En 1787, cuatro años después de concluidas las guerras de la independencia que dieron origen a los Estados Unidos de América (1775-1783), el flamante congreso norteamericano estableció oficialmente el Territorio del Noroeste, que designaba a la región ubicada al norte del río Ohio y al este del río Misissippi, la cual había sido adquirida a Francia mediante el Tratado de París de 1783 y que incluía los actuales estados de Ohio, Indiana, Michigan, Illinois y Wisconsin. Dicho territorio estaba poblado en aquella época por las tribus de los Miamis, Shawnees, Potawotomi y Chipewa y otras menos numerosas como los Algonquian, Delaware, Iroqués, Kaskaskias, Mingos, Munsee, Ottawas, Piankashaws, Sauk, Senecas y Wyandots. Este hecho motivó hostilidades con los indios, particularmente con aquellos asentados al norte de Ohio e Indiana. Las tensiones se acentuaron porque la mayoría de los colonos no aceptaban el derecho de posesión u jurisdicción de los nativos, consideraban que las tierras eran libres y por lo tanto pretendían tener igual o mayor derecho que aquellos que las ocupaban desde tiempos ancestrales. Como resultado de esta situación se produjeron diversos enfrentamientos con los nativos, quienes se organizaron y establecieron una confederación de tribus opuesta al establecimiento de asentamientos blancos en el valle de Ohio. Los indios contaban con el apoyo de tropas británicas estacionadas en fuertes fronterizos del Canadá, que en el fondo pretendían recuperar el Territorio del Noroeste perdido a los estadounidenses.
Al inicio de 1790 los indios aún se mantenían firmes en sus tierras mientras que los colonos vieron frustradas sus expectativas pues los primeros atacaban a estos últimos en defensa de lo suyo, quemando sus cabañas, arrasando sus cosechas y robándoles caballos y otras pertenencias. A fin de revertir esa situación, en el otoño norteamericano de ese año el presidente George Washington, padre de la nación estadounidense, despachó una expedición militar compuesta por 320 soldados regulares y 1131 milicianos provenientes de Kentucky y Pennsylvania al mando del brigadier general Josiah Harmar. La expedición partió hacia el norte desde el fuerte Washington con objeto de proteger a los colonos de las incursiones indias y subyugar militarmente a la confederación tribal dirigida por el jefe Michikinqua (Pequeña Tortuga) mediante la destrucción de las aldeas habitadas por los Miami, Shawnee y Delaware. En esa época el fuerte Washington era una posición militar de particular importancia estratégica construida sobre la actual ciudad de Cincinnati entre setiembre de 1789 y junio de 1790 por el propio general Harmar para proteger a los colonos residentes en el sudoeste de Ohio. Era considerada una de las fortalezas de madera más sólidas y poderosas de la región y debido a su importancia se le bautizó con el nombre del primer presidente estadounidense.
En su avance las fuerzas de Harmar lograron quemar algunas aldeas y campos de cultivo indios. Sin embargo, el 18 de octubre de ese año, cuando la columna intento destruir un asentamiento ubicado en la cabecera del río Maumee, al noroeste, se originó un enfrentamiento en el cual los invasores llevaron la peor parte. Cuatro días después los estadounidenses sufrieron otra derrota en el área circundante. Harmar perdió un total de 187 hombres en combate y derrotado debió retornar al Fuerte Washington. La campaña no sólo fue una acción humillante para el joven gobierno de los Estados Unidos sino que encolerizó a los indios y los volvió mas determinados. Como resultado, al año siguiente se presentaron mas incursiones indígenas que nunca.
