de los Siux, unificó a las tribus en su lucha por la supervivencia en las praderas del norte y siempre mantuvo una actitud de desafío contra él poder militar norteamericano. Su primer encuentro contra el ejército fue en 1863, a los 22 años de edad. En 1863 participó en la batalla de Killdeer Mountain y en 1865 dirigió el sitio contra el fuerte Rice en Dakota del Norte. Respetado por su pueblo, se convirtió en jefe de la nación Siux en 1868. En 1872 volvió a participar en una batalla contra los militares norteamericanos en el valle del Yellowstone. Se opuso enérgicamente a la venta de las Montañas Negras al gobierno y desafió el ultimátum para que las tribus retornaran a las reservaciones al 31 de enero de 1876, declarándose de facto en guerra contra la administración del presidente Grant. Tashunca-uitco por su parte, (1849-1877) jefe de los Oglala Lakota, fue uno de los más indómitos y feroces combatientes Siux. Participó a temprana edad en la guerra emprendida entre 1865 y 1868 por el jefe Nube Roja contra los colonos blancos en Wyoming. Fue asimismo uno de los líderes de la fuerza Siux que destruyó a la brigada del teniente coronel Guillermo Fetterman, en el fuerte Kearny en 1867. Tashunca-uitco no sólo era un gran guerrero sino un hombre comprometido con la preservación del modo de vida de su pueblo y sus tradiciones. Su orgullo lo llevó, a diferencia de otros jefes indios, a no dejarse fotografiar, por lo cual es el único de los célebres protagonistas de la batalla del Pequeño Gran Cuerno del cual no existe testimonio gráfico. Cuando el departamento de guerra ordenó a los Lakota retornar a sus reservaciones (ultimátum del 31 de enero), Tashunca-uitco se convirtió en líder de la resistencia. Aliado de los Cheyenne del norte por su primer matrimonio, congregó bajo su liderazgo a no menos de 1,200 Siux y Cheyenne del norte fuera de la reservación, en desafío a las órdenes de un gobierno al que no le reconocía jurisdicción sobre su pueblo.

(16) Tanto Reno como Benteen eran oficiales graduados de West Point con mayor antigüedad que Custer y sin embargo no habían alcanzado la notoriedad de su comandante, a quien además de detestar, consideraban un oficial poco competente. Benteen por ejemplo, era cinco años mayor que Custer y en junio de 1865 se recomendó promoverlo al rango de brigadier general temporal de los ejércitos de la Unión. Al parecer era un buen soldado. Reno por su parte recién fue promovido a mayor del ejército regular a mediados de 1869. Tras la catástrofe del Pequeño Gran Cuerno Reno fue sometido a Corte Marcial, acusado de cobardía y abandono del Superior. Fue sin embargo absuelto. Salió incólume en un nuevo proceso, pero una tercera corte marcial, en la que se le acusó de conducta impropia (alcoholismo y falta de respeto a una dama) motivó su baja definitiva del ejército en 1879. Falleció en 1887.

(17) Además de Reno y Benteen los capitanes Weir, French y McDougall, los tenientes primeros Godfrey, Mathey y Gibson, los tenientes segundos Edgerly, Wallace, Varnum y Hares y el cirujano asistente interino Porter.

(18) Hoy el Little Big Horn Battlefield Memorial, monumento nacional y museo.

(19) Recientes estudios en el que fue el campo de batalla revelan que los Siux y Cheyenne del norte utilizaron más armas de fuego de lo que antes se presumía. Los cartuchos encontrados constituyen evidencia de que los indios contaban con un gran número de rifles de repetición, y que el armamento indio mejoró cuando las armas de los soldados muertos cayeron en su poder. También ha quedado demostrado que la batalla se movió desde el este hacia el norte.

(20) Relato testimonial del jefe Lakota Caballo Rojo, formulado en la reservación de Río Cheyenne en 1881.

(21) La batalla del Pequeño Gran Cuerno es la derrota más celebre, pero no la peor sufrida por el ejército de los Estados Unidos a manos de los indios. Ochenticinco años antes, 2000 milicianos al mando del general Arturo Saint Claire, gobernador del Territorio del Noroeste”, fueron masacrados por una fuerza india que en apenas dos horas de combate liquidó a 632 soldados.



Juan del Campo

Perú
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