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Introducción Adiós Primer Mundo. ¡ Hola África ! Kenya. El país de los avestruces Nairobi. De poblado de pastores a gran metrópoli Parque Nacional Nakuru Uganda, el manantial de África Zaire, el juguete de Mobutu. Parque Natural de Virunga Queen Elizabeth National Park Lago Naivasha Tanzania. Del colonialismo al capitalismo, pasando por el socialismo Parque Nacional del Kilimanjaro Zanzíbar. La perla del Índico. El tren Lunático de Monbasa a Nairobi Bibliografía Diccionario de Urgencia Índice Cronológico
África en el Corazón Introducción África es mucho más que un continente, una extensión de tierra enorme que abarca todo tipo de culturas, razas, idiomas, y una naturaleza exuberante que penetra en tu cuerpo de una manera física, brutal, a través de todos tus sentidos, e incluso despierta alguno que nuestra civilización occidental ha adormecido. África es la cuna de la humanidad, y en ella se han encontrado y siguen encontrado los restos más antiguos de homínidos, en una búsqueda de nuestros orígenes que nos acerca al Paraíso que fue África, y que por contraste nos muestra la miseria moral de esta civilización, que permite que nuestra Casa Materna, África, este hoy más cerca del Infierno de lo que nunca haya estado antes. Este viaje, con un objetivo primario de visitar la mayor cantidad de sitios en el menor tiempo posible con ese afán europeo de coleccionar países para nuestro pasaporte y álbum de fotos, se ha convertido en un viaje interior a medida que el tiempo, ese gran artista que moldea nuestras vidas y nuestras mentes, se ha encargado de poner cada recuerdo, cada sensación vivida, cada olor y cada imagen en la correspondiente casilla de nuestro cerebro, inoculando en tu alma el "mal de África", un sentimiento muy difícil de explicar a alguien que no haya estado en África, pero para el que sobran todas las palabras si el lector ha pisado alguna vez esa Tierra que permanece mucho más tiempo en tu corazón que en tus zapatos. El objetivo de este libro obedece mucho más a una necesidad interior de "hacer los deberes" para poder afrontar mejor preparado el próximo examen sobre África que a un deseo de contar experiencias sobre un viaje. Sí está escrito con el difícil reto de poner en papel el cúmulo de sensaciones vividas y con la ilusión de que al lector le animará a hacer su viaje interior y, sobre todo, a mirar de otra manera todo lo que concierne a África. Empecemos pues el relato concentrado de este viaje, realizado entre Julio y Agosto de 1996, que nos llevó a compartir la merienda con una familia de gorilas de montaña en el Zaire, nos permitió descubrir por qué Uganda es la perla de África y Kenya un ejemplo de todo lo bueno y malo del colonialismo europeo, pudimos divisar el continente desde su cima más alta, el Kilimanjaro, y desde uno de sus destinos más exóticos, la isla de Zanzíbar. Adiós Primer Mundo. ¡ Hola África ! El avión es sin ninguna duda el medio de transporte más rápido, cómodo y seguro que existe, pero también es el que peor te prepara para un viaje en el cual vas a necesitar ir ligero de equipaje, sobre todo hay que olvidar en algún momento de la partida la maleta llena de prejuicios, opiniones preconcebidas y precauciones de todo tipo, que hemos ido llenando con la ayuda de amigos y familia desde el momento en que les informamos de nuestro viaje a África. Yo abandoné esa maleta en la cinta transportadora del aeropuerto de Nairobi, donde uno percibe con alegría desde su misma llegada que hasta los aeropuertos son diferentes en África, acostumbrado como uno está a esos aeropuertos europeo limpios, neutros, con la misma música ambiental, y en los cuales no sabrías decir sin mirar tu tarjeta de embarque a qué país pertenece. La mirada ávida recorre cada rincón del aeropuerto mientras esperamos la salida del equipaje, y presiente que la única manera de disfrutar África en toda su magnitud está en poner los ojos como platos, como esos ojos enormes de niños africanos que te miran con curiosidad, y a partir de ese momento tienes que dejar penetrar libremente en tu cuerpo todo lo que te ofrece África. La aparición del equipaje nos devuelve a la realidad y la salida de la terminal supone el encuentro con un grupo étnico muy interesante, los taxistas, que a diferencia de lo que suele ser habitual en España, no aparenta estado de cabreo permanente si no, primera sorpresa, amabilidad e interés por captar un cliente, y, cuando después de un breve regateo y un acuerdo sobre el precio, segunda sorpresa, respeto y educación con el cliente, al que le pregunta si quiere escuchar música, algo que nos agrada mucho más que la retransmisión a gritos de cualquier partido de fútbol, y que nos hace reflexionar en que las fronteras entre el Primer y Tercer Mundo no están tan claras y delimitadas. Es de noche. Pronto descubriré que no hay nada tan oscuro como una noche africana, pero hoy el taxista salva los 15 km de distancia entre el aeropuerto de Nairobi y la ciudad en una moderna autopista iluminada de varios carriles en la que, como en todas las ex-colonias británicas, se circula por la izquierda. Con el taxi lanzado a la velocidad máxima permitida (por su motor), el conductor nos pregunta de donde venimos, a donde vamos, quienes somos, y todas las preguntas habituales, eso sí, como es preceptivo, se vuelve hacia atrás para hablarnos, aunque nosotros con gesto nervioso preferiríamos que mirara un poco más al frente. En un suspiro llegamos a la ciudad donde nos espera nuestra segunda prueba de fuego con el tráfico, ya que parece que el sistema de prioridad está basado en "echarle un par" y no en el clásico "derecha-izquierda"; el resultado es que delante de nosotros se produce un encontronazo bestial entre un motocarro y un autocar, en el cual lógicamente el motocarro y sobre todo su conductor lleva las de perder, nuestro taxista ni se inmuta, debe ver cientos de accidentes todos los días, y sigue su camino, ajeno a las miradas de pánico y al sudor frío que nos empezaba a recorrer el cuerpo. Protegidos por algún dios animista, logramos llegar sanos y salvos al hotel de estilo colonial, en cuyo bar, frente a una cerveza a temperatura ambiente, o sea caliente, comentamos nuestras primeras impresiones sobre África. Es Sábado por la noche, y el ambiente está muy animado, la gente viste muy bien, los hombres con trajes europeos, y las mujeres de una manera más tradicional, con vestidos realizados en telas de estampados llamativos pero elegantes que resaltan esos cuerpos tan lejanos de la estética anoréxica de estos tiempos. Sin ganas de cenar por el largo viaje realizado y sobre todo por el trayecto del taxi que ha dejado nuestros estómagos algo agitados, decidimos retirarnos a descansar, mañana comienza nuestro periplo africano y presentimos que va a ser bastante movido. Kenya. El país de los avestruces Kenya significa avestruz en lengua africana, y obtuvo su nombre en 1920, cuando pasó de protectorado británico al status de colonia; hasta ese momento era conocida como África Oriental Británica. Su superficie es algo superior a la de España, con 30 millones de habitantes; y sus 2 ciudades más importantes son Mombasa, en la costa Índica, que ya fue descrita por Diógenes hace casi 2.000 años como centro de comercio, y Nairobi, que nació al amparo del ferrocarril en el cambio de siglo, con más de 2 millones de habitantes en la actualidad, y casi 4 millones se esperan a principios del siglo XXI, en parte gracias a su benigno clima, ya que está situada a 1.800 de altitud. El área alrededor del monte Kenya, la segunda montaña de África con sus 5.199 m., es la más fértil del país, y produce café, azúcar, piña, cereales y otros productos que en total alcanzan el 30% de su PIB. La primera fuente de ingresos del país es el turismo, que se dispersa por sus enormes parques naturales en busca de la foto a corta distancia de los 9 grandes mamíferos salvajes, la cebra, el güepardo, el leopardo, el león, la jirafa, el elefante, el rinoceronte, el búfalo y el hipopótamo. La lucha por la independencia de Kenya comenzó al poco de conseguir su status de colonia en 1920, y pasó por episodios dramáticos como la campaña de terror creada por los Mau-Mau, un grupo de kikuyus que se alzó en armas, con el resultado de 32 europeos y 13.000 africanos muertos; el desgaste provocado para controlar los continuos levantamientos convenció al gobierno británico de que la Independencia era la única vía; en 1963 se convocaron elecciones libres, ganadas por Kenyatta, líder del KAU (Kenya Africa Union) desde 1947, que había pasado largos años en las cárceles de la colonia. Fue primer ministro de Kenya hasta su fallecimiento en 1978. Kenya ha sido lugar de paso para las migraciones de nativos norte-sur y este-oeste, por lo que su población se amalgama en más de 70 tribus, de 3 grupos étnicos diferentes según su procedencia. Los Bantu vinieron del Oeste, Los Nilotic del Noroeste, principalmente Sudán, y los Hamitic provienen del Noreste, Etiopía y Somalia, y son minoría. Las tribus más conocidas de estos grupos étnicos son los Kikuyu y Swahili (Bantu), los Masai (Nilotic). La entidad tribal es todavía muy importante en Kenya, aunque la concentración en grandes ciudades como Nairobi y Mombasa diluye estas diferencias. La poligamia, profundamente enraizada en la cultura tribal, es práctica habitual, aunque oficialmente no está permitida; sin embargo, la presión social y la realidad económica hacen cada vez más difícil el tener más de una esposa. La esperanza de vida es de 60 años, 10 más que la media de África. Nairobi. De poblado de pastores a gran metrópoli Amanecer en África. Aún desde la cama de un hotel en Nairobi se puede apreciar que África tiene una luz diferente, que se abre paso a golpes, desalojando bruscamente la negrura de la noche y ofreciendo una perspectiva diferente de cualquier objeto, como si recubriera con una capa de barniz brillante todo lo que toca y le diera un aspecto más hermoso y vivo. Temprano acudimos, con la misma excitación que un grupo de niños en su primera excursión, al encuentro de nuestros futuros compañeros de aventura, y también con el elemento más importante de nuestra expedición, un camión todo terreno Mercedes (¡alivio!, robusta tecnología germánica) que será nuestro apéndice en las 2 próximas semanas y servirá de casa, comedor, salón de lectura, dormitorio, terraza con vistas, aula y foro de tertulia. Por lo que respecta a nuestros compañeros, el grupo parece extraído de una reunión de la ONU porque en 25 personas se encuentran hasta 8 nacionalidades, británica, norteamericana, australiana, keniata, española, noruega, holandesa, y sueca. No sin dificultades colocamos todo el equipaje y nos ubicamos en el camión expectantes, y uno mismo se hace una apuesta sobre lo que ocurrirá en un espacio donde la intimidad no es posible, y en el que estarás codo con codo con alguien que no conoces de nada en las 2 próximas semanas. Con estos pensamientos en mi cabeza, el camión enciende su potente motor Diesel y nuestro chófer australiano empieza a rodar los primeros kilómetros del total de 5000 que nos esperan. La palabra Nairobi viene del Masai enkare nyarobe, que significa agua dulce, ya que aquí había un pozo donde los Masai llevaban sus rebaños a abrevar. Su altitud de 1870, lo que le da un clima muy saludable, provocó que Nairobi creciera rápidamente desde su fundación en 1896 como campamento de construcción del ferrocarril, asumiendo la condición de capital en 1907 sobre Mombasa, cuyo clima es mucho más insalubre, por las presiones de los granjeros asentados en las Tierras Altas. Nairobi es una gran ciudad, al menos grande, con rascacielos que imponen su presencia compacta y contrastan con el caos que se vive en las calles; parece como si estos rascacielos hubieran sido hechos para albergar todo el orden y la eficacia de la ex-colonia británica y alejarse lo más posible del suelo donde se encuentra en su máxima expresión la desorganización y el caos africano. Nada más abandonar la ciudad, uno se da cuenta de que, a diferencia de Europa, donde hemos modificado, manipulado y destrozado nuestro entorno natural, y sólo encontramos naturaleza virgen en ciertas áreas acotadas, en África las reservas son la ciudades, donde se concentra toda la actividad de los humanos en unos pocos kilómetros cuadrados, pero que los verdaderos dueños del país son una naturaleza exuberante y los animales salvajes que uno se encuentra a sólo 10 minutos de la ciudad vagando libremente por la interminable sabana. Parque Nacional Nakuru Nuestro primer día de viaje termina en el Parque Nacional Nakuru, donde llegamos a media tarde para montar nuestro campamento y tuvimos nuestra primera lucha, y por supuesto derrota, con un grupo de monos que estaban empeñados en dejarnos sin pertenencias ni utensilios de cocina y que eran increíblemente rápidos para nuestros lentos reflejos; la batalla se saldó con unas cuantas piezas de fruta que acabaron en los árboles, una caja de cerillas que, después de habérsela comido, igual mejoraron la inteligencia del mono por su alto contenido en fósforo, y unos cuantos utensilios que regresaron a nosotros en forma de proyectiles cuando los monos descubrieron con gran cabreo por su parte que no eran comestibles. Después de esta escaramuza, cogimos nuestro camión para recorrer el parque, y en un corto trayecto, porque la noche se echaba encima, pudimos visitar un gran lago, o al menos lo parecía, ya que la enorme concentración de flamencos no permitía ver el agua, tan sólo una mancha rosada de kilómetros de longitud. En nuestro retorno al campamento aún tuvimos la oportunidad de ver antílopes, jabalíes, impalas y un grupo de rinocerontes que descansaba plácidamente en una pradera, sin ganas de mover sus enormes cuerpos y que nos ignoraba totalmente en nuestro afán de sacar fotos y filmar vídeo; satisfechos por la contemplación de estos poderosos animales, aún tuvimos la oportunidad de ver descender un leopardo de un árbol que se recortaba en el atardecer africano. Con nuestros sentidos aún embriagados por todas las sensaciones recibidas en nuestro primer día, disfrutamos de una cena preparada por nuestro fantástico cocinero Johannes, un africano de edad indefinida que siempre cubría su cabeza con un sombrero de cowboy y que tenía una piel tan dura que me recordó a los rinocerontes que acabábamos de ver, ya que cogía con total tranquilidad las ollas directamente del fuego; probablemente 40 años de cocinero habían curtido su piel, pero no su alma, porque era de trato afable y sonrisa presta. Con el cuerpo agotado y tanto el espíritu como el buche bien alimentados, nos retiramos a la tienda de campaña, pensando que todos esos ruidos extraños que se oían en la noche no nos dejarían dormir, pero este pensamiento se diluyó rápidamente y quedamos totalmente traspuestos en cuestión de minutos. Para un noctámbulo como yo, levantarse a las 6 de la mañana es siempre un suplicio, pero en África parecía que un resorte en mi saco de dormir me ejectaba de la tienda a esa hora mágica en que la luz se empieza a filtrar entre la neblina de la jungla creando imágenes impresionistas en las que nada era lo que parecía ni parecía lo que era. Después de un desayuno copioso que nos pone en forma para un nuevo día de movimiento y ajetreo, desmontamos el campamento en un pis pas y nos dirigimos en nuestro camión al encuentro con las jirafas del parque. El sol empieza a hacer valer su poderío y la niebla se despeja totalmente, ofreciéndonos una visión maravillosa de un grupo de cabezas, unas 15, de jirafas asomando por las copas de los árboles; la jirafa es un animal muy tímido, por lo que cualquier intento de acercarnos con el camión es vano, empiezan a poner su imposible cuerpo en movimiento y con 4 zancadas de sus interminables patas se alejan de nosotros unos cientos de metros; como la máxima de la sabana es que todo lo que se mueve y hace ruido es visto enseguida, decidimos parar el motor de nuestro camión y esperar pacientemente a que las jirafas se acercaran a nosotros; después de un rato observamos lo que parece una familia, con un macho, una hembra y una cría de pocos meses, que aparecen entre los árboles cerca del camino y pasan a solamente 10 metros de nuestro camión, distancia suficiente para apreciar con detalle su maravilloso estampado y esa cabecita plantada al final de su poderoso cuello, con 2 pequeños cuernos a modo de antenas; se detienen a mordisquear las tiernas hojas de las copas de los árboles y siguen su camino parsimoniosamente. Regresamos satisfechos de haber compartido nuestro desayuno con las jirafas, y nos dirigimos a una parte más elevada del parque desde la que se puede divisar en todo su esplendor el lago que habíamos visto el día anterior y que desde la altura todavía parece más rosa. Como tenemos un largo trayecto de carretera hacia Uganda, nos ponemos en marcha rápidamente. Nuestro camión está descubierto en los laterales, protegidos por unas lonas que se desenrollan en caso de lluvia o frío, algo que por suerte sólo tendremos que hacer 1 vez en todo el viaje; por ello, las vistas y el contacto con el exterior es excelente, y las largas horas de recorrido se hacen amenas porque todo el mundo que nos adelanta nos saluda con un Jambo que significa hola en swahili. En el trayecto pasamos del verano al invierno, es decir cruzamos el Ecuador, que está simbolizado con una estatua circular en la que se marcan el Norte y el Sur y nos hacemos la foto obligada. Hacemos una parada en Kabale para aprovisionarnos de comida y dar una vuelta por el pueblo que es como la mayoría que cruzaremos en nuestro viaje, casas bajas de adobe con calles sin asfaltar y mucha gente desocupada poblando las calles, además de mercados callejeros donde se puede comprar absolutamente de todo, hacerse un traje por un sastre diplomado, comprarse un ataúd recién pulido, cortarse el pelo, etcétera, etcétera. El estado de las carreteras es bastante bueno en Kenya y empezamos a pensar que África, al menos algunos países, no es tan subdesarrollada ni está en un estado tan precario como