GUERRILLEROS.

El patriotismo es el arma más eficaz de un pueblo.

por Fidel Cebrecos; Rev. Ejército, núm. 41, págs. 44-49.


Finalizaba el año 1809 y el balance era poco alentador para nuestras armas. En este año perdimos Zaragoza y Gerona tras sendos sitios que inmortalizaron sus nombres. La campaña de Talavera, de la que tan brillantes resultados esperaba la Junta Central, no produjo los grandes efectos deseados. Nuestros Ejércitos habían sido derrotados en Ciudad Real y Medellín, en Puente del Arzobispo y en Ocaña, en Alba de Tormes y en Belchite. La mayor parte del territorio patrio se hallaba en manos de los invasores.

Pero la lucha sostenida con tanta tenacidad por España no podía pasar como un hecho sin consecuencias en el resto de Europa. La suerte de ésta había venido a depender de un solo hombre, y la estrella de este hombre no se había oscurecido sino, como el sol, al llegar a las regiones occidentales.

Nuestros ejércitos habían sido obligados a guarecerse tras la doble barrera de los Montes Marianos y el Guadalquivir; y como incierta y dudosa, la fortuna les concedía en Galicia y Portugal los laureles que les arrebataba en Extremadura y Aragón. Pero si España no siempre vencía, luchaba siempre, y detener solamente a quien todo lo había arrollado hasta entonces, cortar el vuelo al águila y herirla, era prepararla a caer.

A la vista de aquella noble lucha tan briosamente llevada por nosotros, las demás naciones, avergonzadas de sí mismas, sintieron renacer sus fuerzas y hallaron pesado el yugo de la servidumbre. Austria, que no había perdido en Presburgo su orgullo de potencia militar, se alzó de nuevo contra el dominador universal. Pero éste, prevenido por ciertos indicios, con la rapidez del ave que tomó por emblema su genio, atravesó el Rhin. Incorporó a su Ejército las tropas del rey de Baviera, e inaugurando la campaña con las victorias de Tann y Abensberg, un mes después de su salida de París se hacía abrir a cañonazos las puertas de Viena.

¡Qué contraste ofrecieron entonces Austria y España! Aquella, potencia militar de primer orden, al cabo de cuatro o cinco batallas, suspende, fatigada, la lucha y reconoce a Znain la necesidad de la paz. Rinde a los tres meses las armas, mientras España, tras un año de incesante lucha, se muestra cada día más animosa y fuerte. En Austria pelea un Rey sin nación; en España pelea una nación sin Rey; sin embargo, Austria sucumbe, y España, con su patriotismo, se salva.

Pero en este año de 1809 las cosas se presentaban de tal manera, que parecía que España, agotadas sus reservas, iba a sucumbir...

No teníamos plazas fuertes y carecíamos de dinero.

¿Acaso contaba España con un talento militar capaz de colocarse frente a frente a Napoleón, de aquel genio colosal que parecía haber encadenado a sus pies la victoria, del constante vencedor de los primeros Capitanes de la época: del General ruso Souwaroff, de los prusianos Bulow y Blucker, de los Generales austríacos Melas y Mack, del rey Federico Guillermo de Prusia, del Emperador de Austria, del Zar Alejandro de Rusia, del Duque de Brunswick y del Gran Archiduque Carlos?

¿Dónde estaban los soldados adiestrados para hacer frente a las aguerridas huestes de Napoleón, vencedoras en cien combates?

Se improvisaban nuevos Ejércitos nutridos por bisoños, que sucumbían no por falta de valor, sino porque, apenas formados, salían a campaña sin la instrucción necesaria y sin la organización indispensable para combatir contra los veteranos del Imperio, cuya vida era, desde hacía años, el combate.

¿Qué nos quedaba, pues? Las guerrillas.

Materia prima. El hombre: Duro y sobrio es el español, altivo y dispuesto a la pelea en los trances en que su dignidad es hollada. Todos los terrenos, todos los climas encerraron en una latitud N. De 36º a 44º las razas más nobles y opuestas de la Humanidad, a que se debe su origen; su fusión etnológica y fisiológica han hecho del habitante de la Península un tipo tan indomable para defender la propia tierra como aventurero para volar a la extraña.

Por debajo del español más culto y más sensato se mueve y sobrepone su carácter y su sangre sobre todos los atavíos de la educación, sobre todo el dominio de la inteligencia, sobre toda la geometría de la experiencia. No todos los momentos ni todos los casos exaltan su individualidad; pero existe el resorte que sólo Dios sabe tocar, eligiendo la mano y la ocasión que le parece.