A mediados de marzo de 1791 el mayor general Arturo St. Clair, ex oficial del ejército británico, quien se desempeñó en 1787 como presidente del Congreso de los Estados Unidos y que luego ejerció como primer gobernador del Territorio del Noroeste, fue convocado por el presidente George Washington a la casa de gobierno en Filadelfia –ciudad que en esa época era la capital estadounidense- para cumplir una misión especial. El presidente le explicó que lo había seleccionado, sobre otros altos oficiales para encabezar una nueva expedición militar contra la confederación india, porque tenía absoluta confianza en sus habilidades como militar, basado en su experiencia en la guerra de la independencia. La misión de St. Clair, especificada al detalle en un documento de 4,500 palabras elaborado por el secretario de guerra, Enrique Knox, era establecer una posta militar sólida y permanente, en la región de Kekionga, poblada por los Miami, es decir, el mismo lugar donde cinco meses atrás las tropas del general Harmar habían sido derrotadas, y forzar a los indios a suscribir un tratado de paz. En el momento que Washington lo escogió para dirigir la expedición a Kekionga, St. Clair tenía 55 años de edad y sufría de un severo caso de gota. Para su época, era pues un hombre viejo y cansado. Pese a todo el presidente Washington tenía confianza en aquel veterano de las guerras revolucionarias, a quien sin embargo se aventuró a dar un consejo de viejo soldado: "Cuídese de las sorpresas. No confíe en los indios. Mantenga siempre sus armas listas. Cuando acampe, este seguro de fortificar su campo. Y una vez más general: cuídese de las sorpresas”
Era sin duda un consejo que St. Clair no tomaría muy en serio. El plan original consistía en levantar un ejército de 3,000 hombres para la conquista y ocupación de Kekionga. El Departamento de Guerra estimaba las fuerzas opositoras en “Unos 1,000 indios a lo largo del río Wabash, y posiblemente otros 1,000 indios distantes”. El secretario de guerra Knox no obstante, pensó que una fuerza de 2,000 soldados sería suficiente para subyugar a los nativos. St. Clair consideraba que los indios iban a enfrentar su total destrucción, añadiendo que “la ruina haría presa de ellos”. Sin embargo, su fastuoso ejército terminaría siendo integrado en su mayoría por reclutas sin experiencia y no soldados profesionales, quienes por lo tanto no estaban comprometidos con la victoria más allá del hecho de permanecer con vida. Además, desconocían él área donde se desarrollarían las acciones militares. Los indios por su parte luchaban por sus tierras ancestrales, eran guerreros con experiencia en combate y estaban dirigidos por un líder brillante y gran estratega como Pequeña Tortuga. Además, recibían apoyo material y logístico de los británicos. De otro lado no eran ajenos a la capacidad militar de sus enemigos, pues durante mas de cien años el hombre blanco y el cobrizo venían sosteniendo una constante pugna armada por el control del territorio que hasta mediados del siglo XVII perteneciera casi exclusivamente a estos últimos.
Demoras por diferentes causales mantuvieron a los estadounidenses en el fuerte Washington hasta el mes de setiembre de 1791. Como se esperaba partir en el verano, las tropas habían sido equipadas con carpas ligeras, pero para ese entonces el clima se estaba volviendo frío. Para colmo, el secretario de guerra nombró a un amigo personal, Guillermo Duer, como proveedor de las tropas. Fue la peor elección, toda vez que aquel personaje era un financista sin escrúpulos. En su afán de fácil ganancia al menor costo, Duer no pudo equipar peor al novel ejército. Se suponía que la expedición debía avanzar por los bosques de Ohio levantando fuertes en el camino y solo se les otorgó doce martillos, 18 hachas y 24 serruchos. Asimismo Duer entregó pólvora dañada y reprocesada. También hubo una seria deficiencia de caballos. Se dispuso de un total de 600, la mayoría de los cuales se extraviarían en el camino por no contar con amarras suficientes o porque fueron robados por los indios. Tampoco había suficientes mulas y carretas para trasponer una docena de piezas de artillería.
Finalmente, el 17 de setiembre la expedición de St. Clair partió del fuerte Washington con poco mas de 2000 hombres, repartidos en dos regimientos de regulares (cada uno de 300 soldados), 800 conscriptos y 600 milicianos. Algunos oficiales y soldados iban acompañados por sus esposas. El camino resultó agotador y difícil y las deserciones se hicieron frecuentes entre los oficiales y la tropa. La disciplina era inconsistente y St. Clair y su segundo en comando, el brigadier general Ricardo Butler, nombrado por el inefable secretario de guerra, apenas cruzaban palabra el uno con el otro. Como si ello fuera poco, la fuerza expedicionaria carecía de información con respecto a que hacía el ejército indio o donde se encontraba. El general St. Clair, con su característica arrogancia, llegó a pensar que los indios abandonarían sus poblados y clamarían por la paz conforme sus fuerzas se adentraran en su territorio. En este proceso los norteamericanos quemaron algunos villorrios y asesinaron niños y mujeres, hecho que causó una profunda indignación y sentimiento de revancha entre los hombres de Pequeña Tortuga. Asimismo, cuando las avanzadas estadounidenses observaban a alguna partida de guerreros, simplemente las catalogaban como un grupo de caza. Por su parte, los indios venían recabando importante inteligencia sobre los movimientos de sus adversarios provenientes de los desertores o de exploradores capturados que habían sido enviados por St. Clair a espiarlos. Sobre la base de esta información y previo consejo de guerra, el 28 de octubre de 1791 las fuerzas de confederación india, aproximadamente 1,000 guerreros, partieron de la aldea de Kekionga para dar encuentro a los estadounidenses que venían por el sur.