esperábamos. Ciertamente estamos en la época seca, ya que es comienzo del invierno, y los caminos están mucho más transitables que en la época de lluvias. Las carreteras son también el eje vital del país ya que cualquier persona que tiene algo que vender se sitúa en sus arcenes para comerciar; cada cierto tiempo se ve gente vendiendo carbón vegetal que es el que se utiliza principalmente para cocinar además de la madera, y también se observan frecuentemente hornos de cocción de ladrillos para la construcción; también sorprende ver que muchos tejados de casa están hechos de planchas de cinc, lo que a nosotros nos desagrada estéticamente pero se revela como un símbolo de status económico cuando se lo preguntamos a la gente, ya que los tejados de hojas se deterioran con mucha facilidad y rapidez y aquellos que se pueden comprar el tejado de cinc, no razonan con nuestros criterios estéticos sino prácticos, lo que te hace pensar que es un error sacar conclusiones sobre lo que ves en África partiendo de nuestros razonamientos. La idílica visión de un sol rojo que hace arder el horizonte cuando estamos a sólo 2 kms del campamento se rompe bruscamente cuando nuestro camión queda atascado en el barro; en estas circunstancias uno se da cuenta de que en África la solución a los problemas no está en una llamada telefónica que haga acudir a la grúa, sino que te tienes que buscar la vida y solucionarlos tú mismo, como así hicimos, coger palas, troncos, piedras y cualquier cosa que pudiera ayudar a sacar el camión de un agujero cada vez más profundo, además de 50 brazos que empujaban con todas sus fuerza para salir del atolladero; aún así tardamos 1 hora en poder sacar el camión, con el barro hasta las cejas, y en vista de que el resto de la pista estaba en las mismas condiciones, realizamos el resto del camino a pie hasta llegar al campamento de Eldoret, un lugar en medio de la nada y que sorprendentemente nos ofrece una ducha reparadora caliente con un sistema tan básico como efectivo de calentar un depósito metálico de agua con un fuego que mezclada con agua proveniente de otro depósito de agua fría te permitía disfrutar de las comodidades de la vida moderna. El propietario del campamento es un indio, algo habitual en Kenya en el mundo de los negocios, y que también nos proporciona la comida india más deliciosa que hayamos probado nunca, acompañada de cerveza ¡fría!. Uganda, el manantial de África La historia reciente de Uganda está marcada por la sangrienta dictadura de Idi Amín, que tomó el poder en 1971 mientras el presidente Obote estaba fuera del país, en una conferencia de la Commonwealth. Con un apoyo entusiasta al principio por parte de la población, Idi Amín prometió el retorno a un poder civil en un período de 5 años ,algo que como bien sabemos nunca cumplió. En 1972 disolvió la asamblea nacional y expulsó a toda la población asiática, mas de 100.000 personas, que eran el eje del comercio y la economía, lo que provocó un caos en la mayoría de los sectores. En 1978, para distraer la atención de los problemas internos, lanzó un ataque masivo contra Tanzania, aunque su ejército, indisciplinado y carente de moderno material bélico, sufrió una derrota masiva, que obligó a Idi Amín a exiliarse, primero en Libia, y posteriormente en Arabia Saudí, donde aún reside. El ejército tanzano permaneció en Uganda hasta la celebración de elecciones en 1980, ganadas por Obote, pero las acusaciones de "pucherazo" llevaron a un nuevo período de inestabilidad política, aunque la economía en los últimos años ha tenido una recuperación importante, gracias al retorno de muchos asiáticos a los que se les han devueltos sus propiedades embargadas en 1972. La geografía de Uganda está marcada por el Ecuador, que la atraviesa y su ubicación en la zona de los grandes lagos, lo que la hacen un país enormemente fértil y variado; montañosa en gran parte de su territorio, está surcada por ríos, enormes lagos y cataratas, que albergan una vida salvaje muy rica y diversa. Stanley la definió como "la perla de África", y Winston Churchill decía que era "El paraíso perdido". El principal grupo étnico del país es el Baganda, con el 16% del total. Uganda obtuvo la independencia en 1963, y como suele ser habitual en África, después de las elecciones y un período políticamente convulso, un "salvador de la patria" toma las riendas, suspende las libertades civiles y políticas, prometiendo que pronto se normalizara la situación. En este caso fue Obote, que en Febrero de 1966 suspendió la constitución, destituyó a la Presidenta Buganda, y se convirtió en un dirigente absolutista hasta su propia destitución en 1971 por Idi Amín. Los largos años de conflicto y el desmantelamiento de la economía han provocado que en 1991 la esperanza de vida fuera de tan sólo 46 años, 15 por debajo de su vecina Kenya, y 5 de la media africana; el analfabetismo alcanza al 50% de la población, pero en los últimos años se ha hecho un gran esfuerzo de escolarización; una de las imágenes más habituales cuando se viaja por Uganda es la enorme cantidad de niños ataviados con uniformes escolares de todos los colores que recorren las carreteras yendo o viniendo de sus colegios. Kampala, la capital de Uganda, se construyó como Roma, sobre siete colinas, aunque su enorme crecimiento la han llevado a ocupar 23 colinas en un área de 200 km. cuadrados, con más de 1 millón de habitantes. Como Nairobi, creció al amparo del ferrocarril, que alcanzó las colinas de Kampala en 1915, casi 20 años después del comienzo de su construcción en Mombasa, y fue nombrada capital de Uganda en 1962. La belleza de Kampala, con enormes espacios verdes e infinidad de árboles esparcidos en sus colinas, ha sufrido graves ataques por el boom de la construcción que empezó en 1986, agravado por el hecho de que las fábricas de ladrillos están alimentadas por madera de árbol. Al día siguiente nuestro camino hacia Uganda continúa después de haber recorrido de vuelta los 2 km de pista embarrada con nuestros dedos cruzados para no tener que repetir el espectáculo de la tarde anterior. Por suerte no sucede nada y retornamos a la carretera con un ¡Uff! de alivio que sale de las gargantas de la gente. Nuestra llegada a la frontera entre Kenya y Uganda se produce a media mañana y aunque no hay prácticamente gente, los trámites burocráticos se demoran casi una hora; es algo que también aprenderemos a soportar con paciencia en las varias fronteras que cruzaremos en el resto del viaje. Retomamos el camino hacia Kampala, la capital de Uganda, donde todavía se pueden observar las secuelas de la guerra civil que asoló el país durante la dictadura de Idi Amín y que provocó un desastre humanitario y un éxodo masivo de gente a Kenya y otros países, además de diezmar y provocar la casi total desaparición de elefantes y otras especies; de todas maneras, las únicas huellas visibles son marcas e impactos en edificios, ya que por todas partes se aprecia una alegría de vivir y un esfuerzo por llevar adelante el país que es admirable. La gente nos preguntaba que nos parecía Uganda frente a Kenya y hacía esfuerzos para que nos sintiéramos como en casa, algo que sin duda consiguieron en mi caso porque sorprendentemente el paisaje de Uganda es muy parecido al de mi Galicia natal, verde y con montañas, y plantaciones de maíz, eso sí de la variedad llamada sorgo rojo que le da una tonalidad especial a los campos; también las carreteras parecían las típicas gallegas, estrechas, sin arcén, cruzando montañas y con curvas cerradas en las que nuestro camión se acercaba peligrosamente al precipicio. Una vez llegamos a Kampala nos dirigimos al banco a cambiar moneda local, y rápidamente seguimos camino hasta el campamento, que está situado en una ladera desde la que se domina la ciudad y que también nos sorprendió con unas cervezas frías de tamaño desmesurado (75 cl), además de una cabina telefónica modernísima desde la que se puede llamar automáticamente a cualquier país del mundo. El campamento está lleno de gente de todo el mundo, cada uno con su historia de África, algunos llevan meses pululando por aquí y otros son como nosotros recién llegados a los que supongo todavía no se nos ha quitado la expresión de asombro del rostro por todo lo que estamos viendo. La mañana siguiente nos despierta con una espléndida vista de Kampala asomando entre las brumas; nos ponemos temprano en camino para alcanzar en el día la frontera de Zaire, la carretera discurre entre plantaciones de té y platanales, salpicadas en el fondo de los valles por extensiones enormes de plantas de papiro. La carretera se hace cada vez más montañosa y su estado es cada vez más precario, por lo que nuestros rostros adquieren cierta expresión de pánico por la altura a la que estamos y lo definitivo que sería un despiste; todo ello además se agrava por los múltiples conductores temerarios que nos adelantan en curvas, cambio de rasante o donde coincida; enormes camiones cisterna del WFP (World Food Program), organismo responsable de la alimentación de los miles de refugiados que malviven en los campamentos fronterizos entre Uganda y Zaire. Supongo que los conductores cobran a destajo porque su conducción es realmente suicida, y por supuesto en nuestro recorrido vemos varios camiones volcados en las cunetas. Alcanzamos una altura cercana a los 2.500 metros y el descenso es igual de arriesgado, aunque conseguimos bajar sin más incidencias. Llegando a la frontera con Zaire pasamos por delante de un campo pequeño de refugiados donde se hacinan miles de personas. La visión en directo de la enorme tragedia humana que ha supuesto la guerra de Ruanda nos deja mudos y en silencio recorremos el resto de la ruta hasta la frontera de Zaire. Zaire, el juguete de Mobutu. Zaire es el país más corrupto de la Tierra, es el mundo al revés, donde debes tener más precauciones contra la policía y los militares que contra los ladrones, ya que estos sólo te robarán mientras que aquellos pueden liquidarte por simple placer. 30 años de dictadura implacable de Mobutu han afectado profundamente todos los niveles vitales de los zaireños. La geografía del este de Zaire está marcada por los lagos y la cadena montañosa del Ruwenzori, que la recorre de norte a sur; esta cadena montañosa alberga los últimos gorilas de montaña, en peligro de extinción, aunque los últimos años la población haya crecido gracias a la creación de parques nacional como el de Virunga y la persecución de los cazadores furtivos, conjuntamente con programas internacionales de protección a los gorilas de montaña. Zaire obtuvo su independencia en 1960, pero tuvo que afrontar en sus primeros años graves problemas como el intento de secesión de la rica provincia mineral de Katanga en el norte y de Kasai en el sur, o los amotinamientos del ejército, que fueron aplastados por el coronel Joseph Mobutu, que en 1965 tomó el poder, asumiendo el nombre de Mobutu Sese Seko en 1972. La enorme diversidad étnica, con más de 200 tribus y 250 dialectos, además del tamaño del país, 3 veces el de España para una población de 40 millones, dificultan su gobierno, ya que Mobutu ha concentrado el gobierno local de las 21 provincias, que era muy autónomo, en sólo 8 provincias, que además dependen para todo del gobierno central en Kinshasa. 30 años después de la toma de poder por Mobutu, la situación económica y política del Zaire es de caos total; sospechosamente, la fortuna personal estimada de Mobutu se acerca al montante de la enorme deuda externa del país, aunque su situación actual es muy precaria, ya que ha perdido el apoyo de los Estados Unidos, que durante estos años han tenido a Mobutu como un aliado contra los experimentos socialistas de Tanzania y otros países de la zona. Los intereses políticos y económicos en la zona son enormes, y Francia apoya a Mobutu para no perder su influencia frente a Estados Unidos. Sin embargo, parece que Francia apuesta por un caballo perdedor, ya que Mobutu, enfermo de cáncer y con su credibilidad perdida, ve como su ejército de tropas mal preparadas, que no cobra su salario desde hace años y que carece de moderno material bélico, corre con el rabo entre las piernas ante el avance del ejército guerrillero de Kabila, apoyado militarmente por Uganda y Ruanda, y sobre todo políticamente por Estados Unidos. Lo que es muy dudoso es que la más que probable victoria de Kabila lleve la democracia al Zaire ya que en la mitad que controla del país ha suprimido los partidos políticos y su historial de marxista reconvertido, entusiasta en los 70 del sistema chino y norcoreano, ponen su credibilidad demócrata en entredicho; las grandes multinacionales americanas han apostado claramente por él, incluso antes de su victoria, ya la empresa tejana American Fields ha firmado un contrato de 1.000 millones de dólares para la creación de una empresa mixta de explotación minera. Para evitar problemas, decidimos dejar el camión en la parte ugandesa de la frontera, ya que nuestro objetivo, el Parque Nacional de Virunga, donde están los gorilas de montaña, se encuentra solamente a 10 km de la frontera. Por ello, cogemos del camión el equipo básico de campamento para 2/3 días, y después de cruzar la frontera sin problemas porque el guía ha deslizado un billete de 10 dólares con los pasaportes, contratamos los servicios de porteadores para llevar las tiendas de campaña; cuando vemos que muchos de ellos son niños que no llegan a 10 años, nos indignamos y comentamos que no deberíamos permitir esto, pero una vez más la economía real impera y si nosotros prescindiéramos de sus servicios, ese día no ganarán un dólar con el que alimentar a sus familias; de todas maneras, la visión de niños cargando con fardos de 15 kg. o con mochilas que les llegan hasta las rodillas me conmueve profundamente. El recorrido lo realizamos parcialmente en noche cerrada, y me parece imposible que estos niños descalzos, cargados con pesados bultos, se puedan mover con tanta agilidad y sin tropezar continuamente como nos pasa a los demás. La noche se hace oscura, más bien negra como el azabache, y me guío siguiendo a estas pequeñas sombras fantasmales que se deslizan como gatos por la jungla. Llegamos al campamento agotados y en mi caso con una torcedura de tobillo por meter un pié en un agujero que por supuesto no he visto; estoy preocupado porque dentro de una semana voy a subir el Kilimanjaro y esto exige un estado físico óptimo. La mañana siguiente me despierta aliviado por cuanto el tobillo me duele menos, ha sido una simple torcedura y no un esguince como temía. La luz del día nos permite apreciar toda la belleza del lugar en que estamos y que la noche anterior recorrimos en completa oscuridad, ya que estamos rodeados de hermosas montañas, son las estribaciones de la cadena del Ruwenzori o Montañas de la luna, uno de los lugares más fascinantes y enigmáticos de este planeta, y al mismo tiempo más inaccesible porque su elevado índice de humedad, con más de 320 días de lluvia al año convierten a estas montañas de más de 4000 metros de altitud en pistas de patinaje sobre barro que dificultan enormemente su exploración; en ellas los biólogos han encontrado especies únicas y, en general, cualquier planta tiene el doble de tamaño que en otras partes del mundo. Los senecios alcanzan aquí hasta 12 metros de altura, y las lobelias 1 metro; la hierba puede llegar a crecer 50 cm. En un día. Algunas cumbres están permanentemente cubiertas por la nieve, ya que el monte Stanley tiene 3 picos que superan los 5.000 metros y otras 7 son más altas que el Mont Blanc. Las selvas del Ruwenzori poseen la mayor densidad de vegetación del globo; el tejado que forma la maraña de hojas y lianas sólo deja pasar el 10% de la luz, lo que explica en parte el gigantismo de su flora, también provocado por el continuo manto protector de las nubes que la protege de los rayos ultravioleta del sol. Otra razón está en que los grandes incendios que se producen en la época seca en las sabanas africanas producen una gran cantidad de ceniza que se deposita en los glaciares y varios meses después cae en forma de lluvia cuando éstos se derriten. La fertilización de las plantas no la realizan las mariposas, ya que a estas altitudes no pueden sobrevivir; son los soui manga, un pájaro de la familia de los nectarínidos, los que realizan la fecundación gracias a sus largos picos. El Ruwenzori es un elemento vital del equilibrio ecológico de la zona, que en época de lluvias retiene como una esponja la enorme cantidad de agua vertida que en otro caso provocaría inundaciones, liberándola en la época seca en el lago Albert, fuente del Nilo Albert, evitando las sequías que provocarían hombrunas. ¡Qué maravilloso equilibrio natural! Parque Natural de Virunga Por primera vez en una semana nos levantamos a una hora prudente, las 8 a.m porque hoy no toca carretera, sino búsqueda de gorilas por la jungla; hace un día espléndido, algo no muy habitual porque la jungla es muy verde y espesa, lo que significa que llueve bastante; el parque tiene una caseta de información muy básica donde nos cuentan algunos detalles sobre los gorilas de montaña, y en la que no se puede comprar ni un simple recuerdo, realmente para esta gente el concepto de marketing no existe; será de vuelta en Uganda 2 días después cuando podamos comprar una camiseta con una foto de un gorila de Virunga, ¡ a más de 500 km de distancia!. Pero bueno, lo realmente importante es la posibilidad de ver a los gorilas, y para ello se divide la expedición en 3 grupos de 8 personas cada uno, ya que el contacto con los gorilas está limitado a un máximo de 10 personas por día para no agredir demasiado su hábitat. A cada uno de los grupos nos acompañan 3 rangers, 2 de ellos armados con viejos fusiles militares que abrían y cerraban el grupo y otro provisto de un machete que se revelará muy necesario para el desplazamiento por la jungla. Avistar una familia de gorilas tiene mucho de suerte, ya que se desplazan continuamente y la impenetrable jungla te puede hacer pasar a escasos metros de ellos sin que te des cuenta; es por ello que hemos reservado hasta 3 días en el campamento, ya que