Esta era la nación y éste era el individuo que Napoleón, según confesión propia, desconocía esencialmente, y en cuya casa se entró deslealmente, juzgando empresa fácil y mezquina el apoderarse de ella.

El mismo coloso, nuestro gran enemigo, decía en Santa Elena: "Los españoles desdeñaron sus intereses para fijarse solamente en la injuria, se indignaron a la idea de la ofensa, se rebelaron a la vista de la guerra y corrieron todos a las armas. Los españoles, en masa, se condujeron como un hombre de honor. Nada tengo que decir de esto sino que ellos triunfaron, que han sido cruelmente castigados. ¡Ellos merecieron otra cosa!

Las guerrillas: Las guerrillas, que nos han dado nombre en el mundo, son en España una creación de la naturaleza de su suelo, de la índole de su raza y de su historia. La tierra quebrada y desigual, sembrada de ásperas montañas y pequeños valles, ofrece a la guerra defensiva abundantes medios para una dilatada lucha.

En todo el suelo español no hubo en aquella ocasión hombres capaz de empuñar un arma que no corriese a alistarse en alguna de las numerosas partidas que se formaron por doquier en derredor de los patriotas más ardientes del país.

Aquí es un labrador, allí un sacerdote, más allá un hacendado, junto a él, un médico o un herrero.

Y es ocioso que se formulasen reglamentos para este linaje de guerras, como lo hizo la Junta Central ( Reglamento del 28 de diciembre de 1808. Sus artículos más importantes estatuían que las partidas se compusieran de 50 jinetes y otros tantos infantes, cuyos Jefes tendrían la consideración de Alféreces y el sueldo diario de 15 reales, siendo de 10 y 6 según el Arma, el de sus subordinados. Cada uno tendría ascensos en proporción a sus méritos, y los que resultaran inválidos serían recompensados con empleos civiles. Se prohibía la admisión de soldados del Ejército en las partidas, y éstas deberían subordinarse a los Generales en Jefe, que les darían instrucciones, pero dejándoles libertad para operar. El botín cogido al enemigo se repartiría entre la tropa. Los Intendentes de cada provincia abonarían por una tarifa fija los caballos, armas y víveres cogidos al enemigo. Diversas circunstancias dejaron sin efecto el Decreto de 28 de diciembre. En su lugar se publicó, el 17 de abril siguiente, uno en el que apelaba al Corso terrestre, que llegaba a autorizar todos los medios para dañar al agresor, se señalaban los deberes de las Autoridades y hasta los propietarios para con los guerrilleros, respecto a víveres, alojamientos, etc.).

La guerra, que de parte de los franceses era ofensiva, se convirtió en defensiva, sin llegar a dominar más que la tierra que pisaban, por causa de las guerrillas, que no cesaban un momento de acosarlos.

Formaba la guerrilla un hombre por algún título estimado; uníasele gente de diversa condición: patriota, inquieta, codiciosa de nombre o de fortuna, pero toda valerosa y audaz. Ni el caudillo pide antecedentes, ni el recluta averigua el genio o la instrucción del que le va a dirigir.

Mal armados, sin uniforme y con escaso equipo, sin bagajes ni almacenes, se lanzan a las empresas más arriesgadas confiando sólo en Dios, en la Patria y en su brazo.

Detrás de ellos, en verdad, está el país entero, que los arma, los viste, los alienta y los informa de la situación y estado del enemigo.

A la vista de éste se le ataca y se le persigue. Las victorias exaltan y envanecen; las derrotas no abaten. Si alguien cuenta una desgracia, no se cree. Llena su alma una fe viva en el triunfo, y esta fe es la causa principal de su victoria.

Eso son las guerrillas y eso es España. A los Ejércitos –dice Ortiz de la Vega- sucedían las guerrillas que ocasionaban la muerte de los imperiales. No podían moverse sin haber reunido antes numerosas fuerzas; una Compañía rezagada, un Batallón extraviado, ya no volvían a juntárseles.

Acometían a veces el grueso de las tropas francesas a las guerrillas, y éstas no oponían resistencia, envalentonadas las tropas enemigas, las perseguían, y de repente los imperiales, que creían tenerlas delante en retirada, se las encontraban atacándoles la retaguardia.

Oigamos al general Conde de Clonard:

"Los guerrilleros prestaban inminentes servicios, ya bajo el aspecto moral, ya bajo la relación material de las operaciones militares.

Ora victoriosos, ora vencidos, pero siempre ávidos de nuevos combates, mantenían vivo y ferviente el entusiasmo público y eran, sin advertirlo, los apóstoles de esta noble cruzada; así, la creación de la guerrilla, considerada moralmente, fue de la más alta importancia.

