La Revolución de los pueblos oprimidos.
Intervención de Ernesto Che Guevara para la Tricontinental (1967).


La situación podría tornarse explosiva si tomaran cuerpo los esfuerzos de los patriotas negros para tomar las armas y si el movimiento fuera concretamente apoyado por las naciones africanas vecinas. Pero, ahora, todos los problemas son ventilados en organismos inocuos como la ONU, la Commonwealth o la OUA.

La evolución pacífica y social de África no deja, sin embargo, prever una situación revolucionaria a nivel continental. Las luchas de liberación contra los portugueses terminarán con la victoria, pero Portugal no tiene ningún peso como potencia imperialista. Los desencuentros de importancia revolucionaria son aquellos que ponen en saco todo el aparato imperialista, aún si ello no significa que se deba cesar de luchar por la liberación de las tres colonias portuguesas y por la radicalización de sus revoluciones.

Comenzará una nueva época en África sólo cuando las masas negras de Sud África o de Rhodesia emprendan su auténtica lucha revolucionaria, o cuando las masas depuradas de un país se eleven para rescatar, de las manos de la oligarquía al gobierno, su derecho a una vida digna.

Hasta ahora suceden golpes de mano militares con los cuales un grupo de oficiales sustituye otro grupo o un gobernante que no sirve más a los intereses de casta o aquellos de las potencias que ocultamente lo manipulan. No hay, sin embargo, asaltos populares.

En el Congo, estas tendencias han tenido un impulso fugaz por el recuerdo de Lumumba, pero se han debilitado en los últimos meses.

En Asia, como habíamos visto, la situación es explosiva. Y los puntos de fricción no están constituidos solamente por Vietnam y por Laos, donde está en curso la lucha. Está también Camboya, donde en cualquier momento puede comenzar la agresión directa norteamericana; están Tailandia, Malasia y, probablemente, Indonesia, donde no podemos pensar se haya dicho la última palabra, no obstante la destrucción del partido comunista cuando los reaccionarios han perdido el poder; está, probablemente, el Medio Oriente.

En América Latina se lucha, arma en mano, en Guatemala, Colombia, Venezuela y Bolivia, mientras las primeras batallas se advierten en Brasil. Hay otros fuegos de resistencia que nacen y se extinguen. Pero en casi todos los países de este continente están maduras las condiciones para una lucha, que, para ser victoriosa, no puede prever al menos la instauración de un gobierno de tipo socialista.

En este continente se habla prácticamente un solo idioma, salvo en Brasil, con el cual los pueblos de lengua española pueden, sin embargo, entenderse; dada la analogía entre los dos idiomas. Existe una identidad tan profunda entre las clases de estos países, que se logra una identificación de tipo "internacional americano" mucho más completa que en otros continentes. Idioma, costumbres, religión, un mismo patrón que une estos pueblos. El grado y las formas de explotación son similares en sus efectos para explotadores y explotados de una buena parte de los países de nuestra América. Y la rebelión está madurando con prisa.

Podemos preguntarnos: esta rebelión, ¿qué frutos dará? ¿de qué tipo será? Sostenemos desde hace tiempo que, por sus características similares, la lucha en América adquirirá - al momento justo - dimensiones continentales. La América Latina será teatro de muchas grandes batallas conducidas por la humanidad para su liberación.

En la prospectiva de esta lucha a nivel continental, las batallas de hoy sólo son episodios: y aún han dado ya mártires que han entrado a la historia americana por haber vertido su contribución de sangre necesaria en esta última fase de la lucha por la plena libertad del hombre. Entre ellos está el comandante Turcios Lima, el padre Camilo Torres, el Comandante Fabricio Ojeda, los comandantes Lobatón y Luis de la Puente Uceda, figuras de primer plano en los movimientos revolucionarios de Guatemala, de Colombia, de Venezuela y de Perú.

Che jovialPero la movilización activa del pueblo crea los nuevos dirigentes. César Montes y Yon Sosa mantienen alta la bandera de Guatemala; Fabio Vásquez y Marulanda de Colombia; Douglas Bravo en occidente y Américo Martin dirigen sus respectivos frentes en Venezuela.