la lista de espera es grande y no queremos irnos sin vivir esa experiencia única. Después de 2 horas caminando por la jungla en un ambiente cargado de humedad y preguntándome como diablos se podían orientar los rangers, ya que no había puntos de referencia y todo parecía exactamente igual, oímos ruidos de animales en la cabeza del grupo, gritos humanos, y la figura de uno de los rangers que corría despavorido con los ojos fuera de sus órbitas; todos nos asustamos muchísimo y nos preguntamos que había pasado, sin dejar de correr; al cesar los ruidos nos paramos porque nos habían dicho que si nos perdíamos en la jungla iba a ser muy difícil que nos encontraran, y al volver a agruparnos, observamos al ranger que disparaba a la maleza repetidamente su escopeta; yo estaba extrañado de que un gorila hubiera atacado porque había leído que no eran agresivos, pero no sabía qué había pasado; ya un poco más calmados nos explicaron que al ir abriendo senda en la jungla, se habían encontrado repentinamente con un búfalo que estaba echado en la hierba seguramente durmiendo, y que de repente se lo encontraron de bruces bramando y atacando, sin darles tiempo a reaccionar; había prendido a uno de los rangers por el impermeable con su testuz rasgándoselo y haciéndole perder su arma; por suerte se había marchado corriendo hacia otro lado; para los que no hayan visto nunca un búfalo y se extrañen de esta agresividad, baste decirles que en África el mayor número de muertos por fieras salvajes se produce por ataques de búfalos y no de león, elefante u otros animales aparentemente más peligrosos; para el que no haya visto nunca un búfalo, pesa el doble que un toro, que a su lado parece un animal doméstico. Recuperados del susto y una vez el ranger encontró el arma que había perdido en la espesura, retomamos el camino con el miedo en el cuerpo por la posibilidad de otro encuentro no deseado con el búfalo o cualquier otro animal que no fuera un gorila; para tranquilizarnos los rangers nos decían que el búfalo era un animal de sabana y que era muy extraño encontrarnos con uno en la jungla; con una risa nerviosa les respondí que a lo mejor era una especie de búfalo de las montañas como los gorilas. Media hora más de caminata y de repente aparece entre la maleza la familia de gorilas que plácidamente descansa en un claro de la jungla; un grupo de 3 hembras, un bebé de pocos meses y un impresionante macho de espalda plateada que podía enviarte al otro mundo de un tortazo; por suerte parece que nuestra presencia no les importa lo más mínimo y poco a poco adquirimos la suficiente confianza para acercarnos a escasos metros, eso sí, sin mirarles directamente a los ojos y con la actitud sumisa que nos han recomendado los rangers. El macho está sentado en el suelo y se limita a coger ramas que parte con una facilidad pasmosa para comerse la parte tierna central; el que sí parece muy interesado en nosotros es el bebé que tiene el tamaño de un niño de 3 años, y que se acerca a mí con la intención de coger la correa de mi cámara que oscila mientras saco fotografías; como estamos avisados de evitar el contacto físico para no transmitirles ningún tipo de enfermedad, retiro la correa con enorme enfado por parte del bebé, que se sube a un árbol y empieza a agitarlo para mostrar su enojo, exactamente igual que hubiera hecho cualquier niño. En un momento determinado, y en vista de que parece que cogemos demasiada confianza, el macho se incorpora en toda envergadura, más de 2 metros y unos 200 kg. de peso, empieza a dirigirse hacia nosotros, nos acongojamos sobremanera y sumisamente nos agachamos; el macho se acerca a menos de un metro de mi, da media vuelta y retorna a sus ramas, es un simple ejercicio de poderío pero ha dejado muy claro quién manda allí; después de una hora de estancia con ellos, nos vamos con la misma tristeza de quién se despide de un familiar que se va a un país lejano y al que no sabes si volverás a ver. Unos meses después leí en un periódico que habían nacido 20 bebés de gorila en el parque de Virunga y me sentí muy contento de que la familia hubiera crecido. De regreso al campamento, íbamos exultantes, yo aún no me podía creer que había estado compartiendo una hora con una familia de gorilas, y que había sido todo tan sencillo, tan natural que mis pensamientos eran del tipo: "¿Todavía hay alguien que pueda cuestionar la teoría de la evolución?, ¡pero si son iguales que nosotros, con un poco más de pelo!". Durante el regreso los rangers tuvieron varias dudas sobre el camino a seguir, lo cual nos empezó a inquietar porque si nos perdíamos iba a ser muy difícil que nos pudieran encontrar, seguro que nuestro amigo el búfalo nos encontraría fácilmente, pero era un tipo de encuentro que no nos apetecía mucho. Finalmente encontraron una senda, y a partir de ahí el camino de regreso fue muy rápido y animado. Cuando llegamos al campamento, nos encontramos a los otros 2 grupos que ya llevaban bastante rato allí; nos dijeron que había oído los disparos y que estaban a punto de enviar a buscarnos porque tardábamos mucho; resulta que uno de los 2 grupos halló a su familia de gorilas a menos de media hora del campamento, les costaba trabajo creer que pudieran estar tan cerca; el otro grupo había tardado un poco más pero también había encontrado a su familia rápidamente; les dijimos que no se quejaran, que nosotros habíamos tenido que caminar por la jungla más de 3 horas, y sufrido un encuentro inesperado con un búfalo; estábamos todos verdaderamente excitados, enseñándonos las cintas de vídeo que habíamos grabado. El resto del día lo paso poniendo en orden las sensaciones recibidas en el encuentro de los gorilas; cuando hace años vi la película "Gorilas en la niebla", rodada en el Ruwenzori, me pregunté qué razón podía llevar a una mujer como Diane Fossey a abandonar totalmente a su familia y amigos y renunciar a las comodidades de la vida occidental, para arriesgarse permanentemente frente a los cazadores furtivos y las familias de gorilas. Es una pregunta que seguramente hubiera quedado sin respuesta si aquella mañana yo no hubiera estado allí. La belleza de las Montañas de la Luna, unas noches estrelladas en un cielo puro, y, sobre todo, la posibilidad de compartir experiencias tan increíbles con nuestros ancestros, son valores más que suficientes para mandar al carajo el coche, la casa, la televisión y todo cachivache que consideramos civilización. Consigo quitarme toda la suciedad acumulada en el cuerpo con el viejo sistema de la ducha africana, es decir, un barreño de agua al fuego, y una regadera atada a la rama de un árbol como sistema de ducha, realmente deliciosa. Celebramos nuestro encuentro con los gorilas asando un cerdo entero (los africanos son cerdos salvajes, negros y mucho más pequeños que los sobrealimentados cerdos europeos), que preparan nuestros anfitriones africanos, y cantando bajo las estrellas canciones folklóricas de cada uno de los países a que pertenecemos; tengo que explicar varias veces sin que me crean mucho que la Macarena no es folklore español. La noche en Virunga es muy fría por la altitud y la humedad de la selva, por lo que nos arrebujamos en torno al fuego y no dejamos de beber distintos licores también de cada uno de los países a que pertenecemos. La noche se alarga…. La mañana nos despierta con otro día espléndido que si cabe nos entristece más por tener que dejar este lugar tan maravilloso. Conversamos con la gente que se acerca a despedirnos, en Zaire se habla Francés como idioma, además de los múltiples idiomas y dialectos locales; descubrimos que muchos de los jóvenes que por allí trabajan están juntando dinero para poder pagar la dote (digámoslo así, porque en realidad suena más a una compra) de sus prometidas; nos cuentan que una mujer viene a costar unas diez vacas. Se me ocurre que sería interesante elaborar un cuadro con la cotización de la mujer en las distintas partes del mundo; en los países árabes la cotización es en camellos, en la India en telas, joyas y adornos, etcétera. Es la hora de partir; se vuelve a repetir la historia de los porteadores, esta vez si cabe más cruel, porque 200 niños se arremolinan a cierta distancia de nuestras mochilas esperando la orden del capataz, que por cierto es de la misma edad que ellos, pero como es el hijo del dueño del campamento, está en su derecho de portar una vara de madera que estoy seguro utilizará sin problemas, como así sucede; de repente todos los niños se abalanzan sobre nuestros equipajes, yo cojo el mío ante la posibilidad de que lo destrocen, y el capataz, que se hace llamar Johnie Walker, empieza a repartir varazos a diestro y siniestro; después de poner orden en el tumulto, selecciona a unos 30 porteadores y comenzamos el regreso a Uganda; me entristece pensar que por un dólar se haya podido montar tal escándalo, es señal de que la situación en el Zaire deber ser dramática. Con estos pensamientos en la cabeza que me impiden disfrutar en toda su plenitud del paisaje que 2 días antes habíamos recorrido de noche, llegamos a la frontera con Uganda; como la llamada "tierra de nadie" tiene una extensión bastante larga, imagino que para evitar conflictos, hay muchos niños que la recorren en una especie de patinetes gigantes de madera, muy rústicos pero increíblemente robustos, que se ofrecen para llevarte el equipaje o a ti si hace falta. Una vez hemos llegado a la frontera y la hemos atravesado, observamos con preocupación que nuestro camión no está, le esperamos durante una hora, y por fin aparece en el horizonte; Greg, nuestro chófer australiano, se había retrasado haciendo compras con Johannes y por eso llegaba tarde; ya estamos acostumbrados a que el tiempo se mida de otra manera en África, pero realmente el camión es ya una prolongación de nuestros cuerpos, y después de 2 días sin subir a él, ya teníamos "mono". Emprendemos nuestro camino hacia las carreteras montañosas de nuevo, cruzándonos continuamente con nuestros amigos suicidas de los camiones del WFP, sin incidentes que reseñar; al atardecer pasamos cerca de un lago muy hermoso, el Banyony, situado a unos 2.000 metros de altitud, y decidimos montar el campamento allí; me quedo extasiado contemplando la puesta de sol sobre las montañas y las rústicas barcas cruzando el lago; debe haber bastante pesca porque continuamente vemos asomar cabezas por la superficie del lago, nos comentan que incluso nutrias; a medida que va anocheciendo los ruidos de la noche nos envuelven y con toda nitidez se pueden distinguir algunos conocidos, como patos y cornejas, y otros que son totalmente nuevos para nosotros; con las últimas luces, la atmósfera se empieza a llenar también de olores de plantas y un sinfín de luciérnagas atraviesan como estrella fugaces el aire; finalmente, rodeados como estamos de montañas, el cielo estrellado parece una bóveda que cubre totalmente el firmamento, uno tiene la sensación de que algún puntito de luz de los millones que se ven en el cielo está de alguna manera relacionado contigo. Cuando el frío empieza a hacer mella en nuestros huesos, nos acercamos al fuego donde ya hace rato que los demás han empezado el intercambio de licores y canciones folklóricas. Es Domingo y lo descubro cuando llegamos a un pueblo llamado Kabale con la intención de aprovisionarnos de alimentos; mientras el grupo de intendencia va al mercado, recorremos el pueblo echando un ojo a las múltiples iglesias que jalonan la carretera, adventistas, pentecostistas, baptistas, católicas, de las que salen unos cánticos preciosos; la gente va muy elegante con sus trajes de Domingo, y una chica de nuestro grupo es la sensación del pueblo, porque lleva un short muy ceñido y todos los hombres y niños la miran y se parten de risa, o tímidamente tuercen la vista, eso sí, para volver a mirar enseguida, finalmente decide ponerse algo un poco más discreto, no vaya a ser que causemos un tumulto. Una vez provistos de alimentos, volvemos a la carretera, y después de un rato nuestro camión empieza a renquear, parece como si los miles de kilómetros recorridos le pesaran demasiado, pierde fuerza en las cuestas y se desplaza a velocidad de tortuga, hasta los ciclistas nos adelantan; por suerte, bueno no por necesidad, nuestro chófer Greg también es mecánico, y se pone a la faena; después de un rato descubre que en el último repostaje nos han debido mezclar el gasoil con agua, porque el filtro de aceite está totalmente sucio, pero lo arregla rápidamente y enseguida volvemos a la carretera con nuestro querido Mercedes; se nos plantea un problema adicional, y es que los tanques de agua potable que llevamos y que nos sirven para beber, fregar los cacharros, cocinar, etcétera, están casi vacíos, y algo tan sencillo como rellenar un tanque de agua en Europa, se puede volver muy complicado en África, paramos en varias estaciones de servicio de Mbaraba, un pueblo situado en la carretera, pero en ninguna de ellas tienen agua, solamente todo el gasoil que queramos, me pregunto como es posible que nos hubieran mezclado el gasoil con agua en el repostaje anterior si parece que es más escasa que el combustible, ¡seguro que no era potable!. Nos dirigimos a un campamento donde nos pueden ayudar, pero allí tampoco tienen agua, por lo que seguimos camino hasta un curioso hotel llamado Jungle Lodge Paradise situado en pendiente en la garganta de un río, y nos permiten acampar a la entrada. Bajamos, y aunque la corriente es bastante fuerte nos damos un baño refrescante, nos dejamos llevar 50 metros por la corriente, y regresamos corriendo por el margen del río a tirarnos otra vez, muy divertido; el hotel es muy curioso, organizado en terrazas descendentes, debió ser en su época bastante espectacular, pero ahora parece un poco decadente; parece que somos los únicos que estamos por la zona, así que después de cenar nos acercamos a compartir un rato de música africana y unas bebidas en el bar. Queen Elizabeth National Park A la mañana siguiente, con los depósitos llenos, nos ponemos muy temprano en marcha porque nos hemos tenido que desviar de la ruta para encontrar el agua, pero parece que estos días las desgracias se ceban en nosotros porque a las 7 a.m pinchamos, y cambiar la rueda de uno de estos camiones lleva un buen rato, casi 45 minutos. Hemos hecho ya nuestra la frase en Swahili "Akuna Matata", "no hay problema", por lo que tranquilamente esperamos que se arregle la rueda, mientras todos los niños de la zona se acercan curiosos a ver que hacemos; sus miradas, sus ojos como platos y sus sonrisas tímidas me subyugan y aprovecho para hacer unas fotos en las que con una sola mirada se pueden entender muchas de las cosas que suceden en África. La llegada al Queen Elizabeth National Park, cuyo nombre está dedicado a quien imaginamos, es espectacular, porque su corazón es el canal que une 2 lagos llamados Edward y George (más familia real), y reúne la mayor concentración de hipopótamos del mundo, los vemos en la lejanía, pero aún así sus inmensas moles nos impresionan; montamos el campamento y por primera vez en 10 días logro colgar la hamaca que me he traído para descansar y relajarme un rato; el ritmo que llevamos es infernal, y aunque todos lo aceptamos de buena gana porque es la única manera de poder ver tantos sitios interesantes, este momento de "relax y pax" tirado en una hamaca con la vista del lago al fondo es uno de los momentos más especiales de este viaje. Recorremos el parque con el camión y por fin vemos elefantes, hasta ahora se nos habían resistido, porque son bastante independientes y se alejan de los caminos para evitar el contacto humano; sabes que están ahí no muy lejos pero no los llegas a divisar; aquí hemos tenido suerte porque nos hemos cruzado con un grupo de 6 ó 7 que atravesaban el camino, y antes de perderlos de vista podemos observar su enorme tamaño y peso, que abre una enorme oquedad en el camino cuando pisa; el macho es más alto que nuestro camión y pienso qué haríamos si se dirigiera hacia nosotros con su trompa en alto y empezara a repartir trompazos; pero como siempre, y es algo que uno aprende enseguida, las fieras salvajes no lo son tanto, sólo atacan si se sienten acorraladas o por supuesto hambrientas, pero suelen rehuir el contacto humano porque el concepto que tienen de nosotros no debe ser muy alto. Hace mucho calor por primera vez en todo el viaje, y parece que la tierra se descompone en partículas que flotan en el aire, que se hace muy pesado e irrespirable. Regresamos al campamento y al atardecer nos vamos a recorre el canal en barca. El sol declina y el calor se hace más suave; además la cercanía del agua refresca el ambiente; las márgenes del río están llenas de juncos que forman una pared impenetrable, y no vemos ningún animal, hasta que al dar la vuelta a un recodo nos encontramos con la mayor concentración de hipopótamos imaginable, no sólo por los que salen a la superficie a respirar, sino por los que deben permanecer bajo el agua, ya que salen una vez cada 5-10 minutos, están unos segundos en la superficie, y regresan al frescor del fondo. Parece que se podría cruzar el canal saltando de lomo en lomo de hipopótamo, pero no lo pienso probar, no creo que les gustara mucho; nos deslizamos suavemente con nuestra pequeña barca a escasos metros del grupo, y de vez en cuando, un resoplido nos avisa de la aparición, primero de los ojos y luego del morro de un hipopótamos a 1 metro de la barca; si a alguno le diera por emerger sus 3.000 kg. de peso bajo nuestra barca, nos llevaríamos un susto bastante grande; en la orilla del lago se pueden ver además grandes cantidades de pelícanos y otras aves a cada cual más extravagantes; parece Picadilly Circus en la época de los punkis, porque un pájaro lleva una cresta roja, con las patas de color amarillo, otro tiene el cuello a pintas, realmente es un espectáculo multicolor. También dormitan en el borde del canal varios búfalos en perfecta armonía con los hipopótamos y las aves; protegidos por unos metros de agua y nuestra barca, observamos con detalle a los búfalos pensando como puede doler el impacto de esos cuernos retorcidos, peinados con