Aunque no de tanto precio sus servicios materiales, fueron también de muchísima consecuencia. Desprendiéndose de una roca, brotando del seno de una garganta, aprovechándose de todos los accidentes del terreno, los guerrilleros interceptaban las comunicaciones y detenían correos enemigos, se arrojaban intrépidamente sobre los flancos o la retaguardia de los Ejércitos imperiales y prodigaban su sangre cuando la ocasión lo requería."

Dice el ilustre Toreno:

"Había guerrillas en cada provincia, en cada comarca, en cada rincón. Algunas llegaron a contar hasta dos y tres mil hombres. Puede afirmarse que sin las guerrillas hubiera corrido riesgo la causa nacional. Tranquilo y poseedor el enemigo del país, se hubiera aprovechado de todos los recursos, transitando por él pacíficamente, y dueño de mayores fuerzas, ni nuestros Ejércitos hubieran podido resistir a la superioridad de los franceses, ni los aliados nuestros se hubieran mantenido resueltos a contribuir a la defensa.

Asaltados por las guerrillas en todos los lugares, se vieron forzados los enemigos a establecer, de trecho en trecho, puestos fortificados, a fin de asegurar por este medio sus caminos militares y los depósitos de víveres y aprestos de guerra."

Oigamos al Sr. Chao (continuador de la "Historia General de España", del P. Mariana):

"A la febril movilidad de las guerrillas y a su osadía se debe que, en medio de las desgracias que llenaron las campañas de 1809 y de tener 200.000 soldados en España Napoleón, no hubiese llegado a poseer, si así puede llamarse, la tercera parte de nuestro territorio."

En parecidos términos se expresa el Coronel prusiano Schepeler, y el tirano de Valladolid Kellerman, que las comparaba con una hidra cuando escribía al Emperador, y tantos otros que podríamos citar.

Para la completa conquista de la Península se necesitaba acabar con las guerrillas; cierto que para acabar con éstas era preciso terminar con España (No falta escritor que opina que las guerrillas de 1808 causaron un daño terrible al aparecer en nuestras luchas civiles, nosotros les diríamos que más bien sería consecuencia del antiguo personalismo ibérico y de nuestro altivo carácter.).

 

Nada más lejos de nuestro ánimo pretender que las guerrillas, por si solas, hubieran bastado para vencer a Napoleón, como se podría interpretar, por el calor con que las defendemos. España necesitó, para derrotar al invasor, de un hombre de la serenidad de Castaños, en Bailén; del temple de Palafox, en Zaragoza, para contestar al lacónico mensaje que Verdier le envió durante el primer sitio: Paz y capitulación, con este escrito espartano: Guerra y cuchillo; del tesón del Brigadier D. Mariano Alvarez de Castro, en Gerona; de Wellington, Blake y tantos otros ilustres Generales.

Pero estos Generales, con tropas de nueva recluta, no hubiesen sido capaces de derrotar al mejor Ejército del mundo sin el apoyo eficaz de los guerrilleros, que no daban descanso al enemigo, y la asistencia de un pueblo con hombres como el Tío Jorge (Jorge Nicolás Ibort era un honrado labrador, sin letras, pero de buen sentido y despejada inteligencia; su valor le elevó al puesto de guarda personal del general Palafox.) y el lego de San Agustín (Fray Ignacio de Santa Romana se destacó de una manera particular en uno de los innumerables ataques franceses a la plaza de Zaragoza, dando origen a un episodio de los más gloriosos de la defensa. Cundía el pánico de defensores. En medio del desorden y del terror se destaca la figura del lego, quien, al frente de siete mozos, de siete héroes, se encararon con los franceses, luchando uno contra cien y ofreciéndose en holocausto de la Patria, como los espartanos de las Termópilas; ante este acto de heroísmo, los defensores se rehicieron, llegando algunos, en verdaderos arranques de valor, a precipitarse sobre el enemigo, llegar hasta sus cañones y abrazarse a sus bocas para hacer variar la dirección de sus fuegos.); mujeres que se desgarraban los vestidos para que sus pedazos sirviesen de tacos de fusil; pueblos que por voluntad propia comían el pan de munición de la tropa y morían de peste sin rendirse ( Solo en el recinto de Zaragoza ocasionó la peste, designada con el nombre de fiebres heroicas, 40.000 muertos. La verdadera enfermedad –dice el Dr. Royo Villanueva- fue el tabardillo pintado, o tifus exantemático, por algunos llamado fiebre de los campamentos y de los Ejércitos.), como sucedió en Zaragoza.

