La Revolución de los pueblos oprimidos.
Intervención de Ernesto Che Guevara para la Tricontinental (1967).


Han pasado veintiún años del fin de la última guerra mundial y muchas publicaciones, en diversas lenguas, celebran el acontecimiento, del cual es símbolo la derrota del Japón. Un clima de aparente optimismo reina en muchos sectores de los campos adversos en que ha sido dividido el mundo.

Veintiún años sin guerras mundiales, en este tiempo de grandes contraposiciones, de desencuentros violentos y de transformaciones repentinas, parecen muchos. Pero, sin analizar los resultados prácticos (miseria, degradación, explotación siempre más intensa de enormes sectores del mundo), de esta paz por la cual todos nos declaramos dispuestos a luchar, hace falta preguntarse si es real.

No es nuestra intención, en estas notas, hacer la crónica de los numerosos conflictos locales que se han sucedido después de la rendición del Japón; ni es nuestra tarea hacer el recuento de las luchas civiles, numerosas y siempre más intensas, sucediéndose durante estos años de supuesta paz. Es suficiente llevar como ejemplo, contra este optimismo desbordado, la guerra de Corea.

En ella, después de años de lucha feroz, la parte septentrional del país fue sometida a la más terrible devastación que aparezca en los años de la guerra moderna: miles de bombas, privada de fábricas, escuelas y hospitales; privada de cualquier tipo de habitaciones para alojar a diez millones de personas.

En aquella guerra intervinieron, bajo la engañosa bandera de Naciones Unidas, decenas de países guiados militarmente por Estados Unidos, con la participación en masa de soldados norteamericanos y el uso de la población sudcoreana, arrojada como carne de cañón.

En el otro campo, el ejército y el pueblo coreano y voluntarios de la República Popular China contaban con los suministros del aparato militar soviético. Los norteamericanos, por su parte, experimentaron toda clase de armas destructivas - excepto las termonucleares, pero sí las bacteriológicas y químicas, así haya sido en escala reducida. En Vietnam han seguido las acciones, casi sin interrupción, por las fuerzas patrióticas de este país contra tres potencias imperialistas: el Japón, cuya potencia sufrió una caída vertical tras la explosión de las bombas de Hiroshima y Nagasaki; Francia, que, recuperara del Japón derrotado sus colonias indochinas, ignoró las promesas hechas en momentos difíciles; en fin, los Estados Unidos, en la última fase de la contienda.

Se verificaron desencuentros limitados en todos los continentes, mientras en el americano, por mucho tiempo, no se tuvieron más que tentativas de lucha de liberación y pronunciamientos militares: es decir, hasta que la revolución cubana no dio la señal de alarma sobre la importancia de este país, desencadenando las iras del imperialismo, que la obligó a defender sus costas en Playa Girón, antes, y durante la crisis de octubre, después. Este último incidente habría podido provocar una guerra de incalculables proporciones si se hubiera verificado, sobre el problema de Cuba, un desencuentro entre norteamericanos y soviéticos.

Todavía, hoy el nudo de las contradicciones está en los territorios de la península indochina y en los países vecinos. Laos y Vietnam son ruinas de guerra civil que cesan de ser tales apenas aparece, con todo el peso de su potencia, el imperialismo norteamericano, así que toda la zona se transforma en un detonador pronto a explotar.

En Vietnam el desencuentro ha asumido características de extrema agudeza. No es sin embargo nuestra intención hacer la historia de esta guerra, nos limitaremos a señalar algunos elementos fundamentales. En 1954, tras la decisiva derrota de Dien-Bien-Phu, fueron firmados los acuerdos de Ginebra que dividían el país en dos zonas y empeñaban a llevar a cabo elecciones en el plazo de 18 meses, para decidir quien debería gobernar Vietnam y en que modo se reunificaría al país. Los norteamericanos no suscribieron este acuerdo y comenzaron a maniobrar para sustituir al emperador Bao-Dai, cuyo trágico final -aquel del limón exprimido por el imperialismo - es bien conocido.

En los meses sucesivos a la firma del acuerdo, reinó el optimismo entre las fuerzas populares. Fueron desmanteladas las fortificaciones de la lucha antifrancesa en el sur del país y se atendió la aplicación del tratado. Pero los patriotas comprendieron pronto que ello no habría sucedido si los Estados Unidos no se hubieran sentido con ganas de imponer su voluntad en las urnas: cosa imposible, aún si hubieran podido usar todos los métodos fraudulentos. En el Sur retomada la lucha que adquirió siempre mayor intensidad hasta el momento actual, en el cual el ejército norteamericano está compuesto de casi medio millón de invasores, mientras disminuye el número y sobretodo la combatividad de las fuerzas del gobierno fantoche.

