Donde Crece el Ombú  (II)


                                       Iglesia de San Isidro  (E.Vidal 1817)

Ubicado en el nacimiento del estuario del Plata, como obligada estación para el ascenso por el río Paraná o para el descanso hacia el océano Atlántico, el puerto de San Isidro fue desde la época colonial –y hasta nuestros días- una codiciada plaza económica.

Su proximidad con la uruguaya Costa del Carmelo facilitó desde el siglo 18 la introducción de contrabando inglés y portugués en las mismísimas barbas de la Corona española.

Sin embargo en 1806, cuando la flota británica intentó convertir Buenos Aires en cabeza de puente del librecambio en el Plata, fue San Isidro el lugar donde se lanzó el grito de la Resistencia. Y fueron los paisanos de la Costa, reclutados por Juan Martín de Pueyrredón y conducidos por Santiago de Liniers, quienes encabezaron la lucha por la Reconquista de Buenos Aires, que culminó exitosa en el invierno del mismo año.

Algunos historiadores ven en la heroica gesta de Perdriel y en la marcha desde la chacra de los Márquez hasta la Plaza Mayor porteña (hoy Plaza de Mayo) la semilla de la revolución patriótica de 1810.

De la costa de San Isidro, también, partieron los míticos 33 Orientales que iniciaron la campaña por la definitiva emancipación de "la otra Banda" (hoy, República Oriental del Uruguay).

Cuando Juan Manuel de Rosas alcanzó la suma del poder público en la provincia de Buenos Aires, fue San Isidro el refugio y puerta que usaron cientos de exiliados para poner a salvo el pellejo, como bien documenta la novela Amalia, de José Mármol, escrita en una casa de San Isidro (de éste lado del río) y publicada por fuerza en Montevideo (del otro lado del río).

Tras sucesivas refacciones, la iglesia fundada por Domingo de Acassuso había llegado a tener dos torres, campanario y reloj. Sin embargo, algunas grietas amenazantes persuadieron al párroco y a viejos vecinos de que era necesario construir un nuevo templo; el tercero sobre la barranca que mira al río, el definitivo.

Los soles invernales de 1896 vieron crecer hacia el cielo la impresionante aguja de la nueva iglesia, de una perfección gótica que no tenía nada que envidiar a las del Viejo Mundo.

Pocos meses después, el pueblo entero asistió desde la plaza al izado de la gran campana. Y lo celebró con la alegría del aldeano, con la alegría del labrador que ve cercano el fruto de su siembra.

Finalmente el 15 de mayo de 1897, Día de San Isidro Labrador, la campana repicó solemne, echando a volar palomas y gorriones de la ribera.

Repicó, llamando a misa al laborioso pueblo de las roxas y las chacras, a ese pueblo valiente al que no pudieron doblegar tiranos ni invasores.

El río escuchó el llamado. Como dos siglos antes. Como un siglo después. Para siempre.


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