raya al medio e impulsados por 1500 kg de músculo; es una pregunta de la que espero no obtener respuesta jamás. Cuando el sol se ha puesto, empieza a hacer su aparición nuestro gran enemigo de esa noche, que no es una fiera salvaje, pero puede ser bastante más peligroso: el mosquito. Las suaves temperaturas y la altitud de gran parte de las zonas que hemos recorrido, ya que el mosquito siempre vive por debajo de los 2.000 metros, nos han protegido, y ahora, con el fuerte calor y la cercanía del agua, vemos en danza histérica millones de mosquitos arremolinados en torno a cualquier luz; de vuelta al campamento, todos nos ponemos pantalones y camisas de manga larga a pesar del calor, y las pocas superficies de piel expuestas las bañamos en crema anti-mosquitos extra fuerte; va a ser una noche muy olorosa, como si todos nos hubiéramos perfumado para una cena de gala. Un compañero de expedición tiene un incidente cuando va a echar la basura a un vertedero cercano con un jabalí que merodeaba por allí; son mucho más pequeños que los jabalíes españoles pero parece que tienen muy mala leche, porque persiguió a nuestro compañero durante varios metros, que corría como si le persiguiera el diablo, y la lividez de su rostro tardó varias horas en desaparecer. Con gran tristeza dejamos el Queen Elizabeth National Park en nuestro viaje de retorno a Kenya, la noche ha sido una sinfonía de resoplidos de hipopótamos en el agua, y al levantarnos hemos descubierto las huellas de un hipopótamo que se ha paseado por nuestro campamento; si me hubiera levantado como muchas noches a orinar y me encuentro de frente con un hipopótamo, creo que aún estaría corriendo ahora. El resto del día lo pasamos en el camión saludando a la gente que circula o está esperando no sabes el qué al borde de la carretera, y a ciclistas que circulan con bicis tipo chinas, pero con muchos extras, luces, espejos, colores, parece que la economía va bien cuando se pueden permitir esos lujos; además las bicicletas van reforzadas con barras de hierro en su parte posterior, y la razón es que las cargan hasta límites imposibles, con 2 ó 3 racimos enormes de plátanos que deben pesar unos 100 kg., y pedalean tranquilamente por la carretera subiendo cuestas con ese peso; se me ocurre pensar qué podrían hacer si les das una bicicleta de carreras de 5 kg. y les pones a correr un Tour de Francia, porque en atletismo los negros ya han demostrado que son los mejores en casi todas las pruebas atléticas. La llegada al campamento de Kampala, que ya habíamos visitado en nuestro viaje de ida, supone el encuentro con otras 2 expediciones que realizan un itinerario similar al nuestro, pero más salvaje, porque sus camiones todo terreno están más preparados para ir off-the- road, fuera de carretera, que nosotros, que ya tuvimos bastante con la experiencia del barro. Compartimos experiencias y anécdotas y unas cuantas cervezas frías. A la mañana siguiente seguimos en dirección a Kenya y pasamos la frontera con bastante rapidez. Por primera vez desde que comenzamos el viaje empieza a llover, por lo que tenemos que bajar las lonas, y el ambiente se hace bastante irrespirable, supongo que la acumulación de polvo de carretera en nuestros cuerpos es el motivo; para olvidarnos del asunto y entrar en calor, porque el frío se cuela por las rendijas de las lonas, empiezan a aparecer en los rincones botellas de licores, las últimas provisiones importadas de Europa, que exprimimos hasta la última gota, cantando el hit del verano africano, una canción llamada "Jambo Sana", y que tiene una melodía tan pegadiza que sirve como curso acelerado de aprendizaje de swahili. La llegada al campamento nos permite batir todos los récords de velocidad de montaje de tiendas, ya que esta noche tendremos una fiesta en el pub del campamento; es un sitio delirante, con cabezas de animales disecadas en las paredes, lonas pintadas con un estilo indescriptible, y por todas partes dibujos de todos los estilos referentes a expediciones; nos cuentan que es costumbre que cada expedición se exprese libremente dibujando lo que quieras sobre tus experiencias y el resultado es muy desinhibido. Nosotros vamos más lejos y decidimos decorar una chaqueta en origen de color blanca que después de recibir nuestra inspiración artística es un arco iris de colores, y se la ofrecemos como regalo a Kate, nuestra guía inglesa, que una vez superada la frialdad británica de los primeros días, se había incorporado al grupo como una más. Matt, un australiano del grupo que está comenzando un periplo de 4 meses por África, Europa y Alaska , ha compuesto una oda a la expedición en la cual todos nos vemos reflejados, y que demuestra que su aspecto de poeta maldito está más que justificado. La noche se redondea con el happy Birthday en más de 10 idiomas diferentes que le dedicamos a Manuel, un canario de Las Palmas que se siente en África como en casa, con ese relajo que les caracteriza. La fiesta se prolonga…… Por la mañana descubrimos que las tiendas de campaña de nuestra guía y chófer están vacías, y cuando llega la hora de salir no aparecen por ninguna parte, seguramente han prolongado la fiesta demasiado y están perdidos por algún sitio; con nuestra calma africana los esperamos tirados sobre la hierba observando unos caballos que trotan por la pradera, perseguidos por una vaca, ésta seguro que sí esta loca, porque debe pensar que es un caballo, salta y trota exactamente igual que ellos. 1 hora después aparecen los 2 desaparecidos con aspecto de haber efectivamente prolongado la fiesta bastante. Nos ponemos en camino y por el aspecto de todo el mundo se nota que va a ser un día muy tranquilo en el camión, no va a haber sesiones de canciones, ni "truck-robic", una gimnasia que nos hemos inventado para no anquilosarnos en el camión. El día transcurre con una placidez total, y a media tarde nos detenemos en un lago de nombre Elmenteita, que está lleno de flamencos; descendemos andando hasta la orilla, y unos niños se ofrecen por unas monedas a hacer volar las bandadas de aves para poderlas fotografiar mejor; así lo hacen corriendo desde todas direcciones por el lago gritando hacia las bandadas con aspavientos de los brazos; el espectáculo es único, miles de flamencos levantan su vuelo con sus largos cuerpos rosas y el cielo cambia de color de repente, como si fuera el atardecer se convierte en rosa. Regresamos al camión y la puesta de sol de ese día permanecerá en mi memoria como una de las mas hermosa que he visto; parecía que al Gran Hacedor se le habían derramado sus botes de pintura, porque el cielo era una mezcla de azules, morados, rojos, rosas dispuestos en largas pinceladas impresionistas que hasta Van Gogh hubiera estimado excesivas. Con esa imagen impresa de forma indeleble en nuestras retinas, llegamos al lago Naivasha, nuestro último campamento antes de regresar a Nairobi. Está prácticamente vacío, por lo que podemos montar las tiendas donde queramos, y parece que después de tantos días la gente quiere ya un poco de intimidad, porque todo el mundo se dispersa y coloca su tienda a varios metros de los demás; de todas maneras, aún no me puedo creer que en todo este tiempo en que hemos compartido un espacio vital tan reducido con un grupo de gente tan diferente no se haya generado ningún conflicto entre nosotros, creo que es un milagro, y me alegra mucho que así haya sucedido. Lago Naivasha Una mirada equivocada al reloj en la mañana me hace levantar una hora antes de lo previsto, lo que me da la oportunidad de ver amanecer sobre el lago y a los pescadores echar sus redes desde sus frágiles barcas. Después del maravilloso atardecer del día anterior, ver las imponentes acacias africanas recortarse con el sol en el horizonte es lo que podríamos definir como miel sobre hojuelas. Después de esta visión, el desayuno nos parece doblemente delicioso. Vamos a iniciar nuestro último recorrido a un parque natural, con la peculiaridad de que lo haremos andando, sin la protección del camión, porque nos han dicho que en este parque no hay leones, leopardos u otras fieras que pudieran ser un riesgo para nosotros. De todas maneras, al comienzo del recorrido estamos un poco precavidos porque las manadas de cebras, antílopes y ñus que vemos no paran de correr de un lado a otro, y si se produce una estampida que nos pille en el medio no va a haber árbol que nos proteja; después de un rato se nos pasa el miedo porque una vez más los animales nos ignoran totalmente, cuando de repente nos encontramos de frente con un grupo de jirafas a unos 5 metros; el contraste entre nuestra altura y los 6 metros que deben medir las jirafas es tan grande que les debemos parecer ridículos; un bebé que deber tener sólo unos días porque todavía le cuelga el cordón umbilical, tiene ya más de 2 metros de altura. Seguimos nuestro recorrido, salpicado por manadas de gacelas, impalas, antílopes y conejos gigantes que andan dando brincos por toda la pradera. La visión de varias águilas africanas posadas en la copa de los árboles oteando el horizonte con sus cabezas afiladas en busca de alimentos me maravilla. Aún tenemos la oportunidad de ver un hipopótamo que se ha alejado varios cientos de metros del agua, y el guía nos dice que de ninguna manera nos interpongamos entre el agua y el hipopótamo porque es cuando se siente amenazado y una embestida de un animal de 3.000 kg. que además es bastante rápido a pesar de su aspecto no debe ser muy agradable, por lo que dejamos una distancia prudencial entre nosotros y el hipopótamo; para conseguir que las manadas de ñus y cebras se acerquen a nosotros, nos sentamos desperdigados en el suelo, sin hacer ruido ni movimientos bruscos, y entonces los animales se confían y acercan sin precaución a escasos metros. En nuestro retorno al camión aún tenemos la oportunidad de ver varias serpientes por vez primera desde nuestra llegada a África. De regreso al campamento, pasamos por la casa-museo de Joy Adamson, la autora de las aventuras de Elsa, la famosa leona de "Nacida Libre", que tanto en formato libro como película nos hizo disfrutar en la infancia; la casa está en una ladera que se desliza hacia el lago, rodeada de árboles sobre los que deambulan un grupo de monos peludos bicolores negros y blancos que son muy espectaculares, dando saltos de un árbol a otro. La casa se mantiene exactamente como en vida de Joy, y hasta nos ofrecen un té con pastas muy británico que se nos antoja delicioso en el jardín rodeados de monos saltando entre los árboles y un águila real que, posada en un árbol cercano, escudriña el horizonte. Nuestra última noche juntos la celebramos en el bar del campamento donde por primera vez en 2 semanas veo una tele encendida que retransmite los juegos olímpicos de Atlanta y habla sobre la bomba que ha explotado allí; también por primera vez en 15 días leo un periódico en el que se cuenta la tragedia del vuelo 800 de la TWA que poco después de despegar de Nueva York con destino París estalló en el aire matando a todos sus pasajeros; realmente el mundo sigue su carrera loca independientemente de nosotros. Me pongo un poco triste porque seguramente no volveré a ver nunca a esta gente con la que he compartido momentos tan especiales y sensaciones tan increíbles. Decido retirarme de la fiesta y apurar la última noche sentado junto al fuego reflexionando. Por la mañana temprano recogemos el campamento, nos hacemos la primera foto completa del grupo, la situación es graciosa porque le pedimos a un africano que haga la foto para que salga todo el mundo, y el pobre hombre se las tiene que ver con 20 cámaras a sus pies, porque todo el mundo quiere una foto hecha con su cámara, no vaya a ser que la gente luego no las envíe. Después de los 15 minutos que lleva toda la operación nos subimos al camión y comenzamos nuestro último trayecto hasta Nairobi, que cruza el Valle del Rift, una hendidura que atraviesa África de norte a sur y que es perfectamente apreciable en las fotos de satélite. Las montañas que la rodean son muy altas y hace un frío que pela, pero como no queremos cerrar el camión, sacamos ropa de invierno, hasta los sacos de dormir, para abrigarnos. Cuando he enseñado las fotos de este viaje, la gente decía que no parecía que estuviéramos en África, de lo abrigados que íbamos, pero es que el calor es otro de los tópicos de África que no es cierto, en invierno hace frío y en algunas zonas tanto frío como el que pueda hacer en España en invierno. La llegada a Nairobi a media mañana comienza las despedidas de la gente, parte del grupo se va el mismo día, y otra parte nos vamos a celebrar una cena de despedida en el Carnivore, un restaurante muy famoso de Nairobi del que luego descubriremos el porqué de su nombre. Nos separamos hasta la noche para hacer cosas, y yo la primera que hago es irme al hotel a pegarme un baño, a ser posible de agua muy caliente y espuma, cosa que por suerte puedo hacer; me quito de encima los kilos de polvo acumulados, y descubro que también he perdido unos cuantos kilos de grasa en el viaje, no había pensado en la conveniencia de un viaje de este tipo como régimen de adelgazamiento pero se lo comentaré a mis amigas obsesionadas con el peso que se gastan una fortuna en médicos y pastillas para adelgazar 2 kg. cuando por el mismo coste pueden al mismo tiempo realizar un viaje maravilloso. Después del baño me dirijo a la estación de tren de Nairobi, para comprar un billete del famoso Tren Lunático entre Nairobi y Mombasa, en la costa Índica. Aunque el billete es para dentro de 2 semanas, lo compro ya porque es un recorrido muy solicitado. La estación es un hervidero de gente que entra y sale sin parar, los trenes funcionan con regularidad y se ven complementados con el sistema de transporte más eficaz y flexible del mundo, una miríada de furgonetas de todos los tamaños y número de plazas que desde la estación salen hacia cualquier parte de Kenya en cuanto se llenan y que llevan personas, animales y cualquier bicho viviente que pueda pagar el billete, por otro lado bastante económico. El resto de la tarde la pasamos recorriendo Nairobi, que tiene un interés bastante escaso; me quedé con muchas ganas de visitar la casa, hoy convertida en museo, de Karen Blixen, la autora de esa obra que a todos nos hizo desear viajar a esta tierra maravillosa, Memorias de África, que amó con todas sus fuerzas y de la que no se pudo desprender en todos los años transcurridos después de su retorno a la gélida Dinamarca. La casa está en uno de los barrios residenciales de Nairobi, llamado Karen en su honor, pero que queda un poco alejado del centro, y nuestra cita en el Carnivore se acerca; negociamos el precio con un taxista que nos promete que luego nos vendrá a buscar, pero nunca más lo veremos. Esperamos en el bar la llegada de la gente que, limpia, peinadita y vestida a la europea, se nos antojan personas diferentes a las que hemos convivido estos 15 días. De camino al comedor vemos unas parrillas enormes donde se cocinan grandes pedazos de carne que cuando nos sentamos en la mesa le dan un sentido pleno al nombre del restaurante, ya que el menú consiste en que puedes comer hasta reventar carne de antílope, cebra, avestruz, cocodrilo, y otras delicias que pondrán a prueba nuestros estómagos. Todas las experiencias son recomendables, excepto el cocodrilo, cuyo sabor es al menos tan desagradable como el aspecto que tiene. La cena transcurre alegremente entre chanzas y bromas sobre el viaje, y a su fin descubrimos que anexo al restaurante hay una discoteca en la que decidimos pasar un rato, y me maravillo de la gente que va llegando, elegantemente vestida, blancas con saris indios preciosos, negras vestidas de Armani, indias vestidas con ropa africana, todos ellos compartiendo sin prejuicios el mismo lugar. Por supuesto el racismo sigue existiendo en África, pero al menos a ciertos niveles económicos parece que la convivencia es bastante armoniosa; la música es casi tan heterogénea como la gente, con sorpresa incluida de "Macarena", que me niego a bailar como exponente del folklore español. Continúa el buen ambiente, y llegada la hora de la despedida, realmente parece como si nos conociéramos desde hace millones de años, tan profundo es el sentimiento que nos causa. Cada uno toma su camino, y a mí me dejan Kate, nuestra guía y Greg, el chófer en el hotel camino de su próxima expedición; con los ojos húmedos probablemente por el polen de las flores, les digo adiós con la mano. Mañana empieza mi nueva aventura..