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Marín Saura, Islazul

Por Héctor Rosales

Del azul. Huerga & Fierro, Madrid 2000
"en medio de las aguas otras aguas
otro azul entre azules, otra espuma"
Pablo Neruda

La cita nerudiana está elegida por Juana para una de las secciones de su libro Del Azul, y en la otredad de aguas, azules y espumas cifra la poeta su destino, las metas domiciliares donde le alojará su poesía. En este reciente título de la autora murciana también se suma otro ámbito frecuentado por los poetas: la isla. Precisamente el volumen se abre con un epigrama llamado “Isla”, y en él la meta más significativa de la poética de Juana Marín Saura: el interior humano, la geografía intimista, la apuesta radical por la trascendencia que sólo puede respirar desde el espíritu: "A tus entrañas desciendo / para sentirte cerca, / mi adorada isla."

Si nos detenemos en algunos enfoques de Leopoldo de Luis (responsable del prólogo) hallamos varios escalones puntuales para el acceso a la obra y su autora:

[...] Es un libro con unidad de acento, envuelto en un aura común, de suerte que sus discontinuidades son suspiros, tomas de aliento. Lo que comienza impulsado por un anhelo, se continúa en la luz capaz de cubrir la sombra, o en el olvido, o en la soledad. Lo que se alza con ímpetu de ola se transforma en arte o en ternura infantil. Lo que se duele de la frustración amorosa se hace escritura poética y el poema se hace carne y el deseo se vuelve al mar y al azul. [...] Lo que quiere decir –según creo– que Juana es poeta de lo que sueña más que de lo que vive, aunque sueño y vida cobran en sus poemas una experiencia real.

Experiencia real como cualquier experiencia poética, tanto sea soñada como vivida; al fin y al cabo toda percepción profunda del fenómeno vital se cuida mucho de las distinciones entre sueño y vida, cuando la incertidumbre está en el fondo del mar donde circulan los empeños humanos más lúcidos.

Desde sus primeros versos Juana es consciente de esta ambigua situación. En uno de sus libros, Rondo veneziano (Murcia, 1985) ya nos advertía: "que no todo lo de color verde es esperanza, / que la soledad se pasea demasiadas veces / con olor a naufragio e incendio provocado, / que esas noches parecidas al cristal / también se rompen / también se engañan traspapelándose bajo auroras de voces imprevistas." (del poema "A ti pequeño"). Y en el mismo libro y otro poema: "que las estaciones vienen / y se marchan sin apenas darme cuenta."

En esta última imagen surge sensitivamente la incidencia del tiempo, un verdadero leitmotiv en toda la obra de Marín Saura y, qué duda cabe, del arte en general. Juana lo encara armándose de un acentuado lirismo; sus letras se afilian a una personalizada decantación de situaciones propias y externas, donde las tres formas singulares (yo, tú, ella) se alternan para dar noticia de la aventura existencial domesticada, familiarizada a la zona más próxima, más sencilla, aunque no menos honda en la expresión poética.

En décadas de muy variadas experimentaciones verbales, donde sobrevive y aún se proyecta fecundante la herencia surrealista (si bien transformada, dosificada en otros planteamientos estéticos), la actitud literaria de Juana J. Marín Saura se ha mantenido fiel a un tono despojado de artificios, interesado en la íntima comunicación con el lector, en una comunión desde las sustancias/circunstancias más determinantes de su voz y, por extensión, de los oídos y voces semejantes: la soledad, el dolor y la ternura de lo cotidiano, el paso del tiempo.

Se pueden apreciar aleteos de Jiménez, Cernuda, Ibarbourou, Valente, entre otros vuelos que convergen en las rutas aéreas, pero además terrestres, muy atentas al suelo, de Marín Saura. Rutas que no eluden la compañía del silencio, las ráfagas místicas que se cruzan en los entresijos del poema, las interrogantes sucesivas que jamás estarán fuera de los manuales del viaje.

En entrevista publicada en el periódico La Verdad (Murcia, 7/4/2000), nuestra poeta expone: "La poesía es, más que una forma melancólica, un mundo en el que sumergirse para adquirir otros colores, otros puntos de vista. Poner alas a los ojos, para volar hacia otros paisajes, ya sean reales o imaginarios."

Y refiriéndose a su más reciente poemario: "He pretendido que Del Azul sea un viaje por la profundidad de la luz, el color, el mar, que todo lo llena, lo atrapa, lo acaricia y lo arrebata. Una ruta azul por los sentimientos, los lugares, los amigos y la memoria en brazos del tiempo. Puede que la nostalgia, a veces, pero también la esperanza y el recuerdo."

La bibliografía de Juana J. Marín Saura se inicia en 1975 con la publicación de Desde el fondo mismo (Ed. 23/27, Murcia) y prosigue con El silencio de las lilas (Ed. Torremozas, Madrid, 1984), el citado Rondo veneziano (Ed. Ayuntamiento de Alcantarilla, Murcia, 1985), Pagoda de diamantes (Ed. Libertarias, Madrid, 1988), El rastro del pincel (Ed. Universidad de Murcia, 1988), No son ángeles (Editora Regional de Murcia, 1988), A través de la luz, por el que recibiera el Premio de Poesía Zenobia 1989 (Ed. Colec. Rabindranath Tagore, Madrid, 1990), Para detener el tiempo (Ed. Colección Adonais, Madrid, 1990), Habitar el aire (Huerga & Fierro Editores, Madrid, 1996), hasta el libro que nos ocupa, Del Azul, aparecido en Madrid hace pocos meses mediante los editores de su trabajo anterior.