Nuevos frentes se abrirán en estos y en otros países americanos, como ya ha acontecido en Bolivia; crecerán, con todas las dificultades que conlleva la peligrosa tarea del revolucionario moderno. Muchos morirán víctimas de sus errores, otros caerán en la dura batalla que se aproxima. Nuevos dirigentes y nuevos combatientes surgirán en el fuego de la lucha revolucionaria. La guerra misma seleccionará a sus combatientes y a sus dirigentes, mientras los agentes yanquis de represión aumentarán. Hoy hay consejeros militares en todos los países donde existe lucha armada. El ejército peruano, a cuanto parece, ha conducido una batida victoriosa contra los revolucionarios de este país, aunque aconsejado y adiestrado por los yanquis. Pero si los fuegos de guerrilla se forman con la suficiente habilidad política y militar, se tornarán prácticamente imbatibles y obligarán a los yanquis a enviar a otros hombres. En el mismo Perú, figuras aún desconocidas están reorganizando con tenacidad y firmeza la lucha de guerrillas.

Poco a poco, las armas obsoletas, suficientes para reprimir a pequeñas bandas armadas, se transformarán en armas modernas; los grupos de consejeros militares se transformarán en combatientes norteamericanos: hasta que, a un cierto punto, sean obligados a enviar crecientes cuantitativas de tropas regulares para asegurar la relativa estabilidad de gobiernos cuyos ejércitos títeres se desintegrarán de frente a los ataques de grupos de guerrilla. Este es el camino de Vietnam. Este es el camino que deben seguir los pueblos. Este es el camino que seguirá América, donde los grupos en armas podrán caracterizarse formando juntas de coordinación para hacer más difícil la tarea represiva del imperialismo yanqui y más fácil la victoria de su propia causa.

América, este continente olvidado por las últimas políticas de liberación, que comienza a hacerse sentir en la Tricontinental con la voz de la vanguardia de sus pueblos, la revolución cubana, tendrá una tarea muy importante: crear el segundo o tercer Vietnam. En definitiva, es necesario darse cuenta que el imperialismo es un sistema mundial, fase suprema del capitalismo, y que es necesario batirlo en una gran lucha mundial. La finalidad estratégica de esta lucha debe ser la destrucción del imperialismo. Toca a nosotros, explotados y "marginados" del mundo, eliminar las bases de sustento del imperialismo; toca a nuestros países oprimidos, de los cuales roban capitales, materias primas, técnicos y obreros a bajo costo - y a donde exportan nuevos capitales, instrumentos de dominio, armas, etcétera - reduciéndonos a una dependencia absoluta. El elemento fundamental de esta estrategia será, entonces, la liberación verdadera de los pueblos que acontecerá, en la mayoría de los casos, a través de la lucha armada y que en América, casi ineluctiblemente, se transformará en revolución socialista. Si se quiere destruir el imperialismo es necesario identificar la cabeza: los Estados Unidos de América.

La finalidad táctica de nuestra lucha, a nivel general, es obligar al enemigo a salir de su ambiente y a luchar en lugares donde sus hábitos de vida se encuentren con la realidad imperante. No se debe menospreciar al adversario. El soldado norteamericano es técnicamente capaz y apoyado por medios de tal amplitud que lo hacen terrible. Les falta el estímulo ideológico que, al contrario, poseen en sumo grado sus más profundos adversarios de hoy: los vietnamitas. Podremos vencer este ejército solamente en la medida en que sepamos minar su moral: ello acontecerá si sabemos infligirles derrotas sin darles tregua.

Pero este pequeño esquema para la victoria presupone enormes sacrificios de los pueblos; sacrificios que es necesario exigir ya hoy, a la luz del día, y que tal vez serán menos dolorosos de aquellos que deberemos soportar refutando constantemente la lucha en la esperanza que otros nos corten las castañas al fuego.

