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ÍNDICE

Introducción	 
Adiós Primer Mundo. ¡ Hola África !	
Kenya. El país de los avestruces	
Nairobi. De poblado de pastores a gran metrópoli	
Parque Nacional Nakuru	
Uganda, el manantial de África	
Zaire, el juguete de Mobutu.	
Parque Natural de Virunga	
Queen Elizabeth National Park	
Lago Naivasha	
Tanzania. Del colonialismo al capitalismo, pasando por el socialismo
Parque Nacional del Kilimanjaro	
Zanzíbar. La perla del Índico.	
El tren Lunático de Monbasa a Nairobi	
Bibliografía	
Diccionario de Urgencia	
Índice Cronológico	


 

El    mal    de    África    visto    por    uno    de    sus    afectados

África en el Corazón


Introducción

África es mucho más que un continente, una extensión de tierra enorme
que abarca todo tipo de culturas, razas, idiomas, y una naturaleza 
exuberante que penetra en tu cuerpo de una manera física, brutal, a 
través de todos tus sentidos, e incluso despierta alguno que nuestra 
civilización occidental ha adormecido. África es la cuna de la 
humanidad, y en ella se han encontrado y siguen encontrado los restos 
más antiguos de homínidos, en una búsqueda de nuestros orígenes que 
nos acerca al Paraíso que fue África, y que por contraste nos muestra 
la miseria moral de esta civilización, que permite que nuestra Casa 
Materna, África, este hoy más cerca del Infierno de lo que nunca haya 
estado antes.

	
Este viaje, con un objetivo primario de visitar la mayor cantidad de 
sitios en el menor tiempo posible con ese afán europeo de coleccionar 
países para nuestro pasaporte y álbum de fotos, se ha convertido en 
un viaje interior a medida que el tiempo, ese gran artista que moldea 
nuestras vidas y nuestras mentes, se ha encargado de poner cada 
recuerdo, cada sensación vivida, cada olor y cada imagen en la 
correspondiente casilla de nuestro cerebro, inoculando en tu alma el 
"mal de África", un sentimiento muy difícil de explicar a alguien que 
no haya estado en África, pero para el que sobran todas las palabras 
si el lector ha pisado alguna vez esa Tierra que permanece mucho más 
tiempo en tu corazón que en tus zapatos.


El objetivo de este libro obedece mucho más a una necesidad interior 
de "hacer los deberes" para poder afrontar mejor preparado el próximo 
examen sobre África que a un deseo de contar experiencias sobre un 
viaje. Sí está escrito con el difícil reto de poner en papel el 
cúmulo de sensaciones vividas y con la ilusión de que al lector le 
animará a hacer su viaje interior y, sobre todo, a mirar de otra 
manera todo lo que concierne a África.


Empecemos pues el relato concentrado de este viaje, realizado entre 
Julio y Agosto de 1996, que nos llevó a compartir la merienda con una 
familia de gorilas de montaña en el Zaire, nos permitió descubrir por 
qué Uganda es la perla de África y Kenya un ejemplo de todo lo bueno 
y malo del colonialismo europeo, pudimos divisar el continente desde 
su cima más alta, el Kilimanjaro, y desde uno de sus destinos más 
exóticos, la isla de Zanzíbar.

 Adiós Primer Mundo. ¡ Hola África ! 

El avión es sin ninguna duda el medio de transporte más rápido, 
cómodo y seguro que existe, pero también es el que peor te prepara 
para un viaje en el cual vas a necesitar ir ligero de equipaje, sobre 
todo hay que olvidar en algún momento de la partida la maleta llena 
de prejuicios, opiniones preconcebidas y precauciones de todo tipo, 
que hemos ido llenando con la ayuda de amigos y familia desde el 
momento en que les informamos de nuestro viaje a África. Yo abandoné 
esa maleta en la cinta transportadora del aeropuerto de Nairobi, 
donde uno percibe con alegría desde su misma llegada que hasta los 
aeropuertos son diferentes en África, acostumbrado como uno está a 
esos aeropuertos europeo limpios, neutros, con la misma música 
ambiental, y en los cuales no sabrías decir sin mirar tu tarjeta de 
embarque a qué país pertenece.

La mirada ávida recorre cada rincón del aeropuerto mientras esperamos 
la salida del equipaje, y presiente que la única manera de disfrutar 
África en toda su magnitud está en poner los ojos como platos, como 
esos ojos enormes de niños africanos que te miran con curiosidad, y a 
partir de ese momento tienes que dejar penetrar libremente en tu 
cuerpo todo lo que te ofrece África. La aparición del equipaje nos 
devuelve a la realidad y la salida de la terminal supone el encuentro 
con un grupo étnico muy interesante, los taxistas, que a diferencia 
de lo que suele ser habitual en España, no aparenta estado de cabreo 
permanente si no, primera sorpresa, amabilidad e interés por captar 
un cliente, y, cuando después de un breve regateo y un acuerdo sobre 
el precio, segunda sorpresa, respeto y educación con el cliente, al 
que le pregunta si quiere escuchar música, algo que nos agrada mucho 
más que la retransmisión a gritos de cualquier partido de fútbol, y 
que nos hace reflexionar en que las fronteras entre el Primer y 
Tercer Mundo no están tan claras y delimitadas.

Es de noche. Pronto descubriré que no hay nada tan oscuro como una 
noche africana, pero hoy el taxista salva los 15 km de distancia 
entre el aeropuerto de Nairobi y la ciudad en una moderna autopista 
iluminada de varios carriles en la que, como en todas las ex-colonias 
británicas, se circula por la izquierda. Con el taxi lanzado a la 
velocidad máxima permitida (por su motor), el conductor nos pregunta 
de donde venimos, a donde vamos, quienes somos, y todas las preguntas 
habituales, eso sí, como es preceptivo, se vuelve hacia atrás para 
hablarnos, aunque nosotros con gesto nervioso preferiríamos que 
mirara un poco más al frente. En un suspiro llegamos a la ciudad 
donde nos espera nuestra segunda prueba de fuego con el tráfico, ya 
que parece que el sistema de prioridad está basado en "echarle un 
par" y no en el clásico "derecha-izquierda"; el resultado es que 
delante de nosotros se produce un encontronazo bestial entre un 
motocarro y un autocar, en el cual lógicamente el motocarro y sobre 
todo su conductor lleva las de perder, nuestro taxista ni se inmuta, 
debe ver cientos de accidentes todos los días, y sigue su camino, 
ajeno a las miradas de pánico y al sudor frío que nos empezaba a 
recorrer el cuerpo. Protegidos por algún dios animista, logramos 
llegar sanos y salvos al hotel de estilo colonial, en cuyo bar, 
frente a una cerveza a temperatura ambiente, o sea caliente, 
comentamos nuestras primeras impresiones sobre África. Es Sábado por 
la noche, y el ambiente está muy animado, la gente viste muy bien, 
los hombres con trajes europeos, y las mujeres de una manera más 
tradicional, con vestidos realizados en telas de estampados 
llamativos pero elegantes que resaltan esos cuerpos tan lejanos de la 
estética anoréxica de estos tiempos. Sin ganas de cenar por el largo 
viaje realizado y sobre todo por el trayecto del taxi que ha dejado 
nuestros estómagos algo agitados, decidimos retirarnos a descansar, 
mañana comienza nuestro periplo africano y presentimos que va a ser 
bastante movido.

 
Kenya. El país de los avestruces

Kenya significa avestruz en lengua africana, y obtuvo su nombre en 
1920, cuando pasó de protectorado británico al status de colonia; 
hasta ese momento era conocida como África Oriental Británica. Su 
superficie es algo superior a la de España, con 30 millones de 
habitantes; y sus 2 ciudades más importantes son Mombasa, en la costa 
Índica, que ya fue descrita por Diógenes hace casi 2.000 años como 
centro de comercio, y Nairobi, que nació al amparo del ferrocarril en 
el cambio de siglo, con más de 2 millones de habitantes en la 
actualidad, y casi 4 millones se esperan a principios del siglo XXI, 
en parte gracias a su benigno clima, ya que está situada a 1.800 de 
altitud. El área alrededor del monte Kenya, la segunda montaña de 
África con sus 5.199 m., es la más fértil del país, y produce café, 
azúcar, piña, cereales y otros productos que en total alcanzan el 30% 
de su PIB. La primera fuente de ingresos del país es el turismo, que 
se dispersa por sus enormes parques naturales en busca de la foto a 
corta distancia de los 9 grandes mamíferos salvajes, la cebra, el 
güepardo, el leopardo, el león, la jirafa, el elefante, el 
rinoceronte, el búfalo y el hipopótamo. La lucha por la independencia 
de Kenya comenzó al poco de conseguir su status de colonia en 1920, y 
pasó por episodios dramáticos como la campaña de terror creada por 
los Mau-Mau, un grupo de kikuyus que se alzó en armas, con el 
resultado de 32 europeos y 13.000 africanos muertos; el desgaste 
provocado para controlar los continuos levantamientos convenció al 
gobierno británico de que la Independencia era la única vía; en 1963 
se convocaron elecciones libres, ganadas por Kenyatta, líder del KAU 
(Kenya Africa Union) desde 1947, que había pasado largos años en las 
cárceles de la colonia. Fue primer ministro de Kenya hasta su 
fallecimiento en 1978.


Kenya ha sido lugar de paso para las migraciones de nativos norte-sur 
y este-oeste, por lo que su población se amalgama en más de 70 
tribus, de 3 grupos étnicos diferentes según su procedencia. Los 
Bantu vinieron del Oeste, Los Nilotic del Noroeste, principalmente 
Sudán, y los Hamitic provienen del Noreste, Etiopía y Somalia, y son 
minoría. Las tribus más conocidas de estos grupos étnicos son los 
Kikuyu y Swahili (Bantu), los Masai (Nilotic). La entidad tribal es 
todavía muy importante en Kenya, aunque la concentración en grandes 
ciudades como Nairobi y Mombasa diluye estas diferencias. La 
poligamia, profundamente enraizada en la cultura tribal, es práctica 
habitual, aunque oficialmente no está permitida; sin embargo, la 
presión social y la realidad económica hacen cada vez más difícil el 
tener más de una esposa. La esperanza de vida es de 60 años, 10 más 
que la media de África.

 
Nairobi. De poblado de pastores a gran metrópoli

Amanecer en África. Aún desde la cama de un hotel en Nairobi se puede 
apreciar que África tiene una luz diferente, que se abre paso a 
golpes, desalojando bruscamente la negrura de la noche y ofreciendo 
una perspectiva diferente de cualquier objeto, como si recubriera con 
una capa de barniz brillante todo lo que toca y le diera un aspecto 
más hermoso y vivo. Temprano acudimos, con la misma excitación que un 
grupo de niños en su primera excursión, al encuentro de nuestros 
futuros compañeros de aventura, y  también con el elemento más 
importante de nuestra expedición, un camión todo terreno Mercedes 
(¡alivio!, robusta tecnología germánica) que será nuestro apéndice en 
las 2 próximas semanas y servirá de casa, comedor, salón de lectura, 
dormitorio, terraza con vistas, aula y foro de tertulia. Por lo que 
respecta a nuestros compañeros, el grupo parece extraído de una 
reunión de la ONU porque en 25 personas se encuentran hasta 8 
nacionalidades, británica, norteamericana, australiana, keniata, 
española, noruega, holandesa, y sueca. No sin dificultades colocamos 
todo el equipaje y nos ubicamos en el camión expectantes, y uno mismo 
se hace una apuesta sobre lo que ocurrirá en un espacio donde la 
intimidad no es posible, y en el que estarás codo con codo con 
alguien que no conoces de nada en las 2 próximas semanas. Con estos 
pensamientos en mi cabeza, el camión enciende su potente motor Diesel 
y nuestro chófer australiano empieza a rodar los primeros kilómetros 
del total de 5000 que nos esperan.


La palabra Nairobi viene del Masai enkare nyarobe, que significa agua 
dulce, ya que aquí había un pozo donde los Masai llevaban sus rebaños 
a abrevar. Su altitud de 1870, lo que le da un clima muy saludable, 
provocó que Nairobi creciera rápidamente desde su fundación en 1896 
como campamento de construcción del ferrocarril, asumiendo la 
condición de capital en 1907 sobre Mombasa, cuyo clima es mucho más 
insalubre, por las presiones de los granjeros asentados en las 
Tierras Altas.

Nairobi es una gran ciudad, al menos grande, con rascacielos que 
imponen su presencia compacta y contrastan con el caos que se vive en 
las calles; parece como si estos rascacielos hubieran sido hechos 
para albergar todo el orden y la eficacia de la ex-colonia británica 
y alejarse lo más posible del suelo donde se encuentra en su máxima 
expresión la desorganización y el caos africano. Nada más abandonar 
la ciudad, uno se da cuenta de que, a diferencia de Europa, donde 
hemos modificado, manipulado y destrozado nuestro entorno natural, y 
sólo encontramos naturaleza virgen en ciertas áreas acotadas, en 
África las reservas son la ciudades, donde se concentra toda la 
actividad de los humanos en unos pocos kilómetros cuadrados, pero que 
los verdaderos dueños del país son una naturaleza exuberante y los 
animales salvajes que uno se encuentra a sólo 10 minutos de la ciudad 
vagando libremente por la interminable sabana.

 Parque Nacional Nakuru 

Nuestro primer día de viaje termina en el Parque Nacional Nakuru, 
donde llegamos a media tarde para montar nuestro campamento y tuvimos 
nuestra primera lucha, y por supuesto derrota, con un grupo de monos 
que estaban empeñados en dejarnos sin pertenencias ni utensilios de 
cocina y que eran increíblemente rápidos para nuestros lentos 
reflejos; la batalla se saldó con unas cuantas piezas de fruta que 
acabaron en los árboles, una caja de cerillas que, después de 
habérsela comido, igual mejoraron la inteligencia del mono por su 
alto contenido en fósforo, y unos cuantos utensilios que regresaron a 
nosotros en forma de proyectiles cuando los monos descubrieron con 
gran cabreo por su parte que no eran comestibles. Después de esta 
escaramuza, cogimos nuestro camión para recorrer el parque, y en un 
corto trayecto, porque la noche se echaba encima, pudimos visitar un 
gran lago, o al menos lo parecía, ya que la enorme concentración de 
flamencos no permitía ver el agua, tan sólo una mancha rosada de 
kilómetros de longitud. En nuestro retorno al campamento aún tuvimos 
la oportunidad de ver antílopes, jabalíes, impalas y un grupo de 
rinocerontes que descansaba plácidamente en una pradera, sin ganas de 
mover sus enormes cuerpos y que nos ignoraba totalmente en nuestro 
afán de sacar fotos y filmar vídeo; satisfechos por la contemplación 
de estos poderosos animales, aún tuvimos la oportunidad de ver 
descender un leopardo de un árbol que se recortaba en el atardecer 
africano.


Con nuestros sentidos aún embriagados por todas las sensaciones 
recibidas en nuestro primer día, disfrutamos de una cena preparada 
por nuestro fantástico cocinero Johannes, un africano de edad 
indefinida que siempre cubría su cabeza con un sombrero de cowboy y 
que tenía una piel tan dura que me recordó a los rinocerontes que 
acabábamos de ver, ya que cogía con total tranquilidad las ollas 
directamente del fuego; probablemente 40 años de cocinero habían 
curtido su piel, pero no su alma, porque era de trato afable y 
sonrisa presta. Con el cuerpo agotado y tanto el espíritu como el 
buche bien alimentados, nos retiramos a la tienda de campaña, 
pensando que todos esos ruidos extraños que se oían en la noche no 
nos dejarían dormir, pero este pensamiento se diluyó rápidamente y 
quedamos totalmente traspuestos en cuestión de minutos.

Para un noctámbulo como yo, levantarse a las 6 de la mañana es 
siempre un suplicio, pero en África parecía que un resorte en mi saco 
de dormir me ejectaba de la tienda a esa hora mágica en que la luz se 
empieza a filtrar entre la neblina de la jungla creando imágenes 
impresionistas en las que nada era lo que parecía ni parecía lo que 
era. Después de un desayuno copioso que nos pone en forma para un 
nuevo día de movimiento y ajetreo, desmontamos el campamento en un 
pis pas y nos dirigimos en nuestro camión al encuentro con las 
jirafas del parque. El sol empieza a hacer valer su poderío y la 
niebla se despeja totalmente, ofreciéndonos una visión maravillosa de 
un grupo de cabezas, unas 15, de jirafas asomando por las copas de 
los árboles; la jirafa es un animal muy tímido, por lo que cualquier 
intento de acercarnos con el camión es vano, empiezan a poner su 
imposible cuerpo en movimiento y con 4 zancadas de sus interminables 
patas se alejan de nosotros unos cientos de metros; como la máxima de 
la sabana es que todo lo que se mueve y hace ruido es visto 
enseguida, decidimos parar el motor de nuestro camión y esperar 
pacientemente a que las jirafas se acercaran a nosotros; después de 
un rato observamos lo que parece una familia, con un macho, una 
hembra y una cría de pocos meses, que aparecen entre los árboles 
cerca del camino y pasan a solamente 10 metros de nuestro camión, 
distancia suficiente para apreciar con detalle su maravilloso 
estampado y esa cabecita  plantada al final de su poderoso cuello, 
con 2 pequeños cuernos a modo de antenas; se detienen a mordisquear 
las tiernas hojas de las copas de los árboles y siguen su camino 
parsimoniosamente. Regresamos satisfechos de haber compartido nuestro 
desayuno con las jirafas, y nos dirigimos a una parte más elevada del 
parque desde la que se puede divisar en todo su esplendor el lago que 
habíamos visto el día anterior y que desde la altura todavía parece 
más rosa. Como tenemos un largo trayecto de carretera hacia Uganda, 
nos ponemos en marcha rápidamente.

Nuestro camión está descubierto en los laterales, protegidos por unas 
lonas que se desenrollan en caso de lluvia o frío, algo que por 
suerte sólo tendremos que hacer 1 vez en todo el viaje; por ello, las 
vistas y el contacto con el exterior es excelente, y las largas horas 
de recorrido se hacen amenas porque todo el mundo que nos adelanta 
nos saluda con un Jambo que significa hola en swahili. En el trayecto 
pasamos del verano al invierno, es decir cruzamos el Ecuador, que 
está simbolizado con una estatua circular en la que se marcan el 
Norte y el Sur y nos hacemos la foto obligada. Hacemos una parada en 
Kabale para aprovisionarnos de comida y dar una vuelta por el pueblo 
que es como la mayoría que cruzaremos en nuestro viaje, casas bajas 
de adobe con calles sin asfaltar y mucha gente desocupada poblando 
las calles, además de mercados callejeros donde se puede comprar 
absolutamente de todo, hacerse un traje por un sastre diplomado, 
comprarse un ataúd recién pulido, cortarse el pelo, etcétera, 
etcétera. El estado de las carreteras es bastante bueno en Kenya y 
empezamos a pensar que África, al menos algunos países, no es tan 
subdesarrollada ni está en un estado tan precario como esperábamos. 
Ciertamente estamos en la época seca, ya que es comienzo del 
invierno, y los caminos están mucho más transitables que en la época 
de lluvias. Las carreteras son también el eje vital del país ya que 
cualquier persona que tiene algo que vender se sitúa en sus arcenes 
para comerciar; cada cierto tiempo se ve gente vendiendo carbón 
vegetal que es el que se utiliza principalmente para cocinar además 
de la madera, y también se observan frecuentemente hornos de cocción 
de ladrillos para la construcción; también sorprende ver que muchos 
tejados de casa están hechos de planchas de cinc, lo que a nosotros 
nos desagrada estéticamente pero se revela como un símbolo de status 
económico cuando se lo preguntamos a la gente, ya que los tejados de 
hojas se deterioran con mucha facilidad y rapidez y aquellos que se 
pueden comprar el tejado de cinc, no razonan con nuestros criterios 
estéticos sino prácticos, lo que te hace pensar que es un error sacar 
conclusiones sobre lo que ves en África partiendo de nuestros 
razonamientos.

