Una fugaz esperanza
Guillermo Toriello


En enero de 1954 terminaba mi misión como embajador en Estados Unidos y los otros cargos que desempeñaba (Embajador ante la OEA y Presidente de la delegación de Guatemala ante la ONU). Compartía con mi gobierno la más honda preocupación por las sombrías perspectivas que la agresiva política del Departamento de Estado anunciaba para mi país. Habíamos agotado todos los recursos de entendimiento decoroso y nuestras gestiones se estrellaban infructuosamente frente a la intransigencia de míster Dulles y sus colaboradores. Constatabamos que de su parte no nos darían tregua ni cuartel. Ante esa situación creíamos que la única posibilidad que quedaba de impedir el desarrollo del plan siniestro que se estaba ejecutando contra Guatemala era llevar la cuestión directamente al Presidente de Estados Unidos, y discutirla amplia y francamente con él. Pero en Estados Unidos es muy difícil, casi imposible para un embajador latinoamericano, entrevistarse con el Presidente o aun con el Secretario de Estado, en contraste con lo que sucede en nuestros países donde cualquier jefe de misión encuentra fácil acceso a los despachos de esos altos funcionarios.

A quienes los embajadores latinoamericanos pueden ver fácilmente en Washington, es a empleados de sexta categoría. Estos encargados de las «mesas» de las distintas regiones: «Mesa para Centroamérica» (Desk for Central America), «Mesa para Ecuador Venezuela y Colombia», etcétera, son llamados en el Departamento de Estado, «encargados de los escritorios de los distintos países». Pero una audiencia con funcionarios de tercera y cuarta categoría, como lo son el secretario ayudante o el secretario ayudante sustituto para Asuntos Interamericanos, necesita una previa cita, sujeta a confirmación posterior. Aunque había insinuado en varias ocaciones en el Departamento de Estado mi deseo de hablar con el presidente Eisenhower, resultaba que desafortunadamente siempre, según me decían los funcionarios, se encontraba «muy ocupado», too busy, you know... El boicot era evidente. Seguro de que nunca lograría una entrevista por el conductor convencional, después de un banquete en la Casa Blanca que el Presidente ofreció al cuerpo diplomático el 15 de diciembre de 1953, aproveché la oportunidad para pedirle una audiencia. Departía con un grupo de embajadores y yo me incorporé a ellos. Le pregunté sobre sus últimas partidas de golf y se entusiamó cont;andonos algunas anécdotas y punteos. Cuando estaba por retirarse, discretamente me acerqué más a él y le expuse mi deseo de obtener una entrevista y las dificultades que había tenido hasta ahora para lograrla. Me indicó que daría instrucciones para que la concertaran cuanto antes, pidiéndome que hiciera los arreglos necesarios con el subsecretario de Estado, general Walter Bedell Smith, a quien le avisaría sobre el particular. A la mañana siguiente me comuniqué con este funcionario quien, enterado ya por el Presidente, me indico que concertaríamos una entrevista en enero siguiente, pues el señor Eisenhower seguía muy ocupado, too busy, you know, con sus vacaciones y otros asuntos importantes.

En la segunda semana de enero recordé a Bedell Smith su compromiso y me manifestó que el Presidente seguía muy ocupado, pero que trataría de conseguirme la audiencia siempre que yo tuviera una entrevista previa con él (con Bedell Smith), para explicarle los propósitos de mi conversación con Eisenhower. Aunque me parecía que ésta era una exigencia fuera de lugar, me sobrepuse a mi natural impulso de rechazarla, en aras de los altos intereses que estaban en juego. El 14 de enero me entrevisté con Bedell Smith. Cuando llegué a su despacho nunca imaginé sus nexos con la UFCO y menos que en 1955 asumiría el cargo de Presidente de la misma. Fui introducido por uno de sus grandes accionistas, John Moors Cabot, que como ya se ha dicho ejercía el cargo de secretario ayudante para Asuntos Interamericanos. Como sabía de su parcialidad en el «caso de Guatemala», le pedí que me dejara conversar a solas con el Subsecretario de Estado. Mi propósito era evitar a Moors Cabot una situación embarazosa cuando yo necesariamente tuviera que aludir a sus conexiones con la UFCO, cosa que ya le había hecho notar a él en varias ocasiones.