El último país que se libere, lo hará probablemente sin lucha armada y se ahorrará los sufrimientos de una guerra larga y cruel como son las guerras del imperialismo. Hay, todavía, la posibilidad de un encuentro a nivel mundial, y entonces será imposible evitar esta lucha y sus consecuencias: sufrirán todos mucho más.

No podemos predecir el futuro, pero no debemos nunca caer en la infame tentación de hacernos emisarios de un pueblo que desea su libertad, renegando la lucha que para la libertad y esperando que nos venga la victoria de otros. Es muy justo evitar cualquier sacrificio inútil: por ello es muy importante apurar las posibilidades reales que tiene la América oprimida para liberarse de manera pacífica.

Para nosotros, la respuesta es clara. Sea o menos este el momento indicado para iniciar la lucha, no podemos hacernos ninguna ilusión - ni tenemos el derecho - de obtener la libertad sin combatir. Y las luchas no serán simples manifestaciones de plaza contra los gases lacrimógenos, ni huelgas generales pacíficas; y tampoco la lucha de un pueblo enfurecido que destruye en dos o tres días el aparato represivo de la oligarquía al gobierno. Será una lucha larga y cruel, cuyo frente estará en los refugios guerrilleros, en las ciudades, en las casas de los combatientes, (donde la represión buscará víctimas fáciles entre los familiares), en la población campesina masacrada, en los pueblos y en las ciudades destruidas por el bombardeo enemigo. Nos obligan a esta lucha: no hay otra alternativa que prepararla y decidirse a hacerla. Los inicios no serán fáciles: serán dificilísimos.

Toda la capacidad de represión, toda la brutalidad y la demagogia de las oligarquías se pondrán al servicio del enemigo. Nuestra tarea, al inicio, será sobrevivir. Después funcionará el ejemplo perenne de la guerrilla con la propaganda armada en la acepción vietnamita del término: vale decirlo, la propaganda de los ataques, de los combates, que se pueden vencer o perder: pero se hacen. La gran enseñanza de la invencibilidad de la Guerrilla hará presa sobre las masas de los desheredados- La galvanización del espíritu nacional, la preparación a tareas más duras, para oponerse a represiones más violentas. El odio como factor de lucha - el odio intransigente contra el enemigo - que instiga además los límites naturales del ser humano y lo transforma en una real, violenta, selectiva y fría máquina para asesinar. Nuestros soldados deben ser así, un pueblo sin odio no puede vencer a un enemigo brutal.

Se necesita llevar la guerra a los lugares del enemigo: a su casa, donde se divierte. Hacerla total. Se necesita impedirles tener un solo instante de respiro, un minuto de siesta, fuera y hasta dentro de sus caseríos: atacarlo donde sea. Hacerlo sentir una bestia herida doquier vaya. Entonces su moral caerá. Se hará aún más bestial, cierto, pero se notarán los primeros signos de la inevitable decadencia.

Es necesario que se forme un verdadero internacionalismo proletario, con ejércitos. Con ejércitos proletarios internacionales, para los cuales la bandera bajo la cual se lucha sea la causa sagrada de la redención de la humanidad, de modo que morir bajo las insignias de Vietnam, de Venezuela, de Guatemala, del Laos, de Guinea, de Colombia, de Bolivia, de Brasil - por citar solo los países donde hoy se combate - constituye una gloria y una aspiración para un americano, un asiático, un africano y también para un europeo. Cada gota de sangre derramada en una patria que no es la propia es una experiencia que quien sobrevive puede después aplicar en la lucha por la liberación de su tierra. Cada pueblo que se libera es una parte de batalla vencida para la liberación del propio pueblo. Es tiempo de atenuar nuestras divergencias y de ponernos al servicio de la lucha.

Todos sabemos - y no lo podemos esconder - que grandes controversias agitan al mundo en lucha por la libertad. Controversias que han asumido un carácter y una violencia tales de hacer muy difíciles, si no imposibles, el diálogo y la conciliación. Buscar el modo de iniciar un diálogo que los contendientes rechazan, es inútil. Pero el enemigo está allá, golpea todos los días y amenaza nuevos golpes. Estos golpes nos unirán hoy, mañana y después. Quien lo entiende y se prepara a esta unión necesaria, tendrá el reconocimiento de los pueblos.