La idílica visión de un sol rojo que hace arder el horizonte cuando 
estamos a sólo 2 kms del campamento se rompe bruscamente cuando 
nuestro camión queda atascado en el barro; en estas circunstancias 
uno se da cuenta de que en África la solución a los problemas no está 
en una llamada telefónica que haga acudir a la grúa, sino que te 
tienes que buscar la vida y solucionarlos tú mismo, como así hicimos, 
coger palas, troncos, piedras y cualquier cosa que pudiera ayudar a 
sacar el camión de un agujero cada vez más profundo, además de 50 
brazos que empujaban con todas sus fuerza para salir del atolladero; 
aún así tardamos 1 hora en poder sacar el camión, con el barro hasta 
las cejas, y en vista de que el resto de la pista estaba en las 
mismas condiciones, realizamos el resto del camino a pie hasta llegar 
al campamento de Eldoret, un lugar en medio de la nada y que 
sorprendentemente nos ofrece una ducha reparadora caliente con un 
sistema tan básico como efectivo de calentar un depósito metálico de 
agua con un fuego que mezclada con agua proveniente de otro depósito 
de agua fría te permitía disfrutar de las comodidades de la vida 
moderna. El propietario del campamento es un indio, algo habitual en 
Kenya en el mundo de los negocios, y que también nos proporciona la 
comida india más deliciosa que hayamos probado nunca, acompañada de 
cerveza ¡fría!.


Uganda, el manantial de África

La historia reciente de Uganda está marcada por la sangrienta 
dictadura de Idi Amín, que tomó el poder en 1971 mientras el 
presidente Obote estaba fuera del país, en una conferencia de la 
Commonwealth. Con un apoyo entusiasta al principio por parte de la 
población, Idi Amín prometió el retorno a un poder civil en un 
período de 5 años ,algo que como bien sabemos nunca cumplió. En 1972 
disolvió la asamblea nacional y expulsó a toda la población asiática, 
mas de 100.000 personas, que eran el eje del comercio y la economía, 
lo que provocó un caos en la mayoría de los sectores. En 1978, para 
distraer la atención de los problemas internos, lanzó un ataque 
masivo contra Tanzania, aunque su ejército, indisciplinado y carente 
de moderno material bélico, sufrió una derrota masiva, que obligó a 
Idi Amín a exiliarse, primero en Libia, y posteriormente en Arabia 
Saudí, donde aún reside. El ejército tanzano permaneció en Uganda 
hasta la celebración de elecciones en 1980, ganadas por Obote, pero 
las acusaciones de "pucherazo" llevaron a un nuevo período de 
inestabilidad política, aunque la economía en los últimos años ha 
tenido una recuperación importante, gracias al retorno de muchos 
asiáticos a los que se les han devueltos sus propiedades embargadas 
en 1972.

La geografía de Uganda está marcada por el Ecuador, que la atraviesa 
y su ubicación en la zona de los grandes lagos, lo que la hacen un 
país enormemente fértil y variado; montañosa en gran parte de su 
territorio, está surcada por ríos, enormes lagos y cataratas, que 
albergan una vida salvaje muy rica y diversa. Stanley la definió como 
"la perla de África", y Winston Churchill decía que era "El paraíso 
perdido". El principal grupo étnico del país es el Baganda, con el 
16% del total. Uganda obtuvo la independencia en 1963, y como suele 
ser habitual en África, después de las elecciones y un período 
políticamente convulso, un "salvador de la patria" toma las riendas, 
suspende las libertades civiles y políticas, prometiendo que pronto 
se normalizara la situación. En este caso fue Obote, que en Febrero 
de 1966 suspendió la constitución, destituyó a la Presidenta Buganda, 
y se convirtió en un dirigente absolutista hasta su propia 
destitución en 1971 por Idi Amín. Los largos años de conflicto y el 
desmantelamiento de la economía han provocado que en 1991 la 
esperanza de vida fuera de tan sólo 46 años, 15 por debajo de su 
vecina Kenya, y 5 de la media africana; el analfabetismo alcanza al 
50% de la población, pero en los últimos años se ha hecho un gran 
esfuerzo de escolarización; una de las imágenes más habituales cuando 
se viaja por Uganda es la enorme cantidad de niños ataviados con 
uniformes escolares de todos los colores que recorren las carreteras 
yendo o viniendo de sus colegios.

Kampala, la capital de Uganda, se construyó como Roma, sobre siete 
colinas, aunque su enorme crecimiento la han llevado a ocupar 23 
colinas en un área de 200 km. cuadrados, con más de 1 millón de 
habitantes. Como Nairobi, creció al amparo del ferrocarril, que 
alcanzó las colinas de Kampala en 1915, casi 20 años después del 
comienzo de su construcción en Mombasa, y fue nombrada capital de 
Uganda en 1962. La belleza de Kampala, con enormes espacios verdes e 
infinidad de árboles esparcidos en sus colinas, ha sufrido graves 
ataques por el boom de la construcción que empezó en 1986, agravado 
por el hecho de que las fábricas de ladrillos están alimentadas por 
madera de árbol.

Al día siguiente nuestro camino hacia Uganda continúa después de 
haber recorrido de vuelta los 2 km de pista embarrada con nuestros 
dedos cruzados para no tener que repetir el espectáculo de la tarde 
anterior. Por suerte no sucede nada y retornamos a la carretera con 
un ¡Uff! de alivio que sale de las gargantas de la gente. Nuestra 
llegada a la frontera entre Kenya y Uganda se produce a media mañana 
y aunque no hay prácticamente gente, los trámites burocráticos se 
demoran casi una hora; es algo que también aprenderemos a soportar 
con paciencia en las varias fronteras que cruzaremos en el resto del 
viaje. Retomamos el camino hacia Kampala, la capital de Uganda, donde 
todavía se pueden observar las secuelas de la guerra civil que asoló 
el país durante la dictadura de Idi Amín y que provocó un desastre 
humanitario y un éxodo masivo de gente a Kenya y otros países, además 
de diezmar y provocar la casi total desaparición de elefantes y otras 
especies; de todas maneras, las únicas huellas visibles son marcas e 
impactos en edificios, ya que por todas partes se aprecia una alegría 
de vivir y un esfuerzo por llevar adelante el país que es admirable. 
La gente nos preguntaba que nos parecía Uganda frente a Kenya y hacía 
esfuerzos para que nos sintiéramos como en casa, algo que sin duda 
consiguieron en mi caso porque sorprendentemente el paisaje de Uganda 
es muy parecido al de mi Galicia natal, verde y con montañas, y 
plantaciones de maíz, eso sí de la variedad llamada sorgo rojo que le 
da una tonalidad especial a los campos; también las carreteras 
parecían las típicas gallegas, estrechas, sin arcén, cruzando 
montañas y con curvas cerradas en las que nuestro camión se acercaba 
peligrosamente al precipicio.

Una vez llegamos a Kampala nos dirigimos al banco a cambiar moneda 
local, y rápidamente seguimos camino hasta el campamento, que está 
situado en una ladera desde la que se domina la ciudad y que también 
nos sorprendió con unas cervezas frías de tamaño desmesurado (75 cl), 
además de una cabina telefónica modernísima desde la que se puede 
llamar automáticamente a cualquier país del mundo. El campamento está 
lleno de gente de todo el mundo, cada uno con su historia de África, 
algunos llevan meses pululando por aquí y otros son como nosotros 
recién llegados a los que supongo todavía no se nos ha quitado la 
expresión de asombro del rostro por todo lo que estamos viendo. La 
mañana siguiente nos despierta con una espléndida vista de Kampala 
asomando entre las brumas; nos ponemos temprano en camino para 
alcanzar en el día la frontera de Zaire, la carretera discurre entre 
plantaciones de té y platanales, salpicadas en el fondo de los valles 
por extensiones enormes de plantas de papiro. La carretera se hace 
cada vez más montañosa y su estado es cada vez más precario, por lo 
que nuestros rostros adquieren cierta expresión de pánico por la 
altura a la que estamos y lo definitivo que sería un despiste; todo 
ello además se agrava por los múltiples conductores temerarios que 
nos adelantan en curvas, cambio de rasante o donde coincida; enormes 
camiones cisterna del WFP (World Food Program), organismo responsable 
de la alimentación de los miles de refugiados que malviven en los 
campamentos fronterizos entre Uganda y Zaire. Supongo que los 
conductores cobran a destajo porque su conducción es realmente 
suicida, y por supuesto en nuestro recorrido vemos varios camiones 
volcados en las cunetas. Alcanzamos una altura cercana a los 2.500 
metros y el descenso es igual de arriesgado, aunque conseguimos bajar 
sin más incidencias. Llegando a la frontera con Zaire pasamos por 
delante de un campo pequeño de refugiados donde se hacinan miles de 
personas. La visión en directo de la enorme tragedia humana que ha 
supuesto la guerra de Ruanda nos deja mudos y en silencio recorremos 
el resto de la ruta hasta la frontera de Zaire.

Zaire, el juguete de Mobutu.

Zaire es el país más corrupto de la Tierra, es el mundo al revés, 
donde debes tener más precauciones contra la policía y los militares 
que contra los ladrones, ya que estos sólo te robarán mientras que 
aquellos pueden liquidarte por simple placer. 30 años de dictadura 
implacable de Mobutu han afectado profundamente todos los niveles 
vitales de los zaireños. La geografía del este de Zaire está marcada 
por los lagos y la cadena montañosa del Ruwenzori, que la recorre de 
norte a sur; esta cadena montañosa alberga los últimos gorilas de 
montaña, en peligro de extinción, aunque los últimos años la 
población haya crecido gracias a la creación de parques nacional como 
el de Virunga y la persecución de los cazadores furtivos, 
conjuntamente con programas internacionales de protección a los 
gorilas de montaña.

Zaire obtuvo su independencia en 1960, pero tuvo que afrontar en sus 
primeros años graves problemas como el intento de secesión de la rica 
provincia mineral de Katanga en el norte y de Kasai en el sur, o los 
amotinamientos del ejército, que fueron aplastados por el coronel 
Joseph Mobutu, que en 1965 tomó el poder, asumiendo el nombre de 
Mobutu Sese Seko en 1972. La enorme diversidad étnica, con más de 200 
tribus y 250 dialectos, además del tamaño del país, 3 veces el de 
España para una población de 40 millones, dificultan su gobierno, ya 
que Mobutu ha concentrado el gobierno local de las 21 provincias, que 
era muy autónomo, en sólo 8 provincias, que además dependen para todo 
del gobierno central en Kinshasa. 30 años después de la toma de poder 
por Mobutu, la situación económica y política del Zaire es de caos 
total; sospechosamente, la fortuna personal estimada de Mobutu se 
acerca al montante de la enorme deuda externa del país, aunque su 
situación actual es muy precaria, ya que ha perdido el apoyo de los 
Estados Unidos, que durante estos años han tenido a Mobutu como un 
aliado contra los experimentos socialistas de Tanzania y otros países 
de la zona. 

Los intereses políticos y económicos en la zona son enormes, y 
Francia apoya a Mobutu para no perder su influencia frente a Estados 
Unidos. Sin embargo, parece que Francia apuesta por un caballo 
perdedor, ya que Mobutu, enfermo de cáncer y con su credibilidad 
perdida, ve como su ejército de tropas mal preparadas, que no cobra 
su salario desde hace años y que carece de moderno material bélico, 
corre con el rabo entre las piernas ante el avance del ejército 
guerrillero de Kabila, apoyado militarmente por Uganda y Ruanda, y 
sobre todo políticamente por Estados Unidos. Lo que es muy dudoso es 
que la más que probable victoria de Kabila lleve la democracia al 
Zaire ya que en la mitad que controla del país ha suprimido los 
partidos políticos y su historial de marxista reconvertido, 
entusiasta en los 70 del sistema chino y norcoreano, ponen su 
credibilidad demócrata en entredicho; las grandes multinacionales 
americanas han apostado claramente por él, incluso antes de su 
victoria, ya la empresa tejana American Fields ha firmado un contrato 
de 1.000 millones de dólares para la creación de una empresa mixta de 
explotación minera.

Para evitar problemas, decidimos dejar el camión en la parte ugandesa 
de la frontera, ya que nuestro objetivo, el Parque Nacional de 
Virunga, donde están los gorilas de montaña, se encuentra solamente a 
10 km de la frontera. Por ello, cogemos del camión el equipo básico 
de campamento para 2/3 días, y después de cruzar la frontera sin 
problemas porque el guía ha deslizado un billete de 10 dólares con 
los pasaportes, contratamos los servicios de porteadores para llevar 
las tiendas de campaña; cuando vemos que muchos de ellos son niños 
que no llegan a 10 años, nos indignamos y comentamos que no 
deberíamos permitir esto, pero una vez más la economía real impera y 
si nosotros prescindiéramos de sus servicios, ese día no ganarán un 
dólar con el que alimentar a sus familias; de todas maneras, la 
visión de niños cargando con fardos de 15 kg. o con mochilas que les 
llegan hasta las rodillas me conmueve profundamente.

El recorrido lo realizamos parcialmente en noche cerrada, y me parece 
imposible que estos niños descalzos, cargados con pesados bultos, se 
puedan mover con tanta agilidad y sin tropezar continuamente como nos 
pasa a los demás. La noche se hace oscura, más bien negra como el 
azabache, y me guío siguiendo a estas pequeñas sombras fantasmales 
que se deslizan como gatos por la jungla. Llegamos al campamento 
agotados y en mi caso con una torcedura de tobillo por meter un pié 
en un agujero que por supuesto no he visto; estoy preocupado porque 
dentro de una semana voy a subir el Kilimanjaro y esto exige un 
estado físico óptimo. La mañana siguiente me despierta aliviado por 
cuanto el tobillo me duele menos, ha sido una simple torcedura y no 
un esguince como temía. 

La luz del día nos permite apreciar toda la belleza del lugar en que 
estamos y que la noche anterior recorrimos en completa oscuridad, ya 
que estamos rodeados de hermosas montañas, son las estribaciones de 
la cadena del Ruwenzori o Montañas de la luna, uno de los lugares más 
fascinantes y enigmáticos de este planeta, y al mismo tiempo más 
inaccesible porque su elevado índice de humedad, con más de 320 días 
de lluvia al año convierten a estas montañas de más de 4000 metros de 
altitud en pistas de patinaje sobre barro que dificultan enormemente 
su exploración; en ellas los biólogos han encontrado especies únicas 
y, en general, cualquier planta tiene el doble de tamaño que en otras 
partes del mundo. Los senecios alcanzan aquí hasta 12 metros de 
altura, y las lobelias 1 metro; la hierba puede llegar a crecer 50 
cm. En un día. Algunas cumbres están permanentemente cubiertas por la 
nieve, ya que el monte Stanley tiene 3 picos que superan los 5.000 
metros y otras 7 son más altas que el Mont Blanc. 

Las selvas del Ruwenzori poseen la mayor densidad de vegetación del 
globo; el tejado que forma la maraña de hojas y lianas sólo deja 
pasar el 10% de la luz, lo que explica en parte el gigantismo de su 
flora, también provocado por el continuo manto protector de las nubes 
que la protege de los rayos ultravioleta del sol. Otra razón está en 
que los grandes incendios que se producen en la época seca en las 
sabanas africanas producen una gran cantidad de ceniza que se 
deposita en los glaciares y varios meses después cae en forma de 
lluvia cuando éstos se derriten. La fertilización de las plantas no 
la realizan las mariposas, ya que a estas altitudes no pueden 
sobrevivir; son los soui manga, un pájaro de la familia de los 
nectarínidos, los que realizan la fecundación gracias a sus largos 
picos. El Ruwenzori es un elemento vital del equilibrio ecológico de 
la zona, que en época de lluvias retiene como una esponja la enorme 
cantidad de agua vertida que en otro caso provocaría inundaciones, 
liberándola en la época seca en el lago Albert, fuente del Nilo 
Albert, evitando las sequías que provocarían hombrunas. ¡Qué 
maravilloso equilibrio natural!

Parque Natural de Virunga

Por primera vez en una semana nos levantamos a una hora prudente, las 
8 a.m porque hoy no toca carretera, sino búsqueda de gorilas por la 
jungla; hace un día espléndido, algo no muy habitual porque la jungla 
es muy verde y espesa, lo que significa que llueve bastante; el 
parque tiene una caseta de información muy básica donde nos cuentan 
algunos detalles sobre los gorilas de montaña, y en la que no se 
puede comprar ni un simple recuerdo, realmente para esta gente el 
concepto de marketing no existe; será de vuelta en Uganda 2 días 
después cuando podamos comprar una camiseta con una foto de un gorila 
de Virunga, ¡ a más de 500 km de distancia!. Pero bueno, lo realmente 
importante es la posibilidad de ver a los gorilas, y para ello se 
divide la expedición en 3 grupos de 8 personas cada uno, ya que el 
contacto con los gorilas está limitado a un máximo de 10 personas por 
día para no agredir demasiado su hábitat. A cada uno de los grupos 
nos acompañan 3 rangers, 2 de ellos armados con viejos fusiles 
militares que abrían y cerraban el grupo y otro provisto de un 
machete que se revelará muy necesario para el desplazamiento por la 
jungla. 