Encontré a Bedell Smith prevenido y mal informado sobre la realidad guatemalteca. Tenía a mano el legajo de informes sobre Guatemala del propio Departamento de Estado y pude notar que su enfoque de la situación era consecuencia directa de haber ojeado esa información unilateral y tendenciosa. Después de hora y media de entrevista en que le hice una exposición minuciosa de los hechos corroborados con documentación y mapas que había llevado conmigo, la actitud del señor Smith cambió por completo. Al menos así me pareció a mí en esa ocación. Compartió el sentido de gravedad de la situación que yo le expresaba y estuvo de acuerdo en que era necesario un reajuste de las condiciones de operación de la UFCO y los otros monopolios estadounidensede informes sobre Guatemala del propio Departamento de Estado y pude notar que su enfoque de la situación era consecuencia directa de haber ojeado esa información unilateral y tendenciosa.

Dos días después, el 16 de enero de 1954, me recibía el Presidente. Nuevamente fui acompañado por Moors Cabot y esta vez permaneció en la entrevista. Si Bedell Smith me dio la impresión de estar poco informado sobre la realidad guatemalteca, el Presidente lo estaba totalmente. Se veía bien que los personeros de la UFCO lo habían hecho presa de la maliciosa propaganda. Lo único que sabía era «el peligro comunista para el continente», «la amenaza roja», que constituía Guatemala. En tales circunstancias logré interesarlo con el relato que le hice sobre la lucha de superación que realizaba nuestro gobierno en favor de las grandes mayorías. Le hice historia, saqué mapas donde previamente había marcado con creyones de colores las tenencias de la UFCO, puertos, muelles y tierras. Se sorprendió muchísimo cuando le descubrí el panorama de subyugación económica en que nos tenían los monopolios extranjeros yanquis y las actividades conspirativas en que estaban empeñados para aplastar el movimiento democrático, una de cuyas fases era precisamente la gigantesca campaña de propaganda difamatoria que nos hacía aparecer, injustamente, como comunistas.

Le contrarió profundamente enterarse de los privilegios exagerados que gozaban esas empresas, así como de las conexiones que existían entre la UFCO y el Departamento de Estado. Cuando podía, Cabot se inmiscuía en la conversación y le hacía ver al Presidente que existía en Guatemala un Partido Comunista, el PGT, el cual publicaba el diario Tribuna Popular. A tal razonamiento le explicaba yo que ese hecho era muy cierto y que por primera vez en nuestra historia política funcionaban todos los partidos, de todas las tendencias que, en una palabra, queríamos ejercer la democracia cabalmente, así como lo hacía Estados Unidos, donde también había un Partido Comunista y publicaba un diario, el Daily Worker. El presidente Eisenhower, con esta cita, se violentó un poco, y dijo tajante: «…si yo pudiera mandaba ahorcar a todos los comunistas…» Yo me quedé atónito ante su exabrupto, y seguí en mis explicaciones sobre la conducta de las empresas. Le fue difícil creer que las mismas no pagaran impuestos y que algunos de sus contratos tuvieran vigencia hasta el año 2009… Con una ingenuidad aterradora me sugirió que al llegar a Guatemala discutiera vías de arreglo con el embajador Peurifoy. Naturalmente -al menos esa fue mi impresión- el Presidente no sabía, hasta ese momento, nada de la «Operación Guatemala» en que participaba su propio Departamento de Estado y su Embajador en mi país.

