Ni la intimidad de tu frente clara
como una fiesta
ni la costumbre de tu cuerpo, aun
misterioso y tacito Y
[de niña,
ni la sucesion de tu vida asumiendo
palabras o silencios
seran favor tan misterioso
como mirar tu sueño implicado
en la vigilia de mis brazos.
Virgen milagrosamente otra vez
por la virtud absolutoria
[del sueño,
quieta y resplandeciente como una
dicha que la memoria
[elige,
me daras esa orilla de tu vida
que tu misma no tienes.
Arrojado a quietud,
divisare esa playa ultima de tu
ser
y te vere por vez primera, quiza,
como Dios a de verte,
desbaratada la ficcion del Tiempo,
sin el amor, sin mi.
LAS COSAS
El bastón, las monedas, el
llavero,
la dócil cerradura, las
tardías
Notas que no leerán los
pocos días
que me quedan, los naipes y el
tablero,
un libro y en sus páginas
la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que
arde
una ilusoria aurora. ¡cuántas
cosas,
láminas, umbrales, atlas,
copas, clavos,
nos sirven como tácitos
esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá
de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos
hemos ido.
ARTE POÉTICA
Mirar el río hecho de tiempo
y agua
y recordar que el tiempo es otro
río,
saber que nos perdemos como el
río
y que los rostros pasan como el
agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar
y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año
un símbolo
de los días del hombre y
de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, en un rumor
y un símbolo,
Ver en la muerte el sueño,
en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.
A veces en las tarde una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.
Cuentan que Ulises, arto de prodigios,
lloró de amor al divisar
su Itaca
verde y humilde. El arte es esa
Itaca
de verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río
interminable
que pasa y queda y es cristal de
un mismo
Heráclito inconstante, que
es el mismo
y es otro, como el río interminable.
1964
I
Ya no es mágico el mundo.
Te han dejado.
Ya no compartirás la clara
luna
Ni los lentos jardines. Ya no hay
una
Luna que no sea espejo del pasado,
Cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y
las cienes
Que acercaba el amor. Hoy solo
tienes
La fiel memoria y los desiertos
días.
Nadie pierde (repites vanamente)
Sino lo que no tiene y no ha tenido
Nunca, pero no basta ser valiente
Para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te
desgarra
y te puede matar una guitarra.
II
Ya no seré feliz. Tal vez
no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
Un instante cualquiera es más
profundo
Y diverso que el mar. La vida es
corta
Y aunque las horas son tan largas,
una
Oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra
flecha
Que nos libra del sol y de la luna
Y del amor. La dicha que me diste
Y me quitaste debe ser borrada;
Lo que era todo tiene que ser nada.
Sólo me queda el goce de
estar triste,
Esa vana costumbre que me inclina
Al sur, a cierta puerta, a cierta
esquina
DE QUE NADA SE SABE
La luna ignora que es tranquila
y clara
Y ni siquiera sabe que es la luna;
La arena, que es la arena. No habrá
una
Cosa que sepa que su forma es rara.
Las piezas de marfil son tan ajenas
Al abstracto ajedrez como la mano
Que las rige. Quizá el destino
humano
De breves dichas y de largas penas
Es instrumento de otro. Lo ignoramos;
Darle nombre de Dios no nos ayuda.
Vanos también son el temor,
la duda
Y la trunca plegaria que iniciamos.
¿Qué arco habrá
arrojado esta saeta
que soy? ¿Qué cumbre
puede ser la meta?
POEMA DE LOS DONES
A María Esther Vásquez
Nadie rebaje a lágrima o
reproche
Esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica
ironía
Me dió a la vez los libros
y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
A unos ojos sin luz, que sólo
pueden
Leer en las bibliotecas de los
sueños
Los insensatos párrafos
que ceden
La albas de su afán. En vano
el día
Les prodiga sus libros infinitos,
Arduos como los arduos manuscritos
Que perecieron en Alejandría.
De hambre y sed (narra una historia
griega)
Muere un rey entre fuentes y jardines;
Yo fatigo sin rumbo los confines
De esa alta y honda biblioteca
ciega.
Enciclopedias, atlas, el oriente
Y el occidente, siglos, dinatías.
Símbolos, cosmos y cosmogonías
Brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra
hueca
Exploro con el báculo indeciso,
Yo, que me figuraba el paraíso
Bajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombra
Con la palabra azar, rige estas
cosas;
Otro ya recibió en otras
borrosas
Tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
Suelo sentir con vago horror sagrado
Que soy el otro, el muerto, que
habrá dado
Los mismos pasos en los mismos
días.
¿Cuál de los dos escribe
este poema
De un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra
que me nombra
Si es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
Mundo que se deforma y que se apaga
En una pálida ceniza vaga
Que se parece al sueño y
al olvido.
EL SUR
Desde uno de tus patios haber mirado
las antiguas estrellas,
desde el banco de sombra haber
mirado
esas luces dispersas
que mi ignorancia no ha aprendido
a nombrar
ni a ordenar en constelaciones,
haber sentido el círculo
del agua
en el secreto aljibe,
el olor del jazmín y la
madreselva,
el silencio del pájaro dormido,
el arco del zaguán, la humedad
–esas cosas acaso, acaso, son el
poema.