…, debo prepararme psicológicamente para ella, pero eso será después de una buena dormida . Tanzania. Del colonialismo al capitalismo, pasando por el socialismo Tanzania, como ruta obligada para las caravanas de esclavos y comerciantes árabes entre la costa Índica y los grandes lagos, ha pasado en su historia por un montón de vicisitudes, influenciada por los portugueses, los árabes, los alemanes y los británicos en su época colonial, y las migraciones internas de Masai y Bantú. El swahili, que nació en la costa como idioma para comerciar, rápidamente se expandió hacia el interior con las caravanas árabes, y se ha convertido en el nexo de unión más fuerte entre los tanzanos, orgullosos de que su idioma esté entre los diez primeros del mundo. Vasco de Gama, el mítico navegante portugués, llegó a sus costas en el siglo XV, y ante la belleza del lugar y el interés en el comercio del oro, intentó tomar control de la zona, pero los árabes lo expulsaron y desarrollaron el cada vez más productivo negocio del comercio de esclavos, necesario para la expansión de las colonias americanas. Con la conversión de los británicos en convencidos anti- esclavistas, los problemas del sultán de Zanzíbar, que manejaba el comercio de esclavos, se agravaron, por lo que en 1873 alcanza un acuerdo con los británicos para abolir la esclavitud y obtener su protección. La historia colonial de Tanzania viene dada por los acuerdos entre alemanes y británicos para repartirse África Oriental; en 1890 Tanzania, con Burundi y Ruanda, se convierten en África del Este Alemana; la primera guerra mundial enfrentó a los 2 potencias, y el General alemán Paul von Lettow, al mando de una tropa mixta alemana y africana, consciente de que no podría derrotar al mejor pertrechado ejercito británico, realizó una guerra basada en ataques por sorpresa y retirada rápida; nunca fue derrotado por los británicos a pesar de que el tamaño de su ejército era 100 veces superior. La pérdida de la primera guerra mundial por Alemania cedió el control de Ruanda y Burundi a los belgas, y de Tanzania a los británicos. La época colonial terminó en 1961, cuando Tanganika obtuvo su independencia. Julius Nyerere, fue presidente entre 1962 y 1985, año en que dimitió como consecuencia de la desastrosa política económica que llevó al país a la bancarrota, convirtiéndose en uno de los pocos presidentes africanos que dimite en vez de ser destituido. Presionado por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, su dimisión provocó un cambio en el rumbo económico de Tanzania, que desde entonces ha abrazado una economía de mercado capitalista. Su retirada de la política en 1990 ha colocado en un pedestal a un político idealista, devoto de la igualdad y los derechos humanos, admirado por su integridad y conocido como Mwalimu, el profesor. Parafraseando un slogan que utilizan ahora muchos políticos en sus campañas electorales , "¡¡La economía, estúpido, la economía !!" como indicador de que hoy por hoy las ideologías se rigen más por la economía que por las ideas, podemos decir que el sueño de Julius Nyerere fracasó por la estúpida economía. Dar es Salaam, la capital de Tanzania desde 1961 y cuyo nombre significa "Puerto de la Paz", ha crecido sin parar desde ese momento hasta ahora, con una población superior a los 2 millones de habitantes; estratégicamente situada para dar soporte logístico a Zanzíbar y a las caravanas, fue fundada en 1857, y ha estado además bajo control británico y alemán, que han dejado su impronta en la ciudad. El contraste entre la mísera población africana y el ambiente internacional y de negocios es brutal, ejemplo de la nueva política capitalista del gobierno, que tiene como objetivo primario el crecimiento económico, aunque éste no se reparte entre todas la clases sociales. Tiene el dudoso privilegio de ostentar el mayor número de prostitutas y crecimiento de SIDA de África. Parque Nacional del Kilimanjaro Kilimanjaro es un nombre mítico, forma parte de ese pequeño grupo de lugares que su sola mención despierta en el oyente imágenes de leyendas, mitos y aventuras, como pueden ser Samarkanda, Ghoa, y Zanzíbar. El propio origen de su nombre es muy incierto; a mí me gusta uno que lo asocia a las palabras Kilima, del swahili montaña, y njaro, el demonio productor del frío, descripción que le encaja como un guante. Otras fuentes citan el nombre en Masai de Ngàje Ngài, que significa La Casa de Dios. Todos estos pensamientos y muchos más se agolpan en mi cabeza cuando me dirijo al Hotel Norlfolk, vestigio viviente del brillante pasado colonial de Kenya, inaugurado en 1904, y que ha sido testigo de la puesta de largo de varias generaciones de clases altas de Nairobi. Aunque ha sido remodelado recientemente, rezuma decadencia por todos sus costados. De aquí parte mi shuttle, como les encanta llamarles a la gente, y que no es más que una furgoneta de las miles que pululan por África, adaptada al transporte de viajeros. Con una puntualidad casi británica, a las 8 a.m. nos ponemos en camino, el recorrido es largo, unos 450 km., e incluye un visado más a añadir a mi abigarrado pasaporte. Llegamos a la frontera sobre las 11 a.m., y mi sorpresa es cuando al dirigirme hacia la cabaña de control de pasaportes veo un camión muy parecido al que me sirvió de hogar durante las 2 últimas semanas, que digo parecido, es idéntico, ¡ es mi camión!; me dirijo raudo hacia él, pero ya ha arrancado y está penetrando en Tanzania; que pena, me apetecía ver que nuevo grupo iba, saber hacia donde se dirigían, y charlar un rato con Greg y Kate, nuestros guías, aunque es posible que no fueran ellos, espero que tengan unos días de descanso después del agotador viaje a los gorilas de Virunga. El trámite fronterizo es bastante rápido, a pesar de la enorme cantidad de gente que por allí se mueve; debe ser una frontera con bastante movimiento, donde se observan perfectamente todos los males que puede provocar un crecimiento descontrolado del número de turistas y viajeros que en los últimos años, sobre todo desde el éxito de la película Memorias de África, se ha producido en Kenya. Por todas partes se pueden ver Masais, esa tribu de cuerpos hermosos y atléticos que en mis recuerdos de niñez siempre estará asociada a guerreros cazando un león con sus manos y danzas con saltos hacia el cielo, agolpados ahora sobre los vehículos queriendo vender sus collares y abalorios, además de cobrar por dejarse hacer fotografías. ¿Dónde está el orgullo Masai, que se enfrentó durante siglos a cualquiera que invadiera sus territorios, y puso en jaque varias veces a la administración británica?. El destino de los Masai parece orientado a su confinación en una reserva, como las de los pocos indios norteamericanos que quedan, fichando de 9 a 5 para su exhibición frente a los turistas. Uno, que intenta ser más un viajero que un turista, no deja de pensar que, aunque no buscado, es irremediable el daño que hacemos por donde pasamos. Ernest Hemingway, en su espléndido relato Las Nieves del Kilimanjaro, cuenta que "cerca de la cima se encuentra el esqueleto seco y helado de un leopardo, y nadie ha podido explicarse nunca qué estaba buscando el leopardo por aquellas alturas". Es una más de las miles de leyendas que se cuentan sobre el Kili y que lo han hecho tan famoso. La segunda parte de nuestro recorrido nos lleva a Arusha, ciudad de paso e importante ruta comercial, que se refleja en la multitud de tiendas que recorren sus calles principales; cerca está también el Aeropuerto Internacional del Kilimanjaro, y aunque uno no se cree ya nada sobre las denominaciones de los sitios, se sorprenderá días después de su limpieza y comodidad. Una breve parada en Arusha para subida y bajada de viajeros, y a mi lado se sienta una mujer rubia, de tez muy pálida y aspecto nórdico, que confirma cuando empezamos a hablar y me dice que es danesa; aunque a mí me interesa más hablar con la gente local en cuanto llego a un sitio, la historia de Erika, que así se llama nuestra danesa, suena interesante, ya que trabaja para la ONU en Nairobi desde hace 4 años como colaboradora externa, y cada 3 meses tiene que salir del país para renovar su visado. Amparada en su condición de simple colaboradora y no de funcionaria de élite me cuenta esas historias que nunca se publican en los medios de comunicación, y que te hacen ver las cosas de una manera diferente sin el filtro de los gobiernos y los media. Aunque no es este el sitio más adecuado para exponerlas, sus narraciones sobre las corruptelas de los gobiernos de Zaire, Tanzania y Kenya en torno a los refugiados de Ruanda y Burundi te estremecen cuando piensas que están jugando con vidas humanas, no unas decenas, si no miles, millones de personas que de repente se ven obligadas a dejar sus hogares, deambular cientos de kilómetros en unas condiciones penosas, morir muchas veces tirados en una cuneta, o malvivir en un campo de refugiados donde sus esperanzas se apagan lentamente; esa es la moneda de cambio que utilizan los gobiernos para obtener mas fondos de la ONU y otras organizaciones, que sirven en gran parte para mantener las prebendas de los altos funcionarios, tales como coches y casas de lujo, viajes en aviones privados, etcétera, etcétera; por suerte, la otra cara de la moneda también se encuentra en África, como podré comprobar ese mismo día. La llegada a Moshi, la ciudad más cercana al Kili, a unos 50 km. y centro de partida de la mayoría de las expediciones, me hace retornar a la realidad después de los pensamientos que antes he plasmado en papel, me despido de mi amiga Erika (es increíble en África lo rápido que puedes intimar con la gente, estás de paso, seguramente no volverás a verles nunca más, y por ello todo el mundo se abre más fácilmente) deseándole suerte, y, una vez he dejado el equipaje en el guest house donde me alojo, parto a la contratación de mi trekking al Kili. Desde la creación del Parque Nacional del Kilimanjaro en 1973, el acceso de visitantes está muy limitado en cantidad y en libertad de movimientos, ya que es obligatoria la contratación de guías y porteadores, además del pago de las tarifas de entrada al parque, alojamiento y manutención en los refugios, y, por último, tasa de rescate, algo cuyo sólo nombre te inquieta. Los precios varían mucho en función de la época del año en que se sube, básicamente por el equilibro de oferta y demanda entre visitantes y guías y porteadores. Por la cantidad de gente que parece vivir de esto, el ascenso al Kili debe ser una de las fuentes de divisas más importante de Tanzania. Después de unas cuantas vueltas, me decido por una tarifa intermedia, 500 dólares, entre los 400 y 700 que me han llegado a pedir. El resto de la tarde la paso deambulando por las calles y los comercios, donde se puede comprar o alquilar todo el material de escalada imaginable. Cuando la reina Victoria de Inglaterra se repartió el control de Africa Oriental con los alemanes, el Kilimanjaro quedaba en Kenya, pero la reina, en un acto de generosidad que sólo los dueños del mundo pueden hacer, modificó los acuerdos y le regaló a su nieto, el Kaiser Wilhelm, el Kilimanjaro como presente de cumpleaños. En ese momento no se le ocurrió pensar que estaba perdiendo una fuente de ingresos muy importante, algo que no se les suele pasar por alto a los británicos en cualquier parte del mundo en que se hayan asentado. Mi retorno al atardecer al guest house casa donde me alojo me depara una sorpresa, ya que las nubes que cubrían el cielo se han despejado, y allí al lado, a 50 km., pero tan cerca como si lo pudieras tocar debido a su impresionante tamaño, está el Kilimanjaro, Kili para los amigos; viéndolo así, con los últimos rayos de sol brillando en su casquete de nieves eternas, parece una montaña acogedora, casi amiga, y no ese portento de la naturaleza, en el que te enfrentas a los cambios de temperatura más bruscos, desde +30º hasta -20º, que te podría engullir en sus glaciares de 100 metros de altura sin que nunca nadie volviera a saber de ti. Mientras lo observo extasiado, el resto de alojados en el guest house salen al jardín, y por las expresiones de sus rostros, parece como si mis pensamientos se repitieran clónicamente en sus cabezas. Nos presentamos, y descubro que 4 británicos serán mis compañeros en los próximos días, hasta mitad de recorrido, mientras que un holandés llamado Enck que había aterrizado el mismo día en vuelo directo desde Amsterdam, sí será mi compañero hasta la cumbre, o casi. El grupo lo completa un belga llamado Pierre, que después de la cena, y en animada charla, nos comenta que trabaja en Nairobi para "Medecins sans Frontiers", la organización madre de Médicos sin Fronteras, sección española de esta ONG internacional, que está siempre donde se produce cualquier tragedia humanitaria; su relato sobre como están organizados, la precariedad de sus trabajos y condiciones contrastan profundamente con lo que me había contado Erika sobre la ONU, ya que en su caso prácticamente todo el mundo tiene contratos temporales con sueldos simplemente dignos, y los gastos fijos burocráticos son mínimos; le comento mi conversación con Erika y su respuesta es que la ONU es necesaria porque es la única organización que tiene la fuerza suficiente para presionar a gobiernos corruptos como el de Zaire para dar permisos de aterrizaje a aviones o convoyes con ayuda humanitaria de ONG`s, que en otro caso se quedarían en sus sitios de origen, o lo que es peor serían saqueados por los propios soldados que teóricamente deberían protegerles. Con esta visión de las 2 caras de la moneda, uno se queda con la impresión de que sólo el 10% de lo que se envía como ayuda a estos países llega a su destino, pero que en todo caso es mucho mejor que nada. Me despierto a las 4 a.m., y la excitación de mi próxima aventura me impide continuar el reposo; me asomo por la ventana para asegurarme que el Kilimanjaro sigue ahí, recortándose fantasmagórico bajo la luz de una luna creciente que será llena cuando acometa la última escalada nocturna al Uhuru a casi 6.000 metros, que es la cima del Kibo, uno de los 3 volcanes que componen el Kili, con el Mawenzi y el Shira. Aunque no están extintos y aún se pueden ver y oler las fumarolas de azufre, la última erupción registrada data de hace 200 años, por lo que espero que no se le ocurra despertar ahora, bastante voy a tener con llegar hasta la cima. Con las primeras luces de la mañana desayunamos fuerte porque la alimentación es clave para el éxito en la subida; se recomienda consumir al menos 4.000 calorías por día, y beber unos 4 litros de agua, algo que poca gente hace por las dificultades en trasladar toda la comida y el agua, pero que es básico para evitar "pájaras". Nos ubicamos en la furgoneta que nos llevará a la entrada del parque, situada a 2.000 de altitud y que supone el comienzo del ascenso; pienso que nos hemos ya ahorrado esos 2.000 metros de subida, por lo que la cima está mucho más cerca, son técnicas de autosugestión que no sé si funcionan, pero al menos la moral está muy alta La entrada al parque se llama Marangu, también el nombre de la ruta a seguir, la más clásica y cómoda, ya que las otras obligan a pernoctar en tienda y a llevar todo el material de cocina, mientras que nosotros, burgueses asquerosos, dormiremos en refugios y la comida la elaborarán los guías; me despido de Pierre el belga, que ha elegido la ruta Mweka, una de las más difíciles, y le deseo mucha suerte. Realizo los trámites de inscripción en el libro de registro y observo que un grupo de vascos que se han registrado antes han puesto en el apartado de país, Euskadi; no esperaba encontrarme aquí con radicales vascos, me interrogo sobre el despiste de la gente que mire el libro y se pregunte qué país exótico es ese llamado Euskadi. El grupo, los 4 británicos, Enck y yo, nos juntamos con el guía y porteadores, y nos repartimos el peso; es gracioso ver como mochilas de última generación son atadas con cuerdas como vulgares fardos y llevadas sobre la cabeza como sistema más cómodo de transporte para los porteadores; ¡si supieran que alguna de esas mochilas cuesta $200!. Un cartel nos indica los nombres de los refugios de la ruta, su altitud, y el tiempo estimado de llegada entre refugio y refugio; para este primer día la cosa parece suave porque el cartel indica 3 horas hasta Mandara, nuestra primera parada; el recorrido está perfectamente marcado y discurre en un bosque tropical, salpicado de plantaciones de café, uno de los principales productos para la economía de la zona. El grupo se estira y cada uno va a su ritmo; Enck y yo tenemos un ritmo parecido, por lo que vamos juntos, con el resultado de que llegamos al refugio en 2 horas en vez de 3; empiezo a tener la sensación de que eran un poco exagerados los comentarios sobre la dificultad del ascenso, no sabía que muy pronto me comería mis palabras "con patatitas". Esperamos al resto del grupo comiendo el lunch-pack frío que nos han dado, que consiste en una barra de chocolate, 2 huevos duros, frutos secos y zumo de naranja, caloría pura. Cuando llegan el guía y los porteadores nos invitan a un té con pastas, casualmente eran las 5 p.m. o´clock. Después del té me doy un paseo hasta el cráter Maundi, a 30 minutos del refugio y desde donde se divisa perfectamente la cima del Kili; me siento en el borde del cráter, de unos 200 m de diámetro, perfectamente esférico y cubierto de vegetación en su totalidad, buscando un poco de quietud, pero la tarea se antoja casi imposible, porque primero un grupo de japoneses sacando fotos por todas partes y luego un grupo de …. ¡catalanes!, me lo impiden; al rato consigo quedarme sólo y contemplo con arrobo el sol cayendo rápidamente sobre la cima, tan rápidamente que cuando me doy cuenta se ha hecho casi de noche, por lo que reemprendo el regreso al campamento; cuando llego los británicos ya han cenado, así que ceno sólo, el refugio, mejor dicho grupo de refugios, son cabañas de madera bastante agradables, de 4 a 12 plazas, y una cabaña común con un comedor en la planta inferior y literas para unas 40 personas en la planta superior; las actividades a realizar son muy escasas, así que a las 9 p.m. estoy en la cama, con el resultado de que a las 4 a.m. ya estoy despierto y despejado, salgo fuera y la luna casi llena ilumina de forma espectral todo el entorno; hace bastante frío y decido retornar al refugio. El amanecer muestra hermosas imágenes impresionistas entre el humo de las cabañas y la neblina que cubre la zona, parece como si los refugios fueran pasando de estado gaseoso a sólido lentamente, asomando entre los jirones de niebla. Aunque el Kili se conoce desde la antigüedad, y ya Ptolomeo lo mencionaba en sus escritos, no fue hasta 1889 que se ascendió hasta la cima, al menos por europeos, ya que la leyenda atribuye a Menelik I, rey de Abisinia e hijo de Salomón y la reina de Saba, el ascenso hasta la cima de kibo, lugar al que fue a morir acompañado de un grupo de esclavos cargados con un fabuloso tesoro. En 1848, los científicos del Royal Geographic Society habían desacreditado al misionero suizo Johann Rebmann, que juraba haber visto una cumbre nevada muy cerca del Ecuador, algo que no entraba en sus esquemas y por tanto rechazaron de plano. El segundo día de marcha presenta el primer cambio brusco de paisaje de los varios que se sucederán en los próximos días, ya que el bosque tropical da paso a una pradera alpina muy hermosa, poblada de árboles en su parte baja, que van desapareciendo a medida que se asciende, dando paso a las lobelias y a los senecios gigantes, una especie de cactus pero que sólo tienen hojas en la parte superior, a modo de penacho, de hasta 3 metros de altura; pienso que se podría rodar sin necesidad de decorados una película de un mundo