Avistar una familia de gorilas tiene mucho de suerte, ya que se 
desplazan continuamente y la impenetrable jungla te puede hacer pasar 
a escasos metros de ellos sin que te des cuenta; es por ello que 
hemos reservado hasta 3 días en el campamento, ya que la lista de 
espera es grande y no queremos irnos sin vivir esa experiencia única. 
Después de 2 horas caminando por la jungla en un ambiente cargado de 
humedad y preguntándome como diablos se podían orientar los rangers, 
ya que no había puntos de referencia y todo parecía exactamente 
igual, oímos ruidos de animales en la cabeza del grupo, gritos 
humanos, y la figura de uno de los rangers que corría despavorido con 
los ojos fuera de sus órbitas; todos nos asustamos muchísimo y nos 
preguntamos que había pasado, sin dejar de correr; al cesar los 
ruidos nos paramos porque nos habían dicho que si nos perdíamos en la 
jungla iba a ser muy difícil que nos encontraran, y al volver a 
agruparnos, observamos al ranger que disparaba a la maleza 
repetidamente su escopeta; yo estaba extrañado de que un gorila 
hubiera atacado porque había leído que no eran agresivos, pero no 
sabía qué había pasado; ya un poco más calmados nos explicaron que al 
ir abriendo senda en la jungla, se habían encontrado repentinamente 
con un búfalo que estaba echado en la hierba seguramente durmiendo, y 
que de repente se lo encontraron de bruces bramando y atacando, sin 
darles tiempo a reaccionar; había prendido a uno de los rangers por 
el impermeable con su testuz rasgándoselo y haciéndole perder su 
arma; por suerte se había marchado corriendo hacia otro lado; para 
los que no hayan visto nunca un búfalo y se extrañen de esta 
agresividad, baste decirles que en África el mayor número de muertos 
por fieras salvajes se produce por ataques de búfalos y no de león, 
elefante u otros animales aparentemente más peligrosos; para el que 
no haya visto nunca un búfalo, pesa el doble que un toro, que a su 
lado parece un animal doméstico.

Recuperados del susto y una vez el ranger encontró el arma que había 
perdido en la espesura, retomamos el camino con el miedo en el cuerpo 
por la posibilidad de otro encuentro no deseado con el búfalo o 
cualquier otro animal que no fuera un gorila; para tranquilizarnos 
los rangers nos decían que el búfalo era un animal de sabana y que 
era muy extraño encontrarnos con uno en la jungla; con una risa 
nerviosa les respondí que a lo mejor era una especie de búfalo de las 
montañas como los gorilas. Media hora más de caminata y de repente 
aparece entre la maleza la familia de gorilas que plácidamente 
descansa en un claro de la jungla; un grupo de 3 hembras, un bebé de 
pocos meses y un impresionante macho de espalda plateada que podía 
enviarte al otro mundo de un tortazo; por suerte parece que nuestra 
presencia no les importa lo más mínimo y poco a poco adquirimos la 
suficiente confianza para acercarnos a escasos metros, eso sí, sin 
mirarles directamente a los ojos y con la actitud sumisa que nos han 
recomendado los rangers. El macho está sentado en el suelo y se 
limita a coger ramas que parte con una facilidad pasmosa para comerse 
la parte tierna central; el que sí parece muy interesado en nosotros 
es el bebé que tiene el tamaño de un niño de 3 años, y que se acerca 
a mí con la intención de coger la correa de mi cámara que oscila 
mientras saco fotografías; como estamos avisados de evitar el 
contacto físico para no transmitirles ningún tipo de enfermedad, 
retiro la correa con enorme enfado por parte del bebé, que se sube a 
un árbol y empieza a agitarlo para mostrar su enojo, exactamente 
igual que hubiera hecho cualquier niño. En un momento determinado, y 
en vista de que parece que cogemos demasiada confianza, el macho se 
incorpora en toda envergadura, más de 2 metros y unos 200 kg. de 
peso, empieza a dirigirse hacia nosotros, nos acongojamos sobremanera 
y sumisamente nos agachamos; el macho se acerca a menos de un metro 
de mi, da media vuelta y retorna a sus ramas, es un simple ejercicio 
de poderío pero ha dejado muy claro quién manda allí; después de una 
hora de estancia con ellos, nos vamos con la misma tristeza de quién 
se despide de un familiar que se va a un país lejano y al que no 
sabes si volverás a ver. Unos meses después leí en un periódico que 
habían nacido 20 bebés de gorila en el parque de Virunga y me sentí 
muy contento de que la familia hubiera crecido.

De regreso al campamento, íbamos exultantes, yo aún no me podía creer 
que había estado compartiendo una hora con una familia de gorilas, y 
que había sido todo tan sencillo, tan natural que mis pensamientos 
eran del tipo: "¿Todavía hay alguien que pueda cuestionar la teoría 
de la evolución?, ¡pero si son iguales que nosotros, con un poco más 
de pelo!". Durante el regreso los rangers tuvieron varias dudas sobre 
el camino a seguir, lo cual nos empezó a inquietar porque si nos 
perdíamos iba a ser muy difícil que nos pudieran encontrar, seguro 
que nuestro amigo el búfalo nos encontraría fácilmente, pero era un 
tipo de encuentro que no nos apetecía mucho. Finalmente encontraron 
una senda, y a partir de ahí el camino de regreso fue muy rápido y 
animado. Cuando llegamos al campamento, nos encontramos a los otros 2 
grupos que ya llevaban bastante rato allí; nos dijeron que había oído 
los disparos y que estaban a punto de enviar a buscarnos porque 
tardábamos mucho; resulta que uno de los 2 grupos halló a su familia 
de gorilas a menos de media hora del campamento, les costaba trabajo 
creer que pudieran estar tan cerca; el otro grupo había tardado un 
poco más pero también había encontrado a su familia rápidamente; les 
dijimos que no se quejaran, que nosotros habíamos tenido que caminar 
por la jungla más de 3 horas, y sufrido un encuentro inesperado con 
un búfalo; estábamos todos verdaderamente excitados, enseñándonos las 
cintas de vídeo que habíamos grabado. 

El resto del día lo paso poniendo en orden las sensaciones recibidas 
en el encuentro de los gorilas; cuando hace años vi la película 
"Gorilas en la niebla", rodada en el Ruwenzori, me pregunté qué razón 
podía llevar a una mujer como Diane Fossey a abandonar totalmente a 
su familia y amigos y renunciar a las comodidades de la vida 
occidental, para arriesgarse permanentemente frente a los cazadores 
furtivos y las familias de gorilas. Es una pregunta que seguramente 
hubiera quedado sin respuesta si aquella mañana yo no hubiera estado 
allí. La belleza de las Montañas de la Luna, unas noches estrelladas 
en un cielo puro, y, sobre todo, la posibilidad de compartir 
experiencias tan increíbles con nuestros ancestros, son valores más 
que suficientes para mandar al carajo el coche, la casa, la 
televisión y todo cachivache que consideramos civilización.

Consigo quitarme toda la suciedad acumulada en el cuerpo con el viejo 
sistema de la ducha africana, es decir, un barreño de agua al fuego, 
y una regadera atada a la rama de un árbol como sistema de ducha, 
realmente deliciosa. Celebramos nuestro encuentro con los gorilas 
asando un cerdo entero (los africanos son cerdos salvajes, negros y 
mucho más pequeños que los sobrealimentados cerdos europeos), que 
preparan nuestros anfitriones africanos, y cantando bajo las 
estrellas canciones folklóricas de cada uno de los países a que 
pertenecemos; tengo que explicar varias veces sin que me crean mucho 
que la Macarena no es folklore español. La noche en Virunga es muy 
fría por la altitud y la humedad de la selva, por lo que nos 
arrebujamos en torno al fuego y no dejamos de beber distintos licores 
también de cada uno de los países a que pertenecemos. La noche se 
alarga….

La mañana nos despierta con otro día espléndido que si cabe nos 
entristece más por tener que dejar este lugar tan maravilloso. 
Conversamos con la gente que se acerca a despedirnos, en Zaire se 
habla Francés como idioma, además de los múltiples idiomas y 
dialectos locales; descubrimos que muchos de los jóvenes que por allí 
trabajan están juntando dinero para poder pagar la dote (digámoslo 
así, porque en realidad suena más a una compra) de sus prometidas; 
nos cuentan que una mujer viene a costar unas diez vacas. Se me 
ocurre que sería interesante elaborar un cuadro con la cotización de 
la mujer en las distintas partes del mundo; en los países árabes la 
cotización es en camellos, en la India en telas, joyas y adornos, 
etcétera.

Es la hora de partir; se vuelve a repetir la historia de los 
porteadores, esta vez si cabe más cruel, porque 200 niños se 
arremolinan a cierta distancia de nuestras mochilas esperando la 
orden del capataz, que por cierto es de la misma edad que ellos, pero 
como es el hijo del dueño del campamento, está en su derecho de 
portar una vara de madera que estoy seguro utilizará sin problemas, 
como así sucede; de repente todos los niños se abalanzan sobre 
nuestros equipajes, yo cojo el mío ante la posibilidad de que lo 
destrocen, y el capataz, que se hace llamar Johnie Walker, empieza a 
repartir varazos a diestro y siniestro; después de poner orden en el 
tumulto, selecciona a unos 30 porteadores y comenzamos el regreso a 
Uganda; me entristece pensar que por un dólar se haya podido montar 
tal escándalo, es señal de que la situación en el Zaire deber ser 
dramática. Con estos pensamientos en la cabeza que me impiden 
disfrutar en toda su plenitud del paisaje que 2 días antes habíamos 
recorrido de noche, llegamos a la frontera con Uganda; como la 
llamada "tierra de nadie" tiene una extensión bastante larga, imagino 
que para evitar conflictos, hay muchos niños que la recorren en una 
especie de patinetes gigantes de madera, muy rústicos pero 
increíblemente robustos, que se ofrecen para llevarte el equipaje o a 
ti si hace falta. Una vez hemos llegado a la frontera y la hemos 
atravesado, observamos con preocupación que nuestro camión no está, 
le esperamos durante una hora, y por fin aparece en el horizonte; 
Greg, nuestro chófer australiano, se había retrasado haciendo compras 
con Johannes y por eso llegaba tarde; ya estamos acostumbrados a que 
el tiempo se mida de otra manera en África, pero realmente el camión 
es ya una prolongación de nuestros cuerpos, y después de 2 días sin 
subir a él, ya teníamos "mono". 

Emprendemos nuestro camino hacia las carreteras montañosas de nuevo, 
cruzándonos continuamente con nuestros amigos suicidas de los 
camiones del WFP, sin incidentes que reseñar; al atardecer pasamos 
cerca de un lago muy hermoso, el Banyony, situado a unos 2.000 metros 
de altitud, y decidimos montar el campamento allí; me quedo extasiado 
contemplando la puesta de sol sobre las montañas y las rústicas 
barcas cruzando el lago; debe haber bastante pesca porque 
continuamente vemos asomar cabezas por la superficie del lago, nos 
comentan que incluso nutrias; a medida que va anocheciendo los ruidos 
de la noche nos envuelven y con toda nitidez se pueden distinguir 
algunos conocidos, como patos y cornejas, y otros que son totalmente 
nuevos para nosotros; con las últimas luces, la atmósfera se empieza 
a llenar también de olores de plantas y un sinfín de luciérnagas 
atraviesan como estrella fugaces el aire; finalmente, rodeados como 
estamos de montañas, el cielo estrellado parece una bóveda que cubre 
totalmente el firmamento, uno tiene la sensación de que algún puntito 
de luz de los millones que se ven en el cielo está de alguna manera 
relacionado contigo. Cuando el frío empieza a hacer mella en nuestros 
huesos, nos acercamos al fuego donde ya hace rato que los demás han 
empezado el intercambio de licores y canciones folklóricas. 

Es Domingo y lo descubro cuando llegamos a un pueblo llamado Kabale 
con la intención de aprovisionarnos de alimentos; mientras el grupo 
de intendencia va al mercado, recorremos el pueblo echando un ojo a 
las múltiples iglesias que jalonan la carretera, adventistas, 
pentecostistas, baptistas, católicas, de las que salen unos cánticos 
preciosos; la gente va muy elegante con sus trajes de Domingo, y una 
chica de nuestro grupo es la sensación del pueblo, porque lleva un 
short muy ceñido y todos los hombres y niños la miran y se parten de 
risa, o tímidamente tuercen la vista, eso sí, para volver a mirar 
enseguida, finalmente decide ponerse algo un poco más discreto, no 
vaya a ser que causemos un tumulto. 

Una vez provistos de alimentos, volvemos a la carretera, y después de 
un rato nuestro camión empieza a renquear, parece como si los miles 
de kilómetros recorridos le pesaran demasiado, pierde fuerza en las 
cuestas y se desplaza a velocidad de tortuga, hasta los ciclistas nos 
adelantan; por suerte, bueno no por necesidad,  nuestro chófer Greg 
también es mecánico, y se pone a la faena; después de un rato 
descubre que en el último repostaje nos han debido mezclar el gasoil 
con agua, porque el filtro de aceite está totalmente sucio, pero lo 
arregla rápidamente y enseguida volvemos a la carretera con nuestro 
querido Mercedes; se nos plantea un problema adicional, y es que los 
tanques de agua potable que llevamos y que nos sirven para beber, 
fregar los cacharros, cocinar, etcétera, están casi vacíos, y algo 
tan sencillo como rellenar un tanque de agua en Europa, se puede 
volver muy complicado en África, paramos en varias estaciones de 
servicio de Mbaraba, un pueblo situado en la carretera, pero en ninguna de ellas tienen agua, solamente todo el gasoil que queramos, me pregunto como es posible que nos hubieran mezclado el gasoil con agua en el repostaje anterior si parece que es más escasa que el combustible, ¡seguro que no era potable!. Nos dirigimos a un campamento donde nos pueden ayudar, pero allí tampoco tienen agua, por lo que seguimos camino hasta un curioso hotel llamado Jungle Lodge Paradise situado en pendiente en la garganta de un río, y nos permiten acampar a la entrada. Bajamos, y aunque la corriente es bastante fuerte nos damos un baño refrescante, nos dejamos llevar 50 metros por la corriente, y regresamos corriendo por el margen del río a tirarnos otra vez, muy divertido; el hotel es muy curioso, organizado en terrazas descendentes, debió ser en su época bastante espectacular, pero ahora parece un poco decadente; parece que somos los únicos que estamos por la zona, así que después de cenar nos acercamos a compartir un rato de música africana y unas bebidas en el bar.
 
Queen Elizabeth National Park

A la mañana siguiente, con los depósitos llenos, nos ponemos muy 
temprano en marcha porque nos hemos tenido que desviar de la ruta 
para encontrar el agua, pero parece que estos días las desgracias se 
ceban en nosotros porque a las 7 a.m pinchamos, y cambiar la rueda de 
uno de estos camiones lleva un buen rato, casi 45 minutos. Hemos 
hecho ya nuestra la frase en Swahili "Akuna Matata", "no hay 
problema", por lo que tranquilamente esperamos que se arregle la 
rueda, mientras todos los niños de la zona se acercan curiosos a ver 
que hacemos; sus miradas, sus ojos como platos y sus sonrisas tímidas 
me subyugan y aprovecho para hacer unas fotos en las que con una sola 
mirada se pueden entender muchas de las cosas que suceden en África. 

La llegada al Queen Elizabeth National Park, cuyo nombre está 
dedicado a quien imaginamos, es espectacular, porque su corazón es el 
canal que une 2 lagos llamados Edward y George (más familia real), y 
reúne la mayor concentración de hipopótamos del mundo, los vemos en 
la lejanía, pero aún así sus inmensas moles nos impresionan; montamos 
el campamento y por primera vez en 10 días logro colgar la hamaca que 
me he traído para descansar y relajarme un rato; el ritmo que 
llevamos es infernal, y aunque todos lo aceptamos de buena gana 
porque es la única manera de poder ver tantos sitios interesantes, 
este momento de "relax y pax" tirado en una hamaca con la vista del 
lago al fondo es uno de los momentos más especiales de este viaje. 
Recorremos el parque con el camión y por fin vemos elefantes, hasta 
ahora se nos habían resistido, porque son bastante independientes y 
se alejan de los caminos para evitar el contacto humano; sabes que 
están ahí no muy lejos pero no los llegas a divisar; aquí hemos 
tenido suerte porque nos hemos cruzado con un grupo de 6 ó 7 que 
atravesaban el camino, y antes de perderlos de vista podemos observar 
su enorme tamaño y peso, que abre una enorme oquedad en el camino 
cuando pisa; el macho es más alto que nuestro camión y pienso qué 
haríamos si se dirigiera hacia nosotros con su trompa en alto y 
empezara a repartir trompazos; pero como siempre, y es algo que uno 
aprende enseguida, las fieras salvajes no lo son tanto, sólo atacan 
si se sienten acorraladas o por supuesto hambrientas, pero suelen 
rehuir el contacto humano porque el concepto que tienen de nosotros 
no debe ser muy alto. Hace mucho calor por primera vez en todo el 
viaje, y parece que la tierra se descompone en partículas que flotan 
en el aire, que se hace muy pesado e irrespirable. Regresamos al 
campamento y al atardecer  nos vamos a recorre el canal en barca.

El sol declina y el calor se hace más suave; además la cercanía del 
agua refresca el ambiente; las márgenes del río están llenas de 
juncos que forman una pared impenetrable, y no vemos ningún animal, 
hasta que al dar la vuelta a un recodo nos encontramos con la mayor 
concentración de hipopótamos imaginable, no sólo por los que salen a 
la superficie a respirar, sino por los que deben permanecer bajo el 
agua, ya que salen una vez cada  5-10 minutos, están unos segundos en 
la superficie, y regresan al frescor del fondo. Parece que se podría 
cruzar el canal saltando de lomo en lomo de hipopótamo, pero no lo 
pienso probar, no creo que les gustara mucho; nos deslizamos 
suavemente con nuestra pequeña barca a escasos metros del grupo, y de 
vez en cuando, un resoplido nos avisa de la aparición, primero de los 
ojos y luego del morro de un hipopótamos a 1 metro de la barca; si a 
alguno le diera por emerger sus 3.000 kg. de peso bajo nuestra barca, 
nos llevaríamos un susto bastante grande; en la orilla del lago se 
pueden ver además grandes cantidades de pelícanos y otras aves a cada 
cual más extravagantes; parece Picadilly Circus en la época de los 
punkis, porque un pájaro lleva una cresta roja, con las patas de 
color amarillo, otro tiene el cuello a pintas, realmente es un 
espectáculo multicolor. 

También dormitan en el borde del canal varios búfalos en perfecta 
armonía con los hipopótamos y las aves; protegidos por unos metros de 
agua y nuestra barca, observamos con detalle a los búfalos pensando 
como puede doler el impacto de esos cuernos retorcidos, peinados con 
raya al medio e impulsados por 1500 kg de músculo; es una pregunta de 
la que espero no obtener respuesta jamás. Cuando el sol se ha puesto, 
empieza a hacer su aparición nuestro gran enemigo de esa noche, que 
no es una fiera salvaje, pero puede ser bastante más peligroso: el 
mosquito. Las suaves temperaturas y la altitud de gran parte de las 
zonas que hemos recorrido, ya que el mosquito siempre vive por debajo 
de los 2.000 metros, nos han protegido, y ahora, con el fuerte calor 
y la cercanía del agua, vemos en danza histérica millones de 
mosquitos arremolinados en torno a cualquier luz; de vuelta al 
campamento, todos nos ponemos pantalones y camisas de manga larga a 
pesar del calor, y las pocas superficies de piel expuestas las 
bañamos en crema anti-mosquitos extra fuerte; va a ser una noche muy 
olorosa, como si todos nos hubiéramos perfumado para una cena de 
gala. Un compañero de expedición tiene un incidente cuando va a echar 
la basura a un vertedero cercano con un jabalí que merodeaba por 
allí; son mucho más pequeños que los jabalíes españoles pero parece 
que tienen muy mala leche, porque persiguió a nuestro compañero 
durante varios metros, que corría como si le persiguiera el diablo, y 
la lividez de su rostro tardó varias horas en desaparecer.

