Oscar Colmenárez Colaboración..... De: Giancarlo Cappello Flores - Gcappell@correo.ulima.edu.pe RELATOS Y FUNDACIONES Un relato puede ocurrir en un camino, una cueva, un remanso, una casa espaciosa, un palacio, una fortaleza de corredores y cámaras secretas. Mazmorra, gruta, altar, hoguera, el espacio de un buen relato está construido para acogernos: los lectores nos sentimos rodeados del poder de su geografía. Respiramos en su interior. Vemos, oímos, olemos, percibimos desde su clima. Las reglas de un relato son, ante todo, físicas. Están impuestas por sus fronteras: las paredes de un dormitorio, las inmensidades húmedas de una selva, el piso alfombrado de una oficina. Dinámico o estático, exterior o interior, el relato crea un espacio para siempre. Este espacio es inseparable de sus detalles esenciales: las ondas luminosas que deja el río Mississippi en Mark Twain, los adoquines de una calle de Paris en Balzac, el borde inmundo de una pared en un barrio londinense en Dickens. La aspiración, el logro de un escritor es fundar ---revelar--- un territorio. Ese territorio es inconcebible sin un tiempo. Todo espacio transcurre. Gira. Retrocede. Avanza. Progresa. Retorna. Al final de un buen relato, ningún personaje o escenario tiene la forma, la identidad, el aspecto que tenía al principio. El tiempo es la premisa de la dramatización y de sus hijas: la intriga, la expectativa, la sorpresa. El tiempo de un buen relato anula y reemplaza el tiempo de la lectura. Entregados a una narración, olvidamos la banalidad perecedera del tiempo de afuera. La próxima frase -su textura, su calidad, su información, su sonoridad, su contenido- estalla en significados sucesivos. Pero el tiempo en una novela no avanza a una velocidad uniforme. En ciertos pasajes los tiempos varían y se alternan, las digresiones y paréntesis marcan velocidades diversas. El tiempo narrativo es plural, variado, alterno. El tiempo y el espacio no son categorías de la física sino del arte. Nunca existen fuera de quien las percibe. Tanto la experiencia del espacio como la del tiempo, son inseparables de una conciencia. Una novela podría ser definida como una experiencia continua. No es una pura descripción o un registro objetivo. Un personaje es un diseñador de su realidad. En un relato, el mundo nunca es por completo objetivo o subjetivo. Aparece con toda objetividad desde la más radical subjetividad de sus personajes, a través de las reverberaciones de una conciencia que clasifica y prioriza su experiencia, que la recrea. Por eso acaso no recordamos las acciones de nuestras novelas preferidas pero sí las conciencias desde las cuales las leemos. Años después de haber leído las novelas, no podemos reproducir todos los episodios de "Los Miserables" pero tenemos a Jean Valjean en el corazón; nos es imposible recordar los episodios de todas las salidas del Quijote pero tenemos sus frases y emociones con nosotros; no podemos reconstruir los eventos de Ana Karenina pero eso no nos impide seguir enamorados de ella. Los personajes tienen una entidad individual, singular, irrepetible. La construcción de un personaje es un acto de prestidigitación creativa; el soplo de vida a un producto de la imaginación es un milagro. Aun así, un relato moderno no puede ser definido sólo como la percepción de una realidad en una conciencia. El relato es la historia de cómo la libertad de unos y otros personajes va entremezclándose en una cadena de azares y voluntades. El deseo, la indiferencia, el miedo, la venganza, el amor impulsan a los personajes, originan los eventos narrativos. Los personajes viven tomando decisiones, entre ellas en algún caso la de no tomar decisión alguna. Entre la acción y la pasión, los personajes actúan pero también se preguntan, dudan, se interrogan. Buscando saciar sus apetitos o cumplir con sus deberes, o realizar sus ideales, los personajes se crean. El narrador es un insatisfecho esencial, un necesitado de la vocación por crear y recrear espacios y tiempos, por construir y sentirse acompañado de sus personajes. Cronista de la interacción fluida entre lo subjetivo y lo objetivo, el narrador requiere siempre del movimiento de estos personajes que empieza imaginando y queriendo como un padre y a los que termina sirviendo como un esclavo. Cuando el protagonista sale de su casa una mañana, dispuesto al fin a matar a su enemigo o a declarar su amor o a buscar un tesoro, el escritor está a su lado y dentro de él, vibrando con su impulso, dando cuenta de sus síntomas, registrando los latidos de su corazón, las marejadas de su mente, los botones salidos de su saco, las perlas del sudor de su rostro. Si ha creado desde el comienzo un personaje atractivo y verosímil, original y verdadero, un personaje que puede andar solo por el mundo, un escritor debe inclinar la cabeza, y seguirlo con pasión, paciencia y respeto. El final de la historia, un silencio con ecos de palabras, es su objetivo. ---------------------------------------- Oscar Colmenárez _____________orcd@telcel.net.ve___________________________________