Los guerrilleros: Desde los tiempos más remotos existe en España el guerrillero. Guerrillero fue Viriato, y guerrilleros, los Jefes de mesnada, los Adelantados, los Condes y Señores de la Edad Media. Las guerras en países extraños llevaron a América, Italia, Flandes y Alemania a todos nuestros bravos. Pero aquellos gloriosos paseos por el mundo cesaron, y España volvió a España, donde se aburría, como el militar retirado en la paz del hogar.

Vino Napoleón y despertó a todo el mundo –dice Pérez Galdós- la frase castellana echarse a la calle; es admirable por su exactitud. España entera se echó a la calle y al campo. El guerrillero abandonaba familia y hogar y daba su vida por la Patria, y al exhalar el postrer aliento, sólo pedía un puñado de tierra y una cruz, y expiraba, como dijo el poeta:

El astro de la noche por lumbrera.

La piedad de los cielos por corona.

No había región en España que no contara con numerosos guerrilleros. Cataluña tenía en jaque constante al enemigo. Un catalán de Igualada, Juan Llimona, sabedor de la salida de Barcelona de Schwartz, reunió a los mozos de su casa, excitó su patriotismo y levantó un somatén El somatén es una reunión de gente armada sin organización militar, creada para defender su territorio. Se reúnen a toque de campana, tocando a somatén, que en catalán significa estar alerta.). para apoderarse de las alturas del Bruch e impedir el paso de los franceses; posesionados del Bruch del Dalt, y después de sembrar la carretera de troncos, aguardaron a los franceses, a los que diezmaron y pusieron en fuga. Era la primera vez que una turba mal armada humillaba en España las águilas imperiales. Una segunda expedición de dos Divisiones fue igualmente rechazada; ya se habían unido a los Llimona los somatenes de Igualada y Manresa, más 400 voluntarios de Lérida.

Hoy, en aquellas alturas existe una lápida, en la que se lee:

Viajero, párate, sí:

Que el francés también paró.

Y el que por todo pasó

No pudo pasar de aquí..

Guerrilleros catalanes fueron también D. Juan Baget, Llovera, Clarós, Casabona, Malet, Felonch, y su mujer Susana Claretona, a la que la Junta Central concedió el empleo de Oficial, mandando publicar en la Gaceta sus relevantes hechos.

Navarra tuvo la honra de ver nacer en su suelo al Napoleón de los guerrilleros españoles, D. Francisco Espoz y Mina. Hijo de labradores acomodados, el año 1810 abandonó su hogar al enterarse de que su sobrino Javier (Mina el Mozo) había caído prisionero de los franceses, y se puso al frente de las fuerzas que aquél había acaudillado.

Dio tanto que hacer al enemigo, que Reille, Gobernador militar de Pamplona, reunió 30.000 soldados de los más aguerridos para batirle. Uno de los primeros actos que le dieron fama fue el apresamiento de un importante convoy, custodiado por franceses, a los que derrotó e hizo 800 prisioneros; poco después recibió un oficio de la Regencia nombrándole Coronel. Combatió a los falsos guerrilleros que deshonraban el nombre de éstos, y logró prender al cabecilla Echevarría, al que fusiló en Estella. En 1811, los franceses pusieron precio a su cabeza en 6.000 duros, aunque sin resultado alguno.

Derrotó al General francés Abbé en Mandivil, se apoderó de Sos, rindió Tafalla, batió al enemigo en Lerín y Lodosa, y salió vencedor en 43 acciones, no obstante tener enfrente los más famosos Generales franceses.

Afiliado al partido liberal, se empequeñece la figura del veterano guerrillero; ya no es el campeón de su patria, sino el de un partido más o menos popular. Huído a Francia por sus ideas liberales, regresó a España en 1820, siendo nombrado Capitán General de Navarra y Galicia.

El mejor elogio lo hizo su rival Zumalacárregui, que decía en una proclama al saber su dimisión: "Dios nos ha presentado por contrario a Mina, que era el que sólo podía balancear nuestra victoria; Mina, que a su talento militar une una reputación colosal, acaba de caer."