Con gran tristeza dejamos el Queen Elizabeth National Park en nuestro 
viaje de retorno a Kenya, la noche ha sido una sinfonía de resoplidos 
de hipopótamos en el agua, y al levantarnos hemos descubierto las 
huellas de un hipopótamo que se ha paseado por nuestro campamento; si 
me hubiera levantado como muchas noches a orinar y me encuentro de 
frente con un hipopótamo, creo que aún estaría corriendo ahora. El 
resto del día lo pasamos en el camión saludando a la gente que 
circula o está esperando no sabes el qué al borde de la carretera, y 
a ciclistas que circulan con bicis tipo chinas, pero con muchos 
extras, luces, espejos, colores, parece que la economía va bien 
cuando se pueden permitir esos lujos; además las bicicletas van 
reforzadas con barras de hierro en su parte posterior, y la razón es 
que las cargan hasta límites imposibles, con 2 ó 3 racimos enormes de 
plátanos que deben pesar unos 100 kg., y pedalean tranquilamente por 
la carretera subiendo cuestas con ese peso; se me ocurre pensar qué 
podrían hacer si les das una bicicleta de carreras de 5 kg. y les 
pones a correr un Tour de Francia, porque en atletismo los negros ya 
han demostrado que son los mejores en casi todas las pruebas 
atléticas. 

La llegada al campamento de Kampala, que ya habíamos visitado en 
nuestro viaje de ida, supone el encuentro con otras 2 expediciones 
que realizan un itinerario similar al nuestro, pero más salvaje, 
porque sus camiones todo terreno están más preparados para ir off-the-
road, fuera de carretera, que nosotros, que ya tuvimos bastante con 
la experiencia del barro. Compartimos experiencias y anécdotas y unas 
cuantas cervezas frías. A la mañana siguiente seguimos en dirección a 
Kenya y pasamos la frontera con bastante rapidez. Por primera vez 
desde que comenzamos el viaje empieza a llover, por lo que tenemos 
que bajar las lonas, y el ambiente se hace bastante irrespirable, 
supongo que la acumulación de polvo de carretera en nuestros cuerpos 
es el motivo; para olvidarnos del asunto y entrar en calor, porque el 
frío se cuela por las rendijas de las lonas, empiezan a aparecer en 
los rincones botellas de licores, las últimas provisiones importadas 
de Europa, que exprimimos hasta la última gota, cantando el hit del 
verano africano, una canción llamada "Jambo Sana", y que tiene una 
melodía tan pegadiza que sirve como curso acelerado de aprendizaje de 
swahili. La llegada al campamento nos permite batir todos los récords 
de velocidad de montaje de tiendas, ya que esta noche tendremos una 
fiesta en el pub del campamento; es un sitio delirante, con cabezas 
de animales disecadas en las paredes, lonas pintadas con un estilo 
indescriptible, y por todas partes dibujos de todos los estilos 
referentes a expediciones; nos cuentan que es costumbre que cada 
expedición se exprese libremente dibujando lo que quieras sobre tus 
experiencias y el resultado es muy desinhibido. Nosotros vamos más 
lejos y decidimos decorar una chaqueta en origen de color blanca que 
después de recibir nuestra inspiración artística es un arco iris de 
colores, y se la ofrecemos como regalo a Kate, nuestra guía inglesa, 
que una vez superada la frialdad británica de los primeros días, se 
había incorporado al grupo como una más. Matt, un australiano del 
grupo que está comenzando un periplo de 4 meses por África, Europa y 
Alaska , ha compuesto una oda a la expedición en la cual todos nos 
vemos reflejados, y que demuestra que su aspecto de poeta maldito 
está más que justificado. La noche se redondea con el happy Birthday 
en más de 10 idiomas diferentes que le dedicamos a Manuel, un canario 
de Las Palmas que se siente en África como en casa, con ese relajo 
que les caracteriza. La fiesta se prolonga……


Por la mañana descubrimos que las tiendas de campaña de nuestra guía 
y chófer están vacías, y cuando llega la hora de salir no aparecen 
por ninguna parte, seguramente han prolongado la fiesta demasiado y 
están perdidos por algún sitio; con nuestra calma africana los 
esperamos tirados sobre la hierba observando unos caballos que trotan 
por la pradera, perseguidos por una vaca, ésta seguro que sí esta 
loca, porque debe pensar que es un caballo, salta y trota exactamente 
igual que ellos. 1 hora después aparecen los 2 desaparecidos con 
aspecto de haber efectivamente prolongado la fiesta bastante. Nos 
ponemos en camino y por el aspecto de todo el mundo se nota que va a 
ser un día muy tranquilo en el camión, no va a haber sesiones de 
canciones, ni "truck-robic", una gimnasia que nos hemos inventado 
para no anquilosarnos en el camión. 

El día transcurre con una placidez total, y a media tarde nos 
detenemos en un lago de nombre Elmenteita, que está lleno de 
flamencos; descendemos andando hasta la orilla, y unos niños se 
ofrecen por unas monedas a hacer volar las bandadas de aves para 
poderlas fotografiar mejor; así lo hacen corriendo desde todas 
direcciones por el lago gritando hacia las bandadas con aspavientos 
de los brazos; el espectáculo es único, miles de flamencos levantan 
su vuelo con sus largos cuerpos rosas y el cielo cambia de color de 
repente, como si fuera el atardecer se convierte en rosa. Regresamos 
al camión y la puesta de sol de ese día permanecerá en mi memoria 
como una de las mas hermosa que he visto; parecía que al Gran Hacedor 
se le habían derramado sus botes de pintura, porque el cielo era una 
mezcla de azules, morados, rojos, rosas dispuestos en largas 
pinceladas impresionistas que hasta Van Gogh hubiera estimado 
excesivas. Con esa imagen impresa de forma indeleble en nuestras 
retinas, llegamos al lago Naivasha, nuestro último campamento antes 
de regresar a Nairobi. Está prácticamente vacío, por lo que podemos 
montar las tiendas donde queramos, y parece que después de tantos 
días la gente quiere ya un poco de intimidad, porque todo el mundo se 
dispersa y coloca su tienda a varios metros de los demás; de todas 
maneras, aún no me puedo creer que en todo este tiempo en que hemos 
compartido un espacio vital tan reducido con un grupo de gente tan 
diferente no se haya generado ningún conflicto entre nosotros, creo 
que es un milagro, y me alegra mucho que así haya sucedido.

Lago Naivasha

Una mirada equivocada al reloj en la mañana me hace levantar una hora
antes de lo previsto, lo que me da la oportunidad de ver amanecer 
sobre el lago y a los pescadores echar sus redes desde sus frágiles 
barcas. Después del maravilloso atardecer del día anterior, ver las 
imponentes acacias africanas recortarse con el sol en el horizonte es 
lo que podríamos definir como miel sobre hojuelas. Después de esta 
visión, el desayuno nos parece doblemente delicioso. Vamos a iniciar 
nuestro último recorrido a un parque natural, con la peculiaridad de 
que lo haremos andando, sin la protección del camión, porque nos han 
dicho que en este parque no hay leones, leopardos u otras fieras que 
pudieran ser un riesgo para nosotros. De todas maneras, al comienzo 
del recorrido estamos un poco precavidos porque las manadas de 
cebras, antílopes y ñus que vemos no paran de correr de un lado a 
otro, y si se produce una estampida que nos pille en el medio no va a 
haber árbol que nos proteja; después de un rato se nos pasa el miedo 
porque una vez más los animales nos ignoran totalmente, cuando de 
repente nos encontramos de frente con un grupo de jirafas a unos 5 
metros; el contraste entre nuestra altura y los 6 metros que deben 
medir las jirafas es tan grande que les debemos parecer ridículos; un 
bebé que deber tener sólo unos días porque todavía le cuelga el 
cordón umbilical, tiene ya más de 2 metros de altura. Seguimos 
nuestro recorrido, salpicado por manadas de gacelas, impalas, 
antílopes y conejos gigantes que andan dando brincos por toda la 
pradera. La visión de varias águilas africanas posadas en la copa de 
los árboles oteando el horizonte con sus cabezas afiladas en busca de 
alimentos me maravilla. Aún tenemos la oportunidad de ver un 
hipopótamo que se ha alejado varios cientos de metros del agua, y el 
guía nos dice que de ninguna manera nos interpongamos entre el agua y 
el hipopótamo porque es cuando se siente amenazado y una embestida de 
un animal de 3.000 kg. que además es bastante rápido a pesar de su 
aspecto no debe ser muy agradable, por lo que dejamos una distancia 
prudencial entre nosotros y el hipopótamo; para conseguir que las 
manadas de ñus y cebras se acerquen a nosotros, nos sentamos 
desperdigados en el suelo, sin hacer ruido ni movimientos bruscos, y 
entonces los animales se confían y acercan sin precaución a escasos 
metros. En nuestro retorno al camión aún tenemos la oportunidad de 
ver varias serpientes por vez primera desde nuestra llegada a África.

De regreso al campamento, pasamos por la casa-museo de Joy Adamson, 
la autora de las aventuras de Elsa, la famosa leona de "Nacida 
Libre", que tanto en formato libro como película nos hizo disfrutar 
en la infancia; la casa está en una ladera que se desliza hacia el 
lago, rodeada de árboles sobre los que deambulan un grupo de monos 
peludos bicolores negros y blancos que son muy espectaculares, dando 
saltos de un árbol a otro. La casa se mantiene exactamente como en 
vida de Joy, y hasta nos ofrecen un té con pastas muy británico que 
se nos antoja delicioso en el jardín rodeados de monos saltando entre 
los árboles y un águila real que, posada en un árbol cercano, 
escudriña el horizonte.

Nuestra última noche juntos la celebramos en el bar del campamento 
donde por primera vez en 2 semanas veo una tele encendida que 
retransmite los juegos olímpicos de Atlanta y habla sobre la bomba 
que ha explotado allí; también por primera vez en 15 días leo un 
periódico en el que se cuenta la tragedia del vuelo 800 de la TWA que 
poco después de despegar de Nueva York con destino París estalló en 
el aire matando a todos sus pasajeros; realmente el mundo sigue su 
carrera loca independientemente de nosotros. Me pongo un poco triste 
porque seguramente no volveré a ver nunca a esta gente con la que he 
compartido momentos tan especiales y sensaciones tan increíbles. 
Decido retirarme de la fiesta y apurar la última noche sentado junto 
al fuego reflexionando.

Por la mañana temprano recogemos el campamento, nos hacemos la 
primera foto completa del grupo, la situación es graciosa porque le 
pedimos a un africano que haga la foto para que salga todo el mundo, 
y el pobre hombre se las tiene que ver con 20 cámaras a sus pies, 
porque todo el mundo quiere una foto hecha con su cámara, no vaya a 
ser que la gente luego no las envíe. Después de los 15 minutos que 
lleva toda la operación nos subimos al camión y comenzamos nuestro 
último trayecto hasta Nairobi, que cruza el Valle del Rift, una 
hendidura que atraviesa África de norte a sur y que es perfectamente 
apreciable en las fotos de satélite. Las montañas que la rodean son 
muy altas y hace un frío que pela, pero como no queremos cerrar el 
camión, sacamos ropa de invierno, hasta los sacos de dormir, para 
abrigarnos. Cuando he enseñado las fotos de este viaje, la gente 
decía que no parecía que estuviéramos en África, de lo abrigados que 
íbamos, pero es que el calor es otro de los tópicos de África que no 
es cierto, en invierno hace frío y en algunas zonas tanto frío como 
el que pueda hacer en España en invierno.

La llegada a Nairobi a media mañana comienza las despedidas de la 
gente, parte del grupo se va el mismo día, y otra parte nos vamos a 
celebrar una cena de despedida en el Carnivore, un restaurante muy 
famoso de Nairobi del que luego descubriremos el porqué de su nombre. 
Nos separamos hasta la noche para hacer cosas, y yo la primera que 
hago es irme al hotel a pegarme un baño, a ser posible de agua muy 
caliente y espuma, cosa que por suerte puedo hacer; me quito de 
encima los kilos de polvo acumulados, y descubro que también he 
perdido unos cuantos kilos de grasa en el viaje, no había pensado en 
la conveniencia de un viaje de este tipo como régimen de 
adelgazamiento pero se lo comentaré a mis amigas obsesionadas con el 
peso que se gastan una fortuna en médicos y pastillas para adelgazar 
2 kg. cuando por el mismo coste pueden al mismo tiempo realizar un 
viaje maravilloso. Después del baño me dirijo a la estación de tren 
de Nairobi, para comprar un billete del famoso Tren Lunático entre 
Nairobi y Mombasa, en la costa Índica. Aunque el billete es para 
dentro de 2 semanas, lo compro ya porque es un recorrido muy 
solicitado. La estación es un hervidero de gente que entra y sale sin 
parar, los trenes funcionan con regularidad y se ven complementados 
con el sistema de transporte más eficaz y flexible del mundo, una 
miríada de furgonetas de todos los tamaños y número de plazas que 
desde la estación salen hacia cualquier parte de Kenya en cuanto se 
llenan y que llevan personas, animales y cualquier bicho viviente que 
pueda pagar el billete, por otro lado bastante económico.

El resto de la tarde la pasamos recorriendo Nairobi, que tiene un 
interés bastante escaso; me quedé con muchas ganas de visitar la 
casa, hoy convertida en museo, de Karen Blixen, la autora de esa obra 
que a todos nos hizo desear viajar a esta tierra maravillosa, 
Memorias de África, que amó con todas sus fuerzas y de la que no se 
pudo desprender en todos los años transcurridos después de su retorno 
a la gélida Dinamarca. La casa está en uno de los barrios 
residenciales de Nairobi, llamado Karen en su honor, pero que queda 
un poco alejado del centro, y nuestra cita en el Carnivore se acerca; 
negociamos el precio con un taxista que nos promete que luego nos 
vendrá a buscar, pero nunca más lo veremos. Esperamos en el bar la 
llegada de la gente que, limpia, peinadita y vestida a la europea, se 
nos antojan personas diferentes a las que hemos convivido estos 15 
días. De camino al comedor vemos unas parrillas enormes donde se 
cocinan grandes pedazos de carne que cuando nos sentamos en la mesa 
le dan un sentido pleno al nombre del restaurante, ya que el menú 
consiste en que puedes comer hasta reventar carne de antílope, cebra, 
avestruz, cocodrilo, y otras delicias que pondrán a prueba nuestros 
estómagos. Todas las experiencias son recomendables, excepto el 
cocodrilo, cuyo sabor es al menos tan desagradable como el aspecto 
que tiene. La cena transcurre alegremente entre chanzas y bromas 
sobre el viaje, y a su fin descubrimos que anexo al restaurante hay 
una discoteca en la que decidimos pasar un rato, y me maravillo de la 
gente que va llegando, elegantemente vestida, blancas con saris 
indios preciosos, negras vestidas de Armani, indias vestidas con ropa 
africana, todos ellos compartiendo sin prejuicios el mismo lugar. Por 
supuesto el racismo sigue existiendo en África, pero al menos a 
ciertos niveles económicos parece que la convivencia es bastante 
armoniosa; la música es casi tan heterogénea como la gente, con 
sorpresa incluida de "Macarena", que me niego a bailar como exponente 
del folklore español. Continúa el buen ambiente, y llegada la hora de 
la despedida, realmente parece como si nos conociéramos desde hace 
millones de años, tan profundo es el sentimiento que nos causa. Cada 
uno toma su camino, y a mí me dejan Kate, nuestra guía y Greg, el 
chófer en el hotel camino de su próxima expedición; con los ojos 
húmedos probablemente por el polen de las flores, les digo adiós con 
la mano. Mañana empieza mi nueva aventura..…, debo prepararme 
psicológicamente para ella, pero eso será después de una buena 
dormida . 

Tanzania. Del colonialismo al capitalismo, pasando por el socialismo 

Tanzania, como ruta obligada para las caravanas de esclavos y 
comerciantes árabes entre la costa Índica y los grandes lagos, ha 
pasado en su historia por un montón de vicisitudes, influenciada por 
los portugueses, los árabes, los alemanes y los británicos en su 
época colonial, y las migraciones internas de Masai y Bantú. El 
swahili, que nació en la costa como idioma para comerciar, 
rápidamente se expandió hacia el interior con las caravanas árabes, y 
se ha convertido en el nexo de unión más fuerte entre los tanzanos, 
orgullosos de que su idioma esté entre los diez primeros del mundo. 
Vasco de Gama, el mítico navegante portugués, llegó a sus costas en 
el siglo XV, y ante la belleza del lugar y el interés en el comercio 
del oro, intentó tomar control de la zona, pero los árabes lo 
expulsaron y desarrollaron el cada vez más productivo negocio del 
comercio de esclavos, necesario para la expansión de las colonias 
americanas. Con la conversión de los británicos en convencidos anti-
esclavistas, los problemas del sultán de Zanzíbar, que manejaba el 
comercio de esclavos, se agravaron, por lo que en 1873 alcanza un 
acuerdo con los británicos para abolir la esclavitud y obtener su 
protección.

La historia colonial de Tanzania viene dada por los acuerdos entre 
alemanes y británicos para repartirse África Oriental; en 1890 
Tanzania, con Burundi y Ruanda, se convierten en África del Este 
Alemana; la primera guerra mundial enfrentó a los 2 potencias, y el 
General alemán Paul von Lettow, al mando de una tropa mixta alemana y 
africana, consciente de que no podría derrotar al mejor pertrechado 
ejercito británico, realizó una guerra basada en ataques por sorpresa 
y retirada rápida; nunca fue derrotado por los británicos a pesar de 
que el tamaño de su ejército era 100 veces superior. La pérdida de la 
primera guerra mundial por Alemania cedió el control de Ruanda y 
Burundi a los belgas, y de Tanzania a los británicos. La época 
colonial terminó en 1961, cuando Tanganika obtuvo su independencia. 
Julius Nyerere, fue presidente entre 1962 y 1985, año en que dimitió 
como consecuencia de la desastrosa política económica que llevó al 
país a la bancarrota, convirtiéndose en uno de los pocos presidentes 
africanos que dimite en vez de ser destituido. Presionado por el 
Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, su dimisión provocó 
un cambio en el rumbo económico de Tanzania, que desde entonces ha 
abrazado una economía de mercado capitalista. Su retirada de la 
política en 1990 ha colocado en un pedestal a un político idealista, 
devoto de la igualdad y los derechos humanos, admirado por su 
integridad y conocido como Mwalimu, el profesor. Parafraseando un 
slogan que utilizan ahora muchos políticos en sus campañas 
electorales , "¡¡La economía, estúpido, la economía !!" como 
indicador de que hoy por hoy las ideologías se rigen más por la 
economía que por las ideas, podemos decir que el sueño de Julius 
Nyerere fracasó por la estúpida economía.