Tuve que expresarle mi radical escepticismo acerca de esa perspectiva, y le vi hondamente desconcertado cuando le hice saber que tampoco podría haber un leal entendimiento a través del Departamento de Estado, puesto que el propio secretario de Estado, míster Dulles, era miembro, nada menos, que de la firma de abogados de la UFCO (Sullivan & Cronwell), y que el señor Moors Cabot (allí presente), y su familia, eran accionistas importantes de la misma compañía. Cabot se puso lívido y con voz entrecortada: «Yo ya no soy accionista pues he pasado todas mis acciones a mis hijas», y yo intervine diciéndole al Presidente que la situación no variaba, pues los intereses del señor Cabot eran los mismos. Debe haber encontrado lógicas y entendibles mis razones el Presidente, porque propuso que, entonces, se formara una comisión mixta, imparcial, de guatemaltecos y estadounidenses, designada por los respectivos gobiernos, para discutir en el más alto plano el problema de las empresas monopolistas en Guatemala y todos los demás asuntos que dieran lugar a fricción entre los dos países. Le manifesté que en principio estaba de entero acuerdo con su muy importante proposición y que cuando le hice saber que tampoco podría haber un leal entendimiento a través del Departamento de Estado, puesto que el propio secretario de Estado, míster Dulles, era miembro, nada menos que de la United Fruit Company

Por unos momentos, primero, y luego por unos pocos días, me ilusionó la perspectiva de que merced a la intervención del presidente Eisenhower y a la realización de su iniciativa -la comisión mixta- se evitaría que los siniestros planes del Departamento de Estado y sus secuaces siguieran adelante. Desafortunadamente muy pronto tuve que convencerme de que las buenas intenciones del presidente de Estados Unidos eran eso, y nada más. De ninguna manera podían detener la aplanadora de la agresión que estaba en marcha. Todo había sido una fugaz esperanza.


Guatemala denuncia el complot

Mientras tanto, el plan conspirativo para la agresión armada seguía su curso. El 29 de enero de 1954 el Gobierno de Guatemala reveló al mundo todos los detalles del estado de los preparativos bélicos contra la nación. Exhibió abundantes pruebas materiales e incluso correspondencia cruzada entre agentes de la conspiración. El cuartel general, el centro de entrenamiento de mercenarios y el depósito de armamentos, se encontraban en esa fecha en Nicaragua con la ayuda de Somoza. El Gobierno de Guatemala denunció los hechos, de los que se desprendía que se había implementado ya y que debería estar muy próximo a su consumación el plan agresivo UFCO-Departamento de Estado-CIA. Discretamente, a pesar de tener sobrado conocimiento de la realidad de la «Operación Guatemala» y de sus animadores, el Gobierno de Guatemala no formuló acusación alguna contra el Gobierno de Estados Unidos. ¿A qué se debía esta actitud del Gobierno de Guatemala? Pues sencillamente a que ingenuamente esperaba que las promesas de dialogar del presidente Eisenhower (comisión mixta), e indudablemente su conocimiento de los hechos pudieran poner un freno a los designios turbios del Departamento de Estado. Pero Eisenhower se cruzó de brazos.

Ante la denuncia de Guatemala, míster Dulles no podía pasar por alto esa oportunidad para llevar agua a su molino, tergiversando los hechos y difamando al país. Escasamente se había producido la denuncia sobria y mesurada de los hechos por parte del gobierno guatemalteco, cuando míster Dulles -hipócritamente- ponía el grito en el cielo (30 enero, 1954) protestando por la acusación (?) hecha por Guatemala contra el Gobierno de Estados Unidos y asegurando maliciosamente que «los Estados Unidos consideran la expedición de esa falsa acusación, hecha con inmediata anterioridad a la X Conferencia Interamericana, como un esfuerzo comunista por obstruir la labor de esa conferencia y lesionar la solidaridad interamericana, que tan vital es para todas las naciones del hemisferio». (Tras difundir por el mundo esta falsa y cínica aseveración, el «austero paladín de la democracia y defensor de la solidaridad americana», con su hermano Allan, planeaban los próximos envíos de bombas y aviones a Honduras, para el grupo agresos.) La intentona de invasión de Guatemala, el 17 de junio de 1954, vendría a demostrar poco tiempo después que el Gobierno de mi país decía la verdad y que míster Dulles mentía, simulando una angustia que no sentía para ocultar sus inconfesables designios.


Tomado de:
Guillermo Toriello Garrido, "Tras la cortina de banano", Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1979.


Más reciente revisión: Mayo 18 de 2002