Dos de estos títulos, A través de la luz y Habitar el aire, han sido transcritos al sistema Braille, en 1996 y 1998 respectivamente.

La autora española, nacida en Alcantarilla (Murcia) el 1 de diciembre de 1953, se graduó en Artes y Oficios Artísticos, diplomada en Artes Plásticas. Durante los años 1994-95 colaboró como articulista en los diarios murcianos La Opinión y La Verdad. Además de ejercer la enseñanza en su tierra natal, ha participado en lecturas de poemas, conferencias, presentaciones de libros y numerosas iniciativas culturales dentro del territorio español.

Pero mi primer recuerdo de Juana se remonta a mediados de 1980 en Rubí (Barcelona), cuando un común amigo (el pintor Manolo Belzunce, también nacido en tierras de Murcia) me mostrara un ejemplar de la revista literaria Azahara, donde aparecían textos de la poeta que, por otra parte, había sido cofundadora de esa publicación.

Belzunce me anotó las señas de Juana, y desde entonces mantenemos una amistad y una correspondencia epistolar que, doy fe, corrobora su profunda honestidad creativa, su constante interés por el arte y la cultura en todas sus vertientes, la fidelidad inalterable a la poesía, los propios ideales, las personas.

Juana confesaba en la entrevista de este abril publicada en La Verdad: "A lo largo de cada día de mi vida no he intentado otra cosa que no sea descubrir el misterio que encierran las palabras, bucear en su abismo, procurando alcanzar el sentimiento más armónico y coherente que pueda iluminar la existencia diaria."

Idealista, sí, solitaria, artesana de innumerables transparencias donde los sentimientos y las reflexiones se dan la mano con aparente sencillez para esa búsqueda permanente de la luz. La luz necesaria para cada rincón cotidiano, y a la vez para ese abismo que está dentro y fuera de las palabras. Pero en todo caso la palabra como balsa suficiente para el agitado océano donde transcurren los días humanos.

Una balsa en la noche desde la cual podemos ver igualmente la luz de alguna estrella, alta e imprecisa, casi imposible, aunque tutora de ese aliento que promueve la continuidad de nuestros esfuerzos. Juana siempre comprendió esa presencia, como cuando citó a Leonardo da Vinci en la última parte de otro de sus poemarios para revelarnos que no es tan frágil quien persigue islas, azules, o fulgores lejanos:

"No se tambalea el que está sujeto a una estrella."

*

Del azul

Del azul. Tres poemas

Olvido
¿Qué pensar cuando la mente humana
comienza su burbujeante vacío
de túneles pintados por la duda?

¿Cómo detener el tiempo lúcido que nos quede
ante los espacios, los nombres y los rostros,
intentándolos guardar trabajosamente esperanzados,
en el elegido compartimento de la memoria?

¿Qué hacer, cuando nuestro recuerdo se empeñe
en olvidar que existimos todavía?

Cita
Yo tenía una cita
en la que me quedé olvidada
como un paraguas sin lluvia
a las puertas de un hotel.

Testigo sin descanso de mi abandono
fue una gaviota gris,
que en medio de la noche
sobrevoló, una y cien veces,

el cielo de la calle.

Latir

Late mi casa, laten sus paredes

los malheridos pilares
ue nos soportan sin quejarse.
Late el tiempo y las hojas,
mis polvorientos balcones,
la ciudad que agota todas las expectativas
desde el interior de sus entrañas.

Mi corazón que ha dejado de latir.


Héctor Rosales nació en Montevideo (Uruguay), en 1958, y radica en Barcelona desde 1979. Ha publicado los libros: Visiones y agonías (Barcelona, 1979), Espejos de la noche (Madrid, 1981), Carpeta 1 (Barcelona, 1982), Espectros (Gijón, 1983), Desvuelo (1ª ed. Montevideo-Barcelona, 1984; 2ª ed. corregida y aumentada: Barcelona, 1997), Alrededor el asedio (Montevideo, tres eds.: 1989/92/93; Primer Premio 1992, Ministerio de Educación y Cultura, Uruguay) y Habitantes del grito incompleto (Montevideo, 1992). Su obra se extiende con varios pliegos y/o folletos (generalmente publicados como adelanto de libros), cuyo título más reciente es El manantial invertido (cuatro eds.: Barcelona 1994/96, Santiago de Compostela, 1995). Ha sido incluido en antologías, catálogos, libros colectivos y publicaciones de diversos países, algunos de sus textos se han traducido al francés, portugués, catalán, gallego, polaco, inglés y alemán. Es autor de la breve antología Voces en la piedra iluminada / Diez poetas uruguayos (Toledo, 1988) y ha colaborado en numerosas revistas de arte y literatura.


RELiM
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