Dar es Salaam, la capital de Tanzania desde 1961 y cuyo nombre 
significa "Puerto de la Paz", ha crecido sin parar desde ese momento 
hasta ahora, con una población superior a los 2 millones de 
habitantes; estratégicamente situada para dar soporte logístico a 
Zanzíbar y a las caravanas, fue fundada en 1857, y ha estado además 
bajo control británico y alemán, que han dejado su impronta en la 
ciudad. El contraste entre la mísera población africana y el ambiente 
internacional y de negocios es brutal, ejemplo de la nueva política 
capitalista del gobierno, que tiene como objetivo primario el 
crecimiento económico, aunque éste no se reparte entre todas la 
clases sociales. Tiene el dudoso privilegio de ostentar el mayor 
número de prostitutas y crecimiento de SIDA de África. 

Parque Nacional del Kilimanjaro

Kilimanjaro es un nombre mítico, forma parte de ese pequeño grupo de 
lugares que su sola mención despierta en el oyente imágenes de 
leyendas, mitos y aventuras, como pueden ser Samarkanda, Ghoa, y 
Zanzíbar. El propio origen de su nombre es muy incierto; a mí me 
gusta uno que lo asocia a las palabras Kilima, del swahili montaña, y 
njaro, el demonio productor del frío, descripción que le encaja como 
un guante. Otras fuentes citan el nombre en Masai de Ngàje Ngài, que 
significa La Casa de Dios.

Todos estos pensamientos y muchos más se agolpan en mi cabeza cuando 
me dirijo al Hotel Norlfolk, vestigio viviente del brillante pasado 
colonial de Kenya, inaugurado en 1904, y que ha sido testigo de la 
puesta de largo de varias generaciones de clases altas de Nairobi. 
Aunque ha sido remodelado recientemente, rezuma decadencia por todos 
sus costados. De aquí parte mi shuttle, como les encanta llamarles a 
la gente, y que no es más que una furgoneta de las miles que pululan 
por África, adaptada al transporte de viajeros. Con una puntualidad 
casi británica, a las 8 a.m. nos ponemos en camino, el recorrido es 
largo, unos 450 km., e incluye un visado más a añadir a mi abigarrado 
pasaporte. Llegamos a la frontera sobre las 11 a.m., y mi sorpresa es 
cuando al dirigirme hacia la cabaña de control de pasaportes veo un 
camión muy parecido al que me sirvió de hogar durante las 2 últimas 
semanas, que digo parecido, es idéntico, ¡ es mi camión!; me dirijo 
raudo hacia él, pero ya ha arrancado y está penetrando en Tanzania; 
que pena, me apetecía ver que nuevo grupo iba, saber hacia donde se 
dirigían, y charlar un rato con Greg y Kate, nuestros guías, aunque 
es posible que no fueran ellos, espero que tengan unos días de 
descanso después del agotador viaje a los gorilas de Virunga. 

El trámite fronterizo es bastante rápido, a pesar de la enorme 
cantidad de gente que por allí se mueve; debe ser una frontera con 
bastante movimiento, donde se observan perfectamente todos los males 
que puede provocar un crecimiento descontrolado del número de 
turistas y viajeros que en los últimos años, sobre todo desde el 
éxito de la película Memorias de África, se ha producido en Kenya. 
Por todas partes se pueden ver Masais, esa tribu de cuerpos hermosos 
y atléticos que en mis recuerdos de niñez siempre estará asociada a 
guerreros cazando un león con sus manos y danzas con saltos hacia el 
cielo, agolpados ahora sobre los vehículos queriendo vender sus 
collares y abalorios, además de cobrar por dejarse hacer fotografías. 
¿Dónde está el orgullo Masai, que se enfrentó durante siglos a 
cualquiera que invadiera sus territorios, y puso en jaque varias 
veces a la administración británica?. El destino de los Masai parece 
orientado a su confinación en una reserva, como las de los pocos 
indios norteamericanos que quedan, fichando de 9 a 5 para su 
exhibición frente a los turistas. Uno, que intenta ser más un viajero 
que un turista, no deja de pensar que, aunque no buscado, es 
irremediable el daño que hacemos por donde pasamos.

Ernest Hemingway, en su espléndido relato Las Nieves del Kilimanjaro, 
cuenta que "cerca de la cima se encuentra el esqueleto seco y helado 
de un leopardo, y nadie ha podido explicarse nunca qué estaba 
buscando el leopardo por aquellas alturas". Es una más de las miles 
de leyendas que se cuentan sobre el Kili y que lo han hecho tan 
famoso. La segunda parte de nuestro recorrido nos lleva a Arusha, 
ciudad de paso e importante ruta comercial, que se refleja en la 
multitud de tiendas que recorren sus calles principales; cerca está 
también el Aeropuerto Internacional del Kilimanjaro, y aunque uno no 
se cree ya nada sobre las denominaciones de los sitios, se 
sorprenderá días después de su limpieza y comodidad. Una breve parada 
en Arusha para subida y bajada de viajeros, y a mi lado se sienta una 
mujer rubia, de tez muy pálida y aspecto nórdico, que confirma cuando 
empezamos a hablar y me dice que es danesa; aunque a mí me interesa 
más hablar con la gente local en cuanto llego a un sitio, la historia 
de Erika, que así se llama nuestra danesa, suena interesante, ya que 
trabaja para la ONU en Nairobi desde hace 4 años como colaboradora 
externa, y cada 3 meses tiene que salir del país para renovar su 
visado. Amparada en su condición de simple colaboradora y no de 
funcionaria de élite me cuenta esas historias que nunca se publican 
en los medios de comunicación, y que te hacen ver las cosas de una 
manera diferente sin el filtro de los gobiernos y los media. Aunque 
no es este el sitio más adecuado para exponerlas, sus narraciones 
sobre las corruptelas de los gobiernos de Zaire, Tanzania y Kenya en 
torno a los refugiados de Ruanda y Burundi te estremecen cuando 
piensas que están jugando con vidas humanas, no unas decenas, si no 
miles, millones de personas que de repente se ven obligadas a dejar 
sus hogares, deambular cientos de kilómetros en unas condiciones 
penosas, morir muchas veces tirados en una cuneta, o malvivir en un 
campo de refugiados donde sus esperanzas se apagan lentamente; esa es 
la moneda de cambio que utilizan los gobiernos para obtener mas 
fondos de la ONU y otras organizaciones, que sirven en gran parte 
para mantener las prebendas de los altos funcionarios, tales como 
coches y casas de lujo, viajes en aviones privados, etcétera, 
etcétera; por suerte, la otra cara de la moneda también se encuentra 
en África, como podré comprobar ese mismo día.

La llegada a Moshi, la ciudad más cercana al Kili, a unos 50 km. y 
centro de partida de la mayoría de las expediciones, me hace retornar 
a la realidad después de los pensamientos que antes he plasmado en 
papel, me despido de mi amiga Erika (es increíble en África lo rápido 
que puedes intimar con la gente, estás de paso, seguramente no 
volverás a verles nunca más, y por ello todo el mundo se abre más 
fácilmente) deseándole suerte, y, una vez he dejado el equipaje en el 
guest house donde me alojo, parto a la contratación de mi trekking al 
Kili.

Desde la creación del Parque Nacional del Kilimanjaro en 1973, el 
acceso de visitantes está muy limitado en cantidad y en libertad de 
movimientos, ya que es obligatoria la contratación de guías y 
porteadores, además del pago de las tarifas de entrada al parque, 
alojamiento y manutención en los refugios, y, por último, tasa de 
rescate, algo cuyo sólo nombre te inquieta. Los precios varían mucho 
en función de la época del año en que se sube, básicamente por el 
equilibro de oferta y demanda entre visitantes y guías y porteadores. 
Por la cantidad de gente que parece vivir de esto, el ascenso al Kili 
debe ser una de las fuentes de divisas más importante de Tanzania. 
Después de unas cuantas vueltas, me decido por una tarifa intermedia, 
500 dólares, entre los 400 y 700 que me han llegado a pedir. El resto 
de la tarde la paso deambulando por las calles y los comercios, donde 
se puede comprar o alquilar todo el material de escalada imaginable. 
Cuando la reina Victoria de Inglaterra se repartió el control de 
Africa Oriental con los alemanes, el Kilimanjaro quedaba en Kenya, 
pero la reina, en un acto de generosidad que sólo los dueños del 
mundo pueden hacer, modificó los acuerdos y le regaló a su nieto, el 
Kaiser Wilhelm, el Kilimanjaro como presente de cumpleaños. En ese 
momento no se le ocurrió pensar que estaba perdiendo una fuente de 
ingresos muy importante, algo que no se les suele pasar por alto a 
los británicos en cualquier parte del mundo en que se hayan asentado.

Mi retorno al atardecer al guest house casa donde me alojo me depara 
una sorpresa, ya que las nubes que cubrían el cielo se han despejado, 
y allí al lado, a 50 km., pero tan cerca como si lo pudieras tocar 
debido a su impresionante tamaño, está el Kilimanjaro, Kili para los 
amigos; viéndolo así, con los últimos rayos de sol brillando en su 
casquete de nieves eternas, parece una montaña acogedora, casi amiga, 
y no ese portento de la naturaleza, en el que te enfrentas a los 
cambios de temperatura más bruscos, desde +30º hasta -20º, que te 
podría engullir en sus glaciares de 100 metros de altura sin que 
nunca nadie volviera a saber de ti. 

Mientras lo observo extasiado, el resto de alojados en el guest house 
salen al jardín, y por las expresiones de sus rostros, parece como si 
mis pensamientos se repitieran clónicamente en sus cabezas. Nos 
presentamos, y descubro que 4 británicos serán mis compañeros en los 
próximos días, hasta mitad de recorrido, mientras que un holandés 
llamado Enck que había aterrizado el mismo día en vuelo directo desde 
Amsterdam, sí será mi compañero hasta la cumbre, o casi. El grupo lo 
completa un belga llamado Pierre, que después de la cena, y en 
animada charla, nos comenta que trabaja en Nairobi para "Medecins 
sans Frontiers", la organización madre de Médicos sin Fronteras, 
sección española de esta ONG internacional, que está siempre donde se 
produce cualquier tragedia humanitaria; su relato sobre como están 
organizados, la precariedad de sus trabajos y condiciones contrastan 
profundamente con lo que me había contado Erika sobre la ONU, ya que 
en su caso prácticamente todo el mundo tiene contratos temporales con 
sueldos simplemente dignos, y los gastos fijos burocráticos son 
mínimos; le comento mi conversación con Erika y su respuesta es que 
la ONU es necesaria porque es la única organización que tiene la 
fuerza suficiente para presionar a gobiernos corruptos como el de 
Zaire para dar permisos de aterrizaje a aviones o convoyes con ayuda 
humanitaria de ONG`s, que en otro caso se quedarían en sus sitios de 
origen, o lo que es peor serían saqueados por los propios soldados 
que teóricamente deberían protegerles. Con esta visión de las 2 caras 
de la moneda, uno se queda con la impresión de que sólo el 10% de lo 
que se envía como ayuda a estos países llega a su destino, pero que 
en todo caso es mucho mejor que nada.

Me despierto a las 4 a.m., y la excitación de mi próxima aventura me 
impide continuar el reposo; me asomo por la ventana para asegurarme 
que el Kilimanjaro sigue ahí, recortándose fantasmagórico bajo la luz 
de una luna creciente que será llena cuando acometa la última 
escalada nocturna al Uhuru a casi 6.000 metros, que es la cima del 
Kibo, uno de los 3 volcanes que componen el Kili, con el Mawenzi y el 
Shira. Aunque no están extintos y aún se pueden ver y oler las 
fumarolas de azufre, la última erupción registrada data de hace 200 
años, por lo que espero que no se le ocurra despertar ahora, bastante 
voy a tener con llegar hasta la cima.

Con las primeras luces de la mañana desayunamos fuerte porque la 
alimentación es clave para el éxito en la subida; se recomienda 
consumir al menos 4.000 calorías por día, y beber unos 4 litros de 
agua, algo que poca gente hace por las dificultades en trasladar toda 
la comida y el agua, pero que es básico para evitar "pájaras". Nos 
ubicamos en la furgoneta que nos llevará a la entrada del parque, 
situada a 2.000 de altitud y que supone el comienzo del ascenso; 
pienso que nos hemos ya ahorrado esos 2.000 metros de subida, por lo 
que la cima está mucho más cerca, son técnicas de autosugestión que 
no sé si funcionan, pero al menos la moral está muy alta  La entrada 
al parque se llama Marangu, también el nombre de la ruta a seguir, la 
más clásica y cómoda, ya que las otras obligan a pernoctar en tienda 
y a llevar todo el material de cocina, mientras que nosotros, 
burgueses asquerosos, dormiremos en refugios y la comida la 
elaborarán los guías; me despido de Pierre el belga, que ha elegido 
la ruta Mweka, una de las más difíciles, y le deseo mucha suerte. 
Realizo los trámites de inscripción en el libro de registro y observo 
que un grupo de vascos que se han registrado antes han puesto en el 
apartado de país, Euskadi; no esperaba encontrarme aquí con radicales 
vascos, me interrogo sobre el despiste de la gente que mire el libro 
y se pregunte qué país exótico es ese llamado Euskadi. El grupo, los 
4 británicos, Enck y yo, nos juntamos con el guía y porteadores, y 
nos repartimos el peso; es gracioso ver como mochilas de última 
generación son atadas con cuerdas como vulgares fardos y llevadas 
sobre la cabeza como sistema más cómodo de transporte para los 
porteadores; ¡si supieran que alguna de esas mochilas cuesta $200!.

Un cartel nos indica los nombres de los refugios de la ruta, su 
altitud, y el tiempo estimado de llegada entre refugio y refugio; 
para este primer día la cosa parece suave porque el cartel indica 3 
horas hasta Mandara, nuestra primera parada; el recorrido está 
perfectamente marcado y discurre en un bosque tropical, salpicado de 
plantaciones de café, uno de los principales productos para la 
economía de la zona. El grupo se estira y cada uno va a su ritmo; 
Enck y yo tenemos un ritmo parecido, por lo que vamos juntos, con el 
resultado de que llegamos al refugio en 2 horas en vez de 3; empiezo 
a tener la sensación de que eran un poco exagerados los comentarios 
sobre la dificultad del ascenso, no sabía que muy pronto me comería 
mis palabras "con patatitas". Esperamos al resto del grupo comiendo 
el lunch-pack frío que nos han dado, que consiste en una barra de 
chocolate, 2 huevos duros, frutos secos y zumo de naranja, caloría 
pura. Cuando llegan el guía y los porteadores nos invitan a un té con 
pastas, casualmente eran las 5 p.m. o´clock. Después del té me doy un 
paseo hasta el cráter Maundi, a 30 minutos del refugio y desde donde 
se divisa perfectamente la cima del Kili; me siento en el borde del 
cráter, de unos 200 m de diámetro, perfectamente esférico y cubierto 
de vegetación en su totalidad, buscando un poco de quietud, pero la 
tarea se antoja casi imposible, porque primero un grupo de japoneses 
sacando fotos por todas partes y luego un grupo de …. ¡catalanes!, me 
lo impiden; al rato consigo quedarme sólo y contemplo con arrobo el 
sol cayendo rápidamente sobre la cima, tan rápidamente que cuando me 
doy cuenta se ha hecho casi de noche, por lo que reemprendo el 
regreso al campamento; cuando llego los británicos ya han cenado, así 
que ceno sólo, el refugio, mejor dicho grupo de refugios, son cabañas 
de madera bastante agradables, de 4 a 12 plazas, y una cabaña común 
con un comedor en la planta inferior y literas para unas 40 personas 
en la planta superior; las actividades a realizar son muy escasas, 
así que a las 9 p.m. estoy en la cama, con el resultado de que a las 
4 a.m. ya estoy despierto y despejado, salgo fuera y la luna casi 
llena ilumina de forma espectral todo el entorno; hace bastante frío 
y decido retornar al refugio. El amanecer muestra hermosas imágenes 
impresionistas entre el humo de las cabañas y la neblina que cubre la 
zona, parece como si los refugios fueran pasando de estado gaseoso a 
sólido lentamente, asomando entre los jirones de niebla. 

Aunque el Kili se conoce desde la antigüedad, y ya Ptolomeo lo 
mencionaba en sus escritos, no fue hasta 1889 que se ascendió hasta 
la cima, al menos por europeos, ya que la leyenda atribuye a Menelik 
I, rey de Abisinia e hijo de Salomón y la reina de Saba, el ascenso 
hasta la cima de kibo, lugar al que fue a morir acompañado de un 
grupo de esclavos cargados con un fabuloso tesoro. En  1848, los 
científicos del Royal Geographic Society habían desacreditado al 
misionero suizo Johann Rebmann, que juraba haber visto una cumbre 
nevada muy cerca del Ecuador, algo que no entraba en sus esquemas y 
por tanto rechazaron de plano. El segundo día de marcha presenta el 
primer cambio brusco de paisaje de los varios que se sucederán en los 
próximos días, ya que el bosque tropical da paso a una pradera alpina 
muy hermosa, poblada de árboles en su parte baja, que van 
desapareciendo a medida que se asciende, dando paso a las lobelias y 
a los senecios gigantes, una especie de cactus pero que sólo tienen 
hojas en la parte superior, a modo de penacho, de hasta 3 metros de 
altura; pienso que se podría rodar sin necesidad de decorados una 
película de un mundo extraterrestre. 

El recorrido es bastante más largo que el día anterior, además el 
calor aprieta y ya no tenemos la cobertura de la vegetación que nos 
protegía del sol; así todo, llego al refugio de Horombo, situado a 
3.720 m de altitud en 3 horas y media en vez de las 5 que esperaba; 
me encuentro en plena forma y eso me sube la moral. Antes de llegar 
al refugio alcanzamos a conocer el concepto de tasa de rescate, ya 
que a una velocidad vertiginosa, 2 porteadores descienden con una 
camilla sujeta a los hombros; sólo nos da tiempo a ver que es una 
mujer, e increíblemente parece que va bastante segura. Con el 
convencimiento de que nuestra seguridad está más o menos cubierta, se 
vislumbra ya la llegada a Horombo. A estas horas el refugio está muy 
tranquilo porque todavía no han llegado ni los que han descendido ni 
los que ascienden desde el refugio Mandara; el hecho de haber llegado 
pronto me permite coger un refugio de 6 plazas para nuestro grupo, y 
no tener que pasar la noche en el refugio común, como la anterior, 
con un continuo ir y venir de gente. Espero pacientemente a que 
llegue mi porteador más de 3 horas, por la mañana he observado que 
parecía enfermo, porque a esa temprana hora ya estaba sudando como un 
becerro, y a su llegada con la mochila su estado es incluso peor; se 
lo digo al guía y su respuesta es un encogimiento de hombros, como 
diciendo y a mí que, si no trabaja no cobra, o sea que él es el 
primer interesado en seguir. Los refugios son cada vez más básicos a 
medida que vamos ascendiendo, y aquí no hay duchas, sólo grifos de 
agua y letrinas; al llegar al refugio he observado que discurre un 
riachuelo cerca, voy hacia él rezando para que el agua no esté muy 
fría, porque realmente necesito un baño; por suerte el agua está muy 
limpia y no demasiado fría así que me doy un super baño en pelota 
picada, seguido por otros que me han visto y copiado la idea.