extraterrestre. El recorrido es bastante más largo que el día anterior, además el calor aprieta y ya no tenemos la cobertura de la vegetación que nos protegía del sol; así todo, llego al refugio de Horombo, situado a 3.720 m de altitud en 3 horas y media en vez de las 5 que esperaba; me encuentro en plena forma y eso me sube la moral. Antes de llegar al refugio alcanzamos a conocer el concepto de tasa de rescate, ya que a una velocidad vertiginosa, 2 porteadores descienden con una camilla sujeta a los hombros; sólo nos da tiempo a ver que es una mujer, e increíblemente parece que va bastante segura. Con el convencimiento de que nuestra seguridad está más o menos cubierta, se vislumbra ya la llegada a Horombo. A estas horas el refugio está muy tranquilo porque todavía no han llegado ni los que han descendido ni los que ascienden desde el refugio Mandara; el hecho de haber llegado pronto me permite coger un refugio de 6 plazas para nuestro grupo, y no tener que pasar la noche en el refugio común, como la anterior, con un continuo ir y venir de gente. Espero pacientemente a que llegue mi porteador más de 3 horas, por la mañana he observado que parecía enfermo, porque a esa temprana hora ya estaba sudando como un becerro, y a su llegada con la mochila su estado es incluso peor; se lo digo al guía y su respuesta es un encogimiento de hombros, como diciendo y a mí que, si no trabaja no cobra, o sea que él es el primer interesado en seguir. Los refugios son cada vez más básicos a medida que vamos ascendiendo, y aquí no hay duchas, sólo grifos de agua y letrinas; al llegar al refugio he observado que discurre un riachuelo cerca, voy hacia él rezando para que el agua no esté muy fría, porque realmente necesito un baño; por suerte el agua está muy limpia y no demasiado fría así que me doy un super baño en pelota picada, seguido por otros que me han visto y copiado la idea. Nuestros vecinos de refugio son el grupo de catalanes que el día anterior estaban en el cráter Maundi, charlo con ellos y me cuentan la odisea que han tenido que pasar para llegar hasta allí, porque tenían pagado desde España el viaje, y perdieron el enlace en Londres, así que unos habían volado vía El Cairo, otros por Nairobi, con el resultado de que prácticamente a todos les habían perdido el equipaje, y habían tenido que alquilar todo el equipo en Moshi; yo, que llevo 3 semanas en África viajando sin parar y no he tenido ni el más mínimo percance, cruzo mis dedos para que siga así, una situación de este tipo puede dar al traste con un viaje perfectamente planificado. Me fijo en que adosado a una de las mochilas tienen un panel solar y les pregunto si han inventado un dispositivo para desplazarse por energía solar, porque en ese caso se van a hacer millonarios; me dicen que no, pero el artilugio no deja de ser original, porque acumula electricidad durante el día, y por la noche lo conectan a un cargador de baterías de vídeo, con lo que tienen energía garantizada para todo el viaje; espero que no les llueva o esté nublado porque entonces el invento va a ser poco práctico. A esta altitud, hemos dejado el mar de nubes por debajo, lo que hace la puesta de sol especialmente espectacular, con la salida de la luna llena en el horizonte; también es increíble lo rápidas que bajan las temperaturas, casi puedes notar en tu cuerpo el descenso grado a grado, creo que en un hora ha podido descender unos 15 grados, porque 90 minutos antes se estaba bien al sol, y ahora la temperatura está seguro por debajo de cero grados; lo comprobaremos a la mañana siguiente cuando al ir a los grifos a lavarnos, estos no echan ni gota de agua, ¡está congelada!. El guía parece no tener prisa para comenzar el recorrido al refugio de Kibo, al llegar sabremos por qué. El resto del grupo se queda hoy en este refugio para aclimatarse a la altitud y afrontar la subida con más garantías. Enck y yo comenzamos a caminar sin esperar a los porteadores, el paisaje ha vuelto a cambiar, ha desaparecido toda la vegetación y nos encontramos en un páramo desértico totalmente pedregoso, con una tierra obscura sin ninguna duda de origen volcánico. Empezamos a notar la altitud y un viento helado bastante molesto supone una dificultad adicional; para no enfriarnos imprimimos un fuerte ritmo de marcha, y, como el día anterior, llegamos al refugio de Kibo con bastante antelación; desde mucho antes de llegar se ve porque tiene un tejado de cinc que refulge con el sol; es un refugio de piedra, no de madera como los otros, y sólo tiene dormitorios comunes, sin ningún tipo de agua, está situado a 4.700 metros y el entorno es totalmente árido, con enormes rocas y la vista del monte Mawenzi a un lado y por otro la impresionante pared vertical de casi 1000 metros que tendremos que subir esta noche; el cuerpo empieza a resentirse de la altitud, y lamento haber subido tan rápido, porque empiezo a sentirme mal; debe ser algo habitual, porque la razón de que el guía no tuviera prisa por ascender era porque hasta medio día están limpiando el refugio de las vomitonas de la noche anterior de gente que no ha podido aguantar hasta la salida. Cenamos muy temprano, a las 5, porque el ascenso va a comenzar a medianoche; las molestias van en aumento y al acabar de cenar tengo que salir corriendo a vomitar, por suerte puedo llegar hasta el exterior del refugio; la temperatura es ya muy fría y pienso que si aquí hay unos -5º, en la cima debe ser una nevera; unos suecos que han hecho la ascensión la noche anterior me comentan que su termómetro marcaba -20º y que habían pasado mucho frío; pienso que si los suecos, acostumbrados a las bajas temperaturas de su país, han tenido mucho frío, yo, españolito meridional, me voy a quedar pajarito, pero no es momento para lamentaciones, la cima esta ahí, a un paso, y no nos vamos a rajar ahora; me acuesto con el deseo de que el mal de altura se me pase. Las pocas horas de sueño transcurren en un duermevela por las molestias, y cuando nos levantan a medianoche, nos dicen que varias personas han tenido que bajar al refugio anterior porque se encontraban muy mal; intento desayunar el té con galletas que nos ofrecen, pero mi cuerpo los rechaza de plano y tengo que salir a vomitar otra vez; vaya, me tengo que comer "con patatitas" lo de que no iba a ser tan difícil. Me pongo todas las capas de ropa posibles, parezco el muñeco Michelin, pero no estoy dispuesto a quedarme tieso allí arriba; la luna llena tiene un tamaño que a mí me parece el doble del habitual, a lo mejor es que estamos tan cerca del cielo que nos encontramos arriba a San Pedro con su manojo de llaves; dicen que la razón de comenzar la subida a medianoche es porque así se ve amanecer desde la cima, pero creo que las razones reales son menos románticas y estéticas, porque la pista de ceniza que nos toca subir está ahora congelada por el frío, mientras que durante el día es tan blanda como la arena de la playa y haría el ascenso doblemente cansado; además el hecho de no ver la pendiente casi vertical que acometemos evita el vértigo; está todo muy estudiado, excepto los efectos de la altura sobre tu organismo, ya que una vez más empiezo a vomitar a pesar de no haber comido nada, y me duele el pecho mucho; empiezo a pensar en la retirada, el frío es muy intenso y si te paras para descansar te penetra hasta el tuétano, así que no puedes casi caminar ni quedarte quieto, ¡menudo plan!. Le digo al guía la palabra mágica del Kili "Pole Pole Sana", que significa "Despacio, Despacio", y seguimos el ascenso en un continuo zigzag para amortiguar la pendiente. Al levantar la vista se ven las luces de los que nos preceden como si fueran luciérnagas con sus linternas frontales de minero. Realmente no son necesarias porque la luz de la luna es muy fuerte y se ve muy bien Empiezo a recuperarme y sentirme mejor, y es cuando Enck empieza a vomitar sin parar, nos detenemos en una pequeña gruta a unos 5.500 metros y el guía nos hunde en la miseria cuando se enciende tranquilamente un cigarrillo; Enck y yo nos miramos y nos dan ganas de estrangularlo; un gesto tan nimio como encender un pitillo en ese momento se convierte en un reto y tiene una carga psicológica tan profunda que puede hundirte de todo o darte fuerzas renovadas, cosa que nos sucede a Enck y a mí, en ese orden, ya que Enck decide abandonar al llegar al Gillman`s point, situado a 5.685m en el borde del cráter, cuando ya empieza a despuntar el alba. Intento convencerle de que sólo quedan 200 metros de desnivel, y que igual que yo me he recuperado el también lo hará, pero su aspecto es bastante malo, y decido no insistir. Nos quedamos Tony, el guía, y yo solos ante el peligro, y me digo que si fumara aún le pediría un pitillo, pero no fumo y tampoco pienso tentar al diablo. Me muero de sed, pero el agua de la cantimplora está helada, luego la gente con más experiencia me dirá que hay que ponerla entre las ropas para que conserve calor y no se hiele, la pena es no haber oído el consejo antes. El sol sale por el horizonte con una fuerza arrolladora, inundando en segundos todo con una luz amarilla que le da una perspectiva totalmente nueva a la montaña; se empiezan a distinguir con toda claridad los inmensos glaciares que van a jalonar nuestro último esfuerzo hasta la cima; la luz del sol refulge de tal manera sobre las paredes heladas que uno no se extraña de que los africanos creyeran que la cima estaba cubierta de plata; aunque sigue haciendo mucho frío, la sensación es muy agradable porque parece que en un rato podrás ponerte en pantalón corto, tal es la fuerza e intensidad del astro rey; uno piensa que de un momento a otro se pueden desmoronar las paredes verticales de los glaciares de 100 m de alto, ofreciendo un espectáculo único e irrepetible; no es así y nos limitamos a caminar el último trecho sobre el hielo, con nuestro corazón percutiendo a toda velocidad no tanto por el cansancio acumulado como por la emoción de llegar a la cima de África, de haber vencido al njaro, el demonio productor del frío. Atrás quedan todos los pensamientos derrotistas y los momentos de flaqueza, hagamos con ellos un curruncho y arrojémoslo a la basura. A las 7 de la mañana llegamos a la cima, marcada con un monolito que dice "Usted está en el Uhuru peak, el punto más alto de África, 5895 m", donde nos hacemos una foto Tony y yo. Me alejo unos metros porque en la cima hay gente que sólo sabe expresar su alegría montando un escándalo enorme en vez de disfrutar en silencio del enorme regalo que nos ha hecho la naturaleza al permitirnos estar allí. En la lejanía veo recortarse la silueta del monte Meru, que al lado del Kili parece una pequeña colina. Durante el regreso al refugio me empiezo a quitar las múltiples capas de ropa, ya que 3 camisetas, 1 sudadera, 1 forro polar y un chaquetón son ahora excesivos. Voy disfrutando tranquilamente del paisaje que antes no pude ver, y que ahora se me antoja tan maravilloso que me apena que Enck no haya podido llegar hasta el final; cuando llegamos a la pared vertical de ceniza, me percato del enorme desnivel que hemos superado unas horas antes; comenzamos a descender con precaución, el guía me mira y empieza a bajar corriendo la pendiente en vertical, hundiéndose en la ceniza hasta la rodilla, que sirve de freno; intento imitarle y al cabo de un rato descubro que es como esquiar sin esquíes, así que nos lanzamos los 2 a tumba abierta pendiente abajo levantando polvo; me caigo 2 veces de culo y una de frente, pero como ahora la ceniza está muy blanda por el calor, no hay ningún problema; el resultado es que bajamos en 15 minutos lo que nos llevó 6 horas y un montón de esfuerzos subir, que paradoja, nos pasamos la vida haciendo cosas inútiles para satisfacer nuestro ego, cuando esa energía bien redirigida podría hacer tantas labores provechosas, pero bueno como dice el lema olímpico "más alto, mas lejos, más fuerte", lo llevamos en la sangre y no lo podemos evitar. Al llegar al refugio parece un hospital de convalecientes, mucha gente está acostada porque se han retirado o sencillamente no han subido por el mal de altura; hay varias vomitonas en el pasillo de gente que no ha podido llegar hasta afuera, y Enck está acostado intentando recuperarse; le digo que lo mejor que podemos hacer es bajar cuanto antes, el mal de altura sólo se pasa descendiendo, así que se viste y comenzamos la bajada; 2 horas después estamos en Horombo, y el malestar ha pasado. Son las 12 del mediodía y ya hemos caminado 10 horas, ¡hay que ver como cunden algunos días!. La bajada kamikaze de la pista ha introducido polvo hasta en el último poro de mi piel, por lo que vuelvo a darme un baño de inmersión en el riachuelo. Me encuentro con el grupo de vascos, unos 10, que llegan también de la cima, han hecho cumbre todos, supongo que son del mismo Bilbao. El refugio lo compartimos con una pareja alemana que está de subida, y sólo les doy un consejo: "Pole Pole Sana". Nos levantamos muy temprano porque quiero hacer la bajada muy pronto para ver la posibilidad de adelantar mi vuelo a Zanzíbar, previsto para 2 días después, para el mismo día, presiento que va a ser un sitio perfecto para descansar de toda la carga acumulada de 3 semanas sin respiro. Bajamos en 2 horas de Horombo a Mandara, paramos 5 minutos y seguimos, atravesamos el mar de nubes, y empieza a llover; aún así llego a la entrada del parque a las 10h30, soy el primero en hacer el descenso y el de la recepción se queda un poco extrañado, pero nuestro guía le confirma que sí, que hemos llegado a la cima y que nos extienda el diploma de cumbre; escribo varias postales allí mismo para contar mi hazaña, y cogemos el shuttle para ir a Moshi, después de despedirnos de Tony y los porteadores. El recorrido a Moshi lo hacemos en un suspiro, y cuando llegamos a la agencia, nos regalan una camiseta bastante horrorosa, pero que dice: "Yo he subido a la cima del Kilimanjaro"; para presumir vendrá bien. Me confirman en la agencia que han podido cambiar el vuelo para Zanzíbar para el día siguiente, y eso me produce una alegría enorme. Enck parte al día siguiente para un safari fotográfico, y le pido una foto de un león si lo llega a ver, ya que es el único animal que no he visto, y en Zanzíbar no creo que haya. Quedamos a cenar en su hotel, una cena normal, pero que después de los precarios menús del Kili de los últimos días se nos antoja manjar de dioses. Aunque mi vuelo es a las 15h, el conductor va a recogerme a las 10h porque tiene que llevar a un grupo de gente al aeropuerto, a sólo 50 km. de Moshi, pero la carretera está en obras de ampliación, y tanto la maquinaria como los vehículos que van en los 2 sentidos no se detienen en ningún momento, pasan levantado una nube de polvo que impide ver nada; lo paso bastante mal, pero el chofer se ríe y va cantando canciones africanas, así que decido olvidarme del tema y yo también me pongo a cantar. A las 11h30 llegamos al aeropuerto y me sorprendo bastante, porque es grande, está limpio, tiene zona de tiendas y cafetería e incluso aire acondicionado. Facturo mi equipaje y leo un rato mientras me pregunto el tipo de avión que será el que nos lleve a Zanzíbar; cuando aparece y hacemos el embarque, me doy cuenta de que no me han revisado el equipaje de mano, podría llevar cualquier cosa que nadie se habría enterado; como dicen en África, "akuna matata". El avión es de la compañía Air Precission, y su logotipo es un precioso antílope dando un salto; es un turbohélice Cessna de unas 50 plazas, que va casi lleno, y la tripulación es muy amable, hablan inglés con ese acento africano tan colorista; nada más despegar, pasamos a corta distancia del Kili, y me recuerda que el día anterior estaba por allí arriba; el viaje es muy agradable y 1 hora más tarde aterrizamos en el aeropuerto de Zanzíbar entre palmeras de todos los tamaños. Zanzíbar. La perla del Índico. La visión desde el avión de Zanzibar Town, la Ciudad de Piedra, me ha dejado fascinado. Todas las historias y leyendas que he leído sobre Zanzíbar se quedan cortas ante la contemplación de esta ciudad rodeada del hermoso océano Índico y en la que es imposible no perderse, aún con un buen mapa, en el rosario de callejuelas que la recorren en todos los sentidos. Livingstone, en su último diario escribía "Zanzíbar. 