El guerrillero, sin duda, más popular de la Independencia fue Juan Martín Díaz, El Empecinado (el sobrenombre de empecinado lo debió a un arroyo o pecina que había en Castrillo de Duero, su pueblo natal). En abril de 1808 se lanzó al campo en compañía de algunos paisanos; aumentada su partida, tomó parte en los combates de Cabezón y Ríoseco. Auxilió a Merino en la toma de Roa, apresó convoyes, mató al General Chi, ayudante de José Bonaparte. Noticiosa la Junta de sus hazañas, le nombró Capitán del Ejército. Realizó operaciones ofensivas en Salamanca y Guadalajara, donde creó un núcleo de numerosas fuerzas, formando dos batallones, a los que tituló: Tiradores de Sigüenza y Voluntarios de Guadalajara. Para apoderarse de El Empecinado enviaron los imperiales al General Hugo (Padre del famoso poeta), todo sin resultado. Acudió en socorro de Tarragona, sitiada, y el 11 de mayo fue ascendido a Brigadier; le autorizó además la Regencia para reunir hasta 10.000 hombres, enviándole tres piezas de artillería y disponiendo que sus tropas formaran la 5ª División del 2º Ejército. Se apoderó de Calatayud, salvó a Cuenca, cercó la guarnición francesa de Guadalajara y derrotó al enemigo en Alcalá de Henares. Según Salustiano Olózaga, la palabra Empecinado llegó a ser sinónimo de patriota.

Entre los que militaban con é distinguíase el valeroso D. Saturnino Abuin, el Manco (Recibió este nombre por haberse inutilizado la mano izquierda al disparar un trabuco mal cargado, en el combate de Casar de Talamanca.), de quien los franceses dijeron: "Si este hombre hubiese militado en las banderas de Napoleón y efectuado tales proezas, ya sería Mariscal de Francia."

Abolida la Constitución de 1812 por las Cortes de Cádiz, el General D. Juan Martín pidió el restablecimiento, lo que le acarreó el destierro a Valladolid, Portugal y, más tarde, a Aranda de Duero. Cuando se dirigía a esta última ciudad, fue preso por el Corregidor de Riva, su enemigo personal. El 19 de agosto del año 1825 fue conducido al cadalso. Gracias a sus enormes fuerzas, pudo romper las esposas e intentó huir, arrebatando la espada al Jefe de la escolta; pero cien bayonetas lo habían atravesado, y lo que no lograron los enemigos en ocho años, lo pudieron sus mismos compatriotas. Aun acribillado a bayonetazos, llevaron al cadalso su cadáver y lo ahorcaron... a un muerto. Hecho ocurrido en Roa, en aquella población que él había salvado unos años antes.

Otro de los paladines de nuestra cruzada fue D. Jerónimo Merino (el cura Merino); contaba por entonces treinta y nueve años; era nervioso, delgado y muy velludo. Comenzó sus hazañas con su sobrino y unos pocos paisanos. Poco después su partida se vio incrementada con voluntarios procedentes de Lerma, Aranda y Roa, y tanto llamaron la atención de Napoleón sus hazañas, que ordenó a Roquet lo capturase, poniendo en movimiento 20.000 hombres.

Atacó en Quintanar del Puente a un gran convoy destinado a Ciudad Real, cayendo todo en su poder y distribuyendo entre sus campesinos los caballos de tiro (Por este hecho fue nombrado Coronel). Furiosos, los Generales Roquet y Kellerman se lanzaron en su captura; Merino subdividió la partida, se refugió en la sierra de Quintanar; no pudiendo destruir al hábil guerrillero, se retiraron, y el famoso cura salió de nuevo a campaña con 400 guerrilleros. Sabedor que un Coronel se dirigía a Ontoria con numerosas fuerzas, le salió al paso en Barbadillo; adentrados los dragones en un bosque, ordenó derribar pinos, ya cortados de antemano, a su retaguardia, y atacó con tal denuedo a los franceses, que sólo escaparon con vida 20 de ellos (Por lo que fue ascendido a Brigadier).

Posteriormente se apoderó de otro convoy, custodiado por 1.000 hombres. Aprisionó a un Batallón de polacos. En premio de sus numerosas victorias, fue nombrado Gobernador militar de Burgos, cargo que desempeñó hasta 1824.

¿Cuál de las provincias presentó mayor número de guerrilleros? Sería cuestión harto difícil de dilucidar. Citaremos, para terminar, al Alcalde de Otivar, los guerrilleros de Ronda, Jáuregui con sus famosos bocamarteros, Mir, Porlier, Francisquete, Villacampa, El Fraile, Aróstegui en Vizcaya, Pastrana en la Mancha, etc., etc.

Decía Danton, el famoso convencional francés: "Para triunfar sólo se necesita audacia, audacia y audacia." España demostró al mundo que un pueblo, para triunfar, sólo necesita PATRIOTISMO, PATRIOTISMO Y SIEMPRE PATRIOTISMO.