Nuestros vecinos de refugio son el grupo de catalanes que el día 
anterior estaban en el cráter Maundi, charlo con ellos y me cuentan 
la odisea que han tenido que pasar para llegar hasta allí, porque 
tenían pagado desde España el viaje, y perdieron el enlace en 
Londres, así que unos habían volado vía El Cairo, otros por Nairobi, 
con el resultado de que prácticamente a todos les habían perdido el 
equipaje, y habían tenido que alquilar todo el equipo en Moshi; yo, 
que llevo 3 semanas en África viajando sin parar y no he tenido ni el 
más mínimo percance, cruzo mis dedos para que siga así, una situación 
de este tipo puede dar al traste con un viaje perfectamente 
planificado. Me fijo en que adosado a una de las mochilas tienen un 
panel solar y les pregunto si han inventado un dispositivo para 
desplazarse por energía solar, porque en ese caso se van a hacer 
millonarios; me dicen que no, pero el artilugio no deja de ser 
original, porque acumula electricidad durante el día, y por la noche 
lo conectan a un cargador de baterías de vídeo, con lo que tienen 
energía garantizada para todo el viaje; espero que no les llueva o 
esté nublado porque entonces el invento va a ser poco práctico. 

A esta altitud, hemos dejado el mar de nubes por debajo, lo que hace 
la puesta de sol especialmente espectacular, con la salida de la luna 
llena en el horizonte; también es increíble lo rápidas que bajan las 
temperaturas, casi puedes notar en tu cuerpo el descenso grado a 
grado, creo que en un hora ha podido descender unos 15 grados, porque 
90 minutos antes se estaba bien al sol, y ahora la temperatura está 
seguro por debajo de cero grados; lo comprobaremos a la mañana 
siguiente cuando al ir a los grifos a lavarnos, estos no echan ni 
gota de agua, ¡está congelada!. El guía parece no tener prisa para 
comenzar el recorrido al refugio de Kibo, al llegar sabremos por qué. 
El resto del grupo se queda hoy en este refugio para aclimatarse a la 
altitud y afrontar la subida con más garantías.

Enck y yo comenzamos a caminar sin esperar a los porteadores, el 
paisaje ha vuelto a cambiar, ha desaparecido toda la vegetación y nos 
encontramos en un páramo desértico totalmente pedregoso, con una 
tierra obscura  sin ninguna duda de origen volcánico. Empezamos a 
notar la altitud y un viento helado bastante molesto supone una 
dificultad adicional; para no enfriarnos imprimimos un fuerte ritmo 
de marcha, y, como el día anterior, llegamos al refugio de Kibo con 
bastante antelación; desde mucho antes de llegar se ve porque tiene 
un tejado de cinc que refulge con el sol; es un refugio de piedra, no 
de madera como los otros, y sólo tiene dormitorios comunes, sin 
ningún tipo de agua, está situado a 4.700 metros y el entorno es 
totalmente árido, con enormes rocas y la vista del monte Mawenzi a un 
lado y por otro la impresionante pared vertical de casi 1000 metros 
que tendremos que subir esta noche; el cuerpo empieza a resentirse de 
la altitud, y lamento haber subido tan rápido, porque empiezo a 
sentirme mal; debe ser algo habitual, porque la razón de que el guía 
no tuviera prisa por ascender era porque hasta medio día están 
limpiando el refugio de las vomitonas de la noche anterior de gente 
que no ha podido aguantar hasta la salida. Cenamos muy temprano, a 
las 5, porque el ascenso va a comenzar a medianoche; las molestias 
van en aumento y al acabar de cenar tengo que salir corriendo a 
vomitar, por suerte puedo llegar hasta el exterior del refugio; la 
temperatura es ya muy fría y pienso que si aquí hay unos -5º, en la 
cima debe ser una nevera; unos suecos que han hecho la ascensión la 
noche anterior me comentan que su termómetro marcaba -20º y que 
habían pasado mucho frío; pienso que si los suecos, acostumbrados a 
las bajas temperaturas de su país, han tenido mucho frío, yo, 
españolito meridional, me voy a quedar pajarito, pero no es momento 
para lamentaciones, la cima esta ahí, a un paso, y no nos vamos a 
rajar ahora; me acuesto con el deseo de que el mal de altura se me 
pase. Las pocas horas de sueño transcurren en un duermevela por las 
molestias, y cuando nos levantan a medianoche, nos dicen que varias 
personas han tenido que bajar al refugio anterior porque se 
encontraban muy mal; intento desayunar el té con galletas que nos 
ofrecen, pero mi cuerpo los rechaza de plano y tengo que salir a 
vomitar otra vez; vaya, me tengo que comer "con patatitas" lo de que 
no iba a ser tan difícil.

Me pongo todas las capas de ropa posibles, parezco el muñeco 
Michelin, pero no estoy dispuesto a quedarme tieso allí arriba; la 
luna llena tiene un tamaño que a mí me parece el doble del habitual, 
a lo mejor es que estamos tan cerca del cielo que nos encontramos 
arriba a San Pedro con su manojo de llaves; dicen que la razón de 
comenzar la subida a medianoche es porque así se ve amanecer desde la 
cima, pero creo que las razones reales son menos románticas y 
estéticas, porque la pista de ceniza que nos toca subir está ahora 
congelada por el frío, mientras que durante el día es tan blanda como 
la arena de la playa y haría el ascenso doblemente cansado; además el 
hecho de no ver la pendiente casi vertical que acometemos evita el 
vértigo; está todo muy estudiado, excepto los efectos de la altura 
sobre tu organismo, ya que una vez más empiezo a vomitar a pesar de 
no haber comido nada, y me duele el pecho mucho; empiezo a pensar en 
la retirada, el frío es muy intenso y si te paras para descansar te 
penetra hasta el tuétano, así que no puedes casi caminar ni quedarte 
quieto, ¡menudo plan!. Le digo al guía la palabra mágica del Kili 
"Pole Pole Sana", que significa "Despacio, Despacio", y seguimos el 
ascenso en un continuo zigzag para amortiguar la pendiente. Al 
levantar la vista se ven las luces de los que nos preceden como si 
fueran luciérnagas con sus linternas frontales de minero. Realmente 
no son necesarias porque la luz de la luna es muy fuerte y se ve muy 
bien

Empiezo a recuperarme y sentirme mejor, y es cuando Enck empieza a 
vomitar sin parar, nos detenemos en una pequeña gruta a unos 5.500 
metros y el guía nos hunde en la miseria cuando se enciende 
tranquilamente un cigarrillo; Enck y yo nos miramos y nos dan ganas 
de estrangularlo; un gesto tan nimio como encender un pitillo en ese 
momento se convierte en un reto y tiene una carga psicológica tan 
profunda que puede hundirte de todo o darte fuerzas renovadas, cosa 
que nos sucede a Enck y a mí, en ese orden, ya que Enck decide 
abandonar al llegar al Gillman`s point, situado a 5.685m en el borde 
del cráter, cuando ya empieza a despuntar el alba. Intento 
convencerle de que sólo quedan 200 metros de desnivel, y que igual 
que yo me he recuperado el también lo hará, pero su aspecto es 
bastante malo, y decido no insistir. Nos quedamos Tony, el guía, y yo 
solos ante el peligro, y me digo que si fumara aún le pediría un 
pitillo, pero no fumo y tampoco pienso tentar al diablo. Me muero de 
sed, pero el agua de la cantimplora está helada, luego la gente con 
más experiencia me dirá que hay que ponerla entre las ropas para que 
conserve calor y no se hiele, la pena es no haber oído el consejo 
antes.

El sol sale por el horizonte con una fuerza arrolladora, inundando en 
segundos todo con una luz amarilla que le da una perspectiva 
totalmente nueva a la montaña; se empiezan a distinguir con toda 
claridad los inmensos glaciares que van a jalonar nuestro último 
esfuerzo hasta la cima; la luz del sol refulge de tal manera sobre 
las paredes heladas que uno no se extraña de que los africanos 
creyeran que la cima estaba cubierta de plata; aunque sigue haciendo 
mucho frío, la sensación es muy agradable porque parece que en un 
rato podrás ponerte en pantalón corto, tal es la fuerza e intensidad 
del astro rey; uno piensa que de un momento a otro se pueden 
desmoronar las paredes verticales de los glaciares de 100 m de alto, 
ofreciendo un espectáculo único e irrepetible; no es así y nos 
limitamos a caminar el último trecho sobre el hielo, con nuestro 
corazón percutiendo a toda velocidad no tanto por el cansancio 
acumulado como por la emoción de llegar a la cima de África, de haber 
vencido al njaro, el demonio productor del frío. Atrás quedan todos 
los pensamientos derrotistas y los momentos de flaqueza, hagamos con 
ellos un curruncho y arrojémoslo a la basura. A las 7 de la mañana 
llegamos a la cima, marcada con un monolito que dice "Usted está en 
el Uhuru peak, el punto más alto de África, 5895 m", donde nos 
hacemos una foto Tony y yo. Me alejo unos metros porque en la cima 
hay gente que sólo sabe expresar su alegría montando un escándalo 
enorme en vez de disfrutar en silencio del enorme regalo que nos ha 
hecho la naturaleza al permitirnos estar allí. En la lejanía veo 
recortarse la silueta del monte Meru, que al lado del Kili parece una 
pequeña colina. 

Durante el regreso al refugio me empiezo a quitar las múltiples capas 
de ropa, ya que 3 camisetas, 1 sudadera, 1 forro polar y un chaquetón 
son ahora excesivos. Voy disfrutando tranquilamente del paisaje que 
antes no pude ver, y que ahora se me antoja tan maravilloso que me 
apena que Enck no haya podido llegar hasta el final; cuando llegamos 
a la pared vertical de ceniza, me percato del enorme desnivel que 
hemos superado unas horas antes; comenzamos a descender con 
precaución, el guía me mira y empieza a bajar corriendo la pendiente 
en vertical, hundiéndose en la ceniza hasta la rodilla, que sirve de 
freno; intento imitarle y al cabo de un rato descubro que es como 
esquiar sin esquíes, así que nos lanzamos los 2 a tumba abierta 
pendiente abajo levantando polvo; me caigo 2 veces de culo y una de 
frente, pero como ahora la ceniza está muy blanda por el calor, no 
hay ningún problema; el resultado es que bajamos en 15 minutos lo que 
nos llevó 6 horas y un montón de esfuerzos subir, que paradoja, nos 
pasamos la vida haciendo cosas inútiles para satisfacer nuestro ego, 
cuando esa energía bien redirigida podría hacer tantas labores 
provechosas, pero bueno como dice el lema olímpico "más alto, mas 
lejos, más fuerte", lo llevamos en la sangre y no lo podemos evitar. 
Al llegar al refugio parece un hospital de convalecientes, mucha 
gente está acostada porque se han retirado o sencillamente no han 
subido por el mal de altura; hay varias vomitonas en el pasillo de 
gente que no ha podido llegar hasta afuera, y Enck está acostado 
intentando recuperarse; le digo que lo mejor que podemos hacer es 
bajar cuanto antes, el mal de altura sólo se pasa descendiendo, así 
que se viste y comenzamos la bajada; 2 horas después estamos en 
Horombo, y el malestar ha pasado. Son las 12 del mediodía y ya hemos 
caminado 10 horas, ¡hay que ver como cunden algunos días!. La bajada 
kamikaze de la pista ha introducido polvo hasta en el último poro de 
mi piel, por lo que vuelvo a darme un baño de inmersión en el 
riachuelo. Me encuentro con el grupo de vascos, unos 10, que llegan 
también de la cima, han hecho cumbre todos, supongo que son del mismo 
Bilbao. El refugio lo compartimos con una pareja alemana que está de 
subida, y sólo les doy un consejo: "Pole Pole Sana".

Nos levantamos muy temprano porque quiero hacer la bajada muy pronto 
para ver la posibilidad de adelantar mi vuelo a Zanzíbar, previsto 
para 2 días después, para el mismo día, presiento que va a ser un 
sitio perfecto para descansar de toda la carga acumulada de 3 semanas 
sin respiro. Bajamos en 2 horas de Horombo a Mandara, paramos 5 
minutos y seguimos, atravesamos el mar de nubes, y empieza a llover; 
aún así llego a la entrada del parque a las 10h30, soy el primero en 
hacer el descenso y el de la recepción se queda un poco extrañado, 
pero nuestro guía le confirma que sí, que hemos llegado a la cima y 
que nos extienda el diploma de cumbre; escribo varias postales allí 
mismo para contar mi hazaña, y cogemos el shuttle para ir a Moshi, 
después de despedirnos de Tony y los porteadores. El recorrido a 
Moshi lo hacemos en un suspiro, y cuando llegamos a la agencia, nos 
regalan una camiseta bastante horrorosa, pero que dice: "Yo he subido 
a la cima del Kilimanjaro"; para presumir vendrá  bien. Me confirman 
en la agencia que han podido cambiar el vuelo para Zanzíbar para el 
día siguiente, y eso me produce una alegría enorme. Enck parte al día 
siguiente para un safari fotográfico, y le pido una foto de un león 
si lo llega a ver, ya que es el único animal que no he visto, y en 
Zanzíbar no creo que haya. Quedamos a cenar en su hotel, una cena 
normal, pero que después de los precarios menús del Kili de los 
últimos días se nos antoja manjar de dioses.

Aunque mi vuelo es a las 15h, el conductor va a recogerme a las 10h 
porque tiene que llevar a un grupo de gente al aeropuerto, a sólo 50 
km. de Moshi, pero la carretera está en obras de ampliación, y tanto 
la maquinaria como los vehículos que van en los 2 sentidos no se 
detienen en ningún momento, pasan levantado una nube de polvo que 
impide ver nada; lo paso bastante mal, pero el chofer se ríe y va 
cantando canciones africanas, así que decido olvidarme del tema y yo 
también me pongo a cantar. A las 11h30 llegamos al aeropuerto y me 
sorprendo bastante, porque es grande, está limpio, tiene zona de 
tiendas y cafetería e incluso aire acondicionado. Facturo mi equipaje 
y leo un rato mientras me pregunto el tipo de avión que será el que 
nos lleve a Zanzíbar; cuando aparece y hacemos el embarque, me doy 
cuenta de que no me han revisado el equipaje de mano, podría llevar 
cualquier cosa que nadie se habría enterado; como dicen en África, 
"akuna matata". El avión es de la compañía Air Precission, y su 
logotipo es un precioso antílope dando un salto; es un turbohélice 
Cessna de unas 50 plazas, que va casi lleno, y la tripulación es muy 
amable, hablan inglés con ese acento africano tan colorista; nada más 
despegar, pasamos a corta distancia del Kili, y me recuerda que el 
día anterior estaba por allí arriba; el viaje es muy agradable y 1 
hora más tarde aterrizamos en el aeropuerto de Zanzíbar entre 
palmeras de todos los tamaños.

Zanzíbar. La perla del Índico.

La visión desde el avión de Zanzibar Town, la Ciudad de Piedra, me ha 
dejado fascinado. Todas las historias y leyendas que he leído sobre 
Zanzíbar se quedan cortas ante la contemplación de esta ciudad 
rodeada del hermoso océano Índico y en la que es imposible no 
perderse, aún con un buen mapa, en el rosario de callejuelas que la 
recorren en todos los sentidos. Livingstone, en su último diario 
escribía "Zanzíbar. 28 de Enero de 1866. He llegado a la isla a bordo 
de la fragata de vapor Thulé que ofrece el gobierno de Bombay al 
sultán de Zanzíbar…La isla es una formación de coral con 
conglomerados de gres silícea . La flora es generalmente africana, 
pero las plantaciones de mangos y cocoteros dan a la escena el 
aspecto exuberante de las islas del Mar del Sur". Unos años antes, en 
1857, Burton y Speke habían conseguido financiación por parte de la 
Royal Geographical Society para descubrir las fuentes del Nilo 
partiendo de las costas del Índico en vez de remontar el Nilo desde 
el Mediterráneo, en un viaje de miles de kilómetros que se había 
antojado irrealizable. Por ello decidieron seguir las rutas de los 
esclavistas que partían de Zanzíbar hacia el Oeste en busca de marfil 
y esclavos para alimentar el mercado más importante de África 
Oriental; 2 años después regresaron a Zanzíbar enfrentados y con 
opiniones contrarias sobre la ubicación de las verdaderas fuentes; a 
su llegada a Londres, Speke fue proclamado descubridor de las fuentes 
del Nilo.

Tanzania es el resultado de la confederación en 1964 entre Tanganika, 
que obtuvo su independencia en 1961, y Zanzíbar, que la obtuvo en 
1963, y se convirtió en república en 1964, después de derrocar al 
sultán. No obstante, desde el momento de tu aterrizaje en Zanzíbar, 
se encargan de dejar muy claro que es una confederación de diferentes 
países, ya que aunque vueles desde Tanzania como era mi caso, tienes 
que pasar los trámites de aduana, visado, declaración de bienes, y 
mostrar tu cartilla de vacunación como si entraras en otro país; la 
realidad es que Zanzíbar no se parece en nada al resto del país, 
tiene por sí misma una personalidad y unas características especiales 
que la convierten en un lugar único y muy interesante a pesar de su 
pequeño tamaño. Hasta el año 90, Zanzíbar estaba reservado a los 
viajeros que escapaban de las comodidades y en cierto modo había 
tomado el relevo de Kathmandú como lugar de encuentro para los 
hippies. Ese año, la fundación Aga Khan acometió un ambicioso 
proyecto de rehabilitación en la isla, que 6 años después ha dado 
como resultado el que existan 3 ó 4 complejos hoteleros de lujo en 
Zanzíbar, de espaldas al resto de la isla que vive su propio ritmo y 
acoge con los brazos abiertos a los viajeros que buscan algo más que 
sol y playas paradisíacas.