Seis días después, el 3 de noviembre, las tropas de St. Clair alcanzaron un tributario de río Wabash, 85 kilómetros al sudoeste de su objetivo en Kekionga. Dicho lugar, elevado con relación a los alrededores, fue escogido como el sitio ideal para establecer el campamento nocturno. En aquellos momentos él ejército de St. Clair se había reducido a 1,400 soldados y milicianos y 86 oficiales por efecto de las deserciones y por el hecho que un batallón permanecía algunos kilómetros atrás en los fuertes de la retaguardia.
En la madrugada del 4 de noviembre, cuando la fuerza de St. Clair descansaba en absoluta tranquilidad, los mil indios bajo Pequeña Tortuga, armados hasta los dientes y dispuestos a todo, hicieron su aparición. Los sorprendidos estadounidenses cayeron en un estado de consternación ante los salvajes gritos de los indios, quienes con los rostros pintados y provistos de cuchillos, Tomahawks y rifles, avanzaban por los cuatro lados del campamento. De inmediato se lanzaron al ataque sin dar a los hombres de St. Clair tiempo de salir de su letargo y preparar la defensa. Se desató entonces un fiero combate que duró aproximadamente dos horas. Los indios no mostraron el menor temor a sus adversarios, ni siquiera a los desesperados intentos de aquellos por repelerlos a la bayoneta. Conforme transcurrieron los minutos, el piso se fue cubriendo de cadáveres, particularmente de los oficiales a quienes los indígenas, muy inteligentemente, seleccionaron como sus primeros objetivos. La tropa, sin conductores, perdió el poco orden que le quedaba, entró en pánico y se derrumbó como unidad combativa, siendo masacrada sin misericordia por un adversario despiadado al que no sólo superaban en número sino al que despreciaban por considerarlo inferior y salvaje. Los sobrevivientes huyeron despavoridos dejando atrás a los muertos y heridos así como casi todo su armamento y equipo.
El combate dejó cerca de 700 estadounidenses muertos, de los cuales 637 eran soldados y milicianos y por lo menos 56 mujeres que acompañaban la expedición. También tuvieron 253 heridos. Decenas de otras mujeres y niños fueron hechos prisioneros. Perdieron también 8 cañones y 1,200 mosquetes. Los indios por su parte, sólo tuvieron 21 muertos y 40 heridos. Había sido sin duda una victoria contundente e inobjetable para la confederación que dirigía Pequeña Tortuga. St. Clair y los sobrevivientes se replegaron hacia el fuerte Jefferson, una de las dos postas levantadas al sur por la expedición ubicada a 35 kilómetros de distancia y posteriormente retornaron humillados al fuerte Washington. Los valiosos pertrechos dejados en el campo de batalla motivaron que los indios desistieran de perseguirlos, prefiriendo concentrarse en el saqueo del armamento, utensilios y objetos personales abandonados. En su libro “La Vida de Washington”, el historiador estadounidense Irving describió la reacción del presidente, quien al ser informado de la hecatombe habría exclamado a su secretaria: ¡Todo ha terminado, St Clair derrotado! Casi todos los oficiales muertos, los hombres masacrados. Muy duro de imaginar y una sorpresa impredecible... imaginar que un ejército ha sido cortado en pedazos y masacrado por sorpresa, justo lo que le advertí que tuviera cuidado. ¡Oh Dios, oh Dios! ¡St. Clair es peor que un asesino!. ¿Ahora como podrá responder a su país? Las consecutivas derrotas de los generales Harmar y St. Clair, hicieron aparecer a los indios de Ohio como invencibles. Fort Recovery fue sin duda la batalla más sangrienta en la historia pionera de los Estados Unidos pues tuvo tres veces más muertos de lo que tendría el Séptimo de Caballería, 85 años después, en la legendaria batalla del Pequeño Gran Cuerno y en términos relativos se convirtió en la peor derrota militar en la historia del país porque dejo a los Estados Unidos con un ejército regular de apenas 300 hombres. El Congreso estadounidense reaccionó al desastre duplicando al año siguiente el número autorizado de conscriptos del ejército y nombrando al general Antonio Wayne para concluir la misión de St. Clair.
El nuevo general demostraría que las fuerzas armadas de los Estados Unidos habían aprendido de las valiosas lecciones dejadas por aquellas derrotas. En junio de 1792, en Pittsburg, Wayne reorganizó a sus tropas para conformar una legión compuesta, en términos estratégicos, por cuatros sub legiones, cada una de estructurada como un equipo de combate consistente en dos batallones de infantería, un batallón de rifles, un escuadrón de caballería y una compañía de artillería. En la primavera de 1793, luego de un intenso entrenamiento, la legión se dirigió a fuerte Washington donde se unió a una fuerza de caballería conformada por conscriptos de Kentucky. Los indios por su parte, a pesar de su contundente victoria, no fueron capaces de sacarle provecho pues para mediados de noviembre de 1791 la gran mayoría de su ejército irregular se había diseminado.