Dada la violencia y la intransigencia con que cada parte defiende la propia causa, nosotros, los desheredados, no podemos tomar partido por una o por otra forma de manifestar las divergencias, aún si - a veces - podemos condividir algunas posiciones de una u otra parte, o en mayor ,medida las posiciones de una parte que aquellas de la otra. En el momento de la lucha, el mundo en que se manifiestan los contrastes actuales, es una debilidad. Todavía, en las situaciones en que estamos, quererlas componer con palabras, es una ilusión. La historia los borrará o les dará la verdadera explicación. En nuestro mundo en lucha, todas las divergencias sobre la táctica, sobre los métodos de acción para la consecución de objetivos militares, deben ser analizadas con el debido respeto a la opinión de los demás. Pero sobre el gran objetivo estratégico, la destrucción total del imperialismo con la lucha, debemos ser intransigentes. Estas nuestras aspiraciones: destrucción del imperialismo con la eliminación de su principal baluarte, el dominio imperialista de los Estados Unidos de América, asumiendo como táctica la liberación gradual de los pueblos, uno por uno o en grupos, obligando al enemigo a una difícil lucha fuera de su terreno liquidando sus bases de sostenimiento, y así los territorios que sujeta.

Es una guerra larga y lo repetimos una vez más, una guerra cruel. Que ninguno se ilusione al momento de iniciarla, y que ninguno titubee al iniciarla por miedo de las consecuencias que podría llevar a su pueblo. Es casi la única esperanza de victoria. No podemos eludir el llamado de esta hora. Nos lo enseña el Vietnam con su continua lección de heroísmo, con su trágica y cotidiana lección de lucha y de muerte para la victoria final. Ahí, los soldados del imperialismo sienten el malestar de quien - habituado al nivel de vida de la nación norteamericana - debe encontrarse con una tierra hostil, la inseguridad de quien no puede moverse sin sentir que pisa suelo enemigo, la muerte para quien sale de las fortalezas, la hostilidad de todo un pueblo. Ello repercute en la situación interna de los Estados Unidos y provoca surgir un factor que el imperialismo, en su pleno vigor, no puede atenuar: la lucha de clase en el interior.

Como podemos no mirar un futuro luminoso y cercano, si dos, tres, muchos Vietnam florecerán sobre la superficie de la tierra, con su precio de muerte, con sus inmensas tragedias, con su heroísmo cotidiano, con sus reiterados golpes al imperialismo, obligado así a desperdiciar sus fuerzas bajo el hurto del odio creciente de los pueblos del mundo? Si todos fuéramos capaces de unirnos para hacer nuestros golpes más fuertes y seguros, porque las ayudas de cada género a los pueblos en lucha fueran más eficaces, cuán grande sería el futuro y cuán cercano! Si a nosotros - que en un pequeño punto del mundo cumplimos el deber que proclamamos, poniendo al servicio de la lucha lo poco que podemos dar: nuestra sangre, a nuestro sacrificio tocará un día de estos morir en una tierra cualquiera, pero nuestra, porque bañada con nuestra sangre, se sepa que hemos medido la portada de nuestras acciones y que nos consideramos solamente unidades del gran ejercito del proletariado. Y nos sentimos orgullosos de haber aprendido de la revolución cubana y de su suelo la gran lección que proviene de su posición en esta parte del mundo: "que importan los peligros o los sacrificios de un hombre o de un pueblo, cuando está en juego el destino de la humanidad".

Nuestra acción es todo un grito de guerra contra el imperialismo y un llamado a la unidad de los pueblos contra el gran enemigo del género humano: los Estados Unidos de América.

Y doquier nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, porque nuestro grito de guerra llegue a quien está listo a recogerlo y en otra mano se tienda a empuñar nuestras armas y otros hombres se preparen a entonar cantos de luto con el tamborileo de las metralletas y nuevos gritos de guerra y de victoria.


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