La niña náhuatl.
Ernesto Cardenal.


Olocuilta entre Temimilco y Xilita,
Olocuilta, y yo allí chiquita en ese vallecito.
La casa de techo de tejamanil.
La cerca de chalhuite,
Un cocinero con tres tenamastes, un metate,
la olla para el nixcome de maíz.
En un rincón un cajón para los trastes.
En un gancho la canasta de las tortillas.
El piso de tierra bien barrido.
El altar con la estampa de la Virgen.
De una solera guindados los guineos.
La ventana con el arroyo, el cafetal, la milpa.
Las maravillas que en agosto se abren por la tarde
con olor a miel.
Las matas de café floreando, o el café maduro.
Cerca de la ventana una bugambilia enredada en un naranjo,
Y Una chaca con tantas flores que no se le veían las hojas.


En la troja echadas las gallinas cluecas.
Los xolocos se llevaban las gallinas.
A veces se vela una xoloca cargada de xoloquitos.
El mapachín se comía los elotes.
El tejón se chupaba y se llevaba el café.
El tordo sacaba el maíz enterrado.
En la mañana yo traía el agua de la poza para el atole.
El atole de la abuela.
Con la luna todo era muy extraño.
Los tamalcuahuis brillaban en la noche.
Sus hojas parecía que estaban flotando.
En el arroyito yo tiraba piedritas al agua
y la luna caminaba en las onditas.
Chillaban las ranas y me daba miedo, no sabia por qué.
Volvía a donde veía flotar los tamalcuahuis,
parecía que jugaban.
Y todo era azul, azul, tan azul.
No era azul, ¿qué cosa era?
Y todo se veía a la luz de la luna tan bonito.
En la luna la cara de una niña.
Pregunto por qué estaba esa chamaca allí.
"¿Cuál niña? ¡Ésa es la luna!"
A veces la luna no era completa. Como un chayote.
¿Sería otra?
“Abuela, ¿cuántas lunas hay en el cielo?”
“Sólo una.” “Pero anoche era otra."
En la noche lloraba la Llorona,
lloraba en los potreros. Y la arriaban los arrieros.
El abuelo decía que el río tiene una canción,
y yo me iba a oírlo cantar.
Decía el río:
“Noooooooooo. . . noooooooo..."
un no muy largo. Y detrás algo se
“Aaaah. . . aaaah”
A veces el agua se veía amarilla, luego
El abuelo tenía razon:
El río cantaba con los colores.
Los pinos se iban de un lado a otro diciendo que no.
“Dicen que no”, decía yo.
Pero los tamalcuahuis con sus hojas decían que sí.
Como la gente: unos dicen que sí y otros que no.

"Los ovnis de oro"
Ernesto Cardenal
Siglo XXI Editores, 1988
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Más reciente revisión: Abril 6, 2002.