Tyander es el nombre que, tras poco más de diez años, acabé dándole a un mundo inventado que ha estado creciendo en mi mente desde entonces.

Los mundos imaginarios son algo más o menos común en la literatura fantástica. Si hablamos de historias tan lejanas como las de Conan, de Robert E. Howard, nos daremos cuenta de que el mundo en el que habita Conan, a pesar de ser algo así como una Tierra muy antigua y que incluye lugares reales que podemos identificar como Escocia, Irlanda, Alemania y España, y otros no tan reales pero que podemos reconocer, como la Atlántida, es un mundo con su propia geografía y sus propias leyes naturales, sociales y mágicas.

A partir de la publicación de El Señor de los Anillos, de J.R.R. Tolkien, novela ubicada en un mundo inventado llamado Tierra Media (que contaba con sus propias lenguas, sus propios sistemas de escritura, su propia topografía y su propia mitología) la mayor parte de los autores de fantasía se sintieron obligados a incluír un mapa en sus novelas y a inventar un mundo más o menos coherente con sí mismo donde ubicar sus historias, que de pronto entraron dentro del la clase de literatura que Tolkien denominaría "subcreación".

Tyander, mi mundo, nació un par de meses después de mi lectura de El Señor de los Anillos, hace ya doce años. Poco a poco, ha ido creciendo, y lo he utilizado como escenario de algunas de mis historias. Lo que sucederá con él en el futuro aún no lo sé; de cualquier forma, es muy agradable contar con su compañía.



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