DEBERES DEL GENIO por Manú

 

16  :  -Prefiere ser inteligente y odiado antes que tonto y querido.

 

La inteligencia puede ser una bendición, pero también es una maldición: Si eres inteligente, tus códigos de interpretación de la realidad y de conducta serán muy diferentes y aun incompatibles con los códigos de la gente normal, que siempre están basados en la imitación y en el consenso al más bajo nivel.

Ello te hace ser un extraño entre tus propios familiares y entre tus supuestos amigos, aunque te acepten por razones sociológicas, y parezcan respetarte.

Y tú también sentirás que ellos son ajenos a tu espíritu.

Pero a lo que nadie puede renunciar es a su propia consciencia, a su forma de sentir y de ver las cosas, a sus más íntimas convicciones; cualesquieras que fueren las consecuencias. Y las consecuencias son que si no piensas y sientes exactamente como los demás, te rechazan mientras pueden, y te odian cuando ya no pueden hacer otra cosa.

La inteligencia es como una mirada desde la frente o desde lo profundo del cerebro, y -si VES- tu situación es mucho peor que si vivieras entre ciegos; pues los ciegos reconocen que los videntes tienen algo POSITIVO de que ellos carecen pero que APRECIAN; mientras que los... normales aborrecen que alguien tenga en ejercicio alguna otra facultad que ellos no hayan desarrollado.

Ser inteligentes no tiene nada de fácil, pues la inteligencia es el resultado de continuos ejercicios de observación y de reflexión, de análisis y de síntesis, de imaginación y de autocrítica. Y uno sabe perfectamente que la gente es tonta porque es VAGA; como son pobres porque no se autoprograman para hacerse ricos ni cumplimentan en la práctica los fatigosos ítems de esa programación.

Y cuando la gente mediocre te exige que te atengas a su mediocridad y que no sobresalgas... simplemente Te Rebelas, y dices que NO. Porque no sería justo.

El odio de los mediocres a los inteligentes es -de momento- un tributo que hay que pagarle a la vida por ser cada cual como haya llegado a ser; y también es la consecuencia lógica de la envidia del inferior al superior; y finalmente es una forma de expresar su miedo pánico ante la llegada cada vez más inminente de un mundo gobernado por la inteligencia en vez de por la mediocridad, -lo que a estas catastróficas alturas de la economía y de la delincuencia es lo único que podría tal vez remediar algo las cosas-.

M a n ú

 

17  :  -Avidez por los conocimientos y la información que necesita.

         La actividad de las personas inteligentes es primordialmente mental, para pasar luego a la acción. En esta primera fase se diseña un plan de trabajo en base al objetivo que se haya propuesto. Es entonces cuando comprende que algunos puntos de ese plan no tienen la suficiente solidez contando sólo con el material que tiene en su memoria, y ve que necesita comprobar la verdad y la exactitud del postulado de cada uno de esos puntos del plan de trabajo.

Y como toda persona inteligente es extremadamente desconfiada respecto a la completud de los contenidos de su propia memoria, busca inmediatamente la forma de confirmar y completar la constelación semántica del dato que va a ser básico en su argumentación constructiva.

Normalmente estas personas con cierta responsabilidad en su trabajo nunca laboran en solitario, sino que suelen rodearse mediata o inmediatamente de asesores y ayudantes, con los que forman equipo, lo sepan ellos o no. Deben por tanto tales jefes ser muy exactos y concretos en sus peticiones de datos e información, por una cierta "economía de la obediencia" que procura mantener y no malgastar el quantum de disponibilidad de sus colaboradores. Resulta así una ecuación de urgencia y de placidez indispensable para que el equipo funcione sin ser consciente de ello, y para que la información afluya sin cortes ni estridencias. Son falsos o inoperantes todos los clichés de activismo que suelen ofrecer el cine y la literatura, diseñados por quienes no conocen a fondo la productividad real y el desarrollo del trabajo intelectual, que requiere de un ambiente sereno pero intensamente operativo, en absorta concentración.

Casi todo el trabajo intelectual verdadero se realiza en el pensamiento. Afuera están los reservorios de datos y los instrumentos de cruzado, pero es dentro de la mente donde se realizan los acoples de las ideas y de los vectores en que aquéllas se sitúan. Por eso la información es importante, pero no es ni mucho menos lo principal de las tareas en que están inmersas las personas realmente inteligentes.

M a n ú

 

18  :  -Darle una orden a su segunda conciencia para que trabaje por él.

La persona inteligente moderna ha procurado informarse de los recientes descubrimientos efectuados en el campo de la psicología y conoce la existencia del subconsciente; la persona inteligente de la Antigüedad conocía la existencia de los dioses y de los daimones que inspiraban revelaciones en el sueño y mediante ciertos prodigios ocurridos al azar; en ambos casos todas las personas inteligentes han sabido siempre que además de su pensamiento y de su lógica voluntarios funcionan y producen resultados cognoscitivos otros mecanismos menos conocidos de su propia mente, -o de la divinidad-.

Sócrates se lo consultaba todo a su Daimón, que era un espíritu al que sentía a su lado, -como después y durante muchos siglos se ha sentido la compañía de los ángeles de la guarda-, y el Daimón le daba soluciones puntuales en todas las cuestiones. Los ángeles de la guarda también eran eficientes en este tipo de consultas. Pero actualmente lo que funciona es la Segunda Consciencia.