Desde hace casi dos años, los norteamericanos han comenzado a bombardear sistemáticamente la República Democrática de Vietnam en el intento de minar la combatividad del Sur y obligarlo, por posiciones de fuerza, a tratar. Al inicio, los bombardeos era más o menos aislados y eran justificados con el pretexto de represalias contra supuestas provocaciones del Norte. Después aumentaron en intensidad y método, hasta transformarse en una gigantesca batalla conducida por las unidades aéreas de los Estados Unidos, día a día, con la finalidad de destruir cualquier huella de civilidad en el Norte del país. Es un episodio de la tristemente célebre "escalatin". Los objetivos materiales de los yanquis han sido en buena media alcanzados, no obstante la intrépida defensa de las unidades aéreas vietnamitas, no obstante los mil setecientos y más aviones abatidos y no obstante los suministros bélicos del campo socialista.

Existe una penosa realidad: Vietnam, esta nación que representa las aspiraciones, las esperanzas de victoria de todo un mundo marginado, está trágicamente solo. Este pueblo debe soportar los golpes de la técnica norteamericana casi en contrastada en el Sur, con algunas posibilidades de defensa en el Norte, pero siempre solo.

La solidaridad del mundo progresista con el pueblo de Vietnam tiene el mismo sabor de amarga ironía que tenía para los gladiadores del circo romano el incitamiento de la plebe. No se trata de augurar la victoria del agredido, sino de compartir su suerte, ir con él a la muerte o a la victoria. Cuando analizamos la soledad vietnamita, nos invade la angustia por este momento ilógico de la humanidad.

El imperialismo americano es culpable de agresiones y sus crímenes están inmersos en todo el mundo. ¡Lo sabemos, señores! Pero son culpables también aquellos que, al momento de decidir, han dudado hacer de Vietnam parte inviolable del territorio socialista: ello habría conllevado quizá el riesgo de una guerra mundial, pero habría obligado también a los imperialistas norteamericanos a una decisión. Y son también culpables aquellos que tienen en pie de guerra insultos y reproches, comenzada ya desde el tiempo de los representantes de las dos mayores potencias del campo socialista.

Pedimos, para obtener una respuesta honesta: ¿está o no está aislado Vietnam, obligado a peligrosos equilibrios entre las dos potencias en contraste? ¡Qué grandeza la de este pueblo! Que estoicismo y que valor los de este pueblo y que lecciones para el mundo constituye esta lucha. Aunque no sabremos por mucho tiempo si el presidente Johnson tuviera verdaderamente intenciones de iniciar algunas reformas necesarias a su pueblo, para atenuar las puntas de las contradicciones de clase que florean con fuerza explosiva y siempre más frecuentemente. Lo que sí es cierto, es que las medidas anunciadas con el pomposo título de "lucha por la gran sociedad" han caído en el cementerio de Vietnam.

La potencia imperialista más grande siente en las vísceras la hemorragia provocada por un país pobre y marginado y su fabulosa economía resiente el esfuerzo bélico. Matar no es el mejor negocio para los monopolios.

Armas de defensa, y en número insuficiente, y todo aquello que tienen estos soldados maravillosos, además del amor por su patria, su sociedad y un valor a toda prueba. El imperialismo está empantanado en Vietnam; no tiene vía de salida y busca desesperadamente un modo que les permita salir con dignidad de este peligroso frente. Pero los "cuatro puntos" del Norte y los "cinco" del Sur lo atenazan haciendo más dura la batalla. Todo parece indicar que la paz - esta paz precaria, a la cual se le ha dado este nombre solo porque no ha sucedido ninguna conflagración de dimensión mundial - esté aún en peligro, para cualquier paso irreversible e inaceptable de los norteamericanos.

Y a nosotros, explotados del mundo, ¿qué tarea nos espera? Los pueblos de los tres continentes observan y aprenden sus lecciones en el Vietnam. Ya que con la amenaza de la guerra de los imperialistas ejercitan su recado a la humanidad, no temer a la guerra es la respuesta justa: atacar duramente e ininterrumpidamente en todo punto de batalla, debe ser la táctica general de los pueblos.

Pero en los lugares en los que la miserable paz que toleramos haya sido rota, ¿cuál será nuestra tarea? ¡Liberarnos a cualquier costo!

La situación mundial es Che en el Congo muy compleja. La tarea de la liberación toca también a los países de la vieja Europa, desarrollados lo suficiente como para sentir todas las contradicciones del capitalismo, pero tan débiles como para poder seguir el ritmo del imperialismo y tomar esta calle.

Ahí las contradicciones asumirán en los próximos años carácter explosivo; pero sus problemas, y como consecuencia sus soluciones, son diferentes que las de nuestros pueblos sujetados y económicamente marginados. La explotación imperialista se ejercita sobretodo sobre tres continentes marginados: América Latina, Asia y África. Cada país tiene características propias, pero también los continentes tienen, en su interior, características propias.

