Santiago de Chile, Martes 21 de Marzo de 2000
Año Decisivo Para las Ballenas
En las próximas semanas el tema de la caza y
comercialización de su carne nuevamente será objeto de
discusión, al menos en el caso de la especie Minke.
Por Richard García
"Eran tantas las ballenas que se encontraban junto a las islas que
era menester navegar con tiento, huyendo a cada paso, ya de ésta,
ya de aquélla, por ser muchas las que se atravesaban e impedían
a
la nave su viaje".
Así describía el navegante holandés Jacob Le Maire,
descubridor
del Cabo de Hornos, la proliferación de estos cetáceos en
las
aguas australes chilenas en 1616. Tal abundancia de estos
mamíferos marinos es hoy historia.
Su población mermaría drásticamente en los siglos
siguientes
debido a su sobreexplotación. Uno de los casos más dramáticos
es
el de la ballena Azul o Rorcual Gigante (Balaenoptera musculus
intermedia), cuya población original era cercana a los 210 mil
individuos.
Hoy apenas llegan a tres mil en el hemisferio sur, de las cuales la
mayoría corresponde a la Azul Pigmea (Balaenoptera musculus
brevicauda), según datos recopilados por los investigadores Anelio
Aguayo, Daniel Torres y Jorge Acevedo, en un artículo sobre los
mamíferos marinos chilenos publicado en la revista Serie Científica
del Instituto Antártico Chileno (Inach).
Se afirma allí que entre 1929 y 1971 se cazaron unos 2.982
ejemplares en aguas de Chile continental. En tanto, en el sector
antártico nacional, se capturaron 27.720 individuos sólo
desde 1911
a 1929.
A partir de 1966 ha estado prohibido cazarlos, pero esta medida no
ha logrado que aumente su número.
Para Gabriel Henríquez, biólogo y asesor de Greenpeace Chile,
ello
ocurre porque, en general, las ballenas tienen un largo ciclo de
gestación y sólo dan a luz una cría cada uno o dos
años. Además,
éstas requieren dos años más de cuidados maternos
antes de
sobrevivir por sí solas. Incluso pasará tiempo hasta alcanzar
su
madurez sexual.
Tras la prohibición de la caza de la Ballena Azul, la industria
dirigió
su interés hacia otra menor, el Rorcual Común o Fin (Balaenoptera
physalus), acabando con el 95% de su biomasa hasta que fue
protegida en 1976. El Rorcual Boreal, de Rudolphi o Sei
(Balaenoptera borealis), también de menor tamaño, se convirtió
en
el blanco siguiente y para 1978 y necesitó protección.
En los siglos anteriores la caza intensiva llevó casi a la extinción
de
la Jorobada o Yubarta (Megaptera novaeangliae) y de la ballena
Franca Austral (Eubalena australis). Esta última representó
durante el siglo XIX el 78% de las capturas.
Debido al peligro de extinción de la mayoría de las ballenas,
la
Comisión Ballenera Internacional (CBI) determinó en 1986
una
moratoria indefinida de la caza comercial, medida resistida por
países que la capturan y/o consumen como Noruega y Japón.
Este último finalmente consiguió la autorización para
desarrollar la
llamada caza científica (captura de cierta cuota anual para
investigación) sobre la especie Minke (Balaenoptera
acutorostrata), la que según estimaciones del comité científico
de la
CBI alcanzaría una población superior a 700 mil.
Según el argumento japonés, el tema debe abordarse
científicamente, dejando de lado consideraciones emocionales o
políticas. Así, no deberían existir restricciones
para cazar una
cantidad limitada de especies abundantes, como actualmente
ocurriría con la Minke.
A juicio del biólogo especializado en cetología y director
del
departamento científico del Centro para la Investigación
de
Mamíferos Marinos Leviathan, Gian Paolo Sanino, la propuesta de
volver a una caza comercial es la más grande amenaza mundial
para las ballenas. "Noruega y Japón cometen un serio error al no
reconocer la evidencia que demuestra que la Minke en realidad
corresponde a dos especies distintas agrupadas artificialmente en
un único conjunto, con lo que al combinarlas sobredimensionan su
número poblacional".
Al respecto, Aguayo está de acuerdo en que existen dos especies,
pero insiste en que una de ellas, la antártica (Balaenoptera
bonaerensis) supera los 700 mil individuos.