Llámese como se quiera, el hecho es que existe un trasfondo de inteligencia en la mente humana -una segunda consciencia como demuestra Hugo Luchetti- capaz de realizar operaciones al margen de la consciencia vigiliar. Esa segunda consciencia puede ser condicionada para actuar en coordinación subordinada respecto a la primera consciencia, -con la que el yo personal de identifica-.

Neurológicamente, la segunda consciencia tendrá tal vez explicación en algún circuito neuronal secundario -quizás de reserva- en el área asociativa frontal.

Cualquiera que fuere la explicación, lo que ahora nos compete es utilizar a esta segunda consciencia en beneficio de nuestros propósitos y designios, dejando a su actividad pequeñas cuestiones al principio, y posteriormente cuestiones de mayor envergadura, -pero reservándonos siempre el derecho y el ejercicio de la autocrítica vigiliar, (pues no es cosa de actuar sólo en base a intuiciones, por muy acertadas que suelan ser)-. Ya que nuestra responsabilidad personal decisoria no debemos delegarla ni transferirla a nada ni a nadie, y ni siquiera a un mecanismo de nuestro propio inconsciente.

La forma de entregar cuestiones a nuestra segunda consciencia es olvidando:

Primero hay que plantearse muy bien la cuestión en todos sus términos; para en la siguiente fase olvidarla voluntariamente y confiar en el subconsciente: La analogía más aproximada a este modo de actuar es observando el modo en que se cumplimenta la orden dada por un jefe a un subordinado: El jefe explica al subordinado lo que quiere que realice, y enseguida le deja marchar para que cumpla la orden. No le retiene repitiéndole vez tras vez machaconamente las instrucciones, sino que se lo explica una sola vez muy claramente y le deja ir.

Cuanto más intensa y profunda sea nuestra convicción y nuestra seguridad en ser obedecido por nuestra segunda consciencia tánto más rápida y eficaz será su obediencia y más completos y prontamente nos proporcionará resultados.

M a n ú

 

 19  :  -Valora los principios ajenos y no se encierra en los propios.

Toda persona inteligente tiene muy despierto el sentido del respeto. Sabe que la mayoría de las personas no tienen auténticos principios morales y fácticos, sino sólo costumbres comunes compartidas, pero aun así no intenta imponer a nadie sus peculiares puntos de vista, aunque sí los muestra con claridad.

En el fondo sabe que cada persona no puede hacer otra cosa que lo que las circunstancias y su personal modo de ser le obligan a hacer. Esta regla o ley la persona inteligente no se la aplica jamás a sí misma, pues se siente en el deber de superar los condicionamientos, pero a los demás sí les reconoce el derecho a ser normales y vulgares. Muy distinta es su actitud respecto a las otras personas que reconoce también inteligentes, y obedientes por tanto a sus propios principios en el sentir y en el hacer. A estas otras personas intenta comprenderlos y aprender de ellos, valorarlos en sus obras, y asimilarlos a su vida aunque sea a distancia, como se hace con los buenos escritores.

M a n ú

 

20  :  -Receptividad y osadía.

La capacidad para darse cuenta de que algo o alguien nos necesita no es muy común entre el personal humano, pero sí lo es entre las personas con un alto grado de receptividad, -telepática respecto a los seres, estructural respecto a las cosas-.

Las cosas "hablan": Los objetos y los vacíos nos están diciendo algo; y a veces nos están pidiendo que les hagamos alguna determinada modificación.

A falta de un esquema ontológico general que nos englobe a todos los seres y cosas en una continuidad internamente interactiva, tendremos que aviarnos con una sensación de compromiso personal con nuestro entorno y con los seres y cosas que lo forman. Cada uno está comprometido con los objetos de su propiedad y con los seres que comparten su mundo privado. Hay reglas de conservación y mantenimiento que cada cual ha de cumplir, si no quiere caer en decadencia. Son reglas de responsabilidad asumidas voluntariamente por los estratos conservadores de la personalidad e incorporadas a la agenda de actividades rutinarias de cada persona.

De cualquier cambio situacional o puntual que ocurra en esa interrelación es alertada la consciencia inmediatamente por unos mecanismos de sensibilidad que tendrán mayor o menor acceso al yo cuanto mejor o peor estructurado esté su sistema de relación con los diferentes órdenes de seres y cosas. Hay personas que apenas se dan cuenta de esos cambios o emergencias, y los hay que notan la más mínima variación. A esto último se llama receptividad.

La receptividad va unida a algún tipo de respuesta, fáctica o simplemente consciencial, por la que se hace algo o se toma buena nota de que se ha entendido el mensaje. A su vez el entorno que nos rodea tiene muchísimos círculos concéntricos, -desde los más inmediatos y hogareños hasta los más remotos en el espacio y en el tiempo y en la relación-. Todo nos afecta, con muy diversas intensidades según sea la apertura de nuestros intereses.

La respuesta inteligente es siempre audaz, cualquiera que sea su forma, y osada en el sentido vertical de establecer rampas entre distintos niveles.

Es en realidad un "vuelo", -que pertenece mucho más al mundo de los pájaros que al de los animales terrestres-. Cuanto más audaz y osada sea la respuesta mayor será el riesgo de un mal tropiezo que habrá que tener en cuenta en lo sucesivo, pero que no hace sino enriquecer las técnicas sutiles del atrevimiento.

M a n ú