El Futuro

     A las puertas del s.XXI la Compañía se prepara para seguir colaborando con el Señor en su deseo de llevar a todos a la gloria del Padre. La concreción de este deseo significa trabajar - más intensamente aún - por proclamar su Reino, anunciando la Buena Noticia y oponiéndonos a toda forma de mal.

     Las exigencias de anunciar el Evangelio y de luchar contra el mal y todas sus formas siguen vivas y presentes en nuestros tiempos. Ellas requieren de nosotros, de una parte, enraizarnos con más firmeza en el Señor (a través de una profunda e intensa vida de oración que nos permita hacer frente, con optimismo, a las dificultades y heridas propias del trabajo), y de otra parte, y como exigencia de una fe intensamente vivida, requiere de nosotros una acción clara, firme y decidida en favor de los más desvalidos de nuestra sociedad: pobres, campesinos, indígenas, desempleados, ancianos, mujeres, niños, drogadictos, encarcelados, etc.

     En esta tarea muchos compañeros caerán en el camino y seguramente pasarán a engrosar las páginas de nuestros mártires, dando testimonio del esfuerzo de la Compañía por ayudar a construir la nueva sociedad del s. XXI, en donde todos tengan lo necesario para vivir con dignidad, en donde la violencia sea totalmente erradicada y en donde Dios reine para siempre en medio de los hombres.

     Mirando lo que nos espera, nuestra preparación deberá ser aún más exigente, y debemos ser capaces de manejar con eficacia nuestros saberes y disciplinas y de formarnos en ellos con excelencia académica.

     Nuevos desafíos exigirán nuevas formas de apostolado, pero el fin de la Compañía se mantendrá firme: defender y extender la fe con todos los medios honestos que estén a nuestro alcance, y promover la justicia que nuestra misma fe exige, en todos los niveles de nuestra sociedad.

     La tarea es inmensa. Para llevarla a cabo el Señor necesita de brazos y los obreros disponibles somos pocos. Por eso, la colaboración de la Compañía con los laicos se hace cada vez más urgente y necesaria; y por eso también no dejamos de pedirle al Señor que envíe más obreros a su Compañía -pero obreros generosos, valientes y de calidad, que sean una verdadera ayuda para él.

     Somos conscientes que Dios es quien lleva el peso de esta lucha y que es él quien nos da su gracia para ayudarlo. Por eso debemos dejarnos llevar, como dice Ignacio, de "la mano omnipotente de Cristo Dios y Señor nuestro, (y)... en él solo poner la esperanza" [Co. 812], una esperanza que nos hace saborear de antemano la victoria y la alegría de poder entrar todos, con Cristo, en la gloria del Padre.