Caro Victrix. Efrén Rebolledo. |
Partes
Se nublaron los cielos de tus ojos, y como una paloma agonizante, abatiste en mi pecho tu semblante que tiñó el rosicler de los sonrojos.
Jardín de nardos y de mirtos rojos era tu seno mórbido y fragante, y al sucumbir, abriste palpitante las puertas de marfil de tus hinojos.
Me diste generosa tus ardientes labios, tu aguda lengua que cual fino dardo vibraba en medio de tus dientes.
Y dócil, mustia, como débil hoja que gime cuando pasa el torbellino, gemiste de delicia y de congoja.
Más pulidos que el mármol transparente, más blancos que los blancos vellocinos, se anudan los dos cuerpos femeninos en un grupo escultórico y ardiente.
Ancas de cebra, escorzos de serpiente, combas rotundas, senos colombinos, una lumbre los labios purpurinos, y las dos cabelleras un torrente.
En el vivo combate, los pezones que se embisten, parecen dos pitones trabados en eróticas pendencias.
y en medio de los muslos enlazados, dos rosas de capullos inviolados destilan y confunden sus esencias.
Te brindas voluptuosa e imprudente, y se antoja tu cuerpo soberano intacta nieve de crestón lejano, nítida perla de sedoso oriente.
Ebúrneos brazos, nunca transparente, aromático busto beso ufano, y de tu breve y satinada mano escurren las caricias lentamente.
Tu seno se hincha como láctea ola, el albo armiño de mullida estola no iguala de tus muslos la blancura,
mientras tu vientre al que mi labio inclino, es un vergel de lóbrega espesura, un edén en un páramo de lino.
Vivir encadenados es su suerte, se aman con un anhelo que no mata la posesión, y el lazo que los ata desafía a la ausencia y a la muerte.
Tristán es como el bronce, oscuro y fuerte, busca el rezago de pulida plata, Isolda chupa el caliz escarlata que en crespo matorral esencias vive.
Porque se ven a hurto, el adulterio le da un sutil y criminal resabio a su pasión que crece en el misterio.
Y atormentados de ansia abrasadora, beben y beben con goloso labio sin aplacar la sed que los devora.
Son cual dos mariposas sus ligeros pies, y arrojando el velo que la escuda, aparece magnífica y desnuda al fulgor de los rojos reverberos.
Sobre su oscura tez lucen regueros de extrañas gemas, se abre su menuda boca, y prodigan su fragancia cruda frescas flores y raros pebeteros.
Todavía anhelante y sudorosa de la danza sensual, la abierta rosa de su virginidad brinda al tetrarca, y contemplando el lívido trofeo de yokanán, el núbil cuerpo enarca sacudida de horror y de deseo.
Ruedan tus rizos lóbregos y gruesos por tus cándidos formas como un río, y esparzo en su raudal crespo y sombrío las rosas encendidas de mis besos.
En tanto que despejo los espesos anillos, siento el roce leve y frío de tu mano, y un largo calosfrío me recorre y penetra hasta los huesos.
Tus pupilas caóticas y hurañas destellan cuando escuchan el suspiro que sale desgarrando mis entrañas,
y mientras yo agonizo, tú, sedienta, finges un negro y pertinaz vampiro que de mi ardiente sangre se sustenta.
Es en vano que more en el desierto el demacrado y hosco cenobita, porque no se ha calmado la infinita ansia de amar ni el apetito ha muerto.
Del oscuro capuz surge un incierto perfil que tiene albor de margarita, una boca encarnada y exquisita, una crencha olorosa como un huerto.
Ante la aparición blanca y risueña, se estremece su carne con ardores febriles bajo el sayo de estameña,
y piensa con el alma dolorida, que en lugar de un edén de aves y flores, es un inmenso páramo la vida.
Saturados de bíblica fragancia se abaten tus cabellos en racimo de negros bucles, y con dulce mimo en mi boca tu boca fuego escancia.
Se yerguen con indómita fragancia tus senos que con lenta mano oprimo, y tu cuerpo suave, blanco, oprimo, se refleja en las lunas de la estancia.
En la molicie de tu rico lecho, quebrantando la horrible tiranía del dolor y la muerte exulta el pecho,
y el fastidio letal y la sombría desesperanza y el feroz despecho se funden en tu himen de ambrosía.
El crespón de la sombra más profunda arrebuja mi lecho afortunado, y ciñendo tus formas a mi lado de pasión te estremeces moribunda.
Tu cabello balsámico circunda los lirios de tu rostro delicado, y al flotar por mis dedos destrenzado de más capuz el tálamo se inunda.
Vibra el alma en mi mano palpitante al palpar tu melena lujuriante, surca sedosos piélagos de aromas.
busca ocultos jardines de delicias, y cubriendo las flores y las pomas nievan calladamente mis caricias.
Como un visne espectral, la luna blanca en el espacio transparente riela, y en el follaje espeso, Filomela melífluas notas de su buche arranca
Brilla en el fondo oscuro de la blanca tu peinador de vaporosa tela, y por las frondas de satín se cuela o en los claros la nívea luz se estanca.
Después de recorrer el mármol frío de tu pulida tez, toco una rosa que se abre mojada de rocío:
todo enmudece, y al sentir el grato calor de tus caricias, mi ardorosa virilidad se encarca como un gato.
Bajo la oscura red de la pestaña destella su pupila de deseo al ver la grupa de esplendor sabeo y el albo dorso que la nieve empaña.
Embiste el sexo con la enhiesta caña igual que si campara en un torneo, y con mano feliz ase el trofeo de la trenza odorífera y castaña.
El garrido soldado de Lutecia se ríe de sus triunfos, mas se aprecia de haber abierto en el amor un rastro,
y gallardo, magnífico, impaciente, como un corcel se agita cuando siente la presión de su carga de alabastro.
Jidé, clamo, y tu forma idolatrada no viene a poner fin a mi agonía; Jidé, imploro, durante la sombría noche y cuando despunta la alborada.
Te desea mi carne torturada, Jidé, Jidé, y recuerdo con porfía frescuras de tus brazos de ambrosía y esencias de tu boca de granada.
Ven a aplacar las ansias de mi pecho, Jidé, Jidé, sin ti como un maldito me debato en la lumbre de mi lecho;
Jidé, sacia mi sed, amiga tierna, Jidé, Jidé, Jidé, y el vano grito rasga la nche lóbrega y eterna.
Más reciente revisión: Abril 27, 2002. |