A inicios de octubre de 1793, después de fracasadas las negociaciones de paz, las tropas del general Wayne avanzaron lentamente por la ruta que dos años atrás siguiera St. Clair, hacia el fuerte Miami, construyendo nuevas fortificaciones en el camino. En la primavera del 94 un destacamento de 150 hombres alcanzó el lugar donde St. Clair había sido derrotado y levantó en el lugar el fuerte Recovery. Unas semanas después (junio), más de mil guerreros indios asaltaron el fuerte durante diez días pero fueron rechazados y forzados a retirarse. En julio Wayne continuó su avance con una fuerza de 3,000 efectivos, que incluía 1,400 voluntarios. Se detuvo para construir el fuerte Defiance en la conjunción de los ríos Glaize y Maumee y el 15 de agosto reanudó la persecución de los indios. Al llegar a Fallen Timbers, un área cercana a fuerte Miami, los indios, nuevamente dirigidos por Pequeño Tortuga, se dispusieron a pelear. El encuentro se efectuó el 20 de agosto y tras dos horas de combate, que se caracterizó por la excelente táctica adoptada por Wayne y el buen desempeño de sus bien entrenadas tropas, los indígenas sufrieron una contundente derrota. El ejército norteamericano tuvo 30 soldados muertos y 100 heridos. No se pudo precisar con exactitud el número de bajas indias, pero probablemente aquellos tuvieron unos 200 muertos –la quinta parte de la fuerza comprometida en combate- y unos 300 heridos. A continuación el ejército estadounidense se dedicó a destruir las aldeas indias de la región y menos de dos meses después, el 22 de octubre de 1794, una salva de quince cañonazos marcó la inauguración del fuerte Wayne, nuevo símbolo del dominio norteamericano en el territorio.
Después de la decisiva victoria estadounidense de Fallen Timbers la mayoría de indios de Ohio decidieron que había llegado el momento de firmar la paz. El 3 de agosto de 1795, jefes de las tribus Wyandot, Delaware, Shawnee, Ottawa, Miami, Chippewa, Potawatomi, Wea, Kickapoo, Eel River, Piankashaw y Kaskaskia suscribieron el Tratado de Greenville, mediante el cual las tribus cedieron sus tierras al sur y al este de Ohio. Asimismo, los indios mantuvieron el derecho de caza en la región y el gobierno renunció a sus reclamos sobre las tierras al norte y al oeste de la línea fronteriza establecida en el tratado, es decir, este del río Mississippi, norte del río Ohio y sur de los Grandes Lagos. De igual forma, Estados Unidos entregó a los indios US$ 20,000 en provisiones y se comprometió a una entrega similar anual por valor de US$ $9,500. En el verano del año siguiente, previa celebración de un consejo indio, la confederación aceptó los términos del tratado, el que finalmente abrió el camino para una rápida colonización del Territorio del Noroeste al cesar el estado de hostilidades. Lógicamente el acuerdo con los indios, como tantos otros suscritos en el siglo posterior, jamás fue respetado por el gobierno norteamericano. En 1818 Estados Unidos forzaría a los Miami a entregar su última reservación en Ohio, trasladándolos a la Florida. Otro tratado suscrito entre los Estados Unidos y Gran Bretaña resultó en la evacuación de los puestos fronterizos británicos en el Territorio del Noroeste.
El general St. Clair por su parte solicitó ser sometido a una corte de investigación. Sin embargo, a pesar de ser exculpado por la Cámara de Representantes del Congreso que le elogió por haber demostrado un “comportamiento galante” en combate, no tuvo más remedio que renunciar al ejército. El presidente Washington lo mantuvo como gobernador del Territorio del Noroeste pero en 1802 fue cesado en el cargo pues Ohio estaba próximo a convertirse en Estado y el ex general tenía muchos enemigos que no deseaban su participación política. Retornó a Ligonier, donde se dedicó a la agricultura y pasó el resto de su vida intentando limpiar su reputación de los reproches a los que constantemente era sometido por la derrota de Fort Recovery. Falleció en la pobreza y casi olvidado en 1818.
La campaña contra la confederación de tribus del Territorio del Noroeste no sería ni la primera ni la última que enfrentaría a los nativos nómades contra el ejército de los Estados Unidos. Otras campañas indias célebres serían las sostenidas contra los Tippecanoe (1811), Creeks (1813-1814 y 1836-1837), Seminoles (1817-1818; 1835-1842; y, 1855-1858), Black Hawk (1832), contra los Comanches (1867-1875), Modocs (1872-1873), Apaches (1873 y 1885-1886), Sioux (1876-1877), Nez Perces (1877), Bannocks (1878), Cheyennes (1878-1879), Utes (1879-1880) y Pine Ridge (1890-1891).
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