28 de Enero de 1866. He llegado a la isla a bordo de la fragata de vapor Thulé que ofrece el gobierno de Bombay al sultán de Zanzíbar…La isla es una formación de coral con conglomerados de gres silícea . La flora es generalmente africana, pero las plantaciones de mangos y cocoteros dan a la escena el aspecto exuberante de las islas del Mar del Sur". Unos años antes, en 1857, Burton y Speke habían conseguido financiación por parte de la Royal Geographical Society para descubrir las fuentes del Nilo partiendo de las costas del Índico en vez de remontar el Nilo desde el Mediterráneo, en un viaje de miles de kilómetros que se había antojado irrealizable. Por ello decidieron seguir las rutas de los esclavistas que partían de Zanzíbar hacia el Oeste en busca de marfil y esclavos para alimentar el mercado más importante de África Oriental; 2 años después regresaron a Zanzíbar enfrentados y con opiniones contrarias sobre la ubicación de las verdaderas fuentes; a su llegada a Londres, Speke fue proclamado descubridor de las fuentes del Nilo. Tanzania es el resultado de la confederación en 1964 entre Tanganika, que obtuvo su independencia en 1961, y Zanzíbar, que la obtuvo en 1963, y se convirtió en república en 1964, después de derrocar al sultán. No obstante, desde el momento de tu aterrizaje en Zanzíbar, se encargan de dejar muy claro que es una confederación de diferentes países, ya que aunque vueles desde Tanzania como era mi caso, tienes que pasar los trámites de aduana, visado, declaración de bienes, y mostrar tu cartilla de vacunación como si entraras en otro país; la realidad es que Zanzíbar no se parece en nada al resto del país, tiene por sí misma una personalidad y unas características especiales que la convierten en un lugar único y muy interesante a pesar de su pequeño tamaño. Hasta el año 90, Zanzíbar estaba reservado a los viajeros que escapaban de las comodidades y en cierto modo había tomado el relevo de Kathmandú como lugar de encuentro para los hippies. Ese año, la fundación Aga Khan acometió un ambicioso proyecto de rehabilitación en la isla, que 6 años después ha dado como resultado el que existan 3 ó 4 complejos hoteleros de lujo en Zanzíbar, de espaldas al resto de la isla que vive su propio ritmo y acoge con los brazos abiertos a los viajeros que buscan algo más que sol y playas paradisíacas. Después de todos los trámites cojo un taxi compartido con 1 pareja de españoles que van a uno de esos hoteles de lujo, y yo me quedo en la Ciudad de Piedra, al lado del mar, en el Karibu, bienvenido en swahili, un Guest House que por sólo 10 dólares me ofrece una enorme habitación en el ático desde donde se contempla el océano Índico, de una tonalidad azul única. Salgo a buscar una agencia de viajes, ya que me han comentado que las opciones para salir de la isla son muy limitadas, un vuelo cada 2 días y un ferry por semana; como yo tengo mi billete de tren de Mombasa a Nairobi reservado desde hace 2 semanas, no quiero perderlo; mis visitas a Air Zanzibar y Kenya Airways son infructuosas porque la lista de espera es muy larga; encuentro una plaza en Air Tanzania para el mismo día del tren, por lo que me alegro mucho; casualmente me encuentro con Ulf, uno de los suecos de la expedición de los gorilas, que me comenta que el sobrenombre de Air Tanzania es "Air Maybe", "Air Quizá" en español, y con una risa nerviosa le digo que hay 7 horas entre el vuelo y el tren y que de todas maneras es la única opción que tengo. Milton, en El paraíso perdido describe Zanzíbar como "un reducto secreto, lleno de flores y yerbas olorosas". Del diario de Stanley extraemos la siguiente descripción "Zanzíbar es el Bagdad, el Estambul del Africa Oriental; es el gran mercado donde se acumula el marfil y el copal, las pieles, las maderas preciosas, y las negras bellezas de la Tierra de la Luna para ser vendidas en otros puntos. En Zanzíbar se vende además pimienta, sésamo y aceite de coco". A esta frase sólo le añadiríamos hoy el comercio de clavo, del que Zanzíbar es el primer productor del mundo, y cuyo olor te embriaga desde el mismo momento en que aterrizas en la isla, y que te acompañara durante toda tu estancia. El encuentro con Ulf ha sido una sorpresa muy agradable y fijamos una cita para la tarde en el Africa House, la más famosa terraza de Zanzíbar donde, además de tomar una cerveza helada, se puede contemplar desde una atalaya privilegiada la puesta de sol con la antigua isla-prisión al fondo; no sé cuales serían las condiciones de los presos en la isla, pero el simple hecho de estar rodeados de palmeras y poder oler el océano les haría la condena más relajada. Zanzíbar ha pasado por mil avatares en su historia; aunque pequeña, fue el centro político de lo que hoy es Kenya, Tanzania, Ruanda y Burundi, gracias al comercio, tanto humano como de especias. En 1885 Alemania se anexionó Tanzania, provocando la protesta del sultán Bargash de Zanzibar, que era aliado de los británicos; estos no buscaban un imperio en África Oriental, por lo que el primer ministro británico declaró que "si Berlín quiere un poder colonial, sólo puedo decir que se dé prisa y que Dios le ayude"; con estas perspectivas, el sultán tuvo que negociar la cesión de sus territorios insulares, y quedarse con las islas de Zanzíbar, Pemba, Mafia y Lamu; en 1888 un reparto final dio Tanzania a Alemania, Kenya y Zanzíbar a los británicos, y Madagascar a los franceses. Callejeando por Zanzíbar se nota claramente que su población es en su mayoría musulmana, con las abigarradas tiendas repartidas por sus calles serpenteantes, todas ellas dirigidas por musulmanes tocados con sus gorritos blancos; Como suele ser habitual en África, el Islam ha pasado aquí por el tamiz de la tolerancia y la indolencia africanas, y los turistas pueden pasearse en "paños menores", como ellos creen que vamos con nuestros shorts y camisetas sin mangas, sin problema ninguno. Incluso el canto del muecín en la madrugada parece mucho más suave, para no molestar a los no musulmanes, que el que hemos oído en otras partes del mundo. Quizás a todo ello ayude el enorme mosaico de razas que han dejado los siglos de comercio en esta parte del mundo; indios, blancos, arios, bantús, indonesios, y otras etnias que no nos atreveríamos a clasificar, por la seguridad de equivocarnos. La gastronomía reflejaperfectamente el mismo mosaico, ya que se mezclan la cocina india con la africana, y los condimentos básicos de cualquier plato son el curry y la leche de coco, que tanto en carne como en pescado, descubren nuevos sabores y sensaciones al visitante occidental. Definitivamente me he enamorado de Zanzíbar y de su historia; cada nueva experiencia se suma a la anterior para, con ese mismo arrobo que los enamorados sienten, ignorar los puntos negativos, que existen, como la suciedad y el estado de inminente ruina de muchos edificios, y sublimar los positivos, que son muchos. En mi recorrido por la ciudad observo muchas puertas de madera de gran tamaño cuidadosamente labradas por generaciones anteriores de artesanos en la que se puede sentir el amor al trabajo y, sobre todo, la falta de prisa por terminarlo; desgraciadamente muchas de estas puertas están muy deterioradas o han sido arrancadas de sus lugares para adornar probablemente la entrada a alguna mansión de un millonario en alguna parte del mundo. Una parada en la terraza del Seaview me reconcilia con mi amada Zanzíbar, ya que el océano está siendo surcado por los dhow, o en swahili jahazi, esos barcos de madera con sus velas latinas cruzadas, que, al contrario de los modernos y aerodinámicos diseños de veleros, parecen creados para ir lo más lentos posibles y no obligar a su tripulación a un esfuerzo excesivo. Cuando su eslora es bastante grande se le puede incorporar una vela de mesana, también latina, pero un foque o cualquier otro tipo de vela son totalmente impensables. También se puede observar el pausado ritmo de los pescadores que echan sus redes, se tienden sobre la cubierta, y después de un tiempo prudencial las recogen, normalmente llenas, ya que es un mar generoso. El tiempo se ha detenido, y hasta el sol parece que esta colgado en la misma posición desde hace una hora. Absorto en la visión de esta marina, no oigo a una chica que me pide en inglés mis prismáticos; la sorpresa me hace responderle en español, y por su expresión del rostro, me parece que le gustado la respuesta, o al menos el idioma; efectivamente, Soledad, así se llama, es ecuatoriana, y lleva 4 meses recorriendo África, primero por trabajo, ya que es bióloga y ha estado en Uganda trabajando en una reserva, y luego por placer, ya que también está afectada del "mal de África", el mismo que noto yo. Hace 3 meses que no habla español, y por eso mi respuesta le agradó tanto; hablamos de sus experiencias en África y de su trabajo en las reservas de Uganda y del Amazonas, y la emplazo para cenar con los suecos. La electricidad se ha ido en la ciudad nada más ponerse el sol, que hemos visto descender sobre la isla-prisión con un color tan rojo que parecía iba a incendiar las copas de las altas palmeras que cubren la isla; es la hora del retorno de los dhow, que recortan sus siluetas en la penumbra con la gran bola de fuego haciéndose líquida en el horizonte, y ofrecen a los fotógrafos un marco perfecto para esas fotos de postal o folleto turístico. Parece que están acostumbrados a que la luz se vaya, porque los restaurantes y hoteles disponen de grupos electrógenos que ponen las únicas nota de luz en una ciudad totalmente apagada. Cenamos, parece una premonición, en un restaurante árabe que se llama "las mil y una noches", y en el cual tomamos pescado y marisco a precios de risa para nuestros bolsillos europeos, eso sí, el alcohol ni probarlo porque el dueño es musulmán. Aunque el restaurante está casi vacío, el servicio es muy lento, parece como si no quisieran acostumbrarnos a la rapidez, y luego la exijamos; la noche se cierra con la visita a un Pub donde escuchamos música de Zanzibar, una mezcla entre música africana, India, y quién sabe qué otras influencias. Temprano en la mañana me dirijo al Cinema Afrique, punto de partida de los Spice Tours o ruta de las especias de Mitu, el guía más famoso de la isla, que lleva más de 30 años enseñando a los visitantes las maravillas que produce Zanzíbar. La continuidad está asegurada, porque 2 de sus hijos sirven de conductores al grupo. Todos estos años no le han convertido en el típico guía aburrido que suelta su retahíla de frases; todo lo contrario, la pasión con la que nos cuenta la historia de Zanzíbar y el orgullo de mantener su independencia frente a Tanzania, son reales, y te dicen mucho del porqué de la magia de esta isla; es de raza india, y habla un inglés perfecto, visitamos con él las ruinas del palacio del sultán y seguidamente nos vamos a disfrutar la parte más interesante del tour, que es la visita a las plantaciones. Uno se cree que las plantaciones serán como en España, una zona para trigo, otra para tomates, etcétera, en cambio aquí se encuentra que está todo mezclado, y no caprichosamente, porque el jengibre, el clavo, el cardamomo y el sésamo se necesitan mutuamente, todo ello a la sombra del cocotero, en lo que se llama un shamba. También nos maravillamos con el árbol del chicle, del jabón y otro que produce unas semillas que al contacto con el agua explotan como si fueran petardos. Vemos piñas, limas, aguacates, papaya, tapioca y otras frutas nunca vistas cuyo nombre en español se me escapa. Observamos hasta 10 especies diferentes de plátanos, y nos sorprendemos de la agilidad de los niños que trepan en segundos hasta la cima de un cocotero de 9 metros, con la simple ayuda de sus pies atados por una cinta de tela. Probamos la técnica y nuestro fracaso es total. Después de haber visto las inmensas posibilidades que nos ofrece la naturaleza, y de avergonzarnos por nuestro escaso conocimiento de la misma, el broche de oro lo pone una deliciosa comida al aire libre donde se amalgaman sin mezclarse muchos de los olores y sabores que hemos probado previamente, vegetales al curry, pescado en leche de coco, piña fresca, en una orgía de fragancias y gustos que nos embriagan; en este estado catatónico nos dejamos decorar los brazos por tatuajes no permanentes, de hena, una sustancia que se utiliza como tinte, y que aguantará 2/3 semanas. Los pinceles recorren con gran precisión la piel, dibujando figuras geométricas de una tradición milenaria y que todas las mujeres de Zanzíbar siguen, pintándose manos, brazos, pies y piernas continuamente. El regreso a Zanzíbar Town en las camionetas de Mitu se hace especialmente duro por los baches continuos, el calor y la digestión, que nos lleva en un sopor permanente; una siesta de urgencia en el Guest House nos pone en forma para una nueva puesta de sol desde el Africa House, donde he quedado con los suecos, 2 gallegos que he conocido en el tour (ya me extrañaba a mí no encontrarme ninguno, viajeros impenitentes como somos por el mundo entero), y a la reunión se unen inesperadamente Kate, que ahora está en camino hacia Zimbawe, con salto incluido a Zanzíbar. No la acompaña Greg, se ha quedado con el camión en Dar es Salaam, cenamos en el Dolphins, uno de los múltiples pequeños restaurantes de Zanzíbar; la noche se puebla de estrellas, que desde esta perspectiva en el hemisferio sur parecen diferentes a las del norte; incluso creo descubrir un nueva constelación a la que bautizo Unicornio, ya que a mí al menos me lo parece. Con la satisfacción del descubridor de nuevos mundos me retiro. Aunque sigo subyugado por Zanzíbar Town, decido irme 2 días a las playas del Este, porque necesito unos días de "dolce far niente", y me han dicho que es el sitio perfecto. El matatu que he contratado con otros viajeros cumple todos lo requisitos, música a todo volumen, conductor loco que ignora todas las normas de conducción, y un limpiaparabrisas que cuando empieza llover descubrimos que no funciona, por lo que ha de conducir con la cabeza fuera de la ventanilla; lo debe usar poco, así que la próxima vez que llueva seguro que estará en el mismo estado. Cuando llegamos a Jambiani, un poblado de 4 casas, paralelo a una playa de 15 km. de largo, que esporádicamente tiene grupos de cabañas sobre la misma playa, me percato de que es el sitio perfecto para no hacer nada. Para evitar tentaciones me voy a la última cabaña, Gomani House, regentada por una familia muy agradable, que está colgada sobre la playa con un comedor delicioso, y en el que una habitación, cuyas ventanas son simples agujeros abiertos al mar, y que se antojan suficientes porque la temperatura día y noche es muy agradable, sólo cuesta 8 dólares. El desayuno con frutas frescas es refrescante, y el ambiente totalmente relajado; los niños me preguntan si quiero ir a pescar, al arrecife o a bucear, y les digo que muchas gracias pero lo que voy a hacer es NOTHING. Me tiro en la playa, de una arena tan blanca que las gafas de sol son imprescindibles, y observo como los dhow se hacen a la mar con la marea alta para pescar los deliciosos peces que luego nos prepararán con curry y leche de coco. En la lejanía veo acercarse un grupo de gente paseando por la playa, y son la pareja de gallegos y otra pareja de Vitoria que están alojados en el mismo sitio, a media hora de camino por la playa; quedo en acercarme a cenar a su hotel por la tarde. Es imposible agobiarse en un sitio así, porque el ritmo de todo el mundo es tranquilo y pausado y te contagian; en el comedor me pongo a hablar con los hijos del dueño que juegan con un tablero y un grupo de guijarros, en un juego que se me antoja al menos tan complicado como el ajedrez, y aunque se empeñan en enseñarme, desisto enseguida. Una chica australiana que aparenta llevar bastante tiempo por allí me comenta que sí, que es un juego difícil, propio de pueblos bastante evolucionados; Zanzíbar, cuna de la cultura swahili, uno de los 10 primeros idiomas del mundo, es uno de los sitios donde se preserva con más atención. El swahili nació a partir del bantú, mezclado con palabras árabes y persas, y su característica de lengua abierta le permitió incorporar palabras del portugués y del inglés. El nombre Zanzíbar proviene del vocablo "Zenji-bar", "tierra de gentes negras"; ya era mencionada en los relatos de Las mil y una noches y el poema épico de Camoens Os Luisiadas, y fue gobernada desde 1832 por el sultán de Omán y sus sucesivos descendientes con total desprecio hacia la población negra, a pesar de que el sultán Bargash firmara en 1873 el tratado que pondría fin al comercio de esclavos en sus dominios. Con este currículum no es de extrañar que el acceso a la independencia en 1963 degenerara en revueltas populares que causaron la muerte de miles de árabes y la huida de muchos miles más, instalándose un gobierno revolucionario que, a la vista de las pocas perspectivas de futuro, decidió confederarse con Tanzania, regida en ese momento por Julius Nyerere y su proyecto socialista. Distraído con la charla, no me percato de que la marea baja a un ritmo trepidante, y donde me bañaba hace sólo 3 horas es una superficie de arena salpicada de charcos, y los dhow que antes flotaban quedan varados a cien metros del agua; toda la población femenina del pueblo acude a marisquear en esa fértil franja de arena, provistas de cazos para guardar las piezas conquistadas, y envueltas en prendas con multicolores estampados que se reflejan en el agua como si caminaran sobre un espejo; esta es la principal diferencia con la costumbre gallega de marisquear en las playas, ya que en este caso suelen acudir las viudas de los marineros ataviadas de riguroso luto, por otra parte el marisco resulta igual de sabroso que el del Atlántico; la cena en el hotel de mis amigos españoles resulta deliciosa bajo la luz de las estrellas y uno, que ya va conociendo el percal, pregunta antes de empezar a cenar cuantas cervezas frías tienen en la nevera, y ante la respuesta de 6 les recomiendo que pongan al menos 12 más a enfriar, porque los españoles somos fanáticos bebedores de cerveza; me hacen caso y eso nos permitirá cenar hasta el final con cerveza fría. El retorno por la playa bajo la luz de las estrellas y oyendo el rumor del agua rompiendo contra el arrecife a 500 metros de la playa y la corona de espuma que se refleja, le hacen pensar a uno que si se puede dormir y comer bien con un presupuesto diario de 10 dólares, y que para estancias largas se pueden conseguir mejores precios, probablemente el gasto en un año no superaría las 200.000 pts; la tentación de quedarse allí es muy fuerte, pero todavía el ansía de ver otras partes del mundo y el apego a mi tierra hacen desechar la idea; eso sí, Zanzíbar quedará como uno de los lugares de una pequeña lista a los cuales ir si algún día decides hacerle un corte de mangas al primer mundo. El último día en Zanzíbar amanece nublado y es gozoso ver como el sol se faja con la nubes debilitándolas para hacer prevalecer su poderío y calentar esta tierra prometida. Antes del desayuno me voy a nadar, y parece como si una mano invisible me sujetara e impidiera salir del agua, es tal la sensación de bienestar que produce que a duras penas salgo y voy a desayunar; a las 10 se supone que me recogerá el Matatu, y ¡maldita sea!, por una vez en 1 mes es puntual. Me despido de la familia Gomani dándoles las gracias en swahili "Asante Sana" y diciendo adiós "Kwaheri". La espera en el aeropuerto de Zanzibar es bastante amena al principio porque está repleto de árabes que regresan cargados hasta los topes a sus países, en un vuelo de Katar airlines, un Jumbo que cuando despega, parece que no puede levantar su panza del peso que lleva; el grupo de azafatas es muy curioso, porque incluye una japonesa, 2 africanas, 2 europeas de aspecto nórdico, y 2 árabes, todas ellas tocadas con el gorrito y el velo típicos de los relatos de las mil y una noches. El tiempo va pasando y nuestro avión no llega; conozco a una pareja de catalanes que han venido unos