LÍMITES
De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé
cuál) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido
a quién prefiera omnipotentes
normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños
y las formas
que destejen y tejen esta vida.
Si para todo hay término
y hay tasa
y última vez y nunca más
y olvido
¿quién nos dirá
de quién, en esta casa,
sin saberlo, nos hemos despedido?
Tras el cristal ya gris la noche
cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilatada por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos
nunca.
Hay en el sur más de un portón
gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está
vedado
como si fuera una litografía.
Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que se aguarda
en vano;
la encrucijada te parece abierta
y la vigila, cuadrifronte, Jano.
Hay, entre todas tus memorias, una
que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella
fuente
ni el blanco sol ni la amarilla
luna.
No volverá tu voz a lo que
el persa
dijo en su lengua de aves y de
rosas,
cuando el ocaso, ante la luz dispersa,
quieras decir inolvidables cosas.
¿Y el incesante Ródano
y el lago,
todo ese ayer sobre el cual hoy
me inclino?
Tan perdido estará como
Cartago
que con fuego y con sal borró
el latino.
Creo en el alba oír un atareado
rumor de multitudes que se alejan;
son los que me han querido y olvidado;
espacio y tiempo y Borges ya me
dejan.
EL INSTANTE
¿Dónde estarán
los siglos, dónde el sueño
de espadas que los tártaros
soñaron,
dónde los fuertes muros
que allanaron,
dónde el Arbol de Adán
y el otro Leño?
El presente está solo. La
memoria
erige el tiempo. Sucesión
y engaño
es la rutina del reloj. El año
no es menos vano que la vana historia.
Entre el alba y la noche hay un
abismo
de agonías, de luces, de
cuidados;
el rostro que se mira en los gastados
espejos de la noche no es el mismo.
El hoy fugaz es tenue y es eterno;
otro Cielo no esperes, ni otro
Infierno.
LA LUNA
A María Kodama
Hay tanta soledad en ese oro.
La luna de las noches no es la
luna
que vió el primer Adán.
Los largos siglos
de la vigilia humana la han colmado
de antiguo llanto. Mírala.
Es tu espejo.
MILONGA DE MANUEL FLÓREZ
MANUEL FLÓREZ va a morir.
Eso es moneda corriente;
Morir es una costumbre
Que sabe tener la gente.
Y sin embargo me duele
Decirle adiós a la vida,
Esa cosa tan de siempre,
Tan dulce y tan conocida.
Miro en el alba mis manos,
Miro en las manos las venas;
Con extrañeza las miro
Como si fueran ajenas.
Vendrán los cuatro balazos
Y con los cuatro el olvido;
Lo dijo el sabio Merlín:
Morir es haber nacido.
¡Cuánta cosa en su
camino
Estos ojos habrán visto!
Quién sabe lo que verán
Después que me juzgue Cristo.
Manuel Flórez va a morir.
Eso es moneda corriente;
Morir es una costumbre
Que sabe tener la gente.
AUSENCIA
Habré de levantar la vasta
vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré
de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado
vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me
aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas
con mis manos.
¿En qué hondonada
esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.
CERCANÍAS
Los patios y su antigua certidumbre,
los patios cimentados
en la tierra y el cielo.
Las ventanas con reja
desde la cual la calle
se vuelve familiar como una lámpara.
Las alcobas profundas
donde arde en quieta llama la caoba
y el espejo de tenues resplandores
es como un remanso en la sombra.
Las encrucijadas oscuras
que lancean cuatro infinitas distancias
en arrabales de silencio.
He nombrado los sitios
donde se desparrama la ternura
y estoy solo y conmigo.
DESPEDIDA
Entre mi amor y yo han de levantarse
trescientas noches como trescientas
paredes
y el mar será una magia
entre nosotros.
No habrá sino recuerdos.
Oh tardes merecidas por la pena,
noches esperanzadas de mirarte,
campos de mi camino, firmamento
que estoy viendo y perdiendo...
Definitiva como un mármol
entristecerá tu ausencia
otras tardes.
EL AMENAZADO
Es el amor. Tendré que ocultarme
o huir.
Crecen los muros de su cárcel,
como en un sueño atroz. La hermosa
máscara ha cambiado, pero
como siempre es la única. ¿De qué
me servirán mis talismanes:
el ejercicio de las letras, la vaga
erudicción, el aprendizaje
de las palabras que usó el áspero Norte para
cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la
Biblioteca, las cosas comunes,
los hábitos, el joven amor de mi
madre, la sombra militar de los
muertos, la noche intemporal,
el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo
es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra
sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la
voz del ave, ya se han oscurecido
los que miran por las ventanas,
pero la sombra no ha traido la
paz.
Es, ya lo se, el amor: la ansiedad
y el alivio de oir tu voz, la espera y la
memoria, el horror de vivir en
lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías,
con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me
atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan
las hordas.
(Esta habitación es irreal,
ella no la ha visto).
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
EL CÓMPLICE
Me crucifican y yo debo ser la cruz
y los clavos.
Me tienden la copa y yo debo ser
la cicuta.
Me engañan y yo debo ser
la mentira.
Me incendian y yo debo ser el infierno.
Debo alabar y agradecer cada instante
del tiempo.
Mi alimento es todas las cosas.
El peso preciso del universo, la
humillación, el júbilo.
Debo justificar lo que me hiere.
Soy el poeta.