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Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, se despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehuyen, se evaden, y se entregan.
No sé, me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como
magnolias o como pasas de higo; un cutis de
durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero, al hecho
de que amanezcan con un
aliento afrodisíaco o con un aliento
insecticida. Soy perfectamente
capaz de soportarles una nariz que sacaría
el primer premio en una
exposición de zanahorias; ¡pero
eso sí! - y en esto soy irreductible –
no les perdono, bajo ningún pretexto,
que no sepan volar. Si no saben
volar ¡pierden el tiempo las que pretenden
seducirme!
Esta fue - y no otra – la razón de
que me enamorase tan locamente, de
María Luisa.
¿Que me importaban sus labios por entregas
y sus encelos sulfurosos?
¿Que me importaban sus extremidades
de palmípedo y sus miradas de
pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera
pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a
la cocina, volaba del comedor
a la despensa. Volando me preparaba el baño,
la camisa. Volando
realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con que impaciencia yo esperaba que
volviese, volando de algún paseo
por los alrededores! Allí lejos, perdido
entre las nubes, un puntito
rosado. “¡María Luisa! ¡María
Luisa!... y a los pocos segundos, ya me
abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme,
volando, a cualquier
parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos
una caricia que nos
aproximaba al paraíso; durante horas
enteras nos anidábamos en una
nube, como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta, el
aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Que delicia la de tener una mujer tan
ligera... aunque nos haga ver,
de vez en cuando las estrellas! ¡Que
voluptuosidad la de pasarse los
días entre las nubes... la de pasarse
las noches de un solo vuelo!
Después de conocer a una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase
de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad
que no hay una diferencia
sustancial entre vivir con una vaca o con
una mujer que tenga las
nalgas a setenta y ocho centímetros
del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer
pedestre, y por más empeño que
ponga en conseguirlo, no me es posible
ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse
el amor más que volando |
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I
Tendido,
entre lo blanco,
la vi.
Se aproximaba.
Las pupilas baldías,
el cuerpo inhabitado,
sin cabellos,
sin labios,
inasible,
vacía;
junto a mí,
a mi lado...
!Toda hecha de nada!
Se sentó.
Me esperaba?
La miré.
Me miraba.
II
Ya estaba entre sus brazos
de soledad,
y frío,
acallada las manos,
las venas detenidas,
sin un pliegue en los párpados,
en la frente,
en las sábanas;
más allá de la angustia,
desterrado del aire,
en la soledad callada,
en vocación de polvo,
de humareda,
de olvido.
III
Era yo,
la voz muerta,
los dientes de ceniza,
sin brazos,
bajo tierra,
roído por la calma,
entre turbias corrientes,
de silencio,
de barro?
Era yo,
por el aire,
ya lejos de mis huesos,
la frente despoblada,
sin memoria,
ni perros,
sobre tierras ausentes,
apartado del tiempo,
de la luz,
de la sombra;
tranquilo,
transparente? |