Después de todos los trámites cojo un taxi compartido con 1 pareja de 
españoles que van a uno de esos hoteles de lujo, y yo me quedo en la 
Ciudad de Piedra, al lado del mar, en el Karibu, bienvenido en 
swahili, un Guest House que por sólo 10 dólares me ofrece una enorme 
habitación en el ático desde donde se contempla el océano Índico, de 
una tonalidad azul única. Salgo a buscar una agencia de viajes, ya 
que me han comentado que las opciones para salir de la isla son muy 
limitadas, un vuelo cada 2 días y un ferry por semana; como yo tengo 
mi billete de tren de Mombasa a Nairobi reservado desde hace 2 
semanas, no quiero perderlo; mis visitas a Air Zanzibar y Kenya 
Airways son infructuosas porque la lista de espera es muy larga; 
encuentro una plaza en Air Tanzania para el mismo día del tren, por 
lo que me alegro mucho; casualmente me encuentro con Ulf, uno de los 
suecos de la expedición de los gorilas, que me comenta que el 
sobrenombre de Air Tanzania es "Air Maybe", "Air Quizá" en español, y 
con una risa nerviosa le digo que hay 7 horas entre el vuelo y el 
tren y que de todas maneras es la única opción que tengo.

Milton, en El paraíso perdido describe Zanzíbar como "un reducto 
secreto, lleno de flores y yerbas olorosas". Del diario de Stanley 
extraemos la siguiente descripción "Zanzíbar es el Bagdad, el 
Estambul del Africa Oriental; es el gran mercado donde se acumula el 
marfil y el copal, las pieles, las maderas preciosas, y las negras 
bellezas de la Tierra de la Luna para ser vendidas en otros puntos. 
En Zanzíbar se vende además pimienta, sésamo y aceite de coco". A 
esta frase sólo le añadiríamos hoy el comercio de clavo, del que 
Zanzíbar es el primer productor del mundo, y cuyo olor te embriaga 
desde el mismo momento en que aterrizas en la isla, y que te 
acompañara durante toda tu estancia. El encuentro con Ulf ha sido una 
sorpresa muy agradable y fijamos una cita para la tarde en el Africa 
House, la más famosa terraza de Zanzíbar donde, además de tomar una 
cerveza helada, se puede contemplar desde una atalaya privilegiada la 
puesta de sol con la antigua isla-prisión al fondo; no sé cuales 
serían las condiciones de los presos en la isla, pero el simple hecho 
de estar rodeados de palmeras y poder oler el océano les haría la 
condena más relajada. 

Zanzíbar ha pasado por mil avatares en su historia; aunque pequeña, 
fue el centro político de lo que hoy es Kenya, Tanzania, Ruanda y 
Burundi, gracias al comercio, tanto humano como de especias. En 1885 
Alemania se anexionó Tanzania, provocando la protesta del sultán 
Bargash de Zanzibar, que era aliado de los británicos; estos no 
buscaban un imperio en África Oriental, por lo que el primer ministro 
británico declaró que "si Berlín quiere un poder colonial, sólo puedo 
decir que se dé prisa y que Dios le ayude"; con estas perspectivas, 
el sultán tuvo que negociar la cesión de sus territorios insulares, y 
quedarse con las islas de Zanzíbar, Pemba, Mafia y Lamu; en 1888 un 
reparto final dio Tanzania a Alemania, Kenya y Zanzíbar a los 
británicos, y Madagascar a los franceses. Callejeando por Zanzíbar se 
nota claramente que su población es en su mayoría musulmana, con las 
abigarradas tiendas repartidas por sus calles serpenteantes, todas 
ellas dirigidas por musulmanes tocados con sus gorritos blancos; Como 
suele ser habitual en África, el Islam ha pasado aquí por el tamiz de 
la tolerancia y la indolencia africanas, y los turistas pueden 
pasearse en "paños menores", como ellos creen que vamos con nuestros 
shorts y camisetas sin mangas, sin problema ninguno. Incluso el canto 
del muecín en la madrugada parece mucho más suave, para no molestar a 
los no musulmanes, que el que hemos oído en otras partes del mundo. 
Quizás a todo ello ayude el enorme mosaico de razas que han dejado 
los siglos de comercio en esta parte del mundo; indios, blancos, arios, bantús, indonesios, y otras etnias que no nos atreveríamos a 
clasificar, por la seguridad de equivocarnos. La gastronomía reflejaperfectamente el mismo mosaico, ya que se mezclan la cocina india con la africana, y los condimentos básicos de cualquier plato 
son el curry y la leche de coco, que tanto en carne como en pescado, 
descubren nuevos sabores y sensaciones al visitante occidental. 

Definitivamente me he enamorado de Zanzíbar y de su historia; cada 
nueva experiencia se suma a la anterior para, con ese mismo arrobo 
que los enamorados sienten, ignorar los puntos negativos, que 
existen, como la suciedad y el estado de inminente ruina de muchos 
edificios, y sublimar los positivos, que son muchos. En mi recorrido 
por la ciudad observo muchas puertas de madera de gran tamaño 
cuidadosamente labradas por generaciones anteriores de artesanos en 
la que se puede sentir el amor al trabajo y, sobre todo, la falta de 
prisa por terminarlo; desgraciadamente muchas de estas puertas están 
muy deterioradas o han sido arrancadas de sus lugares para adornar 
probablemente la entrada a alguna mansión de un millonario en alguna 
parte del mundo. Una parada en la terraza del Seaview me reconcilia 
con mi amada Zanzíbar, ya que el océano está siendo surcado por los 
dhow, o en swahili jahazi, esos barcos de madera con sus velas 
latinas cruzadas, que, al contrario de los modernos y aerodinámicos 
diseños de veleros, parecen creados para ir lo más lentos posibles y 
no obligar a su tripulación a un esfuerzo excesivo. Cuando su eslora 
es bastante grande se le puede incorporar una vela de mesana, también 
latina, pero un foque o cualquier otro tipo de vela son totalmente 
impensables. También se puede observar el pausado ritmo de los 
pescadores que echan sus redes, se tienden sobre la cubierta, y 
después de un tiempo prudencial las recogen, normalmente llenas, ya 
que es un mar generoso. 

El tiempo se ha detenido, y hasta el sol parece que esta colgado en 
la misma posición desde hace una hora. Absorto en la visión de esta 
marina, no oigo a una chica que me pide en inglés mis prismáticos; la 
sorpresa me hace responderle en español, y por su expresión del 
rostro, me parece que le gustado la respuesta, o al menos el idioma; 
efectivamente, Soledad, así se llama, es ecuatoriana, y lleva 4 meses 
recorriendo África, primero por trabajo, ya que es bióloga y ha 
estado en Uganda trabajando en una reserva, y luego por placer, ya 
que también está afectada del "mal de África", el mismo que noto yo. 
Hace 3 meses que no habla español, y por eso mi respuesta le agradó 
tanto; hablamos de sus experiencias en África y de su trabajo en las 
reservas de Uganda y del Amazonas, y la emplazo para cenar con los 
suecos.

La electricidad se ha ido en la ciudad nada más ponerse el sol, que 
hemos visto descender sobre la isla-prisión con un color tan rojo que 
parecía iba a incendiar las copas de las altas palmeras que cubren la 
isla; es la hora del retorno de los dhow, que recortan sus siluetas 
en la penumbra con la gran bola de fuego haciéndose líquida en el 
horizonte, y ofrecen a los fotógrafos un marco perfecto para esas 
fotos de postal o folleto turístico. Parece que están acostumbrados a 
que la luz se vaya, porque los restaurantes y hoteles disponen de 
grupos electrógenos que ponen las únicas nota de luz en una ciudad 
totalmente apagada. Cenamos, parece una premonición, en un 
restaurante árabe que se llama "las mil y una noches", y en el cual 
tomamos pescado y marisco a precios de risa para nuestros bolsillos 
europeos, eso sí, el alcohol ni probarlo porque el dueño es musulmán. 
Aunque el restaurante está casi vacío, el servicio es muy lento, 
parece como si no quisieran acostumbrarnos a la rapidez, y luego la 
exijamos; la noche se cierra con la visita a un Pub donde escuchamos 
música de Zanzibar, una mezcla entre música africana, India, y quién 
sabe qué otras influencias.

Temprano en la mañana me dirijo al Cinema Afrique, punto de partida 
de los Spice Tours o ruta de las especias de Mitu, el guía más famoso 
de la isla, que lleva más de 30 años enseñando a los visitantes las 
maravillas que produce Zanzíbar. La continuidad está asegurada, 
porque 2 de sus hijos sirven de conductores al grupo. Todos estos 
años no le han convertido en el típico guía aburrido que suelta su 
retahíla de frases; todo lo contrario, la pasión con la que nos 
cuenta la historia de Zanzíbar y el orgullo de mantener su 
independencia frente a Tanzania, son reales, y te dicen mucho del 
porqué de la magia de esta isla; es de raza india, y habla un inglés 
perfecto, visitamos con él las ruinas del palacio del sultán y 
seguidamente nos vamos a disfrutar la parte más interesante del tour, 
que es la visita a las plantaciones. Uno se cree que las plantaciones 
serán como en España, una zona para trigo, otra para tomates, 
etcétera, en cambio aquí se encuentra que está todo mezclado, y no 
caprichosamente, porque el jengibre, el clavo, el cardamomo y el 
sésamo se necesitan mutuamente, todo ello a la sombra del cocotero, 
en lo que se llama un shamba. También nos maravillamos con el árbol 
del chicle, del jabón y otro que produce unas semillas que al 
contacto con el agua explotan como si fueran petardos. Vemos piñas, 
limas, aguacates, papaya, tapioca y otras frutas nunca vistas cuyo 
nombre en español se me escapa. Observamos hasta 10 especies 
diferentes de plátanos, y nos sorprendemos de la agilidad de los 
niños que trepan en segundos hasta la cima de un cocotero de 9 
metros, con la simple ayuda de sus pies atados por una cinta de tela. 
Probamos la técnica y nuestro fracaso es total.

Después de haber visto las inmensas posibilidades que nos ofrece la 
naturaleza, y de avergonzarnos por nuestro escaso conocimiento de la 
misma, el broche de oro lo pone una deliciosa comida al aire libre 
donde se amalgaman sin mezclarse muchos de los olores y sabores que 
hemos probado previamente, vegetales al curry, pescado en leche de 
coco, piña fresca, en una orgía de fragancias y gustos que nos 
embriagan; en este estado catatónico nos dejamos decorar los brazos 
por tatuajes no permanentes, de hena, una sustancia que se utiliza 
como tinte, y que aguantará 2/3 semanas. Los pinceles recorren con 
gran precisión la piel, dibujando figuras geométricas de una 
tradición milenaria y que todas las mujeres de Zanzíbar siguen, 
pintándose manos, brazos, pies y piernas continuamente. El regreso a 
Zanzíbar Town en las camionetas de Mitu se hace especialmente duro 
por los baches continuos, el calor y la digestión, que nos lleva en 
un sopor permanente; una siesta de urgencia en el Guest House nos 
pone en forma para una nueva puesta de sol desde el Africa House, 
donde he quedado con los suecos, 2 gallegos que he conocido en el 
tour (ya me extrañaba a mí no encontrarme ninguno, viajeros 
impenitentes como somos por el mundo entero), y a la reunión se unen 
inesperadamente Kate, que ahora está en camino hacia Zimbawe, con 
salto incluido a Zanzíbar. No la acompaña Greg, se ha quedado con el 
camión en Dar es Salaam, cenamos en el Dolphins, uno de los múltiples 
pequeños restaurantes de Zanzíbar; la noche se puebla de estrellas, 
que desde esta perspectiva en el hemisferio sur parecen diferentes a 
las del norte; incluso creo descubrir un nueva constelación a la que 
bautizo Unicornio, ya que a mí al menos me lo parece. Con la 
satisfacción del descubridor de nuevos mundos me retiro.

Aunque sigo subyugado por Zanzíbar Town, decido irme 2 días a las 
playas del Este, porque necesito unos días de "dolce far niente", y 
me han dicho que es el sitio perfecto. El matatu que he contratado 
con otros viajeros cumple todos lo requisitos, música a todo volumen, 
conductor loco que ignora todas las normas de conducción, y un 
limpiaparabrisas que cuando empieza llover descubrimos que no 
funciona, por lo que ha de conducir con la cabeza fuera de la 
ventanilla; lo debe usar poco, así que la próxima vez que llueva 
seguro que estará en el mismo estado. Cuando llegamos a Jambiani, un 
poblado de 4 casas, paralelo a una playa de 15 km. de largo, que 
esporádicamente tiene grupos de cabañas sobre la misma playa, me 
percato de que es el sitio perfecto para no hacer nada. Para evitar 
tentaciones me voy a la última cabaña, Gomani House, regentada por 
una familia muy agradable, que está colgada sobre la playa con un 
comedor delicioso, y en el que una habitación, cuyas ventanas son 
simples agujeros abiertos al mar, y que se antojan suficientes porque 
la temperatura día y noche es muy agradable, sólo cuesta 8 dólares. 
El desayuno con frutas frescas es refrescante, y el ambiente 
totalmente relajado; los niños me preguntan si quiero ir a pescar, al 
arrecife o a bucear, y les digo que muchas gracias pero lo que voy a 
hacer es NOTHING. Me tiro en la playa, de una arena tan blanca que 
las gafas de sol son imprescindibles, y observo como los dhow se 
hacen a la mar con la marea alta para pescar los deliciosos peces que 
luego nos prepararán con curry y leche de coco. En la lejanía veo 
acercarse un grupo de gente paseando por la playa, y son la pareja de 
gallegos y otra pareja de Vitoria que están alojados en el mismo 
sitio, a media hora de camino por la playa; quedo en acercarme a 
cenar a su hotel por la tarde. 

Es imposible agobiarse en un sitio así, porque el ritmo de todo el 
mundo es tranquilo y pausado y te contagian; en el comedor me pongo a 
hablar con los hijos del dueño que juegan con un tablero y un grupo 
de guijarros, en un juego que se me antoja al menos tan complicado 
como el ajedrez, y aunque se empeñan en enseñarme, desisto enseguida. 
Una chica australiana que aparenta llevar bastante tiempo por allí me 
comenta que sí, que es un juego difícil, propio de pueblos bastante 
evolucionados; Zanzíbar, cuna de la cultura swahili, uno de los 10 
primeros idiomas del mundo, es uno de los sitios donde se preserva 
con más atención. El swahili nació a partir del bantú, mezclado con 
palabras árabes y persas, y su característica de lengua abierta le 
permitió incorporar palabras del portugués y del inglés. El nombre 
Zanzíbar proviene del vocablo "Zenji-bar", "tierra de gentes negras"; 
ya era mencionada en los relatos de Las mil y una noches y el poema 
épico de Camoens Os Luisiadas, y fue gobernada desde 1832 por el 
sultán de Omán y sus sucesivos descendientes con total desprecio 
hacia la población negra, a pesar de que el sultán Bargash firmara en 
1873 el tratado que pondría fin al comercio de esclavos en sus 
dominios. Con este currículum no es de extrañar que el acceso a la 
independencia en 1963 degenerara en revueltas populares que causaron 
la muerte de miles de árabes y la huida de muchos miles más, 
instalándose un gobierno revolucionario que, a la vista de las pocas 
perspectivas de futuro, decidió confederarse con Tanzania, regida en 
ese momento por Julius Nyerere y su proyecto socialista.

Distraído con la charla, no me percato de que la marea baja a un 
ritmo trepidante, y donde me bañaba hace sólo 3 horas es una 
superficie de arena salpicada de charcos, y los dhow que antes 
flotaban quedan varados a cien metros del agua; toda la población 
femenina del pueblo acude a marisquear en esa fértil franja de arena, 
provistas de cazos para guardar las piezas conquistadas, y envueltas 
en prendas con multicolores estampados que se reflejan en el agua 
como si caminaran sobre un espejo; esta es la principal diferencia 
con la costumbre gallega de marisquear en las playas, ya que en este 
caso suelen acudir las viudas de los marineros ataviadas de riguroso 
luto, por otra parte el marisco resulta igual de sabroso que el del 
Atlántico; la cena en el hotel de mis amigos españoles resulta 
deliciosa bajo la luz de las estrellas y uno, que ya va conociendo el 
percal, pregunta antes de empezar a cenar cuantas cervezas frías 
tienen en la nevera, y ante la respuesta de 6 les recomiendo que 
pongan al menos 12 más a enfriar, porque los españoles somos 
fanáticos bebedores de cerveza; me hacen caso y eso nos permitirá 
cenar hasta el final con cerveza fría. El retorno por la playa bajo 
la luz de las estrellas y oyendo el rumor del agua rompiendo contra 
el arrecife a 500 metros de la playa y la corona de espuma que se 
refleja, le hacen pensar a uno que si se puede dormir y comer bien 
con un presupuesto diario de 10 dólares, y que para estancias largas 
se pueden conseguir mejores precios, probablemente el gasto en un año 
no superaría las 200.000 pts; la tentación de quedarse allí es muy 
fuerte, pero todavía el ansía de ver otras partes del mundo y el 
apego a mi tierra hacen desechar la idea; eso sí, Zanzíbar quedará 
como uno de los lugares de una pequeña lista a los cuales ir si algún 
día decides hacerle un corte de mangas al primer mundo. 

El último día en Zanzíbar amanece nublado y es gozoso ver como el sol 
se faja con la nubes debilitándolas para hacer prevalecer su poderío 
y calentar esta tierra prometida. Antes del desayuno me voy a nadar, 
y parece como si una mano invisible me sujetara e impidiera salir del 
agua, es tal la sensación de bienestar que produce que a duras penas 
salgo y voy a desayunar; a las 10 se supone que me recogerá el 
Matatu, y ¡maldita sea!, por una vez en 1 mes es puntual. Me despido 
de la familia Gomani dándoles las gracias en swahili "Asante Sana" y 
diciendo adiós "Kwaheri". La espera en el aeropuerto de Zanzibar es 
bastante amena al principio porque está repleto de árabes que 
regresan cargados hasta los topes a sus países, en un vuelo de Katar 
airlines, un Jumbo que cuando despega, parece que no puede levantar 
su panza del peso que lleva; el grupo de azafatas es muy curioso, 
porque incluye una japonesa, 2 africanas, 2 europeas de aspecto 
nórdico, y 2 árabes, todas ellas tocadas con el gorrito y el velo 
típicos de los relatos de las mil y una noches. El tiempo va pasando 
y nuestro avión no llega; conozco a una pareja de catalanes que han 
venido unos días a Zanzibar a pasarlos con su hija, que trabaja para 
la ONG Intermón en los campos de refugiados de Goma, y que, como 
tantos otros que allí trabajan, ha extendido su contrato un año más 
entre otras razones porque se ha enamorado de otro español que 
trabaja allí; es increíble que en medio de toda esa miseria, o quizá 
por ello, puedan nacer sentimientos de amor entre 2 personas tan 
fuertes que te hagan renunciar a la vuelta a tu cómodo hogar; desde 
luego sus padres no lo entendían. 