América Latina constituye un complejo más o menos homogéneo; en casi todo su territorio los capitalistas monopolistas norteamericanos mantienen el predominio absoluto. Los gobiernos títeres o, en el mejor de los casos, débiles y temerosos, no están en grado e oponerse a las órdenes del patrón yanqui. Los norteamericanos se hallan en el ápice de su dominación política y económica y no podrían ir mucho más allá. Cualquier mutación podría transformarse en un regreso de su predominio. Su política, entonces, es mantener el status quo. Su línea de acción se reduce, hoy, al uso brutal de la fuerza para impedir movimientos de liberación de cualquier tipo. Con la leyenda "no permitiremos otra Cuba", se justifica la posibilidad de agresiones a mano salva como aquella perpetrada contra Santo Domingo, o, antes, la masacre de Panamá. Suena claro, la advertencia que las tropas yanquis estarán prontas a intervenir donde sea, en América, sea alterado el orden establecido y doquier estén en peligro los intereses norteamericanos. Esta política cuenta con una impunidad absoluta: la OEA es una máscara cómoda, por desacreditada que esté. Y la ONU es de una ineficacia que raya el ridículo o el trágico. Los ejércitos de todos los países de América Latina están prontos a intervenir para cazar a sus pueblos. Se ha constituido de facto la internacional del delito y de la traición.

Por otra parte, las burguesías autóctonas han perdido - si alguna vez la tuvieron - cualquier capacidad de oponerse al imperialismo del cual se remuerden. No hay elección: o revolución socialista o caricatura de revolución.

Asia es un continente con características diferentes. Las luchas de liberación contra las potencias coloniales europeas han llevado la instalación de gobiernos más o menos progresistas, cuya evolución posterior ha resultado, en algunos casos, en una profundización de los objetivos primarios de la liberación nacional; en otros, en un regreso a posiciones filoimperialistas.

Desde el punto de vista económico, los Estados Unidos tenían poco que perder y mucho que ganar en Asia. Los cambios le favorecen. Luchan por sustituir a otras potencias neocoloniales, para crear nuevas esferas de acción en el campo económico, a veces directamente, otras a través de Japón. Existen, sin embargo, condiciones políticas especiales, sobretodo en la península indochina, que confieren a Asia características de capital importancia y desarrollan un papel importante en la estrategia militar global del imperialismo norteamericano.

Ello cerca China a través de Corea del Sur, Japón, Formosa, Vietnam del sur y Tailandia. Esta doble situación, un interés estratégico importante en cuanto al cerco militar de la República Popular China, y las aspiraciones de los capitales norteamericanos a penetrar estos grandes mercados que aún no dominan, hacen de Asia una de las zonas más explosivas del mundo, no obstante la aparente estabilidad más allá del área vietnamita.

Aún con contradicciones propias, el medio oriente pertenece geográficamente a este continente y está en plena efervescencia, sin que se pueda prever hasta donde llegará la guerra fría entre Israel - apoyado por los imperialistas - y los países progresistas de la zona. Es otro volcán amenazante para el mundo.

África tiene la característica de ser un campo casi virgen para las invasiones coloniales. Han ocurrido transformaciones que, en cierto modo, han obligado a las potencias neocoloniales a renunciar a sus prerrogativas absolutistas. Pero cuando los procesos ocurren sin interrupción, al colonialismo se sustituye, sin violencia, el neocolonialismo que - en cuanto concierne a la dominación económica es el equivalente.

Los Estados Unidos no tenían colonias en este continente: ahora luchan para penetrar e las reservas de sus socios. Puede ser cierto que, en la estrategia del imperialismo americano, África constituye la reserva a largo plazo. Sus inversiones actuales son considerables solo en la Unión Sudafricana; ahora inicia su penetración en el Congo, Nigeria y otros países, y ello provoca una violenta concurrencia (por ahora pacífica) con otras potencias imperialistas.

No tiene, como sea, grandes intereses que defender, salvo su pretexto dirigido a intervenir doquier sus monopolios logran buenas cosechas o grandes reservas de materias primas.

Todo ello hace lícito la interrogante sobre la posibilidad de liberación de los pueblos, a corto o medio plazo.

Analizando África, vemos que se lucha con una cierta intensidad en las colonias portuguesas de Guinea, Mozambique y Angola: con notables sucesos a la primera, con resultados alternos en las otras. Vemos que continúa la lucha entre los sucesores de Lumumba y los viejos cómplices de Ciombe en el Congo, lucha que actualmente parece desarrollarse a favor de estos últimos que han "pacificado" a su ventaja gran parte del país; pero la guerra está siempre latente.

En Rhodesia el problema es diferente: el imperialismo británico se ha servido de todos los mecanismos de que disponía para otorgar el poder a la minoría blanca que hoy lo detenta. El conflicto - según Inglaterra - no es oficial. Pero esta potencia, con su habitual habilidad diplomática - llamada también "hipocresía", en buen lenguaje - ostenta disgusto frente a las medidas tomadas por el gobierno de Jan Smith. Su ambiguo comportamiento es apoyado por algunos países de la Commonwealth y , en vez, por una buena parte de los países del África negra, sean o no dóciles vasallos del imperialismo inglés.

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