La polémica seguirá. Sectores ambientalistas advierten que
Japón
y Noruega buscarán conseguir la liberación del comercio
internacional de carne de ballena - primer paso para reanudar las
capturas, advierten- , en la reunión que se realizará el
próximo mes
en Kenya para controlar el tráfico de especies en peligro.
Los defensores de las ballenas, apoyados por EE.UU. y Australia,
también están activos. A la existencia de los santuarios
balleneros
del Oceáno Indico (1979) y Circumpolar Austral (1994) ahora
proponen sumar uno en el Pacífico Sur e incluso está la idea
de
hacerlo global.
POR DISTINTAS AGUAS
Existen dos tipos de cetáceos, los odontocetos que se caracterizan
por poseer dientes, como los delfines, marsopas y cachalotes, y los
misticetos, que no poseen dientes sino barbas.
De los segundos, en Chile están presentes, aparte de todos los ya
citados, la Franca Pigmea (Caperea marginata) y el Rorcual de
Bryde (Balaenoptera edeni). Esta última es la única de las
grandes
barbadas cuya población se encontraría para algunos fuera
de
peligro.
El zoólogo del Museo Nacional de Historia Natural José Yáñez
explica que estos animales normalmente migran entre las aguas
polares y ecuatoriales durante el año. "En invierno se vienen a
las
zonas más cálidas y se reproducen allí para luego
parir frente a
costas chilenas y retornar a aguas antárticas en época estival".
Para Sanino, la situación de las distintas especies de ballenas
barbadas en el mar territorial chileno es compleja y difícil. "Si
bien
cuentan con relativa protección legal y están amparadas por
convenios internacionales, la fiscalización y estrategias para mitigar
el creciente impacto humano son casi inexistentes".
Estima que los principales inconvenientes para su recuperación
radican en la alteración de su entorno natural y la interacción
con
actividades humanas, principalmente la pesca industrial. Ello, sin
contar las actividades de caza.
Otro asunto pendiente es la investigación. Aún se desconoce
el
tamaño de la población local de las distintas especies, si
bien se ha
podido estimar a partir de su avistamiento por cruceros científicos.
En la ya citada publicación del Inach, los autores plantean que
es
de urgente necesidad realizar prospecciones en las áreas de
alimentación en aguas del sector chileno antártico.
Sanino precisa que si bien no se registran zonas de reproducción
y/o parición estables, sí se han detectado áreas de
alimentación.
"No significa que las otras no existan sino que falta aún más
investigación".
A juicio de Yáñez, hay desidia de las autoridades para financiar
estos estudios porque son caros, requieren barcos y no dan
resultados rápidamente.
No obstante, existen algunas organizaciones que se dedican a
contar la cantidad de ballenas y organismos como el Instituto de la
Patagonia y universidades que desarrollan investigaciones.
BALLENAS A LA VISTA
Más allá de que se verifique la abundancia de ciertas especies,
Juan Carlos Cárdenas, veterinario y director ejecutivo de la
organización ambiental Ecocéanos, afirma que la caza comercial
es
una actividad marginal, pues la mayoría de los productos que
generaba tiene sustitutos más baratos.
Destaca que hoy existen otras alternativas de uso de las
poblaciones de ballenas como la observación, actividad turística
que anualmente genera cerca de US$400 millones en el mundo.
Pero eso requiere investigación, infraestructura, educación
ambiental y vínculos con las comunidades locales.
Coincide Sanino, quien afirma que Chile posee un interesante
potencial en esta área, "pero es una actividad muy delicada que
no
da espacio para improvisar". Explica que la observación de
cetáceos debe someterse a normativas claras y que, a su vez, se
subordinen a los resultados de un permanente monitoreo e
investigación.
Cuenta que en Argentina la experiencia de Península Valdés
- hoy
patrimonio de la humanidad de Naciones Unidas- es motivo de
orgullo internacional y ha demostrado con creces ser la gran opción
a la caza. "Ello no hubiera sido posible sin la investigación científica
previa y prolongada junto a la voluntad política por proteger el
área", dice Sanino.
El biólogo estima que si en Chile se protege la actividad científica
con medidas similares, en un plazo no muy lejano se podrá
desarrollar turismo de observación de cetáceos al menos en
tres
zonas del litoral costero continental.
Quienes saben destacan como áreas apropiadas los canales de
Magallanes y Aisén, el Golfo de Arauco, las islas oceánicas,
el
parque nacional Pingüino de Humboldt (III Región) y las costa
de
Tarapacá. Y, por supuesto, la Antártida.