A pesar de que el responsable de "Air Quizás" nos tranquiliza 
diciendo que el avión está en camino, que no nos preocupemos, "Akuna 
Matata", yo no las tengo todas conmigo; por fin, un rumor en el cielo 
nos hace levantar la vista a todos como si El Señor hubiera decidido 
compadecerse de nosotros y nuestro avión aparece en el horizonte; aún 
así no sé si llegaré a tiempo porque mi tren parte en 2 horas; por 
suerte, las operaciones de desembarque y embarque de pasajeros se 
realizan como en un autobús, unos entran por la puerta delantera 
mientras otros salen por la trasera, así que llego a Mombasa con 40 
minutos de adelanto sobre el horario, y aunque no tengo que decirle 
al taxista que vaya rápido, le doy mi permiso para que vaya todavía 
más rápido. El recorrido a ritmo de película de cine mudo por la 
ciudad de Mombasa me indica que debe ser un puerto bastante 
importante, además de punto de partida hacia el norte de la zona 
turística costera de Kenya, masificada casi como nuestra Costa Brava 
y centro del turismo de playas y sol.

El tren Lunático de Monbasa a Nairobi

Acomodado en mi compartimento de primera clase del tren, suspiro 
aliviado por haber llegado justo a tiempo, porque el tren hace su 
salida a la hora exacta, renqueando con su máquina de tiempos 
coloniales. Recorreremos los 600 km. que separan Mombasa de Nairobi 
en unas 12 horas, atravesando sabanas, junglas y desiertos a un ritmo 
lento pero constante. Con un poco de suerte podremos ver todo tipo de 
fieras salvajes después del amanecer. El tren atraviesa el puente de 
hierro que une Mombasa con el continente, con un crujido casi humano 
como si todas sus articulaciones se resintieran de los muchos años 
que han soportado el peso de los vetustos trenes. Con todo, uno se 
maravilla de cómo los británicos eran capaces de reproducir su estilo 
de vida con el menor detalle allá donde fueran, la India o Africa, 
Australia o Hong Kong. Las 3 clases, 4 en el pasado, ya que se podía 
viajar en el techo, separan suficientemente los grupos étnicos, ya 
que en tercera sólo hay bancos corridos de madera, en segunda los 
compartimentos son de 6 literas, y en primera se comparte con otra 
persona; el vagón comedor es totalmente colonial, forrado de madera, 
con ventiladores en el techo, y pequeñas lámparas que iluminan las 
mesas; los cubiertos son un compendio de la historia del ferrocarril 
en África Oriental, ya que están grabadas las iniciales de los 
diferentes nombres que ha tenido a lo largo de su historia, East 
Africa Railways, Uganda Railways, Kenya Railways, etcétera. 

Los camareros se ven incómodos en sus uniformes blancos de cuello 
cerrado; después de las sensaciones gustativas de los últimos días en 
Zanzíbar, todo sabe insípido y el estilo pretendidamente continental 
de la cena parece fuera de lugar, añoro un pescado al curry con leche 
de coco; el café en cambio es muy bueno, y eso me hace recordar que 
en Tanzania me fue imposible tomar un café que no fuera soluble, 
deben exportar prácticamente toda la producción para obtener divisas; 
una de las cosas que también me sorprendió en Zanzíbar es la planta 
de la piña, que tarda 12 semanas en producir una sola piña, que luego 
compramos enlatada en su propio jugo o natural por poco más de 100 
pesetas, y uno se pregunta cuanto cobrará de ese dinero el productor 
en su lugar de origen para que una vez sumados los costes de 
transformación y transporte y los márgenes de al menos 6 ó 7 
intermediarios nos cueste esas 100 pesetas. Sea lo que sea, seguro 
que es muy poco, típica herencia del sistema colonial de obtener las 
materias primas a precios mínimos para devolver los productos 
elaborados, eso sí, a precios europeos. Cuando leemos en los 
periódicos las enormes sumas de deuda externa de estos países 
podremos entender un poco mejor a que uso va parte de ese dinero.

Regreso al compartimento mientras atravesamos el desierto de Taru, un 
lugar inhóspito en que uno desearía no perderse y que agradece 
atravesar en el caballo de hierro. No tuvieron la misma suerte muchos 
expedicionarios que perecieron en manos de los Masai, dueños de estas 
tierras, o diezmados por la mosca tse-tsé, por lo que muchas 
caravanas se desviaban al sur, por la ruta de Tabora, a pesar de 
rodear varios cientos de kilómetros. La primera expedición europea 
que logró atravesar la zona para llegar a los grandes lagos lo hizo 
en 1883, seguida de otras que decidieron el trazado del ferrocarril a 
finales de siglo. Rápidamente se desarrollaron las zonas que 
atravesaría el tren, destacando una pequeña aldea de pastores que con 
el tiempo se convertiría en la capital de Kenya, Nairobi, la 
desmesurada metrópoli que hoy conocemos. Dejamos atrás el desierto de 
Taru, evitando las zonas más altas y montañosas con continuos 
quiebros del terreno, y penetramos en el parque natural de Tsavo, el 
más grande de kenya y sin duda uno de los más grandes de África.

Desde la protección de nuestro tren, pero a una velocidad 
suficientemente lenta para apreciar su belleza en detalle, observamos 
las manadas de antílopes y cebras que corretean levantando nubes de 
polvo, acostumbradas al paso del tren e ignorándolo totalmente, 
aunque no quedan tan lejos los tiempos en que los cazadores se 
apostaban en el parte frontal del tren con sus rifles disparando a 
todo bicho viviente sin preocupaciones ecológicas; los únicos 
disparos que se oían ahora eran los de las cámaras fotográficas, que 
hacían correr sus carretes sin descanso ante el espectáculo; un poco 
más tarde, cerca del río Tsavo que cruza el parque, asoma en el horizonte la masa pétrea del Kili, con su corona de plata que me
recuerda que hace sólo una semana estaba en su cima sintiéndome amo 
del mundo. El tiempo en África tiene una medida diferente a la que 
estamos acostumbrados; hay momentos en que se detiene, congelado en 
su devenir, hasta que algún dios se da cuenta, y con un movimiento de 
su muñeca, lo agita y vuelve a ponerlo en marcha; en cambio hay 
momentos en que va todo tan rápido que necesitas tiempo extra para 
poder digerir todo lo que percibes, en un círculo vicioso que le pide 
más tiempo al tiempo; quizás por ello este libro se escriba 10 meses 
después de mi viaje por África, las distintas piezas de mi 
rompecabezas africano han necesitado este período para ponerse en su 
sitio y dejarme ver claramente la imagen completa para intentar 
transmitirla.

El sobrenombre de tren lunático viene dado por lo descabellado de 
construir una línea ferroviaria entre el lago Victoria y el océano 
Índico con la tecnología existente a finales del siglo pasado; una de 
la razones principales para su construcción no era nada romántica, si 
no que obedecía a la necesidad de transportar tropas en pocos días 
desde la costa en caso de revueltas en Uganda, en vez de los meses y 
desgaste que conllevaría su transporte por tierra; con todo, su 
aprobación en 1893 generó agrios debates en Londres entre los que 
defendían su construcción y los que, con razón, argüían que su coste 
real sería muy superior al presupuestado. El bajo concepto que tenían 
los británicos de los nativos como trabajadores, hizo tomar la 
decisión de importar coolies indios, miembros de las castas más 
bajas, que en una cifra superior a 15.000 fueron traídos desde la 
India en los más de 6 años que duró su construcción. En el camino se 
quedaron más de 2.400 hombres, que fallecieron por enfermedades, 
accidentes y ataques de fieras salvajes. El coste supero los 5 
millones de libras, el doble de lo presupuestado. Conocer estos datos 
le ponen a uno los pelos de punta al saber los sacrificios que se han 
tenido que hacer para que te deslices por los raíles sentado 
cómodamente en tu asiento de primera clase.

De todas las calamidades sufridas en la construcción de la vía, la 
única que estuvo a punto de detenerla totalmente fue la aparición de 
los leones devoradores de hombres, que una vez probaron la carne de 
coolie decidieron que ese sería su desayuno todas las mañanas, 
sembrando el pánico entre los trabajadores que les atribuían poderes 
diabólicos. El relato de su persecución y abatimiento se narra en el 
libro "los devoradores de hombres de Tsavo", de Patterson, coronel 
del ejército británico encargado de la construcción de un puente 
sobre el río Tsavo. Los 2 leones del relato habían ya devorado 10 
trabajadores cuando estos fueron a la huelga y decidieron no trabajar 
más hasta que fueran abatidos, lo que Patterson consiguió después de 
varias noches apostado sobre un andamio, en el caso del primer león, 
y desde un árbol el segundo, al que tuvo que trepar cuando aún 
después de varios disparos que le acertaron el león cargó sobre él. 
Este libro ha servido como base a la película  "Los demonios de la 
noche".

Cuando dejamos Tsavo aparecen las llamadas Tierras Altas, pobladas de 
plantaciones de piñas y café, que se pierden en la lejanía; la luz de 
la mañana es muy fuerte y penetra por todos los resquicios del tren; 
un desayuno continental, con cuchara de la KR, pone nuestro reloj en 
marcha poco antes de penetrar en los barrios marginales de Nairobi, 
donde se amontonan las cabañas en una ordenación caprichosa y cuyos 
habitantes nos saludan con sus manos al paso del tren; como en todas 
las grandes ciudades, pero aquí quizás acrecentado por el crecimiento 
desmesurado de Nairobi, el cinturón de marginalidad sirve como 
recordatorio de que "no es oro todo lo que reluce". Renqueando, 
nuestro tren lunático llega a la estación central de Nairobi, 12 
horas y 600 km. desde nuestra salida de Mombasa, que nos han servido 
para apreciar toda la miseria y grandeza de este país que se 
despereza lentamente buscando su propio destino al margen de los de 
grandeza de tantos de sus dirigentes 

Con mis últimas monedas en la mano, me dirijo a un taxista que parece 
lo suficientemente flexible para negociar una tarifa de transporte al 
aeropuerto que es la tercera parte de la oficial; le enseño mis pocas 
monedas y le digo que es lo que hay, me mira con indolencia y dice la 
frase mágica "akuna matata", y nos subimos al taxi. Un gesto de 
generosidad por su parte que me termina de convencer de que en este 
país todo es negociable y siempre se puede llegar a un acuerdo 
satisfactorio para todas las partes. Con el deseo de que no cambien 
ciertos modos de vida, me despido del taxista, y al facturar mi 
equipaje a Madrid, me despido también de África, pero sé que no es un 
adiós, será un hasta pronto, África ha penetrado de tal manera en mi 
corazón que no podría pasar demasiado tiempo sin volver a verla, ¡se 
me rompería!.

Como colofón a este viaje, a modo de reflexión, hay una frase de 
Graham Greene que dice "África será siempre la de la época de los 
mapas de la era victoriana, el inexplorado continente vacío con la 
forma de un corazón humano"; para mí esto define perfectamente la 
sensación que tienes en África; aunque sepas que antes que tú 
millones de personas la han visitado y viajado por ella, esa 
Naturaleza te apabulla, te envuelve y te hace sentir como si fueras 
parte de ella, y ella parte de tí como algo indisoluble. El Mal de 
África está dentro de tí y nada ni nadie podrá arrancártelo.

Me gustaría terminar con unos proverbios Kikuyus oídos en Kenya, y 
que dicen bastante de la sabiduría popular en África:

Las mujeres y el cielo no son comprensibles.

El hombre es la cabeza de la casa, la mujer es el corazón.

La ley de los peces: el grande se come al chico.

Una vieja cabra no bala sin sentido (los viejos son sabios)

Una mujer cuyos hijos han muerto es más rica que una mujer estéril

Un amigo no es el que va a tus fiestas, sino el que te ayuda a 
construir tu casa

Madrid, 1997.

Bibliografía


Dinesen, Isak. Memorias de África. RBA Editores. 1995
Dinesen, Isak. Cartas de África. Alfaguara, 1993
Fossey, Dian. Gorilas en la niebla. Salvat. 1990.
Goytisolo, Luis. Mzungo. Mondadori. 1996
Hemingway, Ernest. Las nieves del Kilimanjaro. Caralt. 1995
Hemingway, Ernest. Las verdes colinas de África. Caralt. 1986.
Leguineche, Manuel. El camino más corto. Plaza&Janés. 1995.
Livingstone, David. El último diario del Doctor Livingstone. Grech, 1987
Moravia, Alberto. Paseos por África. Mondadori, 1988.
Patterson, J.H. Los devoradores de hombres de Tsavo. Mac Millan. 1979.
Reverte, Javier. El sueño de África. Anaya& Mario Muchnik. 1996.
Wood, Barbara. Bajo el sol de Kenia. Grijalbo, 1990.

Guías de Viajes

Africa on a shoestring. Lonely Planet. 1994
East African Handbook. Trade & Travel. 1994.
Kenia, Tanzania y Seychelles. Guías Fodor`s. El País/ Aguilar. 1992

Artículos
Altaïr. 
	Africa inquieta 		(nº 14).
	Cataratas Victoria 		(nº 21).
	El Congo 			(nº 17).
	La ruta de las especies 	(nº   1).
	Nostalgia de África 	        (nº 17).
	Tanzania 			(nº 10).
	Zanzíbar 			(nº 19).

Geo
	Kenya. Fotosafari		(nº   1).
	Kenya. Güepardos		(nº 68).
	Kenya. Valle del Rift	        (nº 83).
	Río Zaire.			(nº 63).
	Tanzania. Kilimanjaro	        (nº 18).
	Tanzania. Zanzíbar	        (nº 62).
	Uganda. Fauna africana	        (nº 96).
	Zaire. Ruwenzori.		(nº 11).

Rutas del Mundo. 
	Tanzania 			(nº72). 
	Uganda 			        (nº 65).
	Zanzíbar. 			(nº59). 

Viajar. 
	Parques de Tanzania 	        (nº 133)

 Diccionario de Urgencia 

Akuna Matata: No hay problema.
Asante sana: Gracias (en swahili).
Bwana: Señor.
Coolie: Indio de baja casta trasladado a trabajar a África.
Daktari: Doctor (en swahili).
Dhown: Falucho (en Inglés).
Elmoran: Guerrero Masai
Habari: ¿Cómo estás? (en swahili).
Hapana: No (en swahili).
Hatari: Peligro (en swahili).
Hena: Tinte utilizado para tatuajes en Zanzíbar
Jahazi: Falucho (en swahili).
Jambo: Hola (en swahili).
Kakazi: Viento monzón.
Kanga: Pareo que se usa en África Oriental.
Karibu: Bienvenido (en swahili).
Kikuyu: Una de las principales tribus de Kenya. 
kwaheri: Adiós (en swahili).
Matatu: Transporte público en África.
Mau-Mau : Movimiento independentista Kikuyu contra la colonización de Kenya.
Mensahib: Señora.
Muecín: Musulmán que llama a la oración desde los minaretes de madrugada.
Mzungu: Hombre blanco (en swahili).
Ndio: Sí (en swahili).
Ngweko: Acariciar (en Kikuyu).
Pombe: Cervez (en swahili).
Pole Pole: Con calma (en swahili).
Ranger: Guarda forestal (en África).
Safari: Viaje (en swahili).
Shamba: Plantación
Simba: León (en swahili).
Tembo: Elefante (en swahili).
Toto: Niño (en swahili).
Uhuru: Libertad.
Wazungu: Hombre blanco (en Kikuyu).
 Índice Cronológico


1832 	Comienza la dominación en Zanzíbar del sultán de Omán y
        sus descendientes hasta 1963.
1857	Fundación de Dar es Salaam.
1857	Burton y Speke comienzan la expedición para descubrir las 
        fuentes del Nilo.
1866	Llegada de David Livingstone a Zanzíbar con la fragata Thulé.
1873 	El sultán de Zanzíbar alcanza un acuerdo con los británicos 
        para abolir la esclavitud y obtener su protección a cambio.
1883	Primera expedición europea que logra llega a la región de los 
        grandes lagos.
1889 	Primera ascensión europea a la cima del Kilimanjaro.
1890 	Tanzania, con Burundi y Ruanda, se convierten en África del
        Este Alemana.
1893	Aprobación por el parlamento británico de la construcción del
        ferrocarril a Uganda.
1915	Llegada del tren lunático a Kampala, Uganda.
1920 	Kenya obtiene su nombre actual cuando pasa de protectorado
        británico al status de colonia.
1960	Zaire obtiene la independencia, pero tiene que afrontar en
        sus primeros años graves problemas como el intento de 
        secesión de la rica provincia mineral de Katanga en el norte 
        y de Kasai en el sur.
1961	Tanganika obtiene su independencia. 
1961	Dar es Salaam es nombrada capital de Tanganika.
1962 	Julius Nyerere se convierte en el primer presidente libre de 
        Tanganika, liderando un proyecto socialista hasta 1985, año 
        en que dimite reconociendo la desastrosa política económica 
        llevada a cabo.
1962	Kampala es nombrada capital de Uganda.
1963 	Independencia de Kenya. convocatoria de elecciones libres, 
        ganadas por Kenyatta, líder del KAU (Kenya Africa Union) 
        desde 1947. Fue primer ministro de Kenya hasta su 
        fallecimiento en 1978.
1963	Independencia de Uganda, seguida de un largo período de 
        inestabilidad política.
1963	Independencia de Zanzíbar, seguida de revueltas contra los 
        musulmanes.
1964	Tanganika se une con Zanzíbar para formar Tanzania.
1965	Amotinamientos del ejército en Zaire, aplastados por el 
        coronel Joshep Mobutu, que toma el poder.
1966	Obote suspende la constitución ugandesa, y destituye a la 
        Presidenta Buganda
1971 	Idi Amín toma el poder en Uganda, mientras el presidente
        Obote está fuera del país, en una conferencia de la 
        Commonwealth.
1972 	Idi Amín disuelve la asamblea nacional y expulsa a toda la 
        población asiática, más de 100.000 personas, eje del 
        comercio y los negocios en Uganda.
1978	Idi Amín, para distraer la atención de los problemas internos 
        de Uganda, lanza un ataque masivo contra Tanzania, repelido 
        fácilmente, que al final le lleva al exilio, primero en Libia 
        y luego en Arabia Saudí
1980	Elecciones en Uganda, ganadas por Obote, pero bajo 
        acusaciones de fraude electoral.

DEDICATORIAS

A Isak Dinesen, 
que en su descripción del aire de África 
de su novela "Memorias de África", 
me hizo soñar con respirarlo algún día.


A África y sus gentes, 
para que no me cure nunca de su mal.
  
Viajar no es tan sólo moverse en el espacio.
Más que eso, es acomodar el espíritu,
predisponer el alma y aprender de nuevo

Ortega y Gasset


Al recordar una estancia en las tierras altas africanas
te impresiona el sentimiento de haber vivido durante 
un tiempo en el aire. A mediodía el aire estaba vivo 
sobre la tierra, como una llama; centelleaba, se 
ondulaba y brillaba como agua fluyendo, reflejaba y 
duplicaba todos los objetos, creando una gran 
Fata Morgana. Allí arriba respirabas a gusto y
absorbías seguridad vital y ligereza de corazón. 
En las tierras altas te despertabas por la mañana
y pensabas: "Estoy donde debo estar".

Isak Dinesen, "Memorias de África"