días a Zanzibar a pasarlos con su hija, que trabaja para la ONG Intermón en los campos de refugiados de Goma, y que, como tantos otros que allí trabajan, ha extendido su contrato un año más entre otras razones porque se ha enamorado de otro español que trabaja allí; es increíble que en medio de toda esa miseria, o quizá por ello, puedan nacer sentimientos de amor entre 2 personas tan fuertes que te hagan renunciar a la vuelta a tu cómodo hogar; desde luego sus padres no lo entendían. A pesar de que el responsable de "Air Quizás" nos tranquiliza diciendo que el avión está en camino, que no nos preocupemos, "Akuna Matata", yo no las tengo todas conmigo; por fin, un rumor en el cielo nos hace levantar la vista a todos como si El Señor hubiera decidido compadecerse de nosotros y nuestro avión aparece en el horizonte; aún así no sé si llegaré a tiempo porque mi tren parte en 2 horas; por suerte, las operaciones de desembarque y embarque de pasajeros se realizan como en un autobús, unos entran por la puerta delantera mientras otros salen por la trasera, así que llego a Mombasa con 40 minutos de adelanto sobre el horario, y aunque no tengo que decirle al taxista que vaya rápido, le doy mi permiso para que vaya todavía más rápido. El recorrido a ritmo de película de cine mudo por la ciudad de Mombasa me indica que debe ser un puerto bastante importante, además de punto de partida hacia el norte de la zona turística costera de Kenya, masificada casi como nuestra Costa Brava y centro del turismo de playas y sol. El tren Lunático de Monbasa a Nairobi Acomodado en mi compartimento de primera clase del tren, suspiro aliviado por haber llegado justo a tiempo, porque el tren hace su salida a la hora exacta, renqueando con su máquina de tiempos coloniales. Recorreremos los 600 km. que separan Mombasa de Nairobi en unas 12 horas, atravesando sabanas, junglas y desiertos a un ritmo lento pero constante. Con un poco de suerte podremos ver todo tipo de fieras salvajes después del amanecer. El tren atraviesa el puente de hierro que une Mombasa con el continente, con un crujido casi humano como si todas sus articulaciones se resintieran de los muchos años que han soportado el peso de los vetustos trenes. Con todo, uno se maravilla de cómo los británicos eran capaces de reproducir su estilo de vida con el menor detalle allá donde fueran, la India o Africa, Australia o Hong Kong. Las 3 clases, 4 en el pasado, ya que se podía viajar en el techo, separan suficientemente los grupos étnicos, ya que en tercera sólo hay bancos corridos de madera, en segunda los compartimentos son de 6 literas, y en primera se comparte con otra persona; el vagón comedor es totalmente colonial, forrado de madera, con ventiladores en el techo, y pequeñas lámparas que iluminan las mesas; los cubiertos son un compendio de la historia del ferrocarril en África Oriental, ya que están grabadas las iniciales de los diferentes nombres que ha tenido a lo largo de su historia, East Africa Railways, Uganda Railways, Kenya Railways, etcétera. Los camareros se ven incómodos en sus uniformes blancos de cuello cerrado; después de las sensaciones gustativas de los últimos días en Zanzíbar, todo sabe insípido y el estilo pretendidamente continental de la cena parece fuera de lugar, añoro un pescado al curry con leche de coco; el café en cambio es muy bueno, y eso me hace recordar que en Tanzania me fue imposible tomar un café que no fuera soluble, deben exportar prácticamente toda la producción para obtener divisas; una de las cosas que también me sorprendió en Zanzíbar es la planta de la piña, que tarda 12 semanas en producir una sola piña, que luego compramos enlatada en su propio jugo o natural por poco más de 100 pesetas, y uno se pregunta cuanto cobrará de ese dinero el productor en su lugar de origen para que una vez sumados los costes de transformación y transporte y los márgenes de al menos 6 ó 7 intermediarios nos cueste esas 100 pesetas. Sea lo que sea, seguro que es muy poco, típica herencia del sistema colonial de obtener las materias primas a precios mínimos para devolver los productos elaborados, eso sí, a precios europeos. Cuando leemos en los periódicos las enormes sumas de deuda externa de estos países podremos entender un poco mejor a que uso va parte de ese dinero. Regreso al compartimento mientras atravesamos el desierto de Taru, un lugar inhóspito en que uno desearía no perderse y que agradece atravesar en el caballo de hierro. No tuvieron la misma suerte muchos expedicionarios que perecieron en manos de los Masai, dueños de estas tierras, o diezmados por la mosca tse-tsé, por lo que muchas caravanas se desviaban al sur, por la ruta de Tabora, a pesar de rodear varios cientos de kilómetros. La primera expedición europea que logró atravesar la zona para llegar a los grandes lagos lo hizo en 1883, seguida de otras que decidieron el trazado del ferrocarril a finales de siglo. Rápidamente se desarrollaron las zonas que atravesaría el tren, destacando una pequeña aldea de pastores que con el tiempo se convertiría en la capital de Kenya, Nairobi, la desmesurada metrópoli que hoy conocemos. Dejamos atrás el desierto de Taru, evitando las zonas más altas y montañosas con continuos quiebros del terreno, y penetramos en el parque natural de Tsavo, el más grande de kenya y sin duda uno de los más grandes de África. Desde la protección de nuestro tren, pero a una velocidad suficientemente lenta para apreciar su belleza en detalle, observamos las manadas de antílopes y cebras que corretean levantando nubes de polvo, acostumbradas al paso del tren e ignorándolo totalmente, aunque no quedan tan lejos los tiempos en que los cazadores se apostaban en el parte frontal del tren con sus rifles disparando a todo bicho viviente sin preocupaciones ecológicas; los únicos disparos que se oían ahora eran los de las cámaras fotográficas, que hacían correr sus carretes sin descanso ante el espectáculo; un poco más tarde, cerca del río Tsavo que cruza el parque, asoma en el horizonte la masa pétrea del Kili, con su corona de plata que me recuerda que hace sólo una semana estaba en su cima sintiéndome amo del mundo. El tiempo en África tiene una medida diferente a la que estamos acostumbrados; hay momentos en que se detiene, congelado en su devenir, hasta que algún dios se da cuenta, y con un movimiento de su muñeca, lo agita y vuelve a ponerlo en marcha; en cambio hay momentos en que va todo tan rápido que necesitas tiempo extra para poder digerir todo lo que percibes, en un círculo vicioso que le pide más tiempo al tiempo; quizás por ello este libro se escriba 10 meses después de mi viaje por África, las distintas piezas de mi rompecabezas africano han necesitado este período para ponerse en su sitio y dejarme ver claramente la imagen completa para intentar transmitirla. El sobrenombre de tren lunático viene dado por lo descabellado de construir una línea ferroviaria entre el lago Victoria y el océano Índico con la tecnología existente a finales del siglo pasado; una de la razones principales para su construcción no era nada romántica, si no que obedecía a la necesidad de transportar tropas en pocos días desde la costa en caso de revueltas en Uganda, en vez de los meses y desgaste que conllevaría su transporte por tierra; con todo, su aprobación en 1893 generó agrios debates en Londres entre los que defendían su construcción y los que, con razón, argüían que su coste real sería muy superior al presupuestado. El bajo concepto que tenían los británicos de los nativos como trabajadores, hizo tomar la decisión de importar coolies indios, miembros de las castas más bajas, que en una cifra superior a 15.000 fueron traídos desde la India en los más de 6 años que duró su construcción. En el camino se quedaron más de 2.400 hombres, que fallecieron por enfermedades, accidentes y ataques de fieras salvajes. El coste supero los 5 millones de libras, el doble de lo presupuestado. Conocer estos datos le ponen a uno los pelos de punta al saber los sacrificios que se han tenido que hacer para que te deslices por los raíles sentado cómodamente en tu asiento de primera clase. De todas las calamidades sufridas en la construcción de la vía, la única que estuvo a punto de detenerla totalmente fue la aparición de los leones devoradores de hombres, que una vez probaron la carne de coolie decidieron que ese sería su desayuno todas las mañanas, sembrando el pánico entre los trabajadores que les atribuían poderes diabólicos. El relato de su persecución y abatimiento se narra en el libro "los devoradores de hombres de Tsavo", de Patterson, coronel del ejército británico encargado de la construcción de un puente sobre el río Tsavo. Los 2 leones del relato habían ya devorado 10 trabajadores cuando estos fueron a la huelga y decidieron no trabajar más hasta que fueran abatidos, lo que Patterson consiguió después de varias noches apostado sobre un andamio, en el caso del primer león, y desde un árbol el segundo, al que tuvo que trepar cuando aún después de varios disparos que le acertaron el león cargó sobre él. Este libro ha servido como base a la película "Los demonios de la noche". Cuando dejamos Tsavo aparecen las llamadas Tierras Altas, pobladas de plantaciones de piñas y café, que se pierden en la lejanía; la luz de la mañana es muy fuerte y penetra por todos los resquicios del tren; un desayuno continental, con cuchara de la KR, pone nuestro reloj en marcha poco antes de penetrar en los barrios marginales de Nairobi, donde se amontonan las cabañas en una ordenación caprichosa y cuyos habitantes nos saludan con sus manos al paso del tren; como en todas las grandes ciudades, pero aquí quizás acrecentado por el crecimiento desmesurado de Nairobi, el cinturón de marginalidad sirve como recordatorio de que "no es oro todo lo que reluce". Renqueando, nuestro tren lunático llega a la estación central de Nairobi, 12 horas y 600 km. desde nuestra salida de Mombasa, que nos han servido para apreciar toda la miseria y grandeza de este país que se despereza lentamente buscando su propio destino al margen de los de grandeza de tantos de sus dirigentes Con mis últimas monedas en la mano, me dirijo a un taxista que parece lo suficientemente flexible para negociar una tarifa de transporte al aeropuerto que es la tercera parte de la oficial; le enseño mis pocas monedas y le digo que es lo que hay, me mira con indolencia y dice la frase mágica "akuna matata", y nos subimos al taxi. Un gesto de generosidad por su parte que me termina de convencer de que en este país todo es negociable y siempre se puede llegar a un acuerdo satisfactorio para todas las partes. Con el deseo de que no cambien ciertos modos de vida, me despido del taxista, y al facturar mi equipaje a Madrid, me despido también de África, pero sé que no es un adiós, será un hasta pronto, África ha penetrado de tal manera en mi corazón que no podría pasar demasiado tiempo sin volver a verla, ¡se me rompería!. Como colofón a este viaje, a modo de reflexión, hay una frase de Graham Greene que dice "África será siempre la de la época de los mapas de la era victoriana, el inexplorado continente vacío con la forma de un corazón humano"; para mí esto define perfectamente la sensación que tienes en África; aunque sepas que antes que tú millones de personas la han visitado y viajado por ella, esa Naturaleza te apabulla, te envuelve y te hace sentir como si fueras parte de ella, y ella parte de tí como algo indisoluble. El Mal de África está dentro de tí y nada ni nadie podrá arrancártelo. Me gustaría terminar con unos proverbios Kikuyus oídos en Kenya, y que dicen bastante de la sabiduría popular en África: Las mujeres y el cielo no son comprensibles. El hombre es la cabeza de la casa, la mujer es el corazón. La ley de los peces: el grande se come al chico. Una vieja cabra no bala sin sentido (los viejos son sabios) Una mujer cuyos hijos han muerto es más rica que una mujer estéril Un amigo no es el que va a tus fiestas, sino el que te ayuda a construir tu casa Madrid, 1997. Bibliografía Dinesen, Isak. Memorias de África. RBA Editores. 1995 Dinesen, Isak. Cartas de África. Alfaguara, 1993 Fossey, Dian. Gorilas en la niebla. Salvat. 1990. Goytisolo, Luis. Mzungo. Mondadori. 1996 Hemingway, Ernest. Las nieves del Kilimanjaro. Caralt. 1995 Hemingway, Ernest. Las verdes colinas de África. Caralt. 1986. Leguineche, Manuel. El camino más corto. Plaza&Janés. 1995. Livingstone, David. El último diario del Doctor Livingstone. Grech, 1987 Moravia, Alberto. Paseos por África. Mondadori, 1988. Patterson, J.H. Los devoradores de hombres de Tsavo. Mac Millan. 1979. Reverte, Javier. El sueño de África. Anaya& Mario Muchnik. 1996. Wood, Barbara. Bajo el sol de Kenia. Grijalbo, 1990. Guías de Viajes Africa on a shoestring. Lonely Planet. 1994 East African Handbook. Trade & Travel. 1994. Kenia, Tanzania y Seychelles. Guías Fodor`s. El País/ Aguilar. 1992 Artículos Altaïr. Africa inquieta (nº 14). Cataratas Victoria (nº 21). El Congo (nº 17). La ruta de las especies (nº 1). Nostalgia de África (nº 17). Tanzania (nº 10). Zanzíbar (nº 19). Geo Kenya. Fotosafari (nº 1). Kenya. Güepardos (nº 68). Kenya. Valle del Rift (nº 83). Río Zaire. (nº 63). Tanzania. Kilimanjaro (nº 18). Tanzania. Zanzíbar (nº 62). Uganda. Fauna africana (nº 96). Zaire. Ruwenzori. (nº 11). Rutas del Mundo. Tanzania (nº72). Uganda (nº 65). Zanzíbar. (nº59). Viajar. Parques de Tanzania (nº 133) Diccionario de Urgencia Akuna Matata: No hay problema. Asante sana: Gracias (en swahili). Bwana: Señor. Coolie: Indio de baja casta trasladado a trabajar a África. Daktari: Doctor (en swahili). Dhown: Falucho (en Inglés). Elmoran: Guerrero Masai Habari: ¿Cómo estás? (en swahili). Hapana: No (en swahili). Hatari: Peligro (en swahili). Hena: Tinte utilizado para tatuajes en Zanzíbar Jahazi: Falucho (en swahili). Jambo: Hola (en swahili). Kakazi: Viento monzón. Kanga: Pareo que se usa en África Oriental. Karibu: Bienvenido (en swahili). Kikuyu: Una de las principales tribus de Kenya. kwaheri: Adiós (en swahili). Matatu: Transporte público en África. Mau-Mau : Movimiento independentista Kikuyu contra la colonización de Kenya. Mensahib: Señora. Muecín: Musulmán que llama a la oración desde los minaretes de madrugada. Mzungu: Hombre blanco (en swahili). Ndio: Sí (en swahili). Ngweko: Acariciar (en Kikuyu). Pombe: Cervez (en swahili). Pole Pole: Con calma (en swahili). Ranger: Guarda forestal (en África). Safari: Viaje (en swahili). Shamba: Plantación Simba: León (en swahili). Tembo: Elefante (en swahili). Toto: Niño (en swahili). Uhuru: Libertad. Wazungu: Hombre blanco (en Kikuyu). Índice Cronológico 1832 Comienza la dominación en Zanzíbar del sultán de Omán y sus descendientes hasta 1963. 1857 Fundación de Dar es Salaam. 1857 Burton y Speke comienzan la expedición para descubrir las fuentes del Nilo. 1866 Llegada de David Livingstone a Zanzíbar con la fragata Thulé. 1873 El sultán de Zanzíbar alcanza un acuerdo con los británicos para abolir la esclavitud y obtener su protección a cambio. 1883 Primera expedición europea que logra llega a la región de los grandes lagos. 1889 Primera ascensión europea a la cima del Kilimanjaro. 1890 Tanzania, con Burundi y Ruanda, se convierten en África del Este Alemana. 1893 Aprobación por el parlamento británico de la construcción del ferrocarril a Uganda. 1915 Llegada del tren lunático a Kampala, Uganda. 1920 Kenya obtiene su nombre actual cuando pasa de protectorado británico al status de colonia. 1960 Zaire obtiene la independencia, pero tiene que afrontar en sus primeros años graves problemas como el intento de secesión de la rica provincia mineral de Katanga en el norte y de Kasai en el sur. 1961 Tanganika obtiene su independencia. 1961 Dar es Salaam es nombrada capital de Tanganika. 1962 Julius Nyerere se convierte en el primer presidente libre de Tanganika, liderando un proyecto socialista hasta 1985, año en que dimite reconociendo la desastrosa política económica llevada a cabo. 1962 Kampala es nombrada capital de Uganda. 1963 Independencia de Kenya. convocatoria de elecciones libres, ganadas por Kenyatta, líder del KAU (Kenya Africa Union) desde 1947. Fue primer ministro de Kenya hasta su fallecimiento en 1978. 1963 Independencia de Uganda, seguida de un largo período de inestabilidad política. 1963 Independencia de Zanzíbar, seguida de revueltas contra los musulmanes. 1964 Tanganika se une con Zanzíbar para formar Tanzania. 1965 Amotinamientos del ejército en Zaire, aplastados por el coronel Joshep Mobutu, que toma el poder. 1966 Obote suspende la constitución ugandesa, y destituye a la Presidenta Buganda 1971 Idi Amín toma el poder en Uganda, mientras el presidente Obote está fuera del país, en una conferencia de la Commonwealth. 1972 Idi Amín disuelve la asamblea nacional y expulsa a toda la población asiática, más de 100.000 personas, eje del comercio y los negocios en Uganda. 1978 Idi Amín, para distraer la atención de los problemas internos de Uganda, lanza un ataque masivo contra Tanzania, repelido fácilmente, que al final le lleva al exilio, primero en Libia y luego en Arabia Saudí 1980 Elecciones en Uganda, ganadas por Obote, pero bajo acusaciones de fraude electoral. DEDICATORIAS A Isak Dinesen, que en su descripción del aire de África de su novela "Memorias de África", me hizo soñar con respirarlo algún día. A África y sus gentes, para que no me cure nunca de su mal. Viajar no es tan sólo moverse en el espacio. Más que eso, es acomodar el espíritu, predisponer el alma y aprender de nuevo Ortega y Gasset Al recordar una estancia en las tierras altas africanas te impresiona el sentimiento de haber vivido durante un tiempo en el aire. A mediodía el aire estaba vivo sobre la tierra, como una llama; centelleaba, se ondulaba y brillaba como agua fluyendo, reflejaba y duplicaba todos los objetos, creando una gran Fata Morgana. Allí arriba respirabas a gusto y absorbías seguridad vital y ligereza de corazón. En las tierras altas te despertabas por la mañana y pensabas: "Estoy donde debo estar". Isak